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Moscú-Día 4

Este cuarto día debemos desalojar nuestra casita en Moscú y recorrer con las mochilas hasta la noche en que tomaremos el Tren Estrella Roja hacia San Petersburgo. Fuimos al Parque Gorky, volviendo a recorrer una vez el más el Parque Muzeon, la Galería Tetriakova, y el Parque de las Esculturas. Parque Gorky o Park Kultury es como todo hasta ahora en Rusia, enorme. Cubre unas 100 hectáreas y se extiende a lo largo de 7 km del paseo ribereño. Hay todo tipo de bancas, asientos, hamacas, reposeras, colchonetas inflables, pérgolas con sillones y columpios, para todos los gustos y comodidades. La gente toma sol plácidamente, leyendo o escuchando música. Hay cisnes y patos en varios estanques, y en verano se organizan clases de yoga y bailes. Hay tomacorrientes, wi-fi gratuito, un bar de madera, ventas de helados, alquiler de bicicletas, canchas de voley. Anduvimos un bue rato recorriendo este parque lleno de verde, flores, fuentes, y la frescura del agua.

Luego encaramos hacia la estación de metro Oktiabraskaya y nos fuimos hacia el Museo de la Gran Guerra Patria en el Park Pobedy, otro parque enorme en homenaje a las víctimas y héroes de la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria contra el fascismo derrotado por el Ejército Rojo. Para llegar aquí, de paso, visitamos la estación de metro Park Pobedy que según dicen las estadísticas es la más profunda del mundo con la escalera mecánica más larga del planeta, lo que se tarda en subir y bajar da como para una sesión de diván. El Parque y el Museo se encuentran sobre la Colina Poklonnaya, la más alta de Moscú. Recorrimos el parque lleno de canteros con flores que pintan de colores arabescos y cintas de San Jorge.

En frente del museo hay un obelisco 141,8 metros de altura, que representan a los 1.418 días de la guerra. Una figura de bronce de Niké, la diosa griega de la victoria, se monta a una altura de 100 metros, y una estatua de San Jorge matando a un dragón está en la base. La entrada al Museo cuesta 300 rublos.

La sala de entrada principal del museo se llama el Salón de Comandantes, que conmemora a todos los líderes militares de alto rango a quien se adjudicaron la Orden de la Victoria. La planta baja está dominada por seis grandes panoramas en los que se representa tridimensionalmente y con efectos impresionantes de audios, momentos de la guerra, ataques y la vida en distintas ciudades soviéticas durante esa época. Ilustran batallas claves durante el curso de la guerra. Cada panorama comprende una enorme pintura en una pared semi-circular, con el equipo y los residuos colocados delante para producir un efecto hiperrealista. Los panoramas están dispuestos en orden cronológico en torno a un pasillo central llamado el Salón de la Memoria y del Dolor, que honra la memoria de los 26 millones de víctimas soviéticas de la guerra mundial.

También hay artillería de la que se usó, tanques, pantallas interactivas, historias de combatientes hombres y mujeres, cartas, utensillos encontrados en los campos de batalla y trincheras. Todo está en ruso, pero aún cuando no se entiendan los textos se entenderán las imágenes. Hay muchísimas fotografías, periódicos, y bastante montaje escenográfico en tamaño original.

Estuvimos un par de horas recorriendo el Museo por dentro y relajándonos en sus enormes y verdes parques llenos de flores y de las infaltables agradables fuentes.

Luego fuimos al centro neurálgico de Moscú, pasamos por la Biblioteca Lenin, por el Teatro Bolshoy, volvimos a la Plaza Roja, a las calles iluminadas con guirnaldas del centro, pasamos por la Casa donde vivió Lomonosov, y cruzamos por Kitay Gorad hacia el Parque Zaryadye donde subimos a un terraplén desde donde la luna llena y el atardecer que caían sobre la ciudad de Moscú se volvía un espectáculo mágico. En el Parque Zaryadye hay espacios variados. Parque, plaza urbana, espacio social, equipamiento cultural, e  instalaciones recreativas. Áreas naturales entre ellas la de tundra, estepas, bosque y humedal; 14 mil metros cuadrados que incluyen un voladizo de 70 metros sobre el río Moscú; restaurante, mercado, dos anfiteatros y para rematar una equipada sala de conciertos filarmónicos. Estar ahí, ver la Plaza Roja desde ese lugar lleno de encanto, luego bajar e instalarnos en el medio de una ciudad encendida, de película, era tan perfecto que parecía un sueño.

La noche cayó y nos tomamos el metro a la estación Komsomolskaya, otra de las muchas que merece una visita porque más que una estación de metro es un palacio real. Esta posiblemente es la más opulenta. La característica más importante de la estación es su grandioso techo estilo barroco, pintado de amarillo pálido e incrustado de mosaicos y moldes florales. El techo es soportado por 68 columnas octagonales de mármol blanco con capiteles jónicos modificados.

El tema artístico de la estación es la lucha del pueblo ruso por la independencia y sus esfuerzos históricos contra los invasores. Todas las escenas están realizadas en mosaicos. Al final del andén hay un busto de Lenin, un arco decorado con diseños florales dorados y el escudo de armas soviético. El vestíbulo de la estación fue construido a una gran escala, con un inmenso domo octagonal, una cúpula y un imponente pórtico de gran altura con columnas corintias estilizadas.

Esta estación da acceso a tres estaciones de ferrocarril. Nosotros teníamos que tomar el tren en Leningrandsky y allí fuimos.

Esperamos en una cómoda sala de espera con enchufes y muchos sillones y luego llegó el esperado momento de encontrarnos frente a frente con el legendario Estrella Roja, el tren soviético con más historias. Qué emoción subirnos y viajar en él. Los boletos los habíamos comprado previamente por internet a través de la página oficial del ferrocarril ruso http://www.rzd.ru/ Cuestan alrededor de 4000 rublos, más o menos, dependiendo de si la litera es superior o inferior. Viajamos en kupé que es un camarote de segunda clase, muy bonito, con suelos enmoquetados, cortinas de terciopelo color grana. Este tren tan largo y tan rojo, con estos camarotes llenos de historias, lleva haciendo el mismo trayecto desde 1931 en que fue inaugurado por Stalin. Nos dieron una cajita con comida y la azafata simpática como toda la gente que no hemos topado en Rusia se ocupó gentilmente de nosotros. El viaje incluyó también el desayuno. Dan sábanas limpias, toallas, un sobre con pasta dental y cepillo de dientes y un par de chancletas. El baño está siempre aseado, en el vagón hay luces que indican si está ocupado o desocupado, también hay lámparas personales, y botones para llamar a la azafata en caso de necesitarlo, y al final de cada vagón hay un samovar con agua caliente para el té, o el mate en nuestro caso. El tren tiene también un pintoresco restaurante, la atención es muy gentil y los precios asequibles. Hay wi-fi y enchufes.

Moscú-Día 3

En el transcurso de estos breves días y a medida que nos queda de camino, vamos recorriendo más estaciones de metro, palacios del pueblo.

La estación Ploschad Revolutsii se destaca por tener 76 esculturas de bronce que representan al pueblo soviético. Las esculturas fueron hechas en el Taller de fundición artístico de Leningrado por un equipo bajo la dirección de M.G. Mánizer. Las esculturas están instaladas cronológicamente desde los acontecimientos de octubre de 1917 hasta el diciembre de 1937. Hay obreros, soldados, campesinos, marineros, paracaidistas,  avicultores, cultivadores, estudiantes, futbolistas, madres, padres, deportistas, pioneros.

Las esculturas tienen fama de poseer cualidades mágicas. Por ejemplo, si uno por la mañana temprano toca el banderín del señalero, en este día tendrá suerte. La misma creencia apareció respecto al revólver del marinero revolucionario, por eso lo roban a menudo. A las personas que van a una cita les aconsejan tocar el zapatito de la chica de bronce, pero en ningún caso se puede frotar al gallo o tocar su pico. Los estudiantes dicen que para aprobar un examen hay que frotar la nariz del perro de bronce del guardián fronterizo, por esta razón la capa de bronce se hizo más fino y actualmente las narices y una parte de hocico de todos los perros están frotadas hasta tal punto que brillan. Es evidente la parte que hay que tocar para la buena fortuna porque está desteñida y brilla. Pasamos también por la estación Arbatskaya, edificio con forma de estrella y por dentro con con unas luminarias palaciegas.

Caminamos por la tradicional calle Arbat, la vieja, y llegamos hasta las puertas de la casa del poeta Alexander Pushkin. Frente a la casa hay una escultura que los representa a él y a su esposa Natalia Goncharova, primera belleza de Moscú.

La calle Arbat es turística y está llena de negocios de souvenirs y artistas callejeros. Caminamos un rato por allí.

Este tercer día en Moscú nos fuimos al Museo de la Cosmonáutica. Es excelso. Enorme. Vale mucho la pena, y la entrada es barata, 250 rublos. Recorriendo este museo uno no deja de sorprenderse leyendo y enterándose de que los rusos fueron primeros en todo. Muchísimas expediciones al espacio y a otros planetas, de avanzada desde hace décadas, llegando a explorar Venus, Marte, la luna, desde antes de los 60s y de manera ininterrumpida hasta la actualidad.

Es super interesante, hay naves originales, sondas, trajes espaciales, alimento para astronautas, simuladores, transbordadores, muchísima información y elementos de la carrera cosmonáutica rusa. Toda la vanguardia. Están también las pinturas de Alexey Leonov, el primer hombre en dar un paseo por el espacio exterior. Documentos de Korolëv, el cerebro de la cosmonáutica rusa. Tito, Belayev, Tereskova, actual diputada, Gagarin, y muchos más. Infinidad de elementos que hacen de esta visita una visita interesantísima.

Este museo está junto a la estación de metro VDNKh. Antes de la entrada del Museo se impondrá ante nosotros el Monumento a los Conquistadores del Espacio. Fue erigido para celebrar las conquistas del pueblo soviético durante la era de la exploración espacial. En marzo de 1958, unos meses después del lanzamiento del satélite espacial Sputnik 1 (el primer satélite artificial de la historia), se realizó un concurso para su diseño. La construcción se prolongó varios años. El monumento es un gigantesco obelisco con un cohete espacial en al cima, de manera que el obelisco viene a representar la columna de humo que deja una nave espacial. Tiene 107 metros de altura, pesa 250 toneladas y está recubierto de titanio, material utilizado en la fabricación de los cohetes espaciales.

Saliendo del territorio del Museo nos encontraremos, muy cerca de allí, con unos parques inmensos, con fuentes y jardines inconmensurables. Fuimos a pasar buena parte de la tarde, pero antes nos acercamos unos 300 metros hasta la legendaria estatua del Obrero y la Koljotnitsa, la estatua que aparece abriendo todas las películas del cine soviético. El obrero con el martillo y la campesina con la hoz.

Luego caminamos por los extensísimos jardines del VDNKh. Es el mayor complejo de entretenimiento de Rusia, todos los días atrae a varios miles de moscovitas y visitantes de la ciudad. La exhibición está representada por pabellones y fuentes construidas en la era soviética anterior a la guerra; ubicadas a lo largo de amplias avenidas de asfalto. Hay instalaciones más modernas dedicadas al espacio, la energía y la cibernética. 49 edificios son reconocidos como obras maestras arquitectónicas y monumentos del patrimonio cultural. Las exposiciones son de interés para personas de todas las edades. El complejo es armonioso, con zonas de parques y depósitos de agua, hay un ambiente relajante y aire fresco. Hay más de 250 pabellones para exposiciones. Todos los kolkhozes y sovkhozes de la Unión Soviética aspiraban a participar en ella. Además de los pabellones, se construyeron áreas económicas y de principio territorial, aquí se construyeron atracciones, circo, cines, área recreativa. Cada pabellón representa una de las 15 repúblicas de la URSS o la economía nacional, y en el centro se encuentra el pabellón de la Federación de Rusia y la fuente de la Amistad de los Pueblos con esculturas de oro de sus representantes en trajes nacionales.

Volvimos al metro y continuamos visitando Moscú hacia Chisty Prudy, un área acogedora con estanques que fueron limpiados y renovados. Antiguamente a estos estanques iban a parar  los residuos de varias carnicerías, ahora es un rincón ideal para el pic-nic y relax.

Moscú-Día 2

Nuestra segunda jornada en Moscú la dedicamos al Kremlin.

El Kremlin es el corazón de Moscú junto a la Plaza Roja, la Catedral de San basilio, y el río Moskbá. Principalmente son cuatro palacios y cuatro catedrales, rodeadas de una muralla infranqueable, roja, y varias torres. Son 2,25 kilómetros de muralla almenada y 19 grandes torres, rodeados por un foso y por el río Neglínnaya. Además de estos edificios hay otras habitaciones, salas de exposiciones, y muchos jardines. Es la sede del gobierno ruso.

Para visitar el Kremlin hace falta mínimo medio día. Nosotros dedicamos un poco más. Sacamos las entradas con anticipación, por internet, a través de la página oficial del Kremlin: https://www.kreml.ru  Saber ruso ayuda, aunque la página también está traducida al inglés. Pudimos comprar las entradas desde el País Vasco poco menos de una semana antes de salir. Cuesta 700 rublos la entrada general y si se quiere visitar la Armería, 1000 más. Con las entradas compradas anticipadamente es más rápido el trámite de entrar ya que, por la mañana, a la hora de apertura llegan los tours y se arman largas colas. Si tenemos la compra echa por internet, impresa, nos dirigimos directamente a las ventanillas 6, 7, 8 y allí cambiamos el documento por las entradas. Este proceso es rápido.

En el cartón de entrada hay un recorrido sugerido, pero anticipándonos a los tours que visitarán sin duda el barrio de las catedrales, empezamos por allí antes de que llegue el malón. Es conveniente estar en el Kremlin entre las 9 y las 9.30 de la mañana, apenas abran las taquillas, para entrar cuanto antes.

La construcción del Kremlin comenzó en los siglos XII y XIII cuando Moscú no era más que una aldea eslava cuya población ocupaba apenas una tercera parte de lo que es hoy el Kremlin. Desde el año 1156 se menciona el nombre de este lugar como Moscú, y la incipiente población comenzó a ganar prominencia y renombre al vencer a los mongoles.

Con el correr de los años y siglos las primeras murallas fueron reemplazadas por murallas más consistentes y moscú se convirtió en la residencia de la familia real.

 

En la Catedral del Arcángel se encuentran la tumba del primer Zar ruso Iván IV, el Terrible y sus hijos Iván y Fiodor. Las lápidas de los Romanov están junto a los pilares. La historia de esta necrópolis se remonta al año 1340 con el entierro del príncipe moscovita Iván I. Es el sepulcro más grande de príncipes y zares rusos, hay más de 50 enterramientos. El ícono más antiguo es el que representa las hazañas de los ángeles, fue creado en 1399 y el iconostasio fue realizado entre 1679 y 1682. La arquitectura de este templo mezcla los estilos renacentista italiano y el ruso antiguo. Tres entradas conducen al interior del templo, dos están decoradas con portales de piedra blanca tallada.

La Catedral de la Anunciación estaba destinada a las ceremonias familiares. Uno de los portales es de piedra blanca y columnas corintias adornadas con ornamentos tallados. El otro portal es de forja dorada con imágenes en hojas de la Anunciación, profetas y antiguos filósofos. El espacio interior del templo no es muy espacioso, está dividido en tres naves que se elevan hacia sólidas bóvedas. En una de las bóvedas hay una composición exclusiva del árbol de Iseev que representa la genealogía bíblica de Jesús. Las cruces procesionales tienen medallas de hueso con escenas de festividades y figuras en relieve de plata y piedras preciosas. El iconostasio de múltiples filas es uno de los más antiguos que se conservan en nuestros días, contiene cien íconos. En el sótano de esta catedral hay una exposición donde se exhiben las piezas más valiosas encontradas en el Kremlin.

La Iglesia de la Deposición del Manto, iluminada desde su cúpula y desde varias ventanas, cumplió la función de ser iglesia de casa. Se divide en tres naves delimitadas por pilares cuadrados. Todos los frescos se refieren a la fiesta de deposición del manto. Hay pequeñas puertas interiores ilustradas y candeleros cilíndricos, de plata,  decorados con incrustaciones de cera de colores. En esta iglesia hay un ícono de San Jorge tallado en madera de antiquísima existencia.

Seguimos nuestro recorrido pasando a la Catedral de la Dormición. La entrada principal es de cobre dorado con la imagen de la virgen de Vladimir en la parte superior, y otros santos más abajo. Este es el templo principal del estado ruso, sepulcro de los metropolitanos y patriarcas moscovitas. La arquitectura es insólita, mezcla rasgos del renacimiento italiano con un laconismo severo tal, que parece haber sido sacado de una sola piedra. Está coronado por cinco cúpulas. Apenas entramos nos encontramos con un gran relicario de plata con baldaquino de bronce plateado. Dentro de esta catedral se erigen los cubículos y tronos desde donde oraban zares, zarinas y patriarcas. En este recinto se llevaban a cabo las coronaciones y eventos de importancia y solemnidad estatal.

Visitamos otras habitaciones más pequeñas. Nos metemos en cuanta puerta vemos que podemos abrir, incluso sin querer legamos al comedor de almuerzo de los empleados del Kremlin.

Visitamos el Palacio de los Patriarcas con la Iglesia del Concilio de los Doce Apóstoles y el Museo de Artes Aplicadas y Vida Cotidiana de Rusia del siglo XVII.

Los elementos decorativos del palacio de los Patriarcas se parecen a muchos de los otros templos. La fachada es un cinturón de arcos falsos y pequeñas columnas con capiteles esculpidos. El lujo de las cámaras rivalizaba con las del Zar. Los suelos en las salas de gala fueron revestidos con azulejos, las paredes y techos con íconos enchapados, los muebles tallados, y las estufas también de azulejos.

En cuanto al Museo, encontramos la cámara de la Cruz, una sala enorme construida de manera insólita para la época, sin sostén en el medio. Allí se reunían los concilios.  El suelo revestido de azulejos y las ventanas cubiertas con mica de colores. Los incensarios y cáliz son de oro, las copas de plata plateada y también dorada.

Varias horas nos llevó el minucioso recorrido por todos estos edificios, recorrido aquí resumido. Nos dirigimos a pasear por las torres y jardines. Vemos la campana del Zar, la campana más grande y pesada del mundo. Pesa 202 toneladas y tiene una altura y un diámetro de más de 6 metros.

Las torres de Kremlin están unidas por la alta muralla almenada, forman sobre el plano un triángulo irregular con una superficie de 28 hectáreas. Fueron construidas con la idea de que desde ellas se pudiese disparar no sólo sobre el terreno abierto ante las mismas, sino igualmente a lo largo de su muralla. Por esta razón una gran parte de las torres sobresalen de la línea amurallada.

Donde las murallas formaban el ángulo se erigieron torres redondas, que eran las más consistentes y permitían hacer los disparos en forma circular. Tales son las torres Angular del Arsenal, del Agua y de Beklemíshev. En ellas se perforaron pozos disimulados para abastecer de agua a los defensores del Kremlin en caso de un prolongado asedio. Uno de esos pozos se conserva todavía en la torre Angular del Arsenal.

De las torres con entrada al Kremlin, las más importantes son las del Salvador, San Nicolás, de la Trinidad y del Pinar. En la antigüedad en las torres del Rebato y del Zar había campanas que tocaban al rebato cuando el Kremlin se veía amenazado. En las atalayas de las torres del Salvador y de la Trinidad fueron instalados relojes.

La altura de la muralla hasta las almenas es de 5 a 19 metros, según la configuración del terreno; su grosor varia de 3,5 a 6,5 metros. El Kremlin tiene 20 torres, cinco de ellas con la entrada hacia su recinto. La longitud de la muralla, incluidas las torres, es de 2.235 metros.

Ha pasado más de la mitad del día, cae la tarde, y salimos del Kremlin dando paseos por sus extensos jardines. Fuera de la Muralla nos volvemos a quedar extasiados con la fotografía emblemática de San Basilio, y nos encaminamos luego a visitar los almacenes GUM, en ruso GYM, los almacenes del estado, convertidos hoy en un shopping moderno y luminoso de varios pisos lujosos. La fachada tiene 242 metros y el recorrido por todas su plataformas, es una caminata de 2 kilómetros. Su arquitectura trapezoidal combina elementos de arquitectura medieval rusa, además de utilizar una estructura de acero y techo de vidrio.

 

Moscú-Día 1

La primera impresión de Moscú es que todo es demasiado grande. En mi costumbre de programar viajes y recorrer el mundo palmo a palmo, la mayoría de las veces a pie, estudio los mapas antes de salir, los planos de las ciudades, calles, monumentos, parques, museos, imprescindibles; en el caso de Moscú y de Rusia en su inconmensurable totalidad, me apunto a todos los rincones de su historia sobre todo política, pero también artística, pictórica, literaria. Llego con mis apuntes hechos a mano, a pura lapicera y papel, sin embargo esta vez la escala del mapa me ha dejado corta. No la tuve en cuenta, me supera. Una cuadra, supuse una cuadra normal, cruzar la calle o un puente. Pero no. Las cuadras de Moscú son larguísimas, las veredas amplísimas, los puentes anchísimos, los parques ocupan hectáreas y las fuentes, repletas de esculturas echando ráfagas de agua transparente o de colores, salvajemente o al son de la música, no se rodean en pocos pasos, sino que es como dar una vuelta a la manzana. Todo es holgado. Moscú es una ciudad tremenda. Me impacta por su grandiosidad tanto en las dimensiones como en la ostentación de muros, ornamentos, tanto en su omnipresencia como en su gloria histórica. No pasan desapercibidas las estatuas de los transformadores de este este territorio empeñados en crear la utopía más grande de que fuera capaz la humanidad y a pesar de los años transcurridos, no pasan desapercibidos sus logros, los avances técnicos y científicos de que fueron capaces desde hace más de un siglo, y sobre todo la atención puesta en el pueblo, en los trabajadores. Todo el poder a los soviets. Personalmente, me emociona a cada paso. Y no dejo de andar, a pesar de su enormidad y de que las horas del día, el día de 24 horas, сутки (sutki) como lo llaman ellos, no me alcanza para llegar al último renglón de mi apunte. Me ayuda muchísimo saber ruso, y me alegra infinidad poder practicarlo; escuchar hablar, me regocija, preguntar algo, leer con rapidez todos los carteles e inscripciones en cirílico.

El periplo. Llegamos al aeropuerto Sheremetyevo de Moscú en la madrugada. Esperamos allí a que amaneciera. Ya de entrada, algunas personas se interesaron en hablar con nosotros, en ruso y otros idiomas. Simpáticos. Luego superamos nuestro primer desafío, llegar al centro en transporte público económico, no en el tren aeroexpres que cuesta 500 rublos, sino en el bus de 55 para enganchar luego con el metro.  1 euro es igual a 70 rublos.

Para tomar el bus, el 851 que va hasta Richnoy Ploshchad -y bokzal, estación-, se sale a la calle y se busca la parada con esos datos. Se puede pagar al chofer. El viaje toma su tiempo, alrededor de una hora, es lejos, y los autobuses circulan con calma y muchas paradas que anuncia un altavoz y un cartel luminoso. En Richnoy Plshchad buscamos la estación de metro del mismo nombre. Todas las estaciones de metro están señalizadas con una M mayúscula roja. Hay una cadena de comercios que se llama Metro -letras amarillas-, eso no es.

Para viajar en metro compramos una tarjeta Troika. La tarjeta cuesta menos de 39 rublos, y el viaje 38. A la tarjeta se le va cargando dinero y la pueden usar varias personas, para el metro, para los buses es sólo de uso individual. Compramos una porque somos 4 y vamos a manejarnos en metro. El tendido de metro más profundo del mundo, las escaleras mecánicas más largas del mundo. No sé ve el final ni hacia abajo ni hacia arriba y se aprecia cómo, los ciudadanos, logran mantener una conversación completa tan sólo en el transcurso de subir o bajar la escalera mecánica.

Vamos hasta la estación Kievskaya y allí hacemos nuestra primera visita a un «palacio del pueblo», así se denominaron desde el comunismo a las estaciones de metro, y como tal fueron pensadas, como palacios de pueblo, construidas con materiales nobles, mármol, estatuas y ventilaciones de bronce, escenas de mosaiquismo, pinturas, arañas dignas de salones. Además la profundidad en la que se encuentran fue pensada también como refugio de en caso de guerra. Los metros, muchos de ellos de la época soviética, son un fierro. Funcionales, espaciosos como todo, rapídisimos. Cada 90 segundos llega un metro. Infalible. Nunca se amontona gente en los andenes ni en los vagones, normalmente alcanzan los asientos, el movimiento es constante y funciona relojosamente (y no religiosamente).

Es práctico moverse en metro, y se aprende rápido. Los mapas de líneas están en todas las estaciones, y luego a cada lado del ancho pasillo de circulación están los andenes, en las columnas de acceso al andén aparece la línea con las estaciones en esa dirección. En la mayoría de los metros, una voz da aviso en inglés.

Nuestra primera parada la hacemos en la estación Kievskaya, decorada con escenas en mosaicos que muestran relaciones de amistad entre los pueblos ruso y ucraniano. El diseño de la estación fue elegido mediante un concurso llevado a cabo en Ucrania se caracteriza por unos pilones bajos y cuadrados recubiertos con mármol blanco sobre los cuales se encuentran los mosaicos diseñados por el artista Myzin para conmemorar la unidad ruso-ucraniana. Escenas coloridas, de pioneros, campesinos, trabajadores, milicianos, y en la cabecera, Lenin.

Salimos de la estación Kievskaya para caminar hasta Park Kultury. Nos topamos con la primera de las Siete Hermanas, los rascacielos de Stalin visibles desde casi cualquier punto de la inmensa Moscú. En este caso el edificio está ocupado por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Al igual que los otros seis que veremos continuamente desde distintos puntos de la ciudad, este está construido en una elaborada combinación de estilo barroco ruso y gótico.

Este es el único de las Siete Hermanas no coronado por una estrella soviética, llega a los 172 metros y tiene 27 pisos. Se encuentra al final de la muy conocida calle Arbat. En la parte más alta de la fachada se encuentra un gran emblema de la Unión Soviética. Dicen que los interiores son lujosos pero como se trata de un edificio de uso público no puede visitarse por dentro aunque vale la pena verlo. Desde aquí podemos entrar y recorrer la tradicional calle Arbat, la antigua. Y ver la casa donde sobre esta calle, vivió una temporada de inspiración y felicidad conyugal el poeta Alexander Pushkin.

Nosotros seguimos el rumbo a la estación de metro Park Kultury. Esta estación está decorada con 26 bajorrelieves de forma circular del artista Rabinovich en los que se representan actividades de ocio de la juventud soviética como deportes, juegos, música y baile. Los pilares de la estación están recubiertos de mármol gris. El vestíbulo de entrada es un imponente edificio con una cúpula colosal de cobre.

Llegamos al río Moskbá y atravesamos un puente eterno, que nos impacta como todo. Vamos a alojarnos en el distrito Yakimanka, sobre la avenida Bolshaya Yakimanka. Los edificios por supuesto no constituyen un sólo edificio de departamentos sino un complejo de varios edificios que se encuentran bajo la misma dirección, misma calle, misma numeración. En nuestro caso, Avenida Bolshaya Yakimanka 32. Son varios edificios, de no muchos pisos. Cada edificio tiene a su vez el número de porch, de acceso o portal. Y luego el piso y departamento que corresponda.

Muy cerca de nuestro departamento está el parque de las esculturas que recorremos este mismo día. Se le llama también Muzeon. Es un museo de esculturas al aire libre donde se han instalado también esculturas de los tiempos soviéticos que fueron removidas de sus lugares originales y ubicadas aquí. A un lado del parque está la galería de arte Tetriakova y por otro lado hay un paseo junto al río. La estatua de Pedro el Grande hace honor a su nombre y brota como un gigante desde el medio del río tripulando desde la proa su flota y sus conquistas.

Siguiendo un poco el instinto ya que no tenemos mapa, nos damos cuenta que estamos cerca del Kremlin! y que desde nuestro alojamiento hacia el río, y luego desde el puente, tenemos una vista privilegiada de las murallas rojas y las torres y las cúpulas doradas de las catedrales. Rodeamos el Kremlin y nos dejamos llevar placenteramente por las aguas de las sucesivas fuentes de los Jardines Alexandrovsky y los canteros tapizados de flores.

Son tres jardines que ocupan diez hectáreas! El jardín superior de Alexander es el más grande cerca de la torre del Kremlin, con césped impecable y abundantes flores, esta parte del jardín está a un par de metros por debajo del nivel de las calles, alrededor de las instalaciones Manezhnaya. Lo rodea una elaborada verja de hierro forjado y la entrada principal está decorada con símbolos para conmemorar la victoria sobre Napoleón.

No muy lejos de la entrada está el monumento al soldado desconocido. Bajo la lápida se encuentran los restos de soldados transferidos desde una fosa común en la carretera de Leningrado. La composición escultórica representa una bandera desplegable en pesados ​​pliegues; que son el casco de un soldado y una rama de laurel. En el centro, desde una estrella de bronce con cinco puntas, arde la llama eterna rodeada de la inscripción que dice: “Tu nombre es desconocido, pero tu hazaña es inmortal.”

Y en nuestro debut en Moscú no podíamos dejar de ver a la emblemática catedral de San Basilio.

 

Enyovden (Eньовден)

10201466483084369 (2)Yavor, Bulgaria, año 2013
La lápida la encontré en el primero de los manantiales, abajo del roble. A este manantial, donde está la lápida, no precisamos revisarlo antes del ritual. El camino está bien marcado, es un camino viejo, erosionado para siempre por antiguos pasos.
Este camino pasa por las diez casas de la villa; excepto la nuestra, todas las demás están abandonadas. Nosotros elegimos quedarnos, nuestra última morada, no en la que nos vamos a morir, sino en la que viviremos para siempre. Ya no hay nadie más que nosotros dos. Todos se fueron. Quedan los gatos en los tejados, encerrando en las pupilas la caravana invisible que se hunde entre los pastos. El segundo manantial es más inaccesible, está más lejos, bosque adentro; en el bosque oscurece más temprano, y el brote de agua no se sospecha hasta que, al bajar una ladera, una lágrima gotea casi en silencio sobre el ramerío.
Solamente una brecha confusa llega hasta el segundo manantial. Dos días antes del ritual, recorrimos la brecha y la limpiamos. Trabajamos con la guadaña desde que cayó la siesta y hasta el anochecer, abrimos paso en la maleza e hicimos a un lado los árboles caídos. Por ahí, yo tendría que pasar con el cántaro lleno y las manos ocupadas en sostenerlo. El tercer manantial es el que está más cerca, hay que llegar hasta donde termina el camino viejo pasando por delante de las diez casas y cruzar en diagonal un campo de eneldos.
La lápida la descubrí una tarde que fui a juntar bellotas para sembrar un surco de plantines de roble. Acariciaba la hierba buscando entre los tallos las bellotas cuando me pareció que eso no era una piedra normal. Busqué los contornos y limpié las hojas que la cubrían. Estaba tallada, había una inscripción cuyas letras eran más griegas que cirílicas, más geométricas y menos redondeadas. En el medio, la cara de un hombre a la que el tiempo había amputado la nariz. La mitad de la boca estaba tapada por tres dedos rebanados también por el paso del tiempo; esos dedos sostenían algo indiscernible. Quise mover la piedra pero estaba calzada en el suelo. Parecía muy enterrada, parte del terreno y de las raíces del roble. Me impulsaba la curiosidad pero sentí que no tenía derecho a sacarla de ahí. A menos de un paso, se abría la boca del primer manantial.

Justo esa noche, antes del Enyovden, se completaría la luna llena y eso era un milagro maravilloso. Son las lunas más grandes vistas jamás. Salí con tiempo suficiente para recorrer los tres caminos antes de la noche. Yo sola, porque solamente tienen que ir las mujeres y en absoluto silencio para no corromper el poder sagrado del agua. Cuando volví, él desgranaba el trigo junto a la tabla redonda en medio del campo y medía las luces del atardecer con su mirada. Sin hablar, sin ninguna palabra, le sonreí y dejé el primer cántaro en el alfeizar de la galería.
Salí hacia el segundo manantial y comprendí su gesto pacífico pero de advertencia. Él, me esperó junto a la tranquera con una corona de flores de galio que él mismo había trenzado. En total silencio dejé el segundo cántaro junto al primero y fui hacia el tercer manantial, el más cercano. Cuando tuvimos los tres cántaros llenos, los llevamos hacia la tabla redonda en medio del campo y volcamos un poco de cada uno en un cuenco de barro. La noche era completa y la luna más grande iluminaba la superficie del agua. Nos vimos reflejados. Nos reímos tomados de la mano, y nos sentamos junto a la tabla redonda a comer el trigo con miel.
Ya no nos íbamos a dormir. Nunca. Dormir ya no era necesario. Siempre habíamos estado juntos, sin embargo, nos contábamos historias como si hiciera años que no nos veíamos y nos amábamos con locura como dos prisioneros liberados de la condena perpetua. Y agradecíamos y celebrábamos la alegría de poder agradecer. Bailábamos por el campo hasta caer mareados. Esa noche nos quedaríamos así, tirados en el pasto hasta que nos bañara el rocío. Entre los giros de un vals creí ver un rostro en el agua del cuenco. Nos acercamos y miramos al cielo para comprobar que no eran los rasgos de la luna. Sentí que antes, alguna vez, había tocado esos pliegues simétricos que veía en el agua. Rocé la superficie con los dedos y vi el rostro, eran los rasgos tallados en la lápida. Orfeo, dijo él. Él, que me revela los nombres. Él sabe. Volví a mirar y vi los tres dedos entre la mitad de la boca y las cuerdas de una lira. El reflejo se revolvió como un almíbar espeso que trepaba por los bordes del cuenco de barro, salpicaba y se cristalizaba en el aire como el azúcar quemada y crujía como una rama en el viento. Orfeo, volvió a decir él, sube desde el inframundo para pelear con la muerte. Pero la muerte lo quiebra porque él miró atrás.
Orfeo era el padre de los tracios y el Enyovden se celebra desde que la Stara Planina, o montaña antigua, era parte de Tracia. Orfeo que encantaba con su lira a las ninfas y a los demonios y peleaba con la muerte para rescatar a Eurídice. Él y yo habíamos llegado a Yavor sin recordar nada de esto. Antes nunca habíamos hablado de Eurídice o de Orfeo, no habíamos pensado en los tracios o en las tradiciones. Algo nos dejó ahí, en Yavor, en la villa del camino viejo, donde no hay ni un fantasma a quien aúllen los perros ni perros para aullar, donde los gatos se hunden con los tejados entre los pastos porque siguen oteando la caravana invisible. Nuestro andar errático, nuestra vida órfica. Salvar a Orfeo y a Eurídice. Salvar al amor de la muerte.
La lápida tallada estaba en el primer manantial, era fácil llegar sin perderse. Fuimos sin preguntarnos por qué, porque ni esa pregunta ni esa respuesta nos hizo falta. Fuimos. Buscamos cerca de las raíces a un paso del manantial. Cuando encontramos los contornos, la piedra se despegó del suelo y se elevó sobre nuestras manos. La luna era tremenda pero la luz sobre el rostro de Orfeo fue más fuerte que la luna. El roble se arqueó enceguecido, y una voz, un hilo agudo de agua reveló en el fondo del manantial un cuerpo desmembrado. Era como bruma deshecha, como leche cuajada, fragmentos blancos y transparentes de espuma arrancada de la espuma. El hilo de voz se enroscó sobre sí mismo y el cuerpo se armó en su forma de cuerpo, se enderezó, y guiado por la voz se abrazó a la lápida y se fundió en ella. En ese instante pareció morir el encanto. La piedra volvió a aferrarse en la tierra como si nunca en muchos siglos hubiera salido de ahí, el roble se irguió y tapó la luna, y volvió a ser la noche en el camino viejo. Sólo el hilo agudo de voz seguía implorando por un cuerpo. Me agarré de su espalda y caminé sosteniéndome de él. No mires hacia atrás hasta que el sol nos cubra, le recordé el oráculo por el que Orfeo, desesperado de amor, había perdido una vez a Eurídice. No mires hacia atrás. El canto iba en nosotros o brotaba de todas partes. El agua del cuenco de barro sobre la tabla redonda en medio del campo, también estaba cantando. No mires hacia atrás. Me subí a horcajadas sobre su espalda y protegí sus ojos cerrados con caricias hasta que toda la luz de la mañana se hizo en mi cuerpo. Entonces, me fundí en él.
Era el día más largo del año. El sol salía más temprano y debía prepararse para un largo periplo invernal. Antes del viaje, el sol se baña en todas las aguas posibles, en todos los manantiales y cántaros y cuencos. Explaya cada corpúsculo de la luz de sus rayos en cada gota de agua y baila. Uno en el otro, vimos bailar al sol, lo vimos dar tres vueltas en el aire y sacudirse el agua del baño. Cuando el sol baila, y da tres vueltas, y se sacude para secarse, la tierra se empapa de rocío. Es un rocío poderoso sobre el que nos tiramos a rodar por la colina para impregnarnos de la fuerza del sol. Toda el agua tiene la fuerza del sol esa mañana, y todo el campo recibe esa fuerza capaz de curar todos los males. La tradición indica que hay que hacer un ramo con setenta y siete hierbas y media. Setenta y siete para los males conocidos, los males del cuerpo, y media, para los males sin nombre, los males del alma.
Eneldo, galio, alisus, ajenjo, manzanilla, menta, parnasus, lavanda, apio, salvia, lúpulo, amapola, pasiflora, valeriana, achicoria, cardo, boldo, gayuba, genciana, verbena, ajedrea, tomillo, albahaca, escaramujo, diente de león, violeta, alfalfa, nomeolvides, orégano, hierba luisa, arenaria, enebro, cola de caballo, zarzaparrilla, brezo, bardana, harpago, peperina, drosera, fresa, calaguala, copalchy, perejil, hamamelis, malva, regaliz, jaramago, culantrillo, bolsa de pastor, cebollín, azucena, lupino, melisa, equinácea, ulmaria, mejorana, salicaria, jengibre, espliego, agrimonia, ajo, poleo, alholva, trébol, llantén, toronjil, hibisco, tila, cardamomo, alcaravea, verónica, anís verde, rusco, hinojo, cilantro, marrubio, yerbabuena, y.
Setenta y siete hierbas y la media hierba secreta y mágica. No necesitamos buscar en rincones ocultos ni descifrar ningún enigma. Supimos de antemano que la media hierba es la que crece abajo del roble y tiene la forma de la lira, el olor del azúcar quemada, la delgadez de un hilo de agua, el color de las uvas y la flor de sus besos. Con todo eso armamos el ramo y lo sumergimos en el cuenco que seguía cantando. Nos lavamos la cara y nos dimos de beber uno al otro con las manos. Nos desnudamos para bañarnos con el agua sanadora en medio del campo y nos paramos de frente al sol para mirarnos la sombra detrás de los hombros. Dicen los que cuentan la tradición que si la sombra se ve entera, no habrá males irreversibles para el cuerpo. Nos echamos encima todo el cuenco de agua, nos dimos vuelta, y nos reímos eternamente. Detrás de nosotros no había ninguna sombra.

de Sofía a Skakavitsa

La estación de trenes de Sofia está pegada a la estación de autobuses. A una parte de la central de autobuses; no me había dado cuenta, ya que siempre salí del edificio de la izquierda, que había otro edificio a la derecha. Y en realidad debería haberlo sabido, porque ese edificio de la derecha es de donde sale los autobuses internacionales, así que el año pasado, con Martín y Stella, hemos tomado el bus a Hungría desde ahí. Me falta Martín, mi GPS. Tengo el mapa y la brújula, pero tal comme d’habitude, me perdí. Y no me preocupé, la verdad, me dejé llevar por el bosque, como Caperucita Roja, hasta que apareció el lobo a rescatarme. Pero vamos por partes. Primero lo primero. Y lo primero fue tomar el tren a Dupnitsa. Salía a las 11.40, con 5 minutos de atraso. En menos de dos horas, llegué. La estación de buses de Dupnitsa también está pegada a la estación de trenes. Así que enseguida tomé un minibús a Saparava Banya. Ahí empecé a preguntar dónde estaban los senderos. Pregunté varias veces mientras me alejaba por las calles de ese publito. No es complicado, de donde para el autobús, hay que caminar a

la derecha. Las callejuelas suben. Hay que ir en subida. Hacia el sur y hacia arriba. Cuando vi un cartel que decía -menos mal que puedo leer cirílico- Panichishte 10 km, me quedé tranquila porque supe que iba bien, aunque el camino, rutita de pavimento, no es muy confortable. El paisaje me distrajo de la pesadez del asfalto. Las cadenas intercaladas de las Rila. Me sentí feliz al verme rodeada otra vez por ese paisaje y me puse a conversar con los árboles del camino. Finalmente y afortunadamente, apareció el sendero. Seguí las marcas, pero alguna la pasé de largo y no desvié a la derecha cuando debía desviar para ir a Skakavitsa. Seguía en subida, y empezaron a aparecer carteles que señalaban Rilski ezera, y nada de Skakavitsa. Pregunté a algunos que bajaban, y no sabían, así que me dejé llevar, total, hoy hacía noche en
Skakavitsa para mañana seguir a los lagos, y al parecer me había pasado de largo y ya estaba en el camino de los lagos. Unos muchachos muy amables que bajaban me dijeron que más adelante había dos hizhas, la primera a una hora, así
que de última podía dormir ahí.
Ya llevaba casi tres horas de andar, y la mochila, pesa. Mucha comida. Así que me la voy a re morfar cuanto antes para alivianar, urgente, antes de escalar el Musala. De paso llego más fuertecita, y más entrenada con estos días previos. Creo que
perdí el estado que traía de los Himalayas, pero no podría ser tan así, caminaba también los 7 km que separan Yabor de Triavna. En fin, me recupero muy pronto. Llegué cansada. No es normal. Pero vamos a lo segundo, lo segundo es lo segundo. Cuando me di cuenta que me había equivocado de camino, decidí tomármelo con mate. Paré junto a un arroyito que antes debí
cruzar, y me preparé el mate. El agua que llevaba en el termo desde las 8 de la mañana, cuando había salido para participar de una clase de español con Mixaela, estaba fría. El mate, un asco. Pero en fin, me lo seguí tomando con calma. Me senté tranquila en una piedra. En eso veo a uno de los amables muchachos que vuelve agitado, en subida. Volvió, unos quince minutos de camino, pero volvió, para avisarme que el camino a Skakavitsa salía más abajo y había unas marcas en las piedras. Por las dudas que yo quisiera volver, pegó la vuelta, subió rápido para alcanzarme y avisarme. Yo ya había decidido según la corriente del arroyo, seguir a los lagos, pero cómo le iba a hacer al pobre amable muchacho. Encima que se volvió a avisarme. Así que decidí volver a cruzar el arroyo y volver yo también hacia Skakavitsa. Menos mal, porque el sendero era más hermoso. Puro
bosque de pinos, ideal para perderse y no reencontrarse jamás. Cada recodo  entre los pinos es igual al otro. Dónde estoy? En el bosque, donde las sombras de la tarde que cae, engañan a los ojos, que además no ven muy bien. Prestar atención. Brújula y mapa. Volví a cruzar unos varios arroyitos y allá arriba, la vi. La hizha. Relajada llegué hasta aquí. Una hizha enorme, y muy linda, que como todas estas fueron construidas e inauguradas por el comunismo que auspiciaba los deportes al aire libre. Esta hizha fue la primera. Hay unos cuadros antiguos. Lo que no había, hoy 20 de julio, era lugar. Sin cama. Pero me ofrecieron un sofá y es tremendamente cómodo. Gratis. Empecé a darle al diente a las galletitas, me tomé unos mates calientes, y la típica sopa de después del camino, sin meat balls por esta vez.
Tardé de cuatro a cinco horas entre perdida y todo. Ya estoy rodeada. En las cumbres más altas
hay nieve. El bosque verdea todas las colinas. Es hermoso.

 

 

 

 

 

 

 

 

de Skakavitsa a Ivan Vazov-los Siete lagos

Impresionante. No hay palabras para describir tanta exuberante belleza. Los lagos empezaron a asaltarme la vista sin darme respiro. Un después del otro.

Pero lo primero es lo primero. Y lo primero hoy fue llegar hasta la primera hizha llamada de Rilski ezero. Saliendo de  Skakavitsa, la señal es clara. Se sale por donde hemos llegado. Hay una bifurcación, a quince minutos de haber salido, que
ofrece tomar el sendero de la marca roja, directo hacia el lago Babreka (Riñón. Tiene esa forma), que sería el tercero, y que será el primero más llamativo que encontremos muy cerca del camino. Hay otros antes, pero son más pequeños y se ven desde arriba, aunque es posible bajar, no están tan cerca. Si uno toma el sendero marcado con señal roja, no verá los primeros lagos. Yo no agarré la bifurcación. Seguí por la señal verde, para ver todos los lagos. Este sendero, el de la marca verde, no parece ser muy transitado, iba completamente sola, hay árboles caídos en mitad del sendero, hay que rodear los troncos, y la vegetación avanza sobre el camino. Se llega la hizha tras una hora de andar. Hasta ahí también llegan aerosillas desde Pionerska, y esa es otra de las razones por las que no mucha gente usa el sendero. Prefieren no caminar.
Todo el día es en subida. Cada lago está un poco más arriba que el anterior. Los primeros lagos aparecen sobre nuestra izquierda. El primero es Dolnoto ezero, está a 2095 metros, tiene una profundidad de 11 metros y una superficie de 0.059 km2. Su nombre significa lago Bajo, y se debe justamente a que está en un área baja y colecta el agua de los otros  seis lagos. Sus
costas están llenas de hierbas y algas.

Enseguida vemos el Ribnoto ezero. Lago de los peses. Está a 2184 metros de altura, tiene una profundidad de 2 metros y medio y su superficie es casi la mitad del anterior con sólo 0.035 km2. Le dicen el lago sombrío porque las montañas alrededor lo oscurecen. La superficie y las costas también están cubiertas de hierbas. Cerca de él hay una segunda hizha llamada Cedemte ezera (Siete lagos).

Apenas unos pasos más y vemos a los Gemelos, Bliznaka. Se les llama así porque aunque son dos, están unidos un angosto canal. Estos están un poquito más arriba, a 2243 metros de altura, tienen una profundidad de 27 metros y medio y su superficie es de 2.10 km2. Entre los dos se destaca una elevación, un pico llamativo y hermoso que se llama Haiduta o Haramiata. Casi al mismo tiempo, pero sobre nuestra derecha, aparece el Riñón, Babreka. Es el más grande de los Siete Lagos y famoso centro de la danza Panevritnia, danza de la Paternidad Blanca. Está a 2282 metros, con una profundidad de 28 metros, y una superficie de 0.54 km2.

Imposible no detenerse varias veces ante tanta belleza que brota sin pausa de la faz del mundo. Hice un pequeño picnic en las costas de Babreka que son de rocas. Hasta aquí habían sido dos horas de camino desde Skakavitsa. Cerca de este lago está el pico Otovinski que es un lugar de relajación donde se reúne especialmente un grupo llamado la Hermanda Blanca. Desconozco.
Sólo puedo decir que ante el espectáculo me sentí enormemente agradecida y con una paz y una alegría que me conmovían a cada paso. Eso no fue nada. Seguí subiendo, y a 2440 metros, aparece el lago Okoto, el Ojo, la belleza es indescriptible, embriagante, me mareaban las orillas con la nieve volcándose sobre las aguas desde las montañas. Además, este lago, al ser el más profundo, 37.9 metros, e ve tan pero tan cristalino y azul. No es muy grande, 0.27 km2, pero su belleza apabulla y tuve que volver a parar un momento y sentarme a respirar junto a él.
Apenas pasar el Ojo, y subir un poco más, se divisa a lo lejos el Trebol, Trilistnika. Está cerca de los Gemelos, pero antes me lo
ocultaban las montañas. Lo vemos desde arriba. Se encuentra a 2216 metros, tiene una profundidad de 6.5 metros, y 0.026 km2. Y al final de lo que se llama el Circo de los 7 lagos, está el Salzata, la lágrima. Este lago está casi la mayoría del año congelado. Está a 2535 metros, es el más alto, no es muy grande, 0.18 km2, y tiene una profundidad de 4 metros y medio. También se le llama Gornoto. Sus aguas son cristalinas. Aquí ya estamos en la cima del cerro «Ezerni», desde la cumbre, la visión es a-lu-ci-nan-te.
Fue muy hermoso. Saqué miles de fotos, de las montañas alrededor. Las crestas intercaladas de las Rila. De los lagos. Creo haber visto muchos más de 7. Tanta belleza. El día fue espléndido. Me detuve muchas veces a mirar y admirar y sacar fotos. El camino normal llevaría desde Skakavitza, 4 horas hasta aquí, pero uno no podría hacer este camino sin detenerse, ni aunque
tuviera los ojos vendados, hay algo que seguro nos detendría. La paz. El aire. El silencio. El murmullo de la montaña.
Ya después de este maravilloso espectáculo, la plenitud parecía insuperable. Se sigue derecho un poco más, pasando por el borde de la Lágrima y en un cruce de caminos, si uno quiere continuar hacia Ivan Vasov, como yo lo hice, debe girar a la derecha. Es muy fácil. Muy recto. Y la hizha se ve apenas unos minutos después. Es una hora por este camino tranquilo donde
no queda más remedio que meditar acerca de lo vivido. Rememorar las imágenes que se nos han grabado en el alma. Pensé muchas veces en Martín. Cómo hubiera querido que el viera los Siete lagos. En Ivan Vasov estoy en un dormitorio común. Cuesta 13 levas. Tomé mates y comí una ensalada, 3 levas. Y me fui a bañar al río. Fresco, pero fuerte como un cosaco como diría Michel, pelé bombacha y corpiño, y me bañé con jabón y todo. Luego me tiré al sol. Se nubló, se largó a llover, y volvió a
salir el sol. Un gato negro se subió a la banca y se sentó en mi falda.

 

de Malovitsa a Musala

Aquí hay que movilizarse en autobús, ya que Malovitsa se encuentra en las Rila del Noroeste, y Musala en el este. Si bien Musala es el pico más alto con 2925 metros de altura, no es el más escabroso para alcanzar su cima. Creo que los más escarpado y también lo más emocionante, es el ascenso a Malovitsa del día anterior, a 2730 metros de altura.

Saliendo de Malovitsa hay que llegar hasta Samokov. Hay un bus a las 5 de la tarde, pero si no se puede esperar, se puede hacer dedo. Fue lo que yo hice a eso de las 10 de la mañana. Un auto me alcanzó hasta el pueblo de Govedartsi, allí tomé una combi hasta Samokiv, y luego en Samokov hay que tomar otra combi hasta Borovets. En temporada salen todo el tiempo, así que no es problema.
Entre pitos y flautas llegué a Borovets a más de la 1 de la tarde. Como era tarde para hacer las 6 horas de camino hasta la cumbre, decidí tomar la góndola, pero para mi sorpresa, ese día justo no funcionaban, así que sin que me quedara otro remedio, a eso de las 2 pm empecé a caminar por debajo del cable de las aerosillas para no perderme. Luego tomé un camino de tierra. El sendero no es un sendero y está muy civilizado. Pasan jeeps todo el tiempo, las primeras tres horas de camino son de esta manera. Es incómodo y aconsejo a quien vaya, si las aerosillas funcionan que las tomen y luego sigan caminando, ya que, la mejor parte empieza en la estación final de las góndolas. Sin embargo, también aconsejaría que si hay que optar a qué sección ir de las Rila, se vaya al noroeste y se caminen los senderos de los Siete lagos, lo mejor de esta breve travesía, Skakavitsa, Ivan Vasov, y el paraíso de Malovitsa, lo valen! Recuerden que en Ivan Vasov no hay luz eléctrica y que no les pase como a mí que por no preverlo llegué sin baterías para sacar más fotos y perdí un montón de vistas de la nieve en las cumbres y los caminos, vistas que sin duda quedan en mi memoria y deseo a los demás puedan ver con sus propios ojos.
Por ahora, hasta aquí fueron las Rila para mí, queda mucho por andar. Hasta la vista, Rila!

 

 

 

 

 

unos primeros pasos hacia el corazón de Rila

En el año 2012, septiembre, mi amiga Stella, mi hijo Martín, y yo, zarpamos desde Kusadasi, en la costa del Egeo, con proa hacia el noroeste. La meta era hacer tierra en los Cárpatos y cruzarles el corazón a pie. Surcar Transilvania como una flecha de Cupido. Hicimos escala en algunas islas griegas y cuando estuvimos ya en tierra firme -Grecia todavía- se nos interpuso como un bastión de concavidades, Bulgaria. Decidimos atravesarla raudamente, unos primeros pasos, subrepticios, sobre las rocas. Pero el paisaje nos frenaba, era enigmático y nos atraía como un imán. Cómo descifrar las elevaciones sólidas de arena blanda de Melnik, la jungla enrevesada y virgen salpicando las calles detenidas de Sandanski, el eco sordo de los monasterios, los frentes a rayas y contrastes, las pinturas profusas en las paredes y el ojo de los Illuminati vigilando imperceptible entre un laberinto de colores; y la gente, el pueblo búlgaro, parco pero simpático, estoico pero generoso, tentaba nuestra curiosidad con sus misterios, revelando una nostalgia antigua, pesares difusos que intentábamos desentrañar. Martín sacó la única conclusión posible, «son raros».

No apuntábamos ningún motivo para caminar por las Rila, sin embargo, empezamos a caminar. Sin ninguna idea preconcebida, sin itinerario agendado, sin mapa, sin brújula. Sabíamos una sola palabra en búlgaro, «gracias», y la decíamos mal; apenas éramos capaces de descifrar una señal en cirílico, pero nos largamos.
Arrancamos por la ruta del Monasterio y seducidos porque fueran Siete y fueran lagos, intentamos encontrar el sendero a lo que el nombre prometía una obra maestra de la naturaleza. Agarramos mal. Desde el camping Zodiac, donde habíamos dormido, debíamos caminar hacia la izquierda, como regresando al pueblo o al Monasterio de Rila, y salimos a la derecha. Después de una hora de andar por la ruta de autos y tras consultar con algunas personas con las que no logramos entendernos pero a las que igual les dijimos algo que sonaba a «gracias», llegamos a un parador en un lugar llamado Kirilova Polyana. Ahí había una cartelera en un cirílico que ya nuestra intuición ayudaba a adivinar, y un mapa con varias rutas de trekking, también había un italiano que entendía búlgaro, y nosotros que entendemos italiano. Nos habíamos alejado de la ruta a los 7 lagos, así que decidimos hacer un rodeo diferente hacia el Ribni Ezera, el Fish lake. Descifrando la cartelera nos dimos cuenta que ezera significa lago, ribni sería pescado.


Caminamos 6 horas que nos pesaron más de lo normal. No es que se necesite estar entrenado, no lo estábamos, es un sendero que cualquiera puede hacer. Sin embargo el habernos equivocado de entrada, la ilusión del paraíso prometido de Siete lagos, hecha pedazos, y el equipamiento precario y mal balanceado que cargábamos, nos hicieron sentir esas seis horas como si fueran veinte. No habíamos salido temprano, caminamos con todo el sol de toda la tarde. El paisaje siempre nos acompañó con sus bellezas, las crestas de las cadenas de las Rila intercalándose una y otra vez más allá. Llegamos al refugio al atardecer, casi oscurecía, y decidimos armar la carpa. El frío fue recrudenciendo y el viento nos volaba. Estábamos a 2230 metros. En el comedor del refugio debatimos cómo continuar al día siguiente sopa de por medio y las tradicionales meat balls. Se nos acercó a compartir la mesa Kalin Petrov, con quien a partir de ese día entablamos amistad. Búlgaro y amante de las montañas, nos señaló en el mapa que si seguíamos a Malyovitsa, luego podríamos alcanzar los Siete lagos. Analizó el sendero en el mapa y señalándonos el recorrido nos dijo que no sería complicado, que había una subida, una parte plana, y luego una bajada. La parte plana todavía la estamos buscando. La subida no terminó hasta el descenso, y éste fue tan pronunciado que todos nos caímos al menos una vez. Yo muchas más, me atrevería a decir que unas cincuenta caídas. Las subidas fueron interminables. Era ver una cumbre y alcanzarla sólo para ver que detrás se escondía otra cumbre que no habíamos percibido y que también había que trepar. A partir de entonces me surgió el término «trepping» en lugar de trekking. El terreno fue muy escarpado, y toda la segunda mitad del día, por pura roca, con algunos lagos que se divisaban a lo lejos, pero poca agua circulando a mano. En un tramo existe un cable para sostenerse de él mientras se cruza un precipicio mortal. Tardamos casi 12 horas. La adrenalina nos mantuvo alertas, y tras ver el refugio de Malyovitsa, perdimos el control y el apuro, y bajamos rodando pero con calma.


Malyovitsa resultó ser el paraíso inesperado. Las montañas alrededor, el sonido del río fresco entre las piedras, el bosque de pinos, moras y frambuesas volcando sus frutos directamente en las palmas de nuestras manos. A 2729 metros y con una cabaña que fue un refugio con todas las letras, nos cobijó después de ese arduo día. Dos sopas para cada uno, y claro, las meat balls. Y hubo postre sorpresa, nunca más bienvenida, deseos hecho realidad: torta de chocolate.
Al día siguiente decidimos seguir adelante, apuntar a los Cárpatos que era nuestro destino previsto. Dejamos colgados en algún lugar del futuro a los Siete lagos, los Rilski lakes, o Sedemte ezera, ahora ya puedo saber cómo se llaman, y cómo se leen. A la salida de Malyovitsa nos despedíamos de las Rila. Pero había un kiosco, y había un mapa en un revistero: РНЛА. Fui directamente hacia él. Lo compré, como una promesa de volver. Y acá estoy, en algún lugar de Bulgaria delineando otros primeros pasos. Sedemte ezera me están esperando.