En esta caminata por Errigoiti, vamos a llegar hasta el Madalen erreka, el arroyo Madalen y a una cascada que se forma cerca de la intersección de los distritos de Errigoiti, Arrieta y Olabarri. El nombre de la cascada no es el de Las Libélulas, la hemos llamado así por la cantidad de libélulas azules que la habitan sobre todo en verano.
Esta cascada es el resultado de una construcción, presumiblemente, un molino. En el lugar donde cae el agua se forma un pozón que es ideal para darse un baño.
El paisaje que rodea a la cascada y el pozón es muy bonito. El arroyo que surca entre las piedras, la vegetación tupida y cerrada. Todo es muy verde y fresco. Un lugar ideal para hacer la caminata por Errigoiti en verano. Si bien en otoño o invierno, con la abundancia de lluvias, la cascada se convierte en una catarata imponente y también vale la pena visitarla.
Llegar hasta la cascada, caminata por Errigoiti
Para llegar a la cascada, vamos a tomar la calle de Elizalde que pasa frente a la iglesia en dirección Katalina Auzoa, con el Sollube de frente y a la derecha.
Tras pasar el florido barrio Katalina, vamos a adelantarnos hasta Orkondoas y tomar la carretera que baja en curvas hacia Olabarri. Mucho antes de llegar al final de esta carretera sinuosa, apenas dos curvas después de iniciar el descenso, veremos un poste con letreros que señala Bekobaso y Aikaran. Tomaremos este desvío por una pista de tierra.
La pista de tierra solía estar habitada por un acogedor bosque que lamentablemente ha sido talado recientemente (2023). El camino baja y en un momento llega a un nuevo desvío con poste indicador. Tomamos el sendero que sigue hacia la derecha.
En breve llegaremos a una ruta vecinal asfaltada, rústica. Allí giramos a la izquierda y avanzamos en dirección a la carretera principal que va hacia Mungia.
Antes de llegar a la carretera principal, cruzaremos un puente sobre el arroyo Madalén y pasaremos un caserío. Apenas pasar el caserío, entramos a la izquierda bordeando los huertos que hay allí y nos dejamos llevar por el estruendoso ruido del agua que cae, hasta la Cascada de las Libélulas.
En caso de estar cerrado el paso, podemos abrir la tranquera sin temor ya que, el espacio acuático es de uso público inviolable. Si nos intimida abrir la tranquera, podemos avanzar unos metros por la carretera principal -a la izquierda- y entrar desde allí campa traviesa, donde el guard-rail está roto.
Luego, a disfrutar del paisaje, celebrar un pic-nic entre las piedras, darte un chapuzón refrescante tras la caminata por Errigoiti, explorar el arroyo, observar y sentir la naturaleza.
A la cascada en bicicleta
El recorrido también puede hacerse en bicicleta, ya sea por este camino o, con bici de carretera, por la ruta que sale de la villa de Errigoiti en dirección a Munguía.
La cascada estará poco después de pasar el cartel que anuncia el distrito de Arrieta y antes de tomar el desvío a Fruiz, sobre nuestra izquierda. Si la hierba no es está alta, será visible. Si hay mucha hierba, debemos aguzar el oído y así escucharemos el sonido del agua al caer.
Desde Oloron Sainte Marie tomamos otra vez una ruta tranquila que nos llevó por los pueblos de Précilhon, Escout, Herrere, Buziet, Buzy, Bescat, Servignacq Meyracq y Rebenacq o Rebenako que nos impactó y sorprendió gratamente con su encanto. Descansamos sobre el puente del río Neez y luego remontamos la empinada calle de este pueblo de cuento.
Por más caminos rurales y con desnivel pasamos por Arros de Nay y luego fuimos a Nay. En Nay había bastante movimiento, ya no era un pueblito tranquilo sino una ciudad con tráfico, y se notaba que los ánimos estaban exaltados, quizás por la cercanía del Tour de France o alguna fiesta local ya que colgaban banderines a través de la plaza y las recovas y galerías del centro.
En muchas de las rutas, caminos, por los que vamos circulando, hay carteles que anuncian que en estas fechas cerrarán a determinados horarios dichas vías porque pasará por allí el tradicional tour de France. Esto ocurría a mediados de julio.
Desde Nay fuimos a Pontaq Lamarque donde pensábamos acampar, pero no había camping ni lugar con agua donde pudiéramos armar nuestras tiendas, así que seguimos un poco más hasta Poueyferré. Fue providencial ya que, aunque llegamos de tardecita y con el estómago que crujía, nos encontramos en el camping con la dedicada y deliciosa elaboración de las pizzas de Bea. Las pizzas resultaron suculentas y a buen precio, entre 5 y 6 euros. El camping costó 11.
El desviador delantero de mi bicicleta no funcionaba, quise repararlo y corté el alambre así que nos fuimos a dormir pensando que al día siguiente nos tocaría una jornada de apoyo mecánico en Lourdes, a pocos kilómetros de Poueyferré.
De mar a mar y de montaña a montaña. Esta travesía nos lleva desde el Mar Cantábrico en la costa vasca, hasta la costa Mediterránea en Francia y luego en Italia, y desde los Pirineos en Iparralde y luego en Francia, hasta los Apeninos en Italia. Un viaje de 26 días, 24 pedaleando 1560 kilómetros, 2 días de descanso y casi una semana para regresar en trenes.
Como en estos tiempos vivo en Bilbao, decidimos arrancar desde allí. Para regresar, de todos los trenes urbanos disponibles el Euskotren es el mejor. La línea de ferrocarril del País Vasco permite el traslado de bicicletas, sin miramientos, ni límites, ni mala onda como sucede a veces en otras líneas tales como Renfe o SNCF. Los vagones de Euskotren tienen un espacio señalado para ubicar las bicicletas, y aunque suele suceder que la cantidad de bicicletas supera los huecos para posicionarlas, nadie se queja ni objeta y todos nos acomodamos. Además, trasladar la bicicleta en Euskotren es gratuito.
En Irún pedaleamos con rumbo al río Bidasoa para seguir sus riberas y bidegorri -pistas ciclables, literalmente “camino rojo”. Cerca de Behobia, apenas unos metros después de pasar por la Isla de los Faisanes, cruzamos un puente sobre el río y continuamos por bidegorri pero por la otra margen del Bidasoa. Tomamos el camino de Kurleku y luego el de Biriatou, hasta un desvío por otro camino que es el de Tomasenea. Luego tomamos el de Kixoenekoborda que sube empinado a un collado del mismo nombre. Son senderos angostos, de montaña, algunos con una delgada capa asfáltica, suben y bajan de los collados. Este recorrido lo hemos elegido y marcado previamente mirando en google maps, es el itinerario que el buscador sugiere para hacer el camino a pie. Son caminos muy tranquilos, en muchos casos con piedras, o de tierra, cruzando bosques tupidos y helechales. No usamos el GPS, sólo hemos visto y tomado nota con antelación de la red de caminos y senderos que podemos ir hilando. Desde Kixoenekoborda enganchamos un tramo de carretera denominada D4 hasta encontrar el camino de La Fontaine y luego nos desviamos por el camino Akaldegia pero este se cortó, quizás por falta de actualización, se convirtió en un callejón sin salida que terminaba en una especie de plaza de cemento circundada por casas, sin ninguna posibilidad de camino a no ser que fuera atravesando el patio de alguna de esas casas. Allí volvimos atrás, y por Karrika Zaharra llegamos hasta una ruta ancha, tipo autopista, la D918 que nos sacó a San Peé sur Nivelle y por la misma carretera, D918, llegamos a Souraïde donde en el centro del pueblo señala que hay un camping.
Dicho camping no está a pocos pasos sino colina arriba, poco más de tres kilómetros. Hay que pasar todo el golf de considerables hectáreas y casi llegando a lo alto de otra carretera, la ruta de las Crestas, encontraremos el camping. Por supuesto desde esa altura las vistas son impresionantemente bellas. El anfitrión del camping Urlo Gaina Epherra, Monsieur Chapellet, es de lo mejor. Amable, simpático, y además solícito y generoso. Apenas llegamos, como no tiene proveeduría ni ningún tipo de alimento para vender, nos obsequió un paté de canard preparado por él mismo y una baguette de pan integral con semillas. El camping, además de la hospitalidad de Monsieur Chapellet y las vistas inmejorables, cuenta con ducha caliente, luz, electricidad, lavadoras, refrigerador. No hay piscina ni internet.
“Mi vida es lo que me da el camino. El viaje satisface mi espíritu explorador y mis ansias de aprender”
El espíritu libre y nómada de María Taurizano la ha llevado a hacer del viaje su forma de vida
María Taurizano, nuestra protagonista, es más conocida a través de su nombre de aventuras: María la que viaja, el mismo con el que ha bautizado a su página, un rincón online repleto de experiencias viajeras en primera persona.
María, natural de la localidad argentina de San Pedro, confiesa que viaja desde que tiene uso de razón, en ocasiones en buena compañía y la mayor parte de las veces en solitario. Su espíritu libre y viajero la ha llevado a ser pionera en Huella Andina, convirtiéndose en la primera persona que recorrió caminando los 570 kilómetros de esta ruta que transcurre por la Patagonia argentina. También completó la Ruta Licia, 500 apasionantes kilómetros que discurren por la península de Teke, en Turquía. Actualmente planea viajar desde Bilbao hasta Kamtachka en bicicleta y a pie.
El planeta no tiene secretos para María Taurizano, aventurera que ha hecho del viaje su forma de vida. Conversamos con ella para que nos cuente algunas de sus experiencias, porque todas no cabrían en una sola entrevista.
Afirmas que viajas desde que tienes uso de razón. ¿Recuerdas tu primer viaje y qué te impulsó a llevarlo a cabo?
Si bien de pequeña viajaba con mi familia en vacaciones convencionales a la sierra o al mar, el viaje que me abrió las puertas y despertó la pasión de andar por el mundo fue irme a París antes de terminar la escuela secundaria. Yo estudiaba francés en la escuela y cierta mañana alguien colgó en la cartelera del patio un afiche que convocaba a un concurso. Se llamaba ‘Cherchez le chanteur’, dirigido a estudiantes secundarios que tuvieran el francés como segunda lengua escolar. Consistía en representar una obra musical y el premio era un viaje a París. No dudé en inscribirme a pesar de que mis compañeros se mofaran un poco de mí, apostando de antemano que seguramente ganaría alguien de una gran ciudad y no alguien de un pueblo que en ese entonces no tendría ni treinta mil habitantes. A pesar de estos pronósticos, lo conseguí. Tenía 16 años y me iba sola a París donde me esperaría un tutor. Todavía me emociona recordarme en aquella escalera mecánica de Ezeiza desde la que saludaba con la mano a mis padres, abrazados al final de la escalera, cada vez más pequeños. Todo lo que vino después fue como nacer de nuevo, sin desmerecer lo anterior, ya que fue gracias al aprendizaje recibido durante la infancia, en mi casa, en la escuela pública argentina… Todo ese bagaje y mi espíritu aventurero se conjugaron para lograr dar este primer y definitivo paso.
¿Cuándo decides que quieres llenar tu vida de experiencias viajeras y dedicarte de lleno a ese objetivo? ¿Fue una decisión o las circunstancias te movieron a esta forma de vida?
El viaje a Francia duró un poco más de lo estipulado. Mi beca financiada por la embajada terminó, sin embargo yo sentía profundamente que aún quería ver más, aprender más, seguir andando. Lo estiré todo lo que pude, pero ante la insistencia de mis padres regresé a Argentina. Me inscribí en la universidad que no prosperó mucho aunque me encanta estudiar. Me había mudado a Buenos Aires y estaba obnubilada por la posibilidad de hacer muchas cosas allí. Me apuntaba a todo y los días no me alcanzaban. Entre mis actividades artísticas y estudios, seguía patinando sobre hielo y esto nuevamente me arrastró a viajar por el mundo, ya que di una prueba para entrar en la compañía Holiday on Ice y me fui de gira con ellos. Luego de la gira volví a Argentina. Aún no se había instalado en mí la idea de vivir como nómada. Sin embargo llegaron mis hijos, quienes sí podrán decir de manera literal que viajaron desde tener uso de razón. Primero fueron a campamentos por la Patagonia. Largos recorridos por los Parques Nacionales en una época en que no existían más que picadas, senderitos sin marcas, o solo seguir el curso de un río durante unos cuantos días, pasando lagos y collados. Nos tomábamos meses de vacaciones, posibilitado esto porque yo trabajaba en un canal de TV de San Pedro. Cada vez que volvía de un viaje hacíamos un programa nuevo. En este período nos fuimos a la Amazonia y convivimos varios días con una comunidad internada en lo más recóndito de la selva. Cuando regresamos a Iquitos, para volver a Lima y luego a Argentina, Farid, el mayor, sugirió que ya no podíamos irnos de allí, porque “ahora tenemos amigos acá”, así que ese fue el primer momento de mi vida en que yo me pregunté: ¿por qué no quedarnos? Y nos quedamos.
Un día los chicos propusieron que era hora de volver y volvimos a San Pedro. En el vuelo de regreso, Farid me dijo: “a mí alguna vez me gustaría ir a Egipto”. Y así siguieron muchos años de vida, yendo hacia donde a mis hijos les nacía el deseo y yo seguía el impulso irreflexivo. Ellos fueron la circunstancia original para vivir como nómada. Ahorrábamos para viajar, poco o mucho según se pudiera, pero lo hacíamos siempre. De alguna manera, fui yo, la madre, la que siguió sus pasos.
Tienes una compañera de viaje infatigable: tu bicicleta. ¿Viajar sobre dos ruedas es tu forma favorita de recorrer el mundo? ¿Qué te aporta esta manera de moverte por el planeta?
Hasta ahora, viajar en bicicleta ha resultado mi forma favorita, sí. Antes lo que más hacía, disfrutaba, y aún disfruto, era la caminata a pie, el trekking, largas travesías paso a paso. Cuando en 2014, Martín y yo coincidimos en México y él me invitó a cruzar América Latina en bicicleta no lo dudé, aunque no tenía ni bicicleta y hacía muchos años que no pedaleaba. Trabajaba como profesora de idiomas en un instituto, cobré la quincena y me compré la más barata que encontré. Con esa bici viajé de México a Argentina. Descubrí que viajar en bicicleta es el ritmo ideal. Que el pedaleo no interfiere con el medioambiente, ni asusta a los animales, que puedes ir viendo la naturaleza en su estado salvaje. Que no puedes perderte nada, todo lo respiras, escuchas y sientes por todos los poros. La bicicleta te permite cubrir más distancia que a pie en un día, pero sin apresurarse demasiado. El mundo se vive de verdad, a flor de piel, y también la gente que encuentras durante la ruta, sus quehaceres, sus historias y modos de vivir la vida. Se aprende mucho de uno mismo al mismo tiempo, de nuestras capacidades, fuerzas y limitaciones, del respeto que nos merece la naturaleza. De nuestros temores, humores, de los sentires propios que se revelan sinceramente al enfrentarnos cara a cara con el mundo y afrontarlo solo con nuestro propio esfuerzo y la ayuda de las ruedas y los pedales de la bici. Viajar en bici, hasta ahora, para mí, es lo máximo y no lo cambio por nada.
Háblanos de la aventura junto a tu hijo Martín y un amigo de éste en vuestro viaje de ocho meses recorriendo Latinoamérica, una aventura que ha quedado plasmada en el libro ‘América Latina en bicicleta’. Cuéntanos detalles sobre este trabajo.
La idea primigenia del viaje en bici desde México a Argentina fue de Martín. Él vivió más de la mitad de su vida en México, tiene muchos amigos por allá, invitó a varios pero sólo uno de ellos, Álex, viajó con nosotros. Cuando Martín me preguntó y empezamos a elucubrar planes, nos preocupaba cómo íbamos a sobrevivir, después te das cuenta de que la cuestión del dinero, que aparentemente es tan necesario, es bastante fútil cuando viajas en bici. Siempre se sobrevive, con muchos menos recursos que los supuestos y mucho más recibido desde el camino mismo que lo esperado.
Pero bueno, culpa del mundo mercantilista en que vivimos, nos preocupaba pensar cómo íbamos a sobrevivir tanto tiempo que demandaría el viaje sin ingresos. Así que se nos ocurrió la idea del libro. Escribir un libro contando la historia del viaje y venderlo por adelantado, a través de una cuenta de crowdfunding, a las personas que quisieran más adelante, después de que llegáramos y lográramos escribirlo y editarlo, leer nuestra historia. Muchas personas confiaron en nosotros, en que cumpliríamos el cometido, se arriesgaron, apostaron por nuestro viaje. Por eso escribimos el libro. Fue muy duro, más duro que pedalear tantos kilómetros, tarea que rápidamente se convierte en un placer. Recopilar 235 días con muchas emociones y hechos y datos técnicos en esas páginas. Siempre pienso que deberíamos escribir otro, hablando más de las emociones que vivimos durante el camino, porque a la hora de escribir yo, que fui quien llevaba el hilo conductor del relato, me volqué más a la actualidad social y a la historia y geografía de los lugares por los que pasábamos. Es un libro rico en historias, descripciones, detalles de servicios al viajero, pero le falta más de lo emocional, de lo que nos pasaba a nosotros por dentro. Pero bueno, puede escribirse otro libro con ese tipo de vivencias interiores, contando otras historias del camino y su gente que no pudimos incluir en acotadas 464 páginas.
¿Qué te proporciona y que te quita tener un espíritu nómada? ¿Viajar siempre compensa?
Viajar me proporciona descubrir y aprender. Mi vida es eso. No tengo casi nada material. Nada. Vivo con tan poco que a muchas personas que se cruzan en mi camino les resulta difícil de creer. No se concibe el prescindir de tanto innecesario. A mí no me falta nada. Siento que poseo y vivo con todo lo que necesito. Mi vida es lo que me da el camino. El viaje satisface mi espíritu explorador y mis ansias de aprender. Más idiomas, más de las montañas, más de la naturaleza, más de la cultura y las historias y las leyendas de cada pueblo. Más de la gente que vive en esos pueblos, de sus alegrías, fiestas, y de su sufrir y sus luchas que siempre me motivan a participar activamente, porque no puedo soportar la injusticia ni dejar de intentar cambiar el mundo por un lugar mejor. Cuando viajo y me quedo un tiempo en algún lugar quiero hacerme parte del lugar y su gente. Eso me da viajar, aprehender al mundo y a la humanidad. Conocer qué crece en cada latitud de la tierra, cómo vive la gente según las temporadas, según sus tradiciones, según sus deseos. Cuáles son sus ritos, sus creencias. Qué pasó allí antes. Es el aprendizaje, y aprender, saber más, es lo que infunde fuerza y deseo a mi vida.
Lo que me quita vivir viajando es sentir, muy de vez en cuando, una nostalgia anticipada por lo que nunca voy a tener. Nunca voy a tener algo antiguo en un rincón como una reliquia de la que hablar de un recuerdo. Nunca voy a ver crecer un árbol que planté aunque amo a los árboles; hago huertas y siembro en cada lugar en que vivo, en campos extensos o en macetas, pero casi nunca llego a probar los frutos. Y lo que más quita es que muchas veces, durante tiempos que a veces me pesan más largos, estoy lejos de mis hijos, porque ellos ya son grandes y cada uno de nosotros sigue ahora su propio viaje, aunque por fortuna nos vemos, cada vez que podemos hacerlo, en otro lugar del mundo. Hasta ahora vivir viajando, compensa. Y aunque a veces hay dificultades, piedras en el camino, consecuencias de haber vivido una vida asistémica y no encajar fácilmente en las sociedades estructuradas, reflexiono y me doy cuenta de que, de tener que volver a empezar, lo haría todo de nuevo sin cambiar nada respecto del espíritu andariego.
¿Ser mujer y viajera te ha creado algunas fronteras con las que un hombre no se toparía?
No. Creo que no, y si alguna vez ha sucedido la verdad es que no me acuerdo. Pero he viajado toda América Latina sola, en coche, por ejemplo. Caminando sola en diferentes países del mundo, muchísimas veces. En bici casi siempre he ido acompañada, no siempre, pero en el tiempo en que he ido acompañada como de México a Argentina, cada cual iba a su ritmo y yo, al principio, muy rezagada, así que era lo mismo que ir sola, y nunca tuve ningún problema. He viajado sola también como mamá de dos hijos desde que nacieron y tampoco eso me ha significado ningún problema o limitación y, cuando por cuestiones legales hemos necesitado la firma del papá, hemos contado siempre con su beneplácito. He recorrido sola medio oriente, trabajado en Palestina. Viví sola en Turquía. Nunca sentí que mi condición de mujer fuera limitante o frontera para algo.
Confiesas que nunca te ha financiado ninguna marca. ¿Cómo se consigue vivir viajando?
Si vieras mi currículum vitae real quizás no lo preguntarías. Mi curiosidad de aprender me lleva a ser capaz de hacer múltiples cosas. Voy trabajando, sin importar el status del trabajo que se consiga. Como aprendo muchos idiomas, enseño idiomas si consigo trabajo de esto. Este conocimiento me ha facilitado también poder trabajar en hoteles, restaurantes, establecimientos o trabajos que tienen que ver con el viajero o el turismo. Pero como también me arreglo bien con las plantas, he trabajado en huertas orgánicas. Como por motivación e impulso propio he recorrido algunas travesías de montaña no muy tradicionales, he terminado haciendo de guía en algunos lugares, en distintos idiomas también. Como estudié teatro, danzas, música, puedo a veces ser monitora o narradora de conciertos, trabajo esporádico que tengo actualmente. Tengo título de magisterio lo que me da puntos al momento de tener que elegir un maestro, y de soporte de PC que garantiza que puedo instalar una red, un software o arreglar una computadora -lo que no es a ciencia cierta verdad- pero a veces hay situaciones o países muy estructurados donde estos títulos ayudan, mientras que, si saco mi currículum desencaja y no cuadra de ninguna forma. Cuando no consigo trabajo asalariado suelo ofrecerme como voluntaria y así consigo dónde vivir y qué comer y de paso seguro aprendo algo nuevo. A veces, como en estos días, me pagan para viajar acompañando a grupos de estudiantes en programas de inmersión regional bilingüe.
¿Es cierto que hablas 14 idiomas?
Hablar bien como para poder traducir un libro literario o trabajar en la ONU hablo sólo castellano, francés e inglés. En ese orden con diferencias sutiles de nivel, pero prácticamente me da igual hablar en uno u otro, aunque el inglés, de todos los que sé, es el que menos me gusta, pero el más útil a la hora de viajar por el mundo y conseguir trabajo. Puedo explicarme muy bien y mantener conversaciones prolongadas en ruso, portugués, griego, italiano, turco y búlgaro. En un nivel menor, pero como para poder llegar a un país y manejarme cotidianamente en su idioma, hablo árabe, siciliano que aprendí de mi abuela y pude hablar en Sicilia con los más viejos y euskera que de estos es en el que más errores cometo. Aprendí rumano antes de ir a los Cárpatos, y catalán cuando viví en Barcelona. En Bolivia estuve estudiando quechua y aymara, y cuando fui al Himalaya, antes estudié nepalí. Es difícil mantener todo esto cuando no lo practicas a menudo por eso trato de seguir estando al tanto, leyendo libros, escuchando música, viendo películas, o regresando a algunos lugares para volver a practicar.
¿Qué lugares de los que has visitado a lo largo de tu vida te han marcado más?
México es uno de los países donde decidí quedarme más tiempo, por su riqueza cultural inabarcable, por todo lo que aún falta por descubrir y aprender de su pasado, por su comida única e irreproducible en ningún lugar del planeta. Bulgaria por su sociedad sana, por la buena energía que se siente entre su gente. El País Vasco, donde vivo actualmente y del que aún no quiero irme, por su autenticidad, sus misteriosos orígenes, por sentir en su tierra a algunos ancestros, por sus colinas verdes, porque llueve bastante y la lluvia me inspira. Rusia por ser tan enorme, tan organizado, por su historia, su ciencia y su arte y por su idioma que aún estoy estudiando y me encanta. La Patagonia argentina por sus senderos entre lagos, bosques y montañas. Licia en Turquía, ruta a la que siempre volvería, por sus vestigios arqueológicos en medio de los montes Tauros sobre el Mediterráneo, bello e interesante.
Ahora tienes un bonito proyecto: viajar desde Bilbao hasta Kamchatka en bicicleta y a pie. Cuéntanos los detalles de esta aventura.
Decir Kamchatka es como decir Ítaca. Quiero que el camino sea largo, Kamchatka lo pongo como meta, el lugar adonde llegar. Lo que deseo es vivir un camino entre Bilbao y Kamchatka lleno de zigzags que me lleven por montañas, muchas por las que aún no anduve y otras a las que deseo volver. Pedalear las distancias que me separan de mi destino hacia el este, pero desviándome cuando me inspire el camino para pasar por otros sitios aunque no estén -y no lo estarán- sobre la línea recta que me separa de Kamchatka. Quiero atravesar montañas a pie, lo que me obligará a cambiar las alforjas por la mochila por unos días, luego regresar y volver a armar alforjas para seguir pedaleando. Sé que habrá meses en que deberé esperar a que baje la nieve, y luego esperar a que deshielen los ríos, y que solo tendré tiempos breves para cruzar la gran Siberia a pedal y a pie. Sé que encontraré en el camino los lugares adecuados para permanecer en la espera y seguir aprendiendo. Me gustaría en mi andar poder registrar lo que vea, lo que viva, filmar, sacar fotos, escribir. Por mi forma de vida carezco de equipos, de todo tipo. No uso móvil, no tengo ni nunca tuve ni usé un GPS. Trabajo con una netbook generosa y fiel que viene soportando los golpes y zangoloteos del camino desde hace una pila de años. Demora diez minutos en encenderse tras algunas maniobras. El teclado ya no funciona, uso uno extra que me han prestado, la pantalla tiene manchas negras. Tengo una cámara pocket antigüita que tampoco tiene mucha calidad.
Sé que de no encontrar suficientes empleos, de no poder comprar elementos que me encantaría llevar durante el viaje, o de no conseguir recursos suficientes para renovar el equipo, saldré igual. Pero me encantaría poder compartirlo, hacerlo también para otros que por diferentes motivos no estarán allí, por eso he abierto una nueva solicitud en gofundme y ojalá alguien, alguna marca, se entusiasmara con mi proyecto. Puede darse fe fehacientemente de que en general siempre he llevado adelante lo planeado. Pero de no existir financiamiento ni equipo para registrar, editar, compartir el día a día, eso no significará desistir de este nuevo sueño, de este nuevo camino hacia Kamchatka. Lo intentaré y lo haré, porque me nace así, por mi necesidad imperiosa de seguir andando y aprehendiendo el mundo. Porque yo soy esa que va, así me veo y así me quiero, María la que viaja, de no hacerlo, no sería yo la que está viviendo mi vida.
¿Nunca has pensado en echar raíces en algún lugar?
Hasta ahora no. La idea de echar raíces la veo siempre en un futuro lejano, casi ajeno, que nunca termina de llegar. Alguna vez he tenido la idea de un lugar donde permanecer, me ha atraído mucho algún rincón de las montañas Rila en Bulgaria. Pero no. En general, cuando me pienso mudándome otra vez, cuando me mudo de hecho, hasta ahora ha sido siempre por un tiempo, a veces es más, a veces es menos. Por más que intento imaginarme llegar a un lugar que será mi casa para siempre, no logro imaginar esa casa, ese lugar, ni esa situación. Creo que no me haría feliz saber que llegaré a un lugar donde voy a quedarme para siempre, así que prefiero seguir pensando hacia dónde iré la próxima vez. Hacer un plan, delinear un mapa, tener una ilusión. Es esa ilusión la que me mantiene viva.