Experiencia mayo-junio 2011.-
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Hoy fue el día que más kilómetros caminé. Hice lo que el libro de Rachel Clow propone para dos días en uno solo. Desde Gökçeören a Çukurbag y de Çukurbag hasta Kas.
Fueron unos 30 km.
Saliendo de Gökçeören son 8 km por camino ancho. Era temprano, las 7 de la mañana y algunos minutos. El sol apenas subía debilucho por las copas de los árboles y por suerte había árboles. Por ese mismo camino ancho se bordea un arroyo y dos o tres veces hay que cruzarlo por puentes, y otra vez, por el medio del agua, a través de un caminito de piedras anchas en un lugar donde el arroyo es estrecho.
La ruta es variada, hay senderos campo traviesa, siempre me pierdo en esos, porque no hay piedras con marcas, hay pocas, y en algunos casos, hay piedritas apiladas para señalar “es por acá”. Algunas quizás se han caído con el tiempo, así que durante el viaje, cuando me perdía y me reencontraba, hacía una pilita de piedras, una pequeña pirámide, para que los futuros viajeros no se pierdan.
Después de ese camino ancho de 8 km y de cruzar el arroyo, son 14 km hasta Phellos. Phellos fue un santuario, o una pequeña ciudad lycia, no se sabe bien qué, o cuán grande fue, porque está sin explorar. Afloran varias construcciones, muy interesantes, y a lo largo y a lo ancho de esa zona hay restos o piedras sospechosas de ser restos. Hay tapas de tumbas, restos de paredes, columnas, capiteles, pedazos de piedra con inscripciones lycias en bajorrelieve. Se ven durante un buen rato. Tuve la sensación de presencias fantasmales flotando entre el laberinto de piedras. Se siente hueco debajo del suelo que se hunde en pequeños lapsos, se ven agujeros entre la tierra y las piedras, quizás ventanas, o puertas.
Durante este tramo de 14 km el sendero se va invisibilizando por la maleza. Se ve que casi nadie lo camina desde hace mucho tiempo. Entre las plantas de izquierda y derecha se tejen telarañas, cuando las veía las esquivaba para no romperles las casitas a las arañas, algunas me las llevaba puesta. Yo, de turbante y velo de telarañas. La jungla que bordea el hilo del sendero es dura pero florida, y huele a dulce. Hay millones y millones de retamas amarillas florecidas, una especie de hortensia color malva, anémonas lilas y violetas. Las rosas mosquetas llenas de pimpollo. Otros arbustos similares al calafate. Mariposas y libélulas de todos los colores.
Este sendero de florida vegetación cerrada, da paso a un bosque de pinos, robles, liquidambars, arrayanes. Una hermosura caminar por ahí, levantando los ojos a los brazos acogedores de las copas, disfrutando del enredo de las ramas, del colchón de hojas caídas. Me hice amiga de un roble. Un roble muy polenta. Muy fuerte. Los brazos abiertos en un abrazo y las manos enormes. Apoyé la cara en su pecho ancho y fresco, le hablé un rato, como suelo hablar con algunos árboles, en árbol, y le dije que ojalá algún día nos volvamos a ver, entre Gökçeören y Çukurbag.
De pronto todos los senderos se acaban y el campo es un campo abierto con algunos árboles salteados de manzanas silvestres. Y ahí, otra vez a perderse y tratar de reencontrarse hasta una nueva huella.
Fueron muchas horas de caminata, más de diez horas, y eso que descansé pocas veces. Llevaba poco agua y las cisternas que encontré estaban sucias, así que fui racionando lo que me quedaba con la esperanza de que en Phellos hubiera algo más que ruinas. Pero no, eran sólo ruinas.
Desde Phellos el camino empieza a bajar por un sendero de piedras color terratoca, baja en zigzag hasta el pueblo de Çukurbag que me pareció encantador. Chiquito, diez, doce casas quizás. Cabañas de madera en las lomitas y las infaltables mezquitas con su cisterna fresca afuera y área de descanso. Es cisterna fue un regalo del cielo. Bebí con tanta satisfacción! Me lave la cara, me mojé la cabeza, y me senté a descansar en la tarima debajo de un liquidámbar impresionante.
Después vino el momento de bajar a Kas. Empieza atravesando todas la calles principal y única de Çukurbag hasta los campos, luego cruzar los campos hacia el sur, menos mal que llevo la brújula. Me re perdí en esa parte porque no había marcas, ni huellas. Terreno plano, sin sembrados, de vez en cuando, pero de forma irrisoria se veía una marca pintada en una piedra que hace mucho alguien debe haber movido de lugar, porque no llevaba a ninguna parte. Yo miraba las montañas alrededor y pensaba, por algún lugar tiene que haber un paso que dé al mar. Así que entre la brújula y la intuición, lo encontré. Cuando vi el mar me sentí tranquila, de alguna manera llegaría hasta ahí abajo.
Me patiné muchísima veces entre las piedras bajando el acantilado. Es un zigzag empinadísimo que termina en la carretera que entra a Kas y de ahí a la ciudad y a buscar el hotel.
Llegué cansada y sucia, muy transpirada, llena de abrojos, tierra y telarañas. No encontraba el hotel, la ciudad es grandecita y turística y yo veía todo pipícucú y yo con esa facha de linyera. Vi un puesto de policías y me acerqué a preguntarles, uno de los policías empezó a festejarme la estrella roja y la remera del Che, y me decía VIVA EL COMUNISMO, yo extrañadísima ante lo insólito, pero contenta. Al final los polis, uno más o menos sabía dónde era el hotel, y me trajeron al hotel en un móvil, muy divertidos.
El hotel es el Ani Motel. Cuesta 50 liras con desayuno, cena, wifi (no anda al pelete pero anda), aire acondicionado. El cuarto es lindo y tengo balcón.
Hoy paseo por Kas, ciudad portuaria de cruceros, pintoresca, linda, con casas encantadoras cuyo estilo se enlaza con el griego, paredes blancas, puertas y ventanas azules. Enfrente de Kas, dándole una mano, está la isla griega de Meis (Castellorizo) que antes fue turca.
Kas se ubica en lo que era el puerto de Antiphellos. La ruta Lycia que estoy tratando de recorrer es la misma que usaban hace dos mil quinientos años los lycios para llegar desde ciudad a puerto y viceverse. Las ruinas de Antiphellos están esparcidas y mezcladas en la ciudad de Kas, entre las casas. El puerto, en su época, perdió prestigio por los de Patara y Andriake que estaban en regiones cuyas tierras eran más prósperas. Las ruinas de Antiphellos son de los siglos IV y V antes de Cristo.
Como anécdota, esta mañana, fui al mercado de frutas y verduras que se hace todos los viernes. Conseguí yerba mate Kharta Khadra, la de Siria, pero en paquete verde. Resulta que pagué y más tarde, después de haber comido uvas sentada frente al puerto, de haber caminado por la costa, y de haber andado por las callecitas, me di cuenta que me habían dado mal el vuelto. 50 liras menos, un día de hotel. No iba a volver, pero volví. El hombre ni dudó en lo que yo le decía y en buena onda me pidió disculpas y me dio las 50 liras que faltaban, problem YOK, me dijo con una sonrisa.
Actualización enero-febrero 2018.-
Amaneció muy frío en el bosque de coníferas. Rodeados de montañas no lográbamos adivinar detrás de cuál asomaría el sol. Fue difícil desarmar el campamento, doblar todo y armar las mochilas tensas con los dedos congelados. Recién a las 11 del mediodía despuntó el alba. En invierno los días lycios son más cortos aunque sigue siendo la ruta del sol, y allá vamos.
El camino arranca con el río a nuestra derecha, seguimos el camino ancho, ahora pavimentado en buena parte de su recorrido. A medida que avanzábamos en esta primera parte veíamos que había más lugares posibles de acampe y, quizás, más lindos y más cómodos así que, de llegar con fuerzas suficientes a Gökçeören, es recomendable seguir un poco. De paso, acortar la distancia a Kas, ya que en este día hacemos dos etapas en un día.
En toda la primera eta, la del camino ancho, hay más casas que antes. Suelen aparecer caminos, como desvíos, que en realidad son entradas a esas casas. La situación es confusa porque los desvíos son igual de anchos y no hay marcas, pircas, o cruces. En los dos primeros casos en que no encontramos con esta circunstancia seguimos por nuestra izquierda. Luego viene el cruce del río, caudaloso, pero que se puede cruzar sobre algunas piedras grandes o bien vadear. A partir de aquí el sendero sube y sube hast alcanzar una cota de 1045 metros, una gran yayla, planicie verde con vistas al mar, y un poco más adelante, una casa de piedra abandonada. Pasando la primera yayla, área verde, un poquito más adelante sobre nuestra derecha y debajo de unas piedras hay un manantial. Más adelante hay otra construcción cerrada con cosas guardadas adentro, botellas de plástico y naranjas.
Dese esta parte hasta las ruinas de Phellos son tres horas. Es fácil perderse otra vez porque otra vez hay pocas marcas y nuevos caminos. Sobre todo hay un tramo que las marcas desaparecen por completo entre parvas de ranas y troncos. Ha habido deforestación y hay un montón de árboles cortados y ramerío y es muy difícil pasar y saber si uno va bien, pero hay que intentar por un lado y por otro, abrirse paso entre el ramerío hasta que, detrás de alguna de estas parvas vuelve a abrirse el sendero.
Lo más maravilloso de esta etapa es ver, tras atravesar bosques, saludar al enorme roble de antaño, pasar entre los arbustos, llevarse puesta una telaraña, lo más maravilloso es ver emerger por sorpresa y cuando menos parece adivinarse, las siluetas del cuerpo de Phellos. Ahora lo primero que vemos abrirse mágicamente ante nuestros ojos es un piso de mosaiquería intacto. Este piso no estaba aún abierto, descubierto, en 2011. Ahora está ahí. Una locura. Mosaiquitos minúsculos que forman hojas y arabescos de colores de otoño, desde hace más de dos mil años ahí, en ese suelo. Increíble. Luego están los templos o tumbas, igual que hace milenios también, fantasmagóricos, piedras con inscripciones tiradas por doquier, pisoteadas por el tiempo y las huellas del peregrino, esperando para seguir develando secretos lentamente. Difícil llegar hasta ahí pero único y de la única manera: a pie.
a hora más y llegamos a Çukurbag. Nos sacia la sed la fuente de la primera mezquita. Para continuar debemos cruzar toda la calle principal o carretera, donde ahora hay muchas más casas, hasta la segunda mezquita y desde allí bajar de manera abrupta a Kas. En esta parte vuelve a ser probable, muy probable, perder el rumbo, a pesar de verse el mar. La bajada es empinadísima, de piedras sueltas y tierra. No vale mucho la pena por lo que quizás es aconsejable tomar un dolmus o hacer dedo a Kas.
En Kas esta vez nos quedamos en el hotel Kayahan, está muy bien ubicado, con balcones y vistas al mar. Está a pocos minutos del centro y el servicio es completo y bueno. Con desayuno cuesta 50 liras por persona.