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Tilcara a Calilegua, de la Puna a las Yungas

La travesía de Tilcara a Calilegua tiene de fascinante lo que demanda de esfuerzo físico y buena voluntad, sobre todo los primeros días. La recompensa se revelará poco a poco y a cada paso hasta volverse indescriptible y única. La transformación del paisaje casi violenta, transformación abrupta y típica del altiplano, aquí como en Bolivia, prolongándose y mutando en una Puna sin fronteras políticas. Los primeros días de este sendero significan elevarse a un estado de embotamiento por la falta de oxígeno, estado en el que no es infrecuente perder la calma, entrar en crisis. El relieve y el clima nos enfrentan a una prueba difícil de vencer. El sol castiga. La sombra es poca. La altura es inconmovible. El paisaje se vuelve soberbio y nos desafía con contrastes que vencen cualquier resistencia al esfuerzo. Es en este tipo de paisajes que se funden desde la altura en la selva subterránea, en los que la uniformidad de las montañas suele enloquecer y la roca, secular y dura, vetusta y firme, imponente, parece sin embargo flamear como un arco iris de colores, y adoptar la cadencia de trazos y textura de acuarela. El Altiplano, la Puna, en su desfiladero hacia las Yungas, es la paleta añeja de la naturaleza. Quizás cuando todo estuvo pintado fueron a parar aquí todos los restos y por eso hay líneas delgadas amarillas en fondos bordó, pinceladas gruesas escaramujo, faldas de verdes frescos con flecos grises y tablones lilas, cintura violeta, brazos azules, volados rosas, cintas terracotas que ondean en un océano profundo, húmedo y esmeralda. Pero es indescriptible y sólo al poder recorrerlo, de a pie, siendo parte uno mismo del paisaje, puede comprender lo que a decir de palabras resulta incomprensible. Puede asirse la imagen a medida que se iza o se arrea la altura. Puede asirse para siempre. Ser parte de ello. Ser entonces del paisaje y el paisaje de uno. Sólo hay que caminarlo, andarlo con el respeto y la paciencia que exige tanto contraste. Vamos por partes.

Empezaremos nuestro recorrido en Tilcara. En esta oportunidad, para llegar hasta allí, tomamos un avión desde el aeroparque de Buenos Aires. El precio a Salta, ida y vuelta, fue de 2500 pesos argentinos, en ese momento equivalentes a 165 dólares. El costo del vuelo resulta menor que el precio de los autobuses. Llegados a la ciudad de Salta, salimos del aeropuerto y a 200 metros llegamos a una ruta por donde pasan los transportes locales que nos llevarán hasta el centro de la ciudad. El transporte colectivo funciona con una tarjeta como la SUBE, no tenemos pero un pasajero nos hace el favor con la suya y le reintegramos los pasajes. Demoramos cerca de una hora hasta el centro. Bajamos cerca de la Terminal ya que tenemos planeado tomar el bus hacia Tilcara. Son 3 horas 40 minutos de viaje. Llegamos a Tilcara de noche madrugada, preguntamos por el camping. Hay carteles que señalan cómo llegar. No es muy lejos de la terminal y, en breve, dando unas vueltitas por callecitas de tierra, llegamos al camping El Jardín. Hay dos campings pegados, dicen que de la misma administración. Este cuesta 70 pesos argentinos. Estamos en el mes de noviembre, no es temporada alta y el lugar está medio descuidado pero con suficiente y más para nuestras necesidades. El baño con duchas de agua caliente, buena arboleda, algunos charcos que delatan que ha llovido, mesas y bancos, fogones y parrillas, y algunas luces. A pocos metros hay un establo donde una yegua acaba de dar a luz. Detrás corre el río Grande.

Día 1 de caminata, de Tilcara a Casa Colorada

Arrancó la travesía. Apuntábamos en nuestro itinerario ir hasta Huaira Huasi. Es humanamente imposible con carga. El primer día de esta caminata es mucho más duro que lo que Tilcara augura. Si bien vamos con el andar tranquilo, pausado, el ascenso es continuo y la altura que ganamos nos va escatimando oxígeno a cada paso. Chicar coca no sólo ayuda, es prácticamente necesario para soportar el trajín del ascenso y los efectos de la Puna. Los lugareños hacen el trayecto hasta Molulo, mucho más allá de Huaira Huasi, en un solo día. El doble de distancia que nosotros pretendíamos hacer, y muchos van y vuelven en una sola jornada.

Desde la plaza del centro de Tilcara tomamos la calle Rivadavia y nos encaminamos a la Garganta del Diablo. Tardamos alrededor de una hora en llegar. En la entrada a la Garganta del Diablo hay una canilla. Es importante cargar agua al menos para dos horas más ya que, de aquí en adelante y hasta Casa Colorada, no encontraremos más. El sol es mucho. Es un sol que te corta en seco. Todo se suma a la fatiga. La subida, el sol  implacable. Nada de sombra. El sendero de a pie puede confundirse con una ruta para bicicletas. Es fácil equivocarse con GPS ya que los tracks grabados suelen coincidir con la ruta para bicis. En principio, a partir de la Garganta del Diablo, enfilamos rumbo al pueblo de Alfarcito, pero el sendero de a pie no pasa por Alfarcito, va por arriba del pueblo. Apenas se vislumbra cuando estamos a punto de equivocarnos. No hay que bajar a Alfarcito, hay que subir una colina e ir rumbo a la escuela. El sendero no está señalizado y como desde el principio vamos por un camino ancho, la distracción nos puede confundir a que sigamos por éste hacia Alfarcito. Prestar atención porque antes de ver el pueblito el camino ancho se bifurca y hay que tomar un sendero angosto que va prácticamente delante de nuestros pasos. No tomar a la izquierda. Seguir derecho. Hay pocos lugareños, pero en todo caso, preguntar y usar “la escuela” como referencia.

Desde aquí hasta Casa Colorada hicimos un parate en la única sombrita que encontramos durante el trayecto. Vimos un arroyito también, escueto y pobre pero que sirvió para salivar unos sorbos de agua.

Pasando Casa Colorada, a 2 horas 40 de la Garganta del Diablo con paso tranquilo, llegamos a una hostería bastante lujosa. Como es baja temporada está cerrada. No hay nadie en los alrededores pero hay agua! Aleluya! nos servimos y volvemos a descansar. Durante el descanso, la mitad de los caminantes del grupo manifiestan dolores sintomáticos del mal de altura, apunamiento. No podemos continuar, así que buscamos un lugar prudente alejado de la construcción para no molestar, y cerca, justamente, de una caidita de agua. Armamos nuestro campamento y más tarde, el encargado, Reynaldo, tras rogarle y suplicarle acepta que pernoctemos allí bajo promesa de dejar todo igual que como lo encontramos y levantar campamento con las primeras luces del alba. Está prohibido acampar allí. Aquellos caminantes que se encuentren más o menos enteros podrían abastecerse de agua en este sitio y continuar una hora y media más hasta un caserío de piedra, construcciones precarias y derruidas donde sí está permitido pernoctar, aunque agua, no hay. Media hora más delante de este viejo caserío vamos a encontrar agua pero la altura no será la más conveniente para pasar la primera noche durante la travesía.

 

Día 2 de caminata, de Casa Colorada a Huaira Huasi

El camino continua en franco ascenso con efectos secundarios. Indispensables hojas de coca. El día es menos caluroso. El paisaje desértico, sin sombra. Arrugas añejas en la corteza del planeta. Cruzamos algunos caminantes, lugareños que se desplazan de un caserío a otro, al trabajo, a otro pueblo. Los maestros del Durazno, a quienes topamos varias veces. Su escuelita está en la zona de Yungas. Un día de a pie.

Poco después de dejar Casa Colorada pasamos por el caserío de piedra derruido, y un poco más adelante por el río caudaloso con su puente de madera, un lugar ideal para echarse un buen descanso. Se siente la frescura del agua, hay un poco de sombra. Podemos beber, recargar las ánforas, refrescarnos, dejar que el cuerpo se acomode un poco a la altura. Es bueno y necesario descansar aquí. Pocos minutos después aparecerán unas pampas, con el curso del río mediando. Un lugar que pinta lindo también para un pic-nic o campamento si nuestro cuerpo se banca esa altura. A poco de pasar por este plácido lugar, llegaremos a la parte más alta de la travesía, entre 4165 a 4200 metros. Quizás no signifique nada exagerado la cifra en sí, pero hay un área, el área de Puna, donde está la altura máxima y es una ancha planicie donde el oxígeno escasea, se esfuma, desaparece del aire. Es difícil respirar. No hay oxígeno en el aire. El área está señalada con una cruz cubierta de flores. Se llama el Abra de la Cruz o el Paso Cruz Alta. Es recomendable no frenar. A pesar de la incapacidad del cuerpo, la mente debe forzarnos a continuar dando pasos para salir cuanto antes de esa zona. No nos tomará mucho tiempo y es mejor para el cuerpo, la salud, para sentirnos bien, no frenar. Llegaremos a un cruce de arroyos encajonados, en un lugar protegido contra el viento, con un poco de sombra del terraplén. Otro lugar que invita al descanso y que se merece tras haber salvado con éxito la zona de puna.

El paisaje empieza a mutar, a ablandarse un poco, a presagiar su esplendor, esa mezcla enloquecida de amarillos verdes, violáceos y rojizos. El camino nunca es plano, sube, baja, da vueltas; ya no cruzamos más lugareños. Hemos andado casi 6 horas y aún no vemos ni por asomo un techito que nos haga sospechar el caserío de Huaira Huasi. No tenemos mapas ni GPS, sólo llevamos algunas notas. No hay nadie a quien preguntar. No sabemos cuánto falta. En eso, tras un recodo de la serranía vemos una casita por allá adelante y un poco en descenso. Uno de nosotros se aproxima, no hay pobladores pero hay agua. Agua que sale de una manguera ancha conectada a alguna vertiente. La casita está cerrada. Acampamos afuera, alrededor, hacemos nuestro fogón y nuestra cena. Hay agua y la noche no puede ser más infinita. En el cielo estrellado por demás, interrumpido por estrellas fugaces que lo rayan olímpicamente, suben y bajan luces sospechosas de diferentes tamaños. OVNIS.

Llevamos dos días de caminata y aún no hemos llegado a Huaira Huasi, destino del primer día. No lo sabemos, estamos a menos de media hora del lugar.

Día 3 de caminata, de Huaira Huasi a Molulo

A veinte minutos de salir del rincón quasi mágico donde hemos pernoctado, nos encontramos con la abrupta y enorme cascada de Huaira Huasi que cae y desagua cada vez con menos fervor hacia las laderas que rodean al pueblo. El pueblo es un reducido caserío con muchas más ovejas que casas o pobladores. El suelo está punteado de blancos y algún que otro lunar oscuro, la oveja negra. Es la típica postal. Una imagen bellísima entre la paleta desechada en el paisaje. Los contornos irregulares de las montañas, el valle del Huaira Huasi tan húmedo y verde como un oasis a la piedra rosa y lila, los infinitos azules en la altura, los verdes aún más profundos en los enigmas de las montañas más lejanas. A pesar de haber salido apenas, nos detenemos un poco para extasiarnos y llenarnos de este paisaje. Contemplamos, cargamos agua fresquísima y pura de la vertiente y retomamos. El sendero es muy recortado, nada parejo. Sube y baja continuamente pero además no ofrece casi ninguna planicie donde echarse a descansar un momento. Es angosto y desparejo. Va faldeando una tras otra montaña, no da tregua. Tampoco nos da tregua el clima que se desata en tormenta. Cae granizo, llueve, vuelve a caer granizo tupido. No podemos parar. No hay espacio. Sólo podemos avanzar, bajo la lluvia o bajo el granizo, en una fila india rala, pero uno detrás del otro. No hay hueco ni cobijo. Hay que seguir. Paso a paso y chubasco tras chubasco.

Todo el día es así, mientras tanto, el paisaje es cada vez más verde, y el verde cada vez más profundo, casi azul según matice el sol o la bruma. Aquella roca hosca, lila y dura, cede ante la humedad y reverdece. Se desparrama por colinas eternas como una alfombra infinita. Rasgada de vez en cuando por la sinuosidad terracota de un camino, con la estampa de un rebaño o una casita allá lejos, adonde vaya a saber cómo, alguien ha llegado alguna vez.

Tras seis horas llegamos al cementerio de Molulo. El sendero que va hacia la escuela 76 es el que sale a la izquierda. Vamos hacia la escuela porque hemos leído que ahí se puede pernoctar, pero es un momento complicado, hay padrinos de visita, soldados que están construyendo algo en la escuela. La onda del maestro tampoco es linda ni interesante como la de los maestros del Durazno que hemos cruzado antes, Fabiola y Ariel, dos grosos. Hay gente de la comunidad en la escuela, haciendo cola para recibir donaciones; nos sugieren dormir en lo de la tal Carmen pero cobra carísimo y contesta de mal modo. Decidimos ir a lo de Felipa. Nos guía su yerno que anda rengo y con una muleta. No es muy cerca. Hay que caminar casi una hora más y meterse abajo en un pozo al que hay que llegar por una pendiente abrupta que deberemos remontar al día siguiente. Mala decisión dormir allí  o en cualquier otro sitio de Molulo. No hemos visto ningún lugar donde fuera posible pernoctar antes de llegar a Molulo, salvo cerca del cementerio. Lo más recomendable sería seguir, una a dos horas más. Cargar agua en Molulo y seguir  para dormir más adelante en alguna pampa.

Nosotros fuimos a parar a lo de Felipa. Su casa son tres construcciones desordenadas y sucias. Todo está tirado por cualquier parte. Encima llueve! Hay basura por doquier, ropa mojada, llena de lodo. No hay un hueco decente. Dormimos en la habitación donde secan el charqui. El olor es penetrante. Hay costillares y carne colgada en toda la habitación, incluso hay más entre las sábanas y cobijas que hay por ahí. Es sencillamente un asco, pero no nos queda otra que armar las carpas por ahí. Algunos dentro de la habitación del charqui, otro afuera bajo la lluvia y sobre el barrial y la mugre. Uno se adapta a todo, el olfato también se acostumbra al olor del charqui. El átomo desinflamante ayuda un poco a confundir los aromas.

Día 4 de caminata, de Molulo a San Lucas

Llovió toda la noche en Molulo y amaneció lloviendo y la mañana avanzaba pero las nubes y la bruma avanzaban junto con la mañana. Había que salir. Molulo y el lugar no invitaban a quedarse. La familia cocinó algunas tortillas de harina que algunos de los caminantes compraron y comieron con beneplácito y sin consecuencias. El fuego mata todo. Al final, amainó un poco, y bajo la garúa y bien empochados encaramos. No hay marcas. No hay ninguna señalización. Nos dijeron que antes habían pasado tres caminantes. Nunca los vimos, sin embargo, como el suelo estaba embarrado, no fue difícil seguir ciertas huellas de borcegos bien marcadas. El sendero sube y baja.  La tendencia es en bajada. Molulo está a 3000 metros, venimos de los 3500, y vamos hacia San Lucas que estará a 1800 pero antes deberemos ascender a 3500 para después volver a bajar. Llueve todo el día. No hacemos paradas porque no hay reparo. No hay. No hay pobladores. Seguimos las huellas de quienes nos anteceden con la esperanza de que lleven a San Lucas. De vez en cuando levantamos la mirada hacia el cielo encapotado y siempre, cada vez que levantamos la mirada, nos sorprende una planta o un insecto extraño. Cañas de tallos violetas con hojas verdes. Flores como calas enormes estampadas de animal print. Suculentas de flores verdes y hojas azules o rosas. Es como una animación infantil. Insólitos los colores de la mutación entre la piedra y la selva, entre la altura y la jungla. Entre la oquedad del desamparo y la frondosidad, lo seco y lo húmedo estallan con consecuencias poco creíbles. O era así o la el agua de lluvia de esta zona tiene efectos alucinógenos. Caminamos todo el día, más de 7 horas. Sin parar. Sólo a veces para esperarnos unos a otros. Nos caíamos. Varias veces. El lodo se acanala y es como caminar por ríos de fango, por aludes pegajosos de barro rosado o color ladrillo. Estamos hasta los pelos de barro rosa.

Llegando a San Lucas, el pueblito se ve desde antes y eso da un último aliento para seguir andando, una de las primeras moradas es la casa de Rufina y David Tolaba, un bálsamo para nuestra triste humanidad echa agua y jirones. Rufina tiene un par de habitaciones con camas cuchetas. Algo seco por fin. Nos cobra 600 pesos por todos, somos cinco personas. Compartimos con ella el calor del fogón y la charla mientras se secan nuestras cosas.

El fogón de Rufina está en el piso. Hecho de piedras. Leña encendida en el medio y una parrillita precaria. Apenas un par de alambres. La habitación es un cubículo de un metro por un metro, una especie de chimenea que no ha sido deshollinada jamás. Las paredes son negras y brillantes impregnadas de costras de carbón y cenizas. Del techo penden estalactitas de cenizas, cristales oscuros de anhídrido carbónico. Rufina es bajita, casi como un duende. Atiza el fogón todo el tiempo, mueve las ollas en las que sólo dios podría adivinar qué brebaje bulle. Hay que estar así como ella, bajitos, porque a menos de un metro de altura se sostiene la humareda. Arriba, casi invisible un hueco pequeño como un ojo deja escapar hacia afuera un hilo de humo. Rufina nos cuenta historias del lugar, de su vida, de su familia, de otros viajeros. Nos hace reír con sus ocurrencias. Rufina es espontanea, vivaz. Fuerte a pesar de los años y el trabajo duro de los huertos y el chiquero. No se amilana. Va y viene todo el tiempo de aquí para allá.

San Lucas es un caserío encantador, de tierra trabajada y casitas de colores que parecen sostenerse enclenques sobre los desniveles de las colinas. Un río transparente cruza al poblado sobre un lecho de lajas naranjas y lilas. 

Día 5  de caminata, de San Lucas a San Francisco

Inmersos en la selva y con un día que se ofrece casi despejado y nos sacude a descubrir la belleza.  Todo lo que ayer estuviera velado por la bruma y la lluvia constante se revela luminoso. El clima no es bueno del todo. Hay nubes que surcan como estelas el cielo y no son garantía de una jornada sin tormentas. Salimos sin demorarnos, por si acaso. La ropa no se ha secado. Aprovechamos los rayos del alba para asolear un poco. El calor se siente un poco más. Estamos más abajo. En medio de la yunga. La vegetación es increíble, se multiplica en cantidad y tamaño. Todas las hojas, todo el ramerío, ha recibió una sobredosis de hormonas, siliconas, vitaminas. Hay plantas iguales a los yuyos pampeanos pero en su versión gigante. Un yuyo de sapo de tres metros, una campanilla que podría usar de sombreo. Una rama de helecho capaz de servir de techo. Flores raras, exóticas en todo el sentido de la palabra. Nunca vistas antes. Imposible nombrarlas o compararlas. Son completamente nuevas a nuestros ojos y vivencias anteriores. Igual los insectos. Hay más hay muchos, inverosímiles, dignos de Tim Burton, de colores que no cuajan. Llenos de contrastes naranjas con negro, azules fluorescentes brillantes.

El camino entre San Lucas y San Francisco es bastante fácil y, aunque ha llovido, no está barroso. Cruzamos arroyos y cascadas, bajamos hasta el curso de los ríos y volvemos a remontar las laderas. Es un camino hermoso, riquísimo. Se siente el calor pero las sombra de la jungla es amable, es húmedo y hay agua. A cada ratito hay agua.

Salimos a la ruta 83. Una ruta de tierra que une Valle Grande con el Parque Calilegua. Caminamos hacia San Francisco y nos alojamos en el camping municipal por 50 pesos cada uno. San Francisco también es un pueblo con encanto. Aquí, como pasa la ruta de autos, es más fácil conseguir de todo. En el camping hay una parrilla que no desaprovechamos en absoluto y nos hacemos un asado delicioso. En el mismo camping hay dormis y hay duchas de agua caliente que tampoco desaprovechamos. Hay una galería con una mesa grande, un espacio acogedor.

Al día siguiente iremos desde aquí a las Termas del Jordán. Están a tres horas, bajando. Después hay que subir. Es un sendero muy sencillo pero que las circunstancias del lugar y la población exigen hacer con guía. Sólo por la cuestión económica, por el curro, ya que es de muy sencillo recorrido. Cobran 150 pesos.

Nos vamos al Parque Nacional Calilegua y aprovechamos unos días más para recorrer los senderos. En un día y medio se pueden hacer todos. Son sencillos, calurosos. Acampamos dentro del parque, gratis. Hay insectos que picotean y garrapatas.

Llegamos a Calilegua a dedo desde San Francisco, también hay un transporte que pasa una vez por día.

Desde Calilegua donde pernoctamos dos noches, salimos a dedo hacia Libertador San Martín. También hay un transporte. Vuelve a llover.

 

 

 

La casa con ruedas (México-Argentina en auto) Argentina


Purmamarca-ARGENTINAAAAAAAAAAAAAAA – 10 de febrero de 2010
Con una emoción que ustedes no pueden ni imaginarse llegué a nuestra Argentina, apasionada, cara dura, intrépida, controvertida, peleadora y tan querida! Cuando vi la bandera, ahí, ondeando en el mástil como haciendo un zarandeo de zamba, distraídamente, el cartel de BIENVENIDOS A ARGENTINA, apreté el timón y me puse a llorar. Y después a reirme y después en el camino, a carcajadas.
No me pasée mucho por Chile. El paisaje del norte chileno continúa la monotonía del largo desierto peruano. Ayer salí de Perú, llegué a Chile, dormí en Chile, hoy estoy en Argentina, hice uns cuantos más de mil kilómetros en el tramo, ya superamos los 15mil desde el inicio de la travesía en Guanajuato.
Salida de Perú, de Monquegua, cruce de la frontera Tacna-Arica. En la migra peruana siempre se exige un papelito más que en cualquier otra frontera, un trámite más, pero nada hay de complicado y detallista como la autoridad chilena. Son insoportables en ese aspecto. En el camino entre Arica y el paso de Jama, tuve 4 controles de aduana. El peor fue el primero, entrando a penas a Chile porque además de revisar todo el auto, hay que bajar todos y cada uno de los bultos y pasarlos por un scanner. Con el desparramo que a esta altura del partido yo tengo en el auto, esto me llevó un rato largo, ya que hay muchas cosas fuera de lugar.
Hubo un momento triste, el de tener que dejar al duende del árbol que viajaba en la puerta derecha. El duende del árbol que vivió en una maceta en mi oficina de Don Quijote durante añossss, que viajó conmigo hasta que una chilena con autoridad, demostrando todo su poder sobre nosotros inofensivos pero fuertes, dijo «esto no pasa». Para casi cualquiera era un palito de mierda, pero no para nosotros. Fue feo dejarlo ahí, pero acepto que quizás, tenga otra misión que cumplir ahora que yo, casi voy alcanzando esta meta.
Después de eso, iguiendo con el trámite, hay que llevar el auto a una playa donde lo pasan por un scaner, le hace una especie de tomografía, a ver si adolece de cocaína, fusiles, o más duendes ocultos.
Salí como tres horas después de la frontera con Chile y arranqué para Arica. Tuve que entrar a esta ciudad a cambiar dinero, en la frontera no había cambistas y además necesitaba cargar gasolina. Lo llené y con ese tanque hice todo el tramo hasta Calama, como 800 km. Gasolina de 95 en Chile 623 pesos chilenos.
Cabe aclarar, al margen, que a pesar de lo complicado, tedioso y cargoso que suele ser cruce de frontera Perú-Chile, gente hincha pelotas, todos los peruanos y chilenos, sin excepción, que encontré en lo cotidiano y con los que charlé un poquito, me cayero re amables.
Después de conseguir pesos chilenos, ayer, un dólar es 545 pesos chilenos, salí hacia Iquique para llegar a los cerros Pintados, pero no me gustaron, no me gustó el lugar para quedarme ahí, así que seguí. Hay poco y nada en la ruta. No hay ni una gasolinera, en Chile le dicen grifos, ni un hostal, ni casi ningún lugar para comprar comida. Pensé en dormir en Quillagua, que marca un pueblito en el mapa. En Quillagua, oh sorpresa, hay otra oficina de aduana pero ni pueblo ni hotel. Unos muchachos me aconsejaron seguir hasta Calama, eran las 9 de la noche. Descubrí que manejar de noche, si la ruta está buena, es muy lindo. Dos horas más a Calama, a las 11 pm, el simpático viejito, Eugenio, me abrió la puerta del hostal y no demoró ni dos minutos para calentar el agua y como dijo él, tomar unos matecitos, aunque después, amargo, no le gustó.
Esta mañana di una vuelta por Calama y antes de salir de Chile pasé dos controles más de aduana, más breves, sin scaner.
A Argentina!!!!! Todo bien con los papeles, con visualización del vehículo pero sin bajar las cosas, tengo el permiso para estar tres meses con el auto en Argentina y ver mientras tanto cómo funciona la ley para ver si se puede quedar y seguir siendo funcional a alguien que lo necesite, pero ya. La autita va cumpliendo su cometido. Estoy en un camping en Purmamarca, la ciudad está re linda, la plaza colorida, el mercado, y ya con la carpa en pie, en un revoltijode más de 20 carpas, casi todos argentinos, charlando, parloteando, tomando mates con los paisanos y con una felicidad que no me cabe en el cuerpo.
No puedo subir fotos porque me cambiaron las patitas de los enchufes, así que me reservo la batería que me queda hasta que consiga un adaptador.
Todo cambió de golpe, venía con una especie de abatimiento arenoso, si bien el mar y la música, vengo gastando a Soledad Bravo, me la canto -grito, vocifero- en las más de 300 canciones que me grabó mi Rau. Pero todo cambió, de golpe el paisaje se pintó de colores, las vicuñas de Coquena corren por los campos de pastizales bajos y aunque escasos, verdes, los cerros se tiñen de celestes, rojos, temibles violetas, los cactus llegan hasta el cielo, las nubes son rebaños y el aire que se filtra por la ventanilla toca una música de ocarina.
Estoy contenta. Falta un tramo, varios tramos hasta SanClemenchi.
El viernes, con este brisa que canta y acompaña mientras yo también canto, llegaré a San Pedro, primer tramo.


Santiago del Estero- ARGENTINAAAA – 11 de febrero de 2010
Si todo va como hasta ahora, mañana a eso de las 6 de la tarde entro a San Pedro. Ni yo que emprendí esto lo puedo creer. Si me pongo a pensar que allá andaba por Honduras o por Panamá y que ahora estoy acà, acà, a màs de 15 mil kilómetros de Guanajuato de donde salì el 31 de octubre. 15 mil y pico de kilómetros que serán 16 mil por cómo marcha el contador, engordados por ese desvío ansiado, obligado y que resultò fructìfero por demàs, llamado Venezuela.
Estoy tan feliz.
Voy en la ruta y no dejo de repetir la frase cèlebre de Jorge, QUÈ PAÌS QUE TENEMOS!!!!! El norte argentino es tan precioso, es una gema en estado natural. El aire huele a palo santo. No pude dejar de parar varias veces hoy en el camino. La Quebrada de Humahuaca, Tucumàn, què lindo està el jardìn de la Repùblica, despuès Termas de Rìo Hondo. Calor que no claudica. Silencio de siesta. Chicharras. Susurro de hojas. Respiro.
Lleguè a Santiago y acampo, en el camping Las Casuarinas, rodeado de parques, árboles.
Hay tres carpas locas contando la mìa. Pasa un muchacho. Nos saludamos. Pregunta obligada «de dònde sos». Respuesta al unìsono «DE SAN PEDROOOOO!!!» No se puede creerrrrrrrrrrrrr. El muchacho se llama Leonel Lòpez Villanueva y estudiò saxo en el conservatorio, asì que manda saludos para Eleonora, para Chichì y para Ronzani, va para el norte, de travesìa y aventura. Tomamos mates. Despuès nos vemos. Yo salì a caminar por esta Santiago que ya se levantò de la siesta. Esta ciudad està brilla. Yo no sè, quizàs es mi corazòn, mi alma los que hablan, pero yo veo una Argentina que brota. «Què paìs que tenemos». Yo veo los campos verdes, llenos de matas encrespadas que parecen lechugas -no sè que son- de un verde oscuro brillante, un verde màs para los indescriptibles que encontraba en Amèrica Cetral y con tanta dificultad y escasez de palabras para nombrarlos, lograba describir.
Desde que crucè la frontera, desde uno poco antes para ser sincera, desde que aquel desierto mustio se empezò a poner a naranja en Atacama, no hay paleta de pintor ni muestrario de pinturerìa que alcance para matizar los colores de nuestra Argentina y ademàs el llano. El llano anhelado. Vengo de sierras, montañas, casi todo el camino con un muro a mi costado, a mis espaldas o a esquivar en el frente, y ahora el horizonte infinito, ese que segùn Sylvia Iparraguirre -otra vez la convoco- nos permite galopar sin necesidad de llegar a ninguna parte sino solamente seguir cabalgando. Nada nos detiene.
Gracias a todos los que comparten esta travesìa conmigo. Todavìa falta un trecho que no puedo adjetivar ni grande ni pequeño porque en esta circunstancia en que me encuentro, es las dos cosas.
No sè dònde me toque parar cuando llegue a la ciudad madre, San Pedro, pero mi casa sigue rodando y la carpa es tan fiel compañera como la autita -balneario municipal? O algùn patio por ahì? O algùn techo?-. Anoche lloviò a chaparrones en Purmamarca, oì quejas de los vecinos, se les mojaban las cosas, a mì, en ese reducto que a simple vista no garantiza ser refugio seguro, no se me mojò nada. Dormì con el murmullo en el declive azul de las paredes livianas, abrigada, hasta que me despertó la mañana de los pájaros.
Hay fotos. Iràn todas juntas en pròxima presentaciòn. O veanlo con sus propios ojos. Es tan hermoso ser testigo en el camino. Yo no podìa imaginarme mi vida sin el viaje. Haber hecho este recorrido, lo que llevo hasta hoy, no lo cambio por haber hecho en estos meses ninguna otra cosa. Faltan menos de mil kilómetros hasta San Pedro, algunos màs hasta San Clemenchi. Me siento en casa. Què raro. A veces me dormìa con la necesidad de ir a mi casa y dudaba, me preguntaba «adònde queda». No sabìa. Mi casa es acá, aunque pase de visita, aunque no permanezca. Argentina es mi casa. Y por acà nos vemos.
Gracias por los consejos que me dejò anónimo acerca de rutas. Voy por la 34, la que pasa por Rafaela.
Gracias por los que esperan con vinitos, mmmm, tenga por ahì hepatlagina, mi hìgado vino mal de fàbrica.
Van abrazossssss a todossss, mañana comenzaràn a ser dados.

San Pedro-La ciudad donde nacì-El hogar- 14 de febrero de 2010
Hace dos dìas los carteles de la ruta enumeraron de forma regresiva los kilòmetros para llegar a San Pedro. Lleguè. Llegamos. Llegamos todos, los que fuimos en la autita, el turquito Hasan, algunos miembros de la familia de Coco, el duende del árbol pero sin el árbol, Pinochio, el espíritu de Michel querido, y la propia autita, los que, fugaces en el camino, se despidieron con un abrazo de aliento para no transigir ante las dificultades y seguir andando, los que se bancaron el blog con las buenas y las malas ondas que explotaban de mi alma segùn las circunstancias y entonces, aquellos que no dejaban de escribir para acompañar con palabras cargadas de energìa, de la buena.
Llegamos todos, por ahora hasta San Pedro. GRACIAS!

La casa con ruedas, viaje completo

https://marialaqueviaja.com/4321-2/

En la Huella Andina-Diario Río Negro

De Aila al refugio Auquinco, otras cuatro etapas del gran sendero patagónico narradas por María Taurizano. Una travesía inolvidable en primera persona.

Leer aquí:

http://www.rionegro.com.ar/voy/en-la-huella-andina-JRRN_1168498

 

Huella Andina recorrida por primera vez

Entrevista para la revista digital Sólo Camping acerca de la Huella Andina.

Leer más:

https://www.revistadecamping.com/tag/maria-taurizano/

 

TEXTO de la NOTA

Huella Andina recorrida por primera vez

María Taurizano es la primer persona en haber completado todas las etapas habilitadas del Sendero Huella Andina durante el verano de 2013,

éste simple y concreto dato no revela sin embargo lo más relevante … su enorme y profunda pasión por la naturaleza, un espíritu nómade y su cálida sencillez.María es esa escasa clase de personas a quien uno se quedaría escuchando por horas sus aventuras, experiencias y pensamientos que inspiran a idear y llevar adelante aventuras. Y aunque ella diga que se extienda demasiado en sus respuestas, no hay dudas que al leer esta entrevista vas a pensar lo contrario deseando que hubiese contado más !

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 – María, ¿cómo nació la idea de hacer el recorrido de Huella Andina?

La idea de hacer la Huella Andina fue el inevitable caer en la tentación apenas enterarme de que dicha Huella existía. Yo había ido a la oficina de Parques Nacionales, en Bs As, a pedir información acerca del Lanín, ya que mi idea era subir al volcán. Cuando me atienden, empiezan a sacar folletería y aparece esta novedad “la Huella Andina”, así que ahí nomás empecé a barajar la posibilidad de cambiar de idea. Ya había hecho una ruta larga antes, la Ruta Lycia, 509 km sobre los montes Tauro en Turquía y a la vera del Mediterráneo, y este tipo de travesías, que a la vez son un desafío físico, una invitación a la aventura, y significan sumergirse en la naturaleza salvaje y la incivilización, a mí me enloquecen. Si algo así se me mete en la cabeza es muy difícil que lo deje de lado.

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– ¿Dónde conseguiste info previa? Descargaste una topoguía ¿de dónde?

Primero tuve un mapa, sencillo, incompleto, de los primeros trazados de la Huella, y sin explicaciones detalladas de las etapas. Simplemente era un folleto de promoción del “sendero más largo de la Argentina”. Busqué en internet y encontré en una página que no recuerdo pero que promociona el turismo en Argentina, un documento en Adobe con 24 etapas ya habilitadas de la Huella Andina. Ese documento me lo descargué en una netbook que llevé conmigo. Incluye una explicación de cada una de las 24 etapas, un mapa con el trazado, un gráfico de alturas y desniveles, y algunas consignas importantes para tener en cuenta cada día, como “no olvidar cerrar la tranquera”, o “llevar zapatos extras para vados”, recomendaciones así, además de poner si hay alguna posibilidad de transporte urbano o de servicios o proveeduría en los puntos de salida o llegada.

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– ¿Cuántos días habías planeado que durase y cuántos te llevó finalmente?

Me llevó lo que había pensado. Eran 24 etapas, al menos las que tenía programadas de acuerdo a esa topoguía. Como hay puntos en que hay que desplazarse por ruta de un punto a otro para retomar ya que faltaría unir tramos mediante sendas, yo había calculado que ahí perdería un día entre salir de una ciudad y llegar a otra para seguir caminando temprano al día siguiente. Así que yo había calculado 26, 27 días. Al final fueron 29 días, con dos etapas más en el programa. El Krugger completo -ida y vuelta sin enlace lacustre- que fue cerrado por emergencia meteorológica, y el Baguilt que no yo no lo tenía contemplado pero que al enterarme que ya estaba abierto y siendo además el final de Huella Andina, decidí realizar.

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– ¿Te preparaste físicamente antes? ¿Qué consejos le darías a una persona que quiera hacer Huella Andina o parte de la misma?

Yo no voy habitualmente a un gimnasio, le pongo dinamismo a lo cotidiano. Muchas veces me han preguntado por qué mis brazos son musculosos y yo me río y digo que es de pasar el trapo. Siempre hice la gimnasia hogareña doblemente productiva, y además con alegría; puede sonar gracioso pero llevo el peso de las bolsas del supermercado repartido en las dos manos y camino a casa haciendo bíceps, o llevo la mochila para caminar con 14 o 15 kg de peso en la espalda. Camino mucho, y desde chica hice actividad física, quizás más inclinada a lo artístico como gimnasia artística, acrobacia, patinaje artístico, o diferentes tipos de danza. Esta vez, pensando en una escalada, iba caminando a una escuela de campo donde fui suplente un par de meses y volví a hacer un mes de telas y aerobic en un gimnasio, pero más que nada es el dinamismo puesto en lo cotidiano, a conciencia, barrer apretando abdominales y glúteos, haciendo tríceps entre las sillas de a ratos, y caminando bastante, con las bolsas, la mochila cargada, subir y bajar las escaleras en lugar de usar el ascensor, y sobre todo la alegría y el optimismo.

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– Contanos brevemente el equipo que con que hiciste el trekking: mochila, carpa, calentador, tipo de ropa y calzado, etc. ¿Cuántos kg llevabas aproximadamente? Y ahora que finalizó ¿te faltó llevar algo?

Yo no tengo equipo. Mi equipo es muy rudimentario, y hace tiempo que estoy pensando en renovarlo. Lo necesito. Lo que pasa es que es caro y siempre primero saco pasaje y relego el equipo, pero lo necesito. Lo único bueno que tengo es una bolsa de dormir que me salvaría hasta arriba de un glaciar porque es 1 kg de pluma, es lo único. La carpa es de juguete, la compré en un supermercado en México y es para que los niños jueguen en el jardín, pero resiste, no sé si a fuerza de mi fe y mi voluntad que le ruego desde adentro que no se llueva. No tiene más sobre techo que un cuadradito de tela. Pero resiste. La mochila es una mochila vieja que no tiene ningún tipo de separación con la espalda, de hecho me hizo una ampolla por el roce en la lumbares, que luego se convirtió en una llaga y luego ya se secó y endureció; la mochila no tiene el gancho para la cintura, así que le hago un nudo que a cada a rato tengo que volver a atar y ajustar porque se va aflojando. Ropa es toda ropa común. No tengo ni un par de medias para caminar o correr, ni una camiseta traspirable, ni un pantalón de trekking, ni una campera de duvet o goretex. Las botas estuvieron bien y dejaron sus huellas. Se la re bancaron. No son muy famosas, se llaman Confortex y las compré de emergencia en Bulgaria cuando las montañas Rila acabaron con las que llevaba. Tampoco pude comprarme la marmita, pero me compré una pavita de bazar y una olla que mandé derecho viejo al fogón y jubilé totalmente negras al final del viaje. Arranqué con 18 kg porque llevaba comida por demás de Bs As. Comí muchos fideos y polenta los primeros días, para alivianar, y seguí todo el camino manteniendo un promedio de 15 kg y comprando comida donde sabía que seguro iba a encontrar, para los días en que no habría proveedurías. Ni más ni menos comida, a veces más menos que más, con tal de no llevar peso en exceso, eso sí, la netbook firme para escribir el blog y ver los documentos que llevaba. Después, otro tema, era poder cargarle la batería. En cuanto a si me faltó llevar algo… nada indispensable, pero sí pienso que aunque se puede hacer la Huella Andina con un equipo básico -nada más básico que el mío- si uno puede hacerse con una buena mochila, con un buen calzado, con elementos livianos y pequeños, como por ejemplo una toalla de esas que son ultradelgadas pero secan que yo tampoco tengo aún, entonces todo eso suma para hacer más ameno el esfuerzo. Yo me arreglé bien con lo que llevaba pero reconozco que tengo un gran poder de adaptación a todas las circunstancias y carencias.

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 – ¿Dónde empezaste el recorrido y cómo fueron las primeras etapas?

Viajé de Bs As a Junín de los Andes para empezar desde el Parque Nacional Lanín, lago Huechulafquen, la caminata a la base del Volcán Lanín. Esa es la primera etapa que señalaba la topoguía. Luego supe que habilitaron el lago Ñorquinco más al norte, y ahora ya tengo nuevas obsesiones instaladas en el cerebro. Como primera etapa hice base en el Volcán Lanín, hacia la cara sur, camino de ida y de vuelta porque ahí no se puede dormir. Después fue del Huechu hacia Aila, sencillo y con la sorpresa que nunca antes me había pasado en otras caminatas por el mundo de tener que abrir con total confianza varias tranqueras y pasar por propiedades. Nunca olvidar cerrar las tranqueras. Ya desde las primeras etapas me fui dando cuenta que aunque dijeran “población” como en el caso de Aila, se trata de una sola familia, una sola casa, normalmente a cargo del espacio para acampar y con casi nada que ofrecer al caminante, pan casero y tortas fritas en la mayoría de los casos, pero no en todos.

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– Hay etapas clasificadas como difíciles, ¿las recomendarías para gente que no tiene ninguna experiencia en el tema trekking?

Yo creo que si yo lo hice, cualquiera puede hacerlo, pero yo daría algunas explicaciones más detalladas acerca de esas etapas más difíciles. Igual fácil o difícil es muy relativo. A mí no me cuesta treparme a las piedras enormes que hay antes de llegar al Jakob, pero me cuesta un montón orientarme en medio de los descampados, y por eso se me hizo más difícil llegar al Camping Kaleuche o a Wharton que al Jakob. Igual pienso que para alguien que no tiene absolutamente ninguna experiencia en trekking, si bien creo, estoy segura, que pueden lograrlo, hay que anticiparles algunas cosas, como qué tipo de terreno será el que hay que trepar o descender abruptamente como los acantilados del sendero a Desemboque, o si llegaremos a un lugar donde no hay absolutamente nada ni nadie como el Refugio Rincón de Pinos o la Tapera de Lagos, qué es un mallín y cómo es mejor pasarlo, después cada uno reflexionará y decidirá de acuerdo a sus posibilidades.

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– Contanos de las etapas que más te costaron y ¿por qué?

Probablemente las que más me costaron a mí no son las de mayor dificultad técnica. A mí me costó llegar del Steffen al Kaleuche, un camino anunciado como sencillo. Sin embargo yo salí del Steffen y después de caminar una hora llegué al Steffen. Sí. Tal cual. No es un error de redacción. Me perdí y volví sin querer adonde había salido y me di cuenta que en vez de bajar el río Manso, lo estaba remontando otra vez hacia sus nacientes. Había marcas, pero eran para la gente que hubiera deseado ir alrevés que yo. Yo iba alrevés. Y ese día fui alrevés muchas veces porque en dos descampados abiertos que crucé, en uno con algunas ovejas y un caballo, y en otro sin más que unas rosas mosquetas salpicadas por ahí, las dos veces salí mal, de tal modo que en lugar de salir a 300 metros de la gendarmería de Villegas, salí a 3 km y no sabía dónde estaba. Y esa no es una caminata que se diga de dificultad alta, pero a mí se me hizo larga porque me perdí. Lo mismo para ir a Wharton. Yo a Wharton no pude llegar y estaba tan fastidiada que hasta me dije “hasta acá llegó mi Huella Andina”, pero después, ya en un camping, bañadita y fresca, me volvía el ímpetu, le fuerza, el deseo de vencer el desafío y retomaba.

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– ¿Cuáles etapas disfrutaste más y por qué?

Disfruté todas, pero en algunas los momentos intensos no me daban tregua a la emoción. La subida al Jakob desde el arroyo Casa de Piedra, desde sentir el estruendo del arroyo a poco que uno empieza el sendero, hasta los bosques amables, y la sensación más fuerte de la Huella cuando llegás casi a la altura del Jakob y el bosque se convierte en pura piedra, piedras enormes por las que es preciso trepar, ya no sólo caminar, y a tu izquierda tenés una cascada que se suicida y sin embargo sobrevive en belleza pura a los ojos de uno que está ahí. Esa parte fue sublime, y lo mismo, después de llegar, sentarse junto al lago Jakob. Yo sentí algo muy especial y diferente ese día. Plenitud. Lo mismo a la mañana siguiente, ascendiendo al paso Schwaizer por todo ese pedrero y precipicio y la laguna de los témpanos, y uno tan cerca del cielo y de la cúspide de los riscos y tanta paz. Después ya el arroyo Casalata y los mallines, medio me sacaron canas verdes, y no quiero saber nada de mallines. Prefiero las piedras. Otro día que la caminata es por demás interesante y variada es cuando vas desde Laguna Verde hacia el Refugio Rincón de Pinos, es una caminata muy rica porque de bordear la laguna y caminar por el bosque subís hasta donde está el volcán Achen Ñiyeu y después el Portezuelo del Auquinco y después otra vez bosque, y al final valles y pampas hasta el Refugio. Me encantó la costa del Lolog al día siguiente, en Refugio de Auquinco, y la caminata a Puerto Arturo que no estaba señalizada pero es clara y que se trae su emoción también. Hay que vadear el río ancho y bastante profundo, y sobre el final tiene tres trepadas emocionantes. Me encantaron también las vistas del Puelo caminando al Desemboque, se ve hasta Chile! Es como ver el mapa al natural y caminarle por arriba al mapa, y ya descendiendo al río Epuyen también te corre la adrenalina hasta las patas y es un discurrir del agua calma al agua tumultuosa, como si fueran aguas de diferentes edades, tranquilas ancianas las del lago o infantiles juguetonas traviesas las del río. Me conmovió ese panorama y me vuelve a conmover al contarlo. Pero todas las etapas tuvieron su parte de encanto, qué sé yo, caminar bordeando el lago Rivadavia hasta el río Rivadavia, vivir un día en una chacra con personas sorprendentes, tan gauchas como cultas, por demás de cordiales, ensillar una yegua y salir a ordeñar las vacas o arriar las ovejas, llegar a la laguna Escondida temprano en la mañana y ver primero su propio reflejo antes de ver la laguna misma, descubrir que el Baguilt es diferente a todos los demás lagos, que del otro lado del Huechulafquen uno no tiene más remedio que arrodillarse ante el majestuoso Lanín. Todas las etapas tienen un encanto propio y no creo que haya habido ninguna en la que sin querer y en voz alta, hablando sola, o con los árboles, se me salieran expresiones como “qué hermosura”, o “qué belleza”.

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– Al final de las etapas ¿acampaste siempre en un camping? ¿qué te parecieron los campings en general?

No siempre acampé en un camping porque a veces no había, por ejemplo en Rincón de Pinos, Rincón de Auquinco, o Tapera de lagos. En los dos primeros acampé afuera de los refugios, y en Tapera de lagos no hay nada más que una pila de maderas de lo que alguna vez habrá sido una tapera. No hay nada ni nadie, salvo pumas, dicen. En otros lugares no se puede acampar al llegar, como el bosque de Arrayanes, así que lo hice ida y vuelta, y en otros como al cruzar la zona de chacras entre el Manso y el Foyel y hacia el lago Escondido, tampoco hay campings pero me quedé en la chacra de Abraham Troncoso donde fui más que bienvenida y recibida como un huésped aunque le cayera como peludo de regalo. Paré en campings de diferentes tenores. Todos constan en mi blog para más detalle. En general son lugares donde no hay electricidad, algunos tienen un generador que encienden en las noches, pero son lugares donde no siempre se pueden cargar las baterías de las cámaras por ejemplo, y es algo a tener en cuenta si uno quiere documentar la travesía. En casi todos los campings, las familias a cargo, gente del lugar, hacen pan casero y tortas fritas. Algunos tienen proveedurías, sencillas, y en general también, bastante caras. Algunos tienen duchas, algunos… no todos, algunos ofrecen un excusado, otros nada, ni una mesa de palos, o un fogón hecho nada más que de un círculo de piedras e igual te cobran. Y hay otros muy completos, como en Wharton que a pesar de ser un puesto nada más, tiene wifi y un baño regio azulejado y con ducha caliente o el Kaleuche que tiene una cabaña de madera enorme decorada con excelente gusto, o el de la UBA en Villa la Angostura que a pesar de lo estrecha del área de acampe ofrece un servicio inmejorable. Todos están en el blog y allí también están los precios y algunos datos más de cada uno. Yo, como mencioné antes, me adapto fácilmente a las circunstancias, y siempre sentí que habiendo agua y leña, estaba salvada porque siempre llevaba algo para echar al fogón. En algunos campings como el de Termas de Epulafquen, el Kaleuche, o el de Río Azul, o mismo en lo de Troncoso, sentí un compromiso serio y entusiasta con el proyecto Huella Andina.

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 – Tema comida: ¿conseguiste siempre para comprar en los campings u otro lugar al final de cada día? ¿qué llevabas siempre en la mochila para comer o cocinar?

Calculaba los días que tenía entre urbanidad y urbanidad, digamos entre San Martín y Villa la Angostura, por ejemplo, y llevaba algo como lentejas, o polenta, o fideos, contando al menos una comida fuerte por día. Llevaba sobres saborizadores, cubitos de caldo, queso rallado, un par de sopas, y siempre cosas pequeñas pero energizantes como maní, nuez, garrapiñada, turrón, chocolate, y también galletitas y algunos caramelitos dulces. Infaltable siempre, la yerba para el mate. La yerba mate tiene minerales como potasio y magnesio y aunque para nosotros es una tradición, ayuda mucho a recuperarse y a arrancar con energía. Para mí el mate es esencial y sé que podría sobrevivir varios días caminando y tomando sólo mate.

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– Alguna anécdota o historia linda del viaje que vayas a atesorar en la memoria.

Si pienso en cada día, cada día hay una anécdota atesorada. El tema de que hubiera pumas en Tapera de lagos es afortunadamente una anécdota con final feliz, porque no hubo, o no tocaron a mi carpa. Evaristo, un baqueano del camping Cataratas desde donde más o menos arranca el sendero para subir a Tapera, me preguntó alarmado que cómo me animaba a andar sola por ahí, que por ahí había pumas. Yo muy tranquila le dije que de todas maneras los pumas tendrían otras cosas para comer, otros animalitos para cazar, y el hombre ladeando la cabeza medio de refilón, me decía con tonito no se creaaaa eh? Mire que la cenizas ha raleado mucho todo, todo menos los pumas. Yo por supuesto encaré. Tapera de lagos como escribí antes es un páramo en medio de la montaña y el monte, con un arroyo a algunos metros. Armé la carpa, encendí el fogón, y entrada la noche me metí en la carpa. Al lado de la cabeza dejé un cuchillo tramontina y el gas pimienta y me puse a pensar en los pumas. Los pumas son felinos, pensaba, como los gatos; los gatos salen de noche. Pensé que si escuchaba la garrita de un puma en la lona de la carpa agarraba el cuchillo y lo miraba de frente, pero después pensaba, un puma, un puma, pero ¿y si vienen de a cuatro? Y entonces decidí dormirme y dejar que la naturaleza sabia hiciera los suyo. Lo último que pensé esa noche fue, y bueno, si me tienen que comer… que me coman. Otro hecho medio inesperado fue hundirme en un mallín en la bajada del Casalata hacia los Césares. Yo no estaba preparada para esa contingencia, a ese extremo, y la verdad es que ahí me asusté más que con la posibilidad de pumas. Iba tanteando el terreno, con el barro un poco más arriba de los tobillos y que se me iba metiendo en la caña de las botas. Tenía los pies completamente ahogados en barro. Las marcas se han perdido en esos mallines, así que trataba de pasarlos por donde me parecían menos profundos, pero el fango es oscuro y traicionero y en una de esas, tanteé, apoyé el pie confiada y el mallín me chupó la pierna entera hasta la cintura. No sé cómo hice para tirar hacia atrás, no sé con qué fuerza pude despegarme y que además el barrial no me succionara la bota. Pensé que la perdía. Salí, y me imaginé desapareciendo con mochila y todo ahí abajo en las cavernas del pantano y al sombrerito solo flotando en los pastos. Por suerte es sólo una pintura de la imaginación. Y algo completamente increíble fue lo que me pasó en la laguna Escondida. Tan escondida como su nombre. Poca gente llega hasta ahí. Yo llegué temprano. Me senté en unos troncos a admirar los reflejos en el agua y aparecieron cuatro personas hablando en inglés. Eran de Estados Unidos. Se sentaron a charlar, como hablo inglés, lo hicimos en inglés. Nos preguntamos de dónde éramos y qué hacíamos por ahí. Yo les cuento que normalmente viajo, que soy nómade, que vivo por aquí y por allá, que camino, y que voy a Palestina y trabajo en el Valle del Jordán, los beduinos, la zona C, y hablo y hablo. Cuando hablo acerca de Palestina, tengo mucho que contar y es difícil que haga un punto y aparte. Cuento lo que sé, lo que los medios no dicen, lo que otros por ahí no saben porque nadie se los dijo, porque no lo escucharon pero sin embargo es una herida del mundo. En un momento, una de las personas, Stephen, dijo que él cada tanto hace algo que es un ritual y que siente que en ese momento debe hacer ese ritual conmigo. Mientras habla saca una billetera y escarba en un bolsillo pequeño de la misma. Yo pienso que sacará una foto, un amuleto, una piedra, un símbolo. No. Saca un billete de 100 dólares doblado en tres y me lo da. El otro hombre, Bob, saca fotos y registra el momento. Le digo que no, que yo no puedo tomar el dinero. Pero él me dice que tengo que agarrarlo porque él sintió que es el momento de ese ritual y que ese dinero es para Palestina, que él puede hacer eso y que de hecho lo viene haciendo desde hace tiempo, y me cuentan una historia parecida, quizás el ritual anterior, con un taxista. Estoy tan sorprendida que no se bien qué le dije, sé que se lo agradecí en árabe y en nombre del pueblo palestino. Después me fui el resto del camino un poco preocupada pensando cómo voy a hacer para que el dinero llegue adonde tiene que llegar.

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– Un mensaje a aquellas personas que no se han puesto una mochila en la espalda para caminar en la naturaleza y se preguntan cómo será.

Llevar una mochila en la espalda y caminar en la naturaleza sin que se nos ofrezca en el camino ninguno de los servicios que nos ofrece y de los que nos envicia la urbanidad, no es tan difícil, ni tan pesado, ni sólo para valientes, ni sólo para unos pocos que deben tener estado físico y ser fuertes. Yo siempre digo que si yo lo hago, cualquiera puede hacerlo. Ahora bien, mucha gente puede haber decidido que no le gusta el reto o esta forma de andar. Si así lo afirman es porque no han probado. Se están perdiendo una experiencia sencilla y única, una experiencia que nos ayuda a aprender de nosotros mismos, porque el camino con la casa a cuestas y a través de senderos, dura muchas horas cada día, y son horas de comunicación en exclusivo con los sonidos de la naturaleza y con el propio interior. La única manera de poder adentrarse verdaderamente en la naturaleza, es esta, caminando. Hay muchos lugares a los que solamente podemos llegar de a pie, lugares que nos esperan. La llegada allí, después de haber dado cada paso, sabe muy distinto en nuestro interior a aquel lugar donde hemos sido transportados por otro móvil que no sea nuestro propio andar. Además llevarnos la mochila nos enseña el valor de lo necesario. Darnos cuenta que tenemos tanto y necesitamos tan poco para sentirnos plenamente felices.

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Entrega de Diploma y Regalos-Huella Andina



Gracias a la gente de Huella Andina, Parques Nacionales, Asociación Argentina de Guías de Montaña y al Ministerio de Turismo de la Nación, donde hoy me hicieron esta entrega. Mañana me acercarán una mochila técnica y un pantalón de trekking. Gracias a la gestión de Antonio Toncek del diario Rio Negro, a Marcelo Cora. 
Muchas gracias!!!!!
Gracias por este emprendimiento de gran envergadura y con aspiraciones a más.

Gracias a Ale y Emanuel del camping Pichi Cullín en Puerto Canoa, a Quique de Termas de Epulafquen y a su familia, a Horacio Pelozo de Huella Andina, a todos los guardaparques desde el Lanín al Baguilt, a Evaristo del camping Cataratas cerca de Traful, al camping de UBA de Villa la Angostura especialmente a Maggie y a Myriam, al camping Goye de Colonia Suiza, a Aisa del Jacob, a Juan Pablo de la Querencia en el Mascardi, a los Montero del Steffen, especiales a Kike del Caleuche en el río Manso, y a don Troncoso, a la familia del camping en Wharton, a Roberto de Río Azul, al camping Las Rosas de Lago Puelo. 

Gracias especiales a Diana Ellis y a su familia. 
Gracias a mis amigos, a mi familia, especialmente a mis hijos por alentarme siempre a seguir dando un paso más y acompañarme cada uno a su manera. 

Etapa 26-De Ruca Nehuen a lago Baguilt

El sendero final de la Huella Andina. Un día de bruma, llovizna, y algo de viento que se acentuó en las alturas, nos acompañó. Digo «nos» acompañó, porque en esta última etapa me acompañó un alma sureña, Diana, una amiga a quien conocí en Trevelin hace muchos años pero con quien la amistad nos ha ido cruzando los caminos, y esta vez la Huella, a pesar del tiempo sin vernos personalmente.
Salimos temprano porque el plan fue caminar la Huella al Baguilt de ida y de vuelta. Son 16.5 km, por lo tanto ida y vuelta, 33 km. Según la señalética se tardarán 6 horas y media de ida. Nosotras tardamos ese tiempo de ida y de vuelta, en total. Claro que como no acampamos en Baguilt, nuestra carga en la espalda se redujo a lo necesario, una botella para el agua, algo para comer en el picnic, y la cámara de fotos. Hicimos un pequeño picnic junto al Baguilt, no muy largo porque el viento nos atosigaba y se ponía fresco. Los nubarrones jugaban carreras en el cielo, y las aguas estaban turbias, pero solemnes. Es un lago diferente y que vale la pena porque está salpicado de piedras agudas y rodeado de bosques. La senda es fácil, en su mayoría un camino ancho, de piedra a veces, de tierra en otros tramos. Pegamos varias patinadas y yo por suepuesto la esperada caída, para mí no existe travesía sin caída, sobre todo, y siempre, en bajada. Se cruzan varios arroyitos, y durante el camino es posible cargar agua. Las vistas del Río Grande, de los valles al inicio del camino, los cerros que al principio ocultan al Baguilt y después, cuando uno lo rodea develan tras una bajada todo el lago de frente, vistas magníficas. Apenas unas luces de sol reflejan los verdes que deben ser un espejo en días más calmos.
La senda está bien marcada, es clara, hay algunas bifurcaciones y dos posibles entradas al lago. Las bifurcaciones se reúnen en el mismo lugar. Durante el camino se cruzan dos tranqueras, un puesto, alguna que otra casita, y un interesante colectivo abandonado con un entarimado de madera adentro donde se puede obtener refugio si la inclemencia arrecia.

El fresco, la niebla, la llovizna, fueron buenos compañeros en el camino.
Aquí termina este estupendo proyecto de 540 a 560 o más de 600 km de Huella Andina Patagónico. Un proyecto maravillosos, de gran envergadura, y al que habrá que apuntalar a fuerzas de nuestros pasos, haciendo camino al andar, para que la Huella resista al tiempo y sean muchos más los que puedan disfrutarla.

Etapa 25-De Villa Futalaufquen a Lago Krugger, cancelado…

-Te estaba esperando me dijo el guardaparques de mirada sabia. Se cancelaron las sendas de altura por la emergencia meteorológica.
Yo me había levantado hecha un alud de buenas ondas. No llovía. Aparecían algunos nubarrones, pero como predijo el camarada Salvador, les imploraba con la mirada y los nubarrones se abrían, se dispersaban e iban dando paso al sol delgado del alba. Apenas cayeron unas gotas cuando tenía todo sobre la mesa del camping y me disponía a organizar lo que sí llevaba y lo que guardaba en una bolsa en el depósito del camping. La cámara estaba completamente descargada. Me percaté apenas me desperté, a las 6, así que la enchufé y antes de las 8 ya había tomado mates, ya tenía la mochila completamente lista con lo indispensable para dos o tres días y cualquier emergencia en, o en camino al lago Krugger, y la cámara cargada.
Dejé lo que no iba a necesitar en un depósito en el camping y arranqué, con ánimo, con energía, con mucha alegría, si hasta me parecía un día completamente despejado.
-Te estaba esperando me dijo el guardaparques de mirada sabia. Se cancelaron las sendas de altura por la emergencia meteorológica.
Se me vino abajo el ánima. Y se me asomaron las primeras lágrimas del día.
El hombre me pedía disculpas. Pero si no es culpa de nadie, le decía yo. Es que yo tengo que dar la cara, me decía él, sí, le decía yo, pero qué cara, la cara de Dios.
-El tiempo te acompañó bastante, me consolaba el hombre.
Sí, es verdad. Falta el broche de oro, le dije yo.
-Parece que tendrás que volver, me dijo él. La senda te estará esperando.

Etapa 24-De Villa Futalaufaquen a Portada Centro

Es un paseo de relax. Como para salir a caminar con una amiga, hacer un poco de ejercicio sin mucho sacrificio y charlar un rato de cualquier cosa. El sendero está bien señalizado y es muy sencillo, sin desniveles. Pasa por casas de la Villa, chacras, y cruza el arroyo Cascada que está bastante bajo y se puede obviar vadearlo saltando entre las piedras sin meter la pata. A pesar de aceptar a la lluvia como una bendición para la tierra, me siento decepcionada por no poder hacer hoy el primer día hacia lago Krugger, un sueño que hace años vengo arrastrando. El guardaparques más mayor me dijo con cierta sabiduría en la mirada, al evidenciar mi tristeza, «el sendero te estará esperando». Dicen que para mañana va a seguir lloviendo, pero que lo más bravo es que habrá vientos de más de 70 km por hora. Ahora no llueve, está nublado. Lo nublado es cómodo para caminar porque no fastidia ni el calor ni los tábanos. Yo decido que si mañana amanece como hoy, hasta ese punto de llovizna, agarro viaje, si me registran…
El sendero de hoy, hasta la Portada Centro, son 11 km y se hace en 3 horas tranquilamente, aunque se anuncian 5. En 3 horas, sin peso en la espalda, se puede hacer cómodamente; y después volver. Para volver se puede hacer dedo por la ruta.
Hoy, nubes.
Paro en el camping Los Maitenes, cuesta 45 pesos, es muy completo, hasta tiene wifi. Los espacios cuentan con su fogón, mesa, y palo de luz y están los suficientemente aislados uno de otro como para tener tranquilidad e intimidad.  Hay un restaurante y todo, desde los desayunos completos, empanadas, pizzas, sánguches, está buenísimo!

Etapa 23-De Arrayanes a Playa el Francés y de ahí a Punta Mattos

Playa el Francés. Este es un lugar al que añoraba llegar. La etapa de hoy llega según la topoguía hasta Punta Mattos, a 3 km de aquí. Pero yo me quedo aquí. Y aquí es uno de esos lugares donde me quedaría para siempre. Siempre fui y soy feliz en este lugar. Si bien al llegar, después de más de veinte años, me sentí apabullada por la cantidad de tráilers, motorhome y de gente. Di muchas vuelas. Sentía que en tantos años de ausencia había perdido por abandono un lugar que me era propio. No lograba encontrar el sitio para plantar mi casa azul. Empecé a dar vueltas y me reencontré primero con las grosellas rubias, frondosas, y profusas de frutos pulposos y maduros, y muy cerca, más arriba los guindos, cargados de racimos de a dos guindas. Sí. Por acá anda el francés, a quién le quepa duda que tema y se vaya. Los acampantes escuchan sus pasos en la noche, arrastra los pies el muy sotreta y cansado explorador del Vododawe, Thierry, mon ami. Me encanta estar acá. Volver a este lugar, siempre volver. Este lugar es mío y no hay discusión para tal legitimidad en mi corazón. Pero vayamos a la travesía:
Se empieza subiendo la loma que va hacia la laguna Escondida. No hay vueltas, sube, sube, y sigue subiendo. El bosque y la sombra son amables, la tierra es blanda, y hay unos árboles con los que da gusto detenerse a hablar por su frondosa sabiduría. Troncos enormes. Los brazos no me alcanzan para abrazarlos pero igual los abrazo. La laguna Escondida, verdaderamente escondida después de una serie de cañaverales amarillos y donde ya nadie espera encontrar algo, allá está, sublime y maravillosa, reflejando todo ese contraste de verdes muy claros y amarillos, casi como luces, entre los verdes profundos de los árboles. El reflejo es alucinante, es una pintura. Verde, verde, amarillo, dorado, más verde, más dorado, luces. La laguna es larga, se pierde cuando inicia entre las montañas, y se pierde en el más allá, entre más montañas.
Me senté a contemplar ese espejo de la tierra y llegaron cuatro personas extranjeras, de Estados Unidos, dos de ellos viven en Pucón, Chile, y los otros dos en Seattle. Lo que pasó a continuación es una anécdota increíble. Pero de verdad increíble. Literalmente increíble. No creo que pueda pasarme algo así, que me haya pasado, o que le pase a nadie, pero pasó. Se sentaron a charlar, como hablo inglés, lo hicimos en inglés. Nos preguntamos de dónde somos y qué hacemos por acá. Yo les cuento que normalmente viajo, que soy nómade, que vivo por aquí y por allá, que camino, y que voy a Palestina y trabajo en el Valle del Jordán, los beduinos, la zona C, y hablo y hablo. Ya saben que cuando hablo acerca de Palestina, tengo mucho que contar y es difícil que haga un punto y aparte. Últimamente aprovecho la oportunidad, que no son muchas, porque no me cruzo con mucha gente en la travesía, ni tampoco soy muy dada a sociabilizar cuando prefiero retirarme a la meditación, el pensamiento, y la contemplación, pero si se da, como hoy, hablo de Palestina. Cuento lo que sé, lo que los medios no dicen, lo que otros por ahí no saben porque nadie se los dijo, porque no lo escucharon pero sin embargo es una herida del mundo.
En un momento, una de las personas, Stephen, dijo que él cada tanto hace algo que es un ritual y que siente que en ese momento debe hacer ese ritual conmigo. Mientras habla saca una billetera y escarba en un bolsillo pequeño de la misma. Yo pienso que sacará una foto, un amuleto, una piedra, un símbolo. No. Saca un billete de 100 dólares doblado en tres y me lo da. El otro hombre, Bob, saca fotos y registra el momento. Le digo que no, que yo no puedo tomar el dinero. Pero él me dice que tengo que agarrarlo porque él sintió que es el momento de ese ritual y que ese dinero es para Palestina, que él puede hacer eso y que de hecho lo viene haciendo desde hace tiempo, y me cuentan una historia parecida, quizás el ritual anterior, con un taxista. Estoy tan sorprendida que no se bien qué le dije, sé que se lo agradecí en árabe y en nombre del pueblo palestino. Después me fui el resto del camino un poco preocupada pensando cómo voy a hacer para que el dinero llegue adonde tiene que llegar. Sorprendida además porque es verdaderamente increíble que en un lugar al que pocos llegan, tan escondido como la laguna Escondida, alguien te dé 100 dólares. Pero sigamos con la Huella:
Después de la laguna, al fin baja. Yo iba medio flotando y hablando con los árboles, y pensando cómo hacer llegar el dinero a Palestina. La bajada es abrupta. Más abrupta que la subida. Ojo con las patinadas. No me patiné. Llega al ripio. Se cruza y uno metros después de cruzar, por el ripio, el arroyo Braesse, un sendero entra en la ladera de enfrente, sobre el lago y bordea el Futalaufquen por unos recodos encantadores, dando algunas vueltas un poco mareantes, supongo que debidas a la presencia de pobladores en la zona. Después cruza bosques y pampas. En las pampas, algunos palos con señales se han tumbado, pero es fácil encontrar la senda, y el bosque, como siempre, es amable, y mullido. En breve uno empieza a ver las nuevas parcelas habilitadas en el Francés y tras cruzar el arroyo por un puente de troncos, ya estamos en el paraíso, o muy cerca de él, o al menos en lo que es para mí, un hogar.
Fueron 11.5 km. La guía decía que tardaría 7 horas. Tardé 4 horas y media, menos de 5 horas con seguridad, y eso, a pesar de haber estado por lo menos media hora, hablando con Stephen, Bob, y sus esposas, Sheila, y Judith quien además, es judía. Las marcas de la Huella Andina están bien. No es muy complicado, salvo por los desniveles, subidas y bajadas abruptas, pero se puede, y más después de 21 etapas de entrenamiento previo.
Y luego de encontrar mi rincón entre un guindo y un grosellar, a pocos pasos del arroyo y algunos más del lago, bajé a lavar la ropa y a bañarme y me prestaron un kayak para salir a navegar por el Futa.
Un día después completé el tramo de Playa el Francés a Punta Mattos, para cumplirle a la Huella. Va por las orillas del Futa, pasa por recodos muy bonitos del lago, y por bosque con suelo mullido de hojas. Hay partes con arrayanes y otras partes sube muy cerca del ripio, con piedras de cantera, que supongo caen del mismo ripio. No son las partes más agradables ir tan cerca del camino, pero en general es bonito ir tan cerca del lago y las vistas que se perfilan  hacia a lo largo del mismo. Se llega a Punta Mattos, un peñón rocoso, una saliencia, desde Playa el Francés suma una hora más y unos 3 km. Está bien señalizado y es muy fácil.

(faltan fotos, muchas, pero la conexión no da)