El Nevado de Toluca o Xinantécatl, que significa «Señor Desnudo»en náhuatl, se encuentra a 43 kilómetros al suroeste de Toluca y a unas dos horas de la Ciudad de México, es un volcán activo y la cuarta montaña más alta de México. En su cráter hay dos lagunas, la del Sol y la de la Luna.
Este volcán está contiguo al Parque Nacional de los Venados, entre los municipios de Calimaya, Zinacantepec, Tenango del Valle y Villa Guerrero.
Para llegar al Nevado hay distintas maneras, dependiendo del lugar donde uno se encuentre. Como nos movilizamos normalmente en transporte público, y en nuestro caso, arrancamos del DF, fuimos en dirección Toluca y luego tomamos un bus, Toluca-Sultepec, hasta el desvío hacia Zinacantepec, desde allí teníamos que ir hasta el poblado Raíces, hicimos dedo y nos cargó una camioneta para llegar hasta el Parque de los Venados y comenzar a caminar.
Atravesamos algunos bosques y luego fue todo camino de roca con abundante presencia de nieve.
Este sendero lo realizamos entre el 31 de diciembre de 2014 y el 1 de enero de 2015. Acampamos en la base del Volcán para rodearlo al día siguiente y hacer un circuito con el que pudiéramos de manera metafórica, abrazar al volcán con nuestras huellas impresas en la nieve.
Desde la cumbre se puede ver el legendario Popocatepetl.
En la base hay dos construcciones que estaban cerradas a cal y canto. Los tinacos de agua estaban vacíos, pero afortunadamente pudimos descongelar nieve para tomar mates y cocinar, quemando todo lo combustible que encontramos a nuestro paso, ramas secas, palos de trapeadores y escobas viejas que había allí abandonadas en un galponcito, y algunas maderas.
Cuando no hay nieve, un camino ancho de autos permite acercarse en vehículo hasta pocos metros antes del campo base, sin embargo, la experiencia de subir todo a pie, atravesando el bosque y las laderas, es maravillosa y muy recomendable.
“Mi vida es lo que me da el camino. El viaje satisface mi espíritu explorador y mis ansias de aprender”
El espíritu libre y nómada de María Taurizano la ha llevado a hacer del viaje su forma de vida
María Taurizano, nuestra protagonista, es más conocida a través de su nombre de aventuras: María la que viaja, el mismo con el que ha bautizado a su página, un rincón online repleto de experiencias viajeras en primera persona.
María, natural de la localidad argentina de San Pedro, confiesa que viaja desde que tiene uso de razón, en ocasiones en buena compañía y la mayor parte de las veces en solitario. Su espíritu libre y viajero la ha llevado a ser pionera en Huella Andina, convirtiéndose en la primera persona que recorrió caminando los 570 kilómetros de esta ruta que transcurre por la Patagonia argentina. También completó la Ruta Licia, 500 apasionantes kilómetros que discurren por la península de Teke, en Turquía. Actualmente planea viajar desde Bilbao hasta Kamtachka en bicicleta y a pie.
El planeta no tiene secretos para María Taurizano, aventurera que ha hecho del viaje su forma de vida. Conversamos con ella para que nos cuente algunas de sus experiencias, porque todas no cabrían en una sola entrevista.
Afirmas que viajas desde que tienes uso de razón. ¿Recuerdas tu primer viaje y qué te impulsó a llevarlo a cabo?
Si bien de pequeña viajaba con mi familia en vacaciones convencionales a la sierra o al mar, el viaje que me abrió las puertas y despertó la pasión de andar por el mundo fue irme a París antes de terminar la escuela secundaria. Yo estudiaba francés en la escuela y cierta mañana alguien colgó en la cartelera del patio un afiche que convocaba a un concurso. Se llamaba ‘Cherchez le chanteur’, dirigido a estudiantes secundarios que tuvieran el francés como segunda lengua escolar. Consistía en representar una obra musical y el premio era un viaje a París. No dudé en inscribirme a pesar de que mis compañeros se mofaran un poco de mí, apostando de antemano que seguramente ganaría alguien de una gran ciudad y no alguien de un pueblo que en ese entonces no tendría ni treinta mil habitantes. A pesar de estos pronósticos, lo conseguí. Tenía 16 años y me iba sola a París donde me esperaría un tutor. Todavía me emociona recordarme en aquella escalera mecánica de Ezeiza desde la que saludaba con la mano a mis padres, abrazados al final de la escalera, cada vez más pequeños. Todo lo que vino después fue como nacer de nuevo, sin desmerecer lo anterior, ya que fue gracias al aprendizaje recibido durante la infancia, en mi casa, en la escuela pública argentina… Todo ese bagaje y mi espíritu aventurero se conjugaron para lograr dar este primer y definitivo paso.
¿Cuándo decides que quieres llenar tu vida de experiencias viajeras y dedicarte de lleno a ese objetivo? ¿Fue una decisión o las circunstancias te movieron a esta forma de vida?
El viaje a Francia duró un poco más de lo estipulado. Mi beca financiada por la embajada terminó, sin embargo yo sentía profundamente que aún quería ver más, aprender más, seguir andando. Lo estiré todo lo que pude, pero ante la insistencia de mis padres regresé a Argentina. Me inscribí en la universidad que no prosperó mucho aunque me encanta estudiar. Me había mudado a Buenos Aires y estaba obnubilada por la posibilidad de hacer muchas cosas allí. Me apuntaba a todo y los días no me alcanzaban. Entre mis actividades artísticas y estudios, seguía patinando sobre hielo y esto nuevamente me arrastró a viajar por el mundo, ya que di una prueba para entrar en la compañía Holiday on Ice y me fui de gira con ellos. Luego de la gira volví a Argentina. Aún no se había instalado en mí la idea de vivir como nómada. Sin embargo llegaron mis hijos, quienes sí podrán decir de manera literal que viajaron desde tener uso de razón. Primero fueron a campamentos por la Patagonia. Largos recorridos por los Parques Nacionales en una época en que no existían más que picadas, senderitos sin marcas, o solo seguir el curso de un río durante unos cuantos días, pasando lagos y collados. Nos tomábamos meses de vacaciones, posibilitado esto porque yo trabajaba en un canal de TV de San Pedro. Cada vez que volvía de un viaje hacíamos un programa nuevo. En este período nos fuimos a la Amazonia y convivimos varios días con una comunidad internada en lo más recóndito de la selva. Cuando regresamos a Iquitos, para volver a Lima y luego a Argentina, Farid, el mayor, sugirió que ya no podíamos irnos de allí, porque “ahora tenemos amigos acá”, así que ese fue el primer momento de mi vida en que yo me pregunté: ¿por qué no quedarnos? Y nos quedamos.
Un día los chicos propusieron que era hora de volver y volvimos a San Pedro. En el vuelo de regreso, Farid me dijo: “a mí alguna vez me gustaría ir a Egipto”. Y así siguieron muchos años de vida, yendo hacia donde a mis hijos les nacía el deseo y yo seguía el impulso irreflexivo. Ellos fueron la circunstancia original para vivir como nómada. Ahorrábamos para viajar, poco o mucho según se pudiera, pero lo hacíamos siempre. De alguna manera, fui yo, la madre, la que siguió sus pasos.
Tienes una compañera de viaje infatigable: tu bicicleta. ¿Viajar sobre dos ruedas es tu forma favorita de recorrer el mundo? ¿Qué te aporta esta manera de moverte por el planeta?
Hasta ahora, viajar en bicicleta ha resultado mi forma favorita, sí. Antes lo que más hacía, disfrutaba, y aún disfruto, era la caminata a pie, el trekking, largas travesías paso a paso. Cuando en 2014, Martín y yo coincidimos en México y él me invitó a cruzar América Latina en bicicleta no lo dudé, aunque no tenía ni bicicleta y hacía muchos años que no pedaleaba. Trabajaba como profesora de idiomas en un instituto, cobré la quincena y me compré la más barata que encontré. Con esa bici viajé de México a Argentina. Descubrí que viajar en bicicleta es el ritmo ideal. Que el pedaleo no interfiere con el medioambiente, ni asusta a los animales, que puedes ir viendo la naturaleza en su estado salvaje. Que no puedes perderte nada, todo lo respiras, escuchas y sientes por todos los poros. La bicicleta te permite cubrir más distancia que a pie en un día, pero sin apresurarse demasiado. El mundo se vive de verdad, a flor de piel, y también la gente que encuentras durante la ruta, sus quehaceres, sus historias y modos de vivir la vida. Se aprende mucho de uno mismo al mismo tiempo, de nuestras capacidades, fuerzas y limitaciones, del respeto que nos merece la naturaleza. De nuestros temores, humores, de los sentires propios que se revelan sinceramente al enfrentarnos cara a cara con el mundo y afrontarlo solo con nuestro propio esfuerzo y la ayuda de las ruedas y los pedales de la bici. Viajar en bici, hasta ahora, para mí, es lo máximo y no lo cambio por nada.
Háblanos de la aventura junto a tu hijo Martín y un amigo de éste en vuestro viaje de ocho meses recorriendo Latinoamérica, una aventura que ha quedado plasmada en el libro ‘América Latina en bicicleta’. Cuéntanos detalles sobre este trabajo.
La idea primigenia del viaje en bici desde México a Argentina fue de Martín. Él vivió más de la mitad de su vida en México, tiene muchos amigos por allá, invitó a varios pero sólo uno de ellos, Álex, viajó con nosotros. Cuando Martín me preguntó y empezamos a elucubrar planes, nos preocupaba cómo íbamos a sobrevivir, después te das cuenta de que la cuestión del dinero, que aparentemente es tan necesario, es bastante fútil cuando viajas en bici. Siempre se sobrevive, con muchos menos recursos que los supuestos y mucho más recibido desde el camino mismo que lo esperado.
Pero bueno, culpa del mundo mercantilista en que vivimos, nos preocupaba pensar cómo íbamos a sobrevivir tanto tiempo que demandaría el viaje sin ingresos. Así que se nos ocurrió la idea del libro. Escribir un libro contando la historia del viaje y venderlo por adelantado, a través de una cuenta de crowdfunding, a las personas que quisieran más adelante, después de que llegáramos y lográramos escribirlo y editarlo, leer nuestra historia. Muchas personas confiaron en nosotros, en que cumpliríamos el cometido, se arriesgaron, apostaron por nuestro viaje. Por eso escribimos el libro. Fue muy duro, más duro que pedalear tantos kilómetros, tarea que rápidamente se convierte en un placer. Recopilar 235 días con muchas emociones y hechos y datos técnicos en esas páginas. Siempre pienso que deberíamos escribir otro, hablando más de las emociones que vivimos durante el camino, porque a la hora de escribir yo, que fui quien llevaba el hilo conductor del relato, me volqué más a la actualidad social y a la historia y geografía de los lugares por los que pasábamos. Es un libro rico en historias, descripciones, detalles de servicios al viajero, pero le falta más de lo emocional, de lo que nos pasaba a nosotros por dentro. Pero bueno, puede escribirse otro libro con ese tipo de vivencias interiores, contando otras historias del camino y su gente que no pudimos incluir en acotadas 464 páginas.
¿Qué te proporciona y que te quita tener un espíritu nómada? ¿Viajar siempre compensa?
Viajar me proporciona descubrir y aprender. Mi vida es eso. No tengo casi nada material. Nada. Vivo con tan poco que a muchas personas que se cruzan en mi camino les resulta difícil de creer. No se concibe el prescindir de tanto innecesario. A mí no me falta nada. Siento que poseo y vivo con todo lo que necesito. Mi vida es lo que me da el camino. El viaje satisface mi espíritu explorador y mis ansias de aprender. Más idiomas, más de las montañas, más de la naturaleza, más de la cultura y las historias y las leyendas de cada pueblo. Más de la gente que vive en esos pueblos, de sus alegrías, fiestas, y de su sufrir y sus luchas que siempre me motivan a participar activamente, porque no puedo soportar la injusticia ni dejar de intentar cambiar el mundo por un lugar mejor. Cuando viajo y me quedo un tiempo en algún lugar quiero hacerme parte del lugar y su gente. Eso me da viajar, aprehender al mundo y a la humanidad. Conocer qué crece en cada latitud de la tierra, cómo vive la gente según las temporadas, según sus tradiciones, según sus deseos. Cuáles son sus ritos, sus creencias. Qué pasó allí antes. Es el aprendizaje, y aprender, saber más, es lo que infunde fuerza y deseo a mi vida.
Lo que me quita vivir viajando es sentir, muy de vez en cuando, una nostalgia anticipada por lo que nunca voy a tener. Nunca voy a tener algo antiguo en un rincón como una reliquia de la que hablar de un recuerdo. Nunca voy a ver crecer un árbol que planté aunque amo a los árboles; hago huertas y siembro en cada lugar en que vivo, en campos extensos o en macetas, pero casi nunca llego a probar los frutos. Y lo que más quita es que muchas veces, durante tiempos que a veces me pesan más largos, estoy lejos de mis hijos, porque ellos ya son grandes y cada uno de nosotros sigue ahora su propio viaje, aunque por fortuna nos vemos, cada vez que podemos hacerlo, en otro lugar del mundo. Hasta ahora vivir viajando, compensa. Y aunque a veces hay dificultades, piedras en el camino, consecuencias de haber vivido una vida asistémica y no encajar fácilmente en las sociedades estructuradas, reflexiono y me doy cuenta de que, de tener que volver a empezar, lo haría todo de nuevo sin cambiar nada respecto del espíritu andariego.
¿Ser mujer y viajera te ha creado algunas fronteras con las que un hombre no se toparía?
No. Creo que no, y si alguna vez ha sucedido la verdad es que no me acuerdo. Pero he viajado toda América Latina sola, en coche, por ejemplo. Caminando sola en diferentes países del mundo, muchísimas veces. En bici casi siempre he ido acompañada, no siempre, pero en el tiempo en que he ido acompañada como de México a Argentina, cada cual iba a su ritmo y yo, al principio, muy rezagada, así que era lo mismo que ir sola, y nunca tuve ningún problema. He viajado sola también como mamá de dos hijos desde que nacieron y tampoco eso me ha significado ningún problema o limitación y, cuando por cuestiones legales hemos necesitado la firma del papá, hemos contado siempre con su beneplácito. He recorrido sola medio oriente, trabajado en Palestina. Viví sola en Turquía. Nunca sentí que mi condición de mujer fuera limitante o frontera para algo.
Confiesas que nunca te ha financiado ninguna marca. ¿Cómo se consigue vivir viajando?
Si vieras mi currículum vitae real quizás no lo preguntarías. Mi curiosidad de aprender me lleva a ser capaz de hacer múltiples cosas. Voy trabajando, sin importar el status del trabajo que se consiga. Como aprendo muchos idiomas, enseño idiomas si consigo trabajo de esto. Este conocimiento me ha facilitado también poder trabajar en hoteles, restaurantes, establecimientos o trabajos que tienen que ver con el viajero o el turismo. Pero como también me arreglo bien con las plantas, he trabajado en huertas orgánicas. Como por motivación e impulso propio he recorrido algunas travesías de montaña no muy tradicionales, he terminado haciendo de guía en algunos lugares, en distintos idiomas también. Como estudié teatro, danzas, música, puedo a veces ser monitora o narradora de conciertos, trabajo esporádico que tengo actualmente. Tengo título de magisterio lo que me da puntos al momento de tener que elegir un maestro, y de soporte de PC que garantiza que puedo instalar una red, un software o arreglar una computadora -lo que no es a ciencia cierta verdad- pero a veces hay situaciones o países muy estructurados donde estos títulos ayudan, mientras que, si saco mi currículum desencaja y no cuadra de ninguna forma. Cuando no consigo trabajo asalariado suelo ofrecerme como voluntaria y así consigo dónde vivir y qué comer y de paso seguro aprendo algo nuevo. A veces, como en estos días, me pagan para viajar acompañando a grupos de estudiantes en programas de inmersión regional bilingüe.
¿Es cierto que hablas 14 idiomas?
Hablar bien como para poder traducir un libro literario o trabajar en la ONU hablo sólo castellano, francés e inglés. En ese orden con diferencias sutiles de nivel, pero prácticamente me da igual hablar en uno u otro, aunque el inglés, de todos los que sé, es el que menos me gusta, pero el más útil a la hora de viajar por el mundo y conseguir trabajo. Puedo explicarme muy bien y mantener conversaciones prolongadas en ruso, portugués, griego, italiano, turco y búlgaro. En un nivel menor, pero como para poder llegar a un país y manejarme cotidianamente en su idioma, hablo árabe, siciliano que aprendí de mi abuela y pude hablar en Sicilia con los más viejos y euskera que de estos es en el que más errores cometo. Aprendí rumano antes de ir a los Cárpatos, y catalán cuando viví en Barcelona. En Bolivia estuve estudiando quechua y aymara, y cuando fui al Himalaya, antes estudié nepalí. Es difícil mantener todo esto cuando no lo practicas a menudo por eso trato de seguir estando al tanto, leyendo libros, escuchando música, viendo películas, o regresando a algunos lugares para volver a practicar.
¿Qué lugares de los que has visitado a lo largo de tu vida te han marcado más?
México es uno de los países donde decidí quedarme más tiempo, por su riqueza cultural inabarcable, por todo lo que aún falta por descubrir y aprender de su pasado, por su comida única e irreproducible en ningún lugar del planeta. Bulgaria por su sociedad sana, por la buena energía que se siente entre su gente. El País Vasco, donde vivo actualmente y del que aún no quiero irme, por su autenticidad, sus misteriosos orígenes, por sentir en su tierra a algunos ancestros, por sus colinas verdes, porque llueve bastante y la lluvia me inspira. Rusia por ser tan enorme, tan organizado, por su historia, su ciencia y su arte y por su idioma que aún estoy estudiando y me encanta. La Patagonia argentina por sus senderos entre lagos, bosques y montañas. Licia en Turquía, ruta a la que siempre volvería, por sus vestigios arqueológicos en medio de los montes Tauros sobre el Mediterráneo, bello e interesante.
Ahora tienes un bonito proyecto: viajar desde Bilbao hasta Kamchatka en bicicleta y a pie. Cuéntanos los detalles de esta aventura.
Decir Kamchatka es como decir Ítaca. Quiero que el camino sea largo, Kamchatka lo pongo como meta, el lugar adonde llegar. Lo que deseo es vivir un camino entre Bilbao y Kamchatka lleno de zigzags que me lleven por montañas, muchas por las que aún no anduve y otras a las que deseo volver. Pedalear las distancias que me separan de mi destino hacia el este, pero desviándome cuando me inspire el camino para pasar por otros sitios aunque no estén -y no lo estarán- sobre la línea recta que me separa de Kamchatka. Quiero atravesar montañas a pie, lo que me obligará a cambiar las alforjas por la mochila por unos días, luego regresar y volver a armar alforjas para seguir pedaleando. Sé que habrá meses en que deberé esperar a que baje la nieve, y luego esperar a que deshielen los ríos, y que solo tendré tiempos breves para cruzar la gran Siberia a pedal y a pie. Sé que encontraré en el camino los lugares adecuados para permanecer en la espera y seguir aprendiendo. Me gustaría en mi andar poder registrar lo que vea, lo que viva, filmar, sacar fotos, escribir. Por mi forma de vida carezco de equipos, de todo tipo. No uso móvil, no tengo ni nunca tuve ni usé un GPS. Trabajo con una netbook generosa y fiel que viene soportando los golpes y zangoloteos del camino desde hace una pila de años. Demora diez minutos en encenderse tras algunas maniobras. El teclado ya no funciona, uso uno extra que me han prestado, la pantalla tiene manchas negras. Tengo una cámara pocket antigüita que tampoco tiene mucha calidad.
Sé que de no encontrar suficientes empleos, de no poder comprar elementos que me encantaría llevar durante el viaje, o de no conseguir recursos suficientes para renovar el equipo, saldré igual. Pero me encantaría poder compartirlo, hacerlo también para otros que por diferentes motivos no estarán allí, por eso he abierto una nueva solicitud en gofundme y ojalá alguien, alguna marca, se entusiasmara con mi proyecto. Puede darse fe fehacientemente de que en general siempre he llevado adelante lo planeado. Pero de no existir financiamiento ni equipo para registrar, editar, compartir el día a día, eso no significará desistir de este nuevo sueño, de este nuevo camino hacia Kamchatka. Lo intentaré y lo haré, porque me nace así, por mi necesidad imperiosa de seguir andando y aprehendiendo el mundo. Porque yo soy esa que va, así me veo y así me quiero, María la que viaja, de no hacerlo, no sería yo la que está viviendo mi vida.
¿Nunca has pensado en echar raíces en algún lugar?
Hasta ahora no. La idea de echar raíces la veo siempre en un futuro lejano, casi ajeno, que nunca termina de llegar. Alguna vez he tenido la idea de un lugar donde permanecer, me ha atraído mucho algún rincón de las montañas Rila en Bulgaria. Pero no. En general, cuando me pienso mudándome otra vez, cuando me mudo de hecho, hasta ahora ha sido siempre por un tiempo, a veces es más, a veces es menos. Por más que intento imaginarme llegar a un lugar que será mi casa para siempre, no logro imaginar esa casa, ese lugar, ni esa situación. Creo que no me haría feliz saber que llegaré a un lugar donde voy a quedarme para siempre, así que prefiero seguir pensando hacia dónde iré la próxima vez. Hacer un plan, delinear un mapa, tener una ilusión. Es esa ilusión la que me mantiene viva.
Aprovechando la última jornada para recorrer algunos sitios más de Lisboa.
Volvimos a la Plaza de Comercio, bajando a pie junto al funicular antiguo de Bika, pasamos por Cais de Sodre pero antes hicimos una incursión por el Mercado de la Ribera, renovado, con sus puestos de ventas de frutas y verduras y un amplio comedor repleto de huéspedes y platillos. La explanada de la Plaza de Comercio o Paço do rey es tan amplia como acogedora, con ese aire marino que le da tener como flanco la costa. Nos sentamos cerca del mar.
Caminamos por la Avenida Liberdade, pasando una vez por Rossio con su estación decimonónica y su teatro manuelino, y llegamos a la estatua enorme del Marques de Pombal. Luego anduvimos por los Parques Eduardo VII y Amalia Rodrigues y continuamos hasta el Museo y Jardines de la fundación Calouste Gulbenkian. Todos los parques son enormes extensiones de verde y arboledas pero el Gulbenkian se destaca por su frondosidad, por sus rincones acogidos de sombra y pequeños estanques.
Luego ya llegaba la hora de partir así que encaramos en Metro hacia la Estación Oriente. Tomamos el metro cerca de Gulbenkian, en la estación Sao Sebastiao hasta Oriente. Usamos la misma tarjeta Viva Viagem que cargamos con un viaje de metro por poco más de 1 euro.
La estación Oriente es desorganizada y caótica, nada está indicado y es un quilombo adivinar cuál será el andén de salida. Todos los autobuses paran en el exterior, en carriles con paradas sin nombres ni indicaciones. La terminal es metálica, fría, ruidosa y fea. Dimos algunas vueltas tratando de buscar información para nuestra parada, finalmente seguimos a un Flixbus que justo llegaba de otro viaje y con su chofer logramos enterarnos de que todos los Flixbus paraban en ese mismo lugar. Hubo confusión entre la gente que viajaba todo el tiempo. No está claro de dónde sale el bus ni cuál es el que hay que tomar. Apenas hay unos calcos adhesivos verdes de 1 por 5 cm pegadas en lo alto del poste de parada del bus que dicen Flixbus. Para nosotros que hablamos castellano, entendemos portugués y somos viajados, fue más fácil pero para los extranjeros de otros lugares o gente con poca experiencia viajera, se los notaba perdidos, inseguros.
Finalmente viajamos bien. Acabó esta semanita en el país Luso que nos sorprendió positivamente en muchos aspectos, sus ciudades llenas de encanto, color, música, su pueblo solícito y agradable, sus vinos suaves y sabrosos, su universidad antigua, sus castillos suntuosos y vegetación exótica y exuberante, su costa de roca, recovecos y agua helada, contrastando con toda la calidez antes mencionada.
Si antes pensé que Porto era inagotable tan repleta de rincones a descubrir, no menos puedo decir de Lisboa! Lisboa sorprende en cada esquina. No sólo callejas de adoquín y frentes con azulejos sino que cuadra a cuadra se despliegan ante nuestros ojos monumentos de todos los tiempos y estilos. El estilo decimonónico, el art nouveau, los murallones del medioevo, el arco de medio punto, la influencia mudejar en ojivas y recortes de columnas o ventanas. Color, monumento, parques, plazas enormes y gente amable. Muchas antigüedades, mucha literatura viva.
Nos dejamos llevar sin mucha exigencia de un plan determinado. Es difícil, caminando por Lisboa, intentar unir un punto a otro premeditadamente porque seguro que en medio se nos cruzará algo que llamará nuestra atención y luego otra cosa, y entonces perderemos el hilo de cualquier itinerario planeado.
Hay desnivel, calles que suben y bajan de las colinas sobre las que se explaya la ciudad capital. En algunas de ellas como la Calçada da Gloria, existe el funicular, en otras podemos encontrar escalera mecánica, vías de carris (tranvías), escaleras de piedra, o empedrado, y elevadores, como el de Santa Justa, al que se accede por un puente rodeado de alambre tejido en el que se atan cientos de candados y cintas, promesas de enamorados.
Se puede recorrer en carris, los tranvías, en tuktuks que ofrecen paseos para turistas continuamente, en otros carritos y trencitos. Al igual que Porto, Lisboa es una ciudad muy visitada por turistas de todas partes. Este día seguimos recorriendo a pie, para mí, dentro de una ciudad, es la mejor manera de no perderse nada.
Pasamos por la tradicional cafetería La Brasileira, reducto de poetas y escritores de todos los tiempos, antes y ahora, por las calzadas donde uno tras otro se yerguen edificios de bibliotecas, ventas de antigüedades, casas de modas vintage. Hay artistas callejeros, pintores, ferias, artesanos. Abunda el color entre las mayólicas y las ventanas con ropa tendida. La gente es amable, sonríe, es solícita para indicar, aun cuando uno no pregunta, y los precios son accesibles.
Descansamos en la Plaza de la Alegría, un reducto de paz a la sombra de una enorme conífera achaparrada, caminamos por Rossio, pasamos por el Teatro Dona Maria, subimos al Castillo de San Jorge, a la Sé Catedral, y bajamos por Alfama, el barrio del tradicional fado hacia la Plaza de Comercio junto al mar. Esta última, fue reconstruida después del terremoto de 1755, los edificios que la rodean son de estilo neoclásico, es una plaza enorme, muchos aún la denominan Terreiro do Paço porque se encuentra sobre los terrenos que ocupaba el antiguo palacio real.
El Castillo de San Jorge se eleva sobre la colina primigenia de Olisipo, los cimientos son visigodos del siglo V, luego fue remodelado por los árabes en el IX y resontruido por Alfonso desde 1147 hasta el siglo XI. Desde estas alturas las vistas del Mar de Paja y el estuario del río Tajo, son preciosas.
La Catedral de Lisboa, Sé, tal como la de Oporto es de austeros muros románicos con aspecto de fortaleza y macizas torres gemelas.
La ciudad de Coimbra es la ciudad universitaria por excelencia de Portugal. Aquí se encuentra una de las universidades más antiguas de Europa, fundada en 1290. Está sobre una colina y se accede a ella por diversos callejones de empedrado jalonados de frentes de todas las épocas y unas cuantas iglesias.
La ciudad de Coimbra fue la capital del reino de Portugal y por eso sus edificios tales como la Catedral son de gran porte y similar ostentación que los que encontraremos en Lisboa o Porto.
Coimbra está a 118 km de Oporto, y se puede llegar a ella en tren o en bus. Los buses Rede Expresso salen desde la Rodoviaria 24 de agosto, tardan una hora y diez miutos y cuestan 11.90 euros. Los trenes salen desde Santa Polonia y el Intercidade cuesta 13.60.
Luego desde Coimbra tenemos buses a Lisboa cada hora por 14 euros, y trenes por cerca de 20 euros.
Caminamos desde la Rodoviaria de Coimbra hasta el centro siguiendo la Avenida Magalhaes, frente a la rodoviaria. En un momento veremos el río Mondego, y hacia la dirección contraria la entrada a los callejones por los que accederemos a la legendaria ciudad universitaria.
Intensa caminata por las inagotables calles y puentes de Porto.
Salimos desde nuestro departamento en la Rua da Alegria y a pocos metros pasamos por el Teatro Helena Sá e Costa. Luego tomamos la Rua Santa Catarina, pasamos la Capela das Almas y cerca del Mecado do Bolhao nos compramos unos panes artesanales, tradicionales, riquísimos! de milhojas y con sabroso relleno de frutas, dulces, y cubiertos con escamas de almendras, delicias! y buen precio! A pocos metros, por esta calle peatonal, de frentes azulejados que obligan a detenerse a admirar a cada paso, hicimos un nuevo stop, en el famoso café Majestic, hermosa arquitectura, estilo art nouveau, vitrales y ornamentación. Subimos por la parte alta de la Fortaleza al Puente Luiz I y cruzamos a Vila Nova de Gaia donde se encuentran las antiguas y renombradas bodegas de Oporto. Caminamos por el malecón e hicimos nuestro pic-nic de mediodía con una vista privilegiada del Douro y las casitas de la otra margen más los continuos barcos haciendo sus paseos. Volvimos a cruzar por el Puente Luiz I, pero esta vez por la parte baja. Este puente es Patrimonio de la Humanidad y fue diseñado por un discípulo de Eiffel, construido en 1886.
Caminamos un buen rato más por Porto, fuimos a la Catedral, a la Igreja Santo Idelfonso, a San Francisco, entramos en la Santa Clara de increíbles retablos y plafonds barrocos dorados. Pasamos otra vez por San Bento, por el Mercado Ferreira Borges y por el Museu Igreja da Misericordia. Volvimos a la Torre dos Clerigos y cruzando un parque cerca de ella pasamos por la librería Lello & Irmao donde había una multitud esperando en la cola para entrar. Luego caminamos tranquilamente a casa.
Seguramente hemos visto y puede verse más de lo comentado en estos posts. Porto parece ser una ciudad repleta de rincones a descubrir, da para mucho y da gusto andar y perderse en sus callecitas, con sus frentes de mayólicas de todos los tiempos, viejos y tal como fueron hacen siglos, o renovados. Además, la gente, es amable, y en estos dos días, varias personas se han acercado a hablar con nosotros y hacernos comentarios aún cuando no les hemos preguntado nada. Se ve que les da gusto, quieren platicar.
Cada isla griega tiene su propia idiosincrasia. Si bien guardamos en la memoria o el deseo la idílica imagen de mar y laderas con casas de paredes blancas y ventanas azules, cuando recorremos las islas griegas, si lo hacemos desentrañando su verdadera esencia, descubriremos que todas son diferentes, que las ventanas de Mykonos conjugan verde y bordeau, que los frentes de Naxos tienen más piedra que los de Paros, también los de Syros, que en Tinos las ventanas suelen ser celestes o lilas, y que no todas las islas se embalsaman en los tonos pastel porque en Samos, cuna de Pitágoras, y también de Hera esposa de Zeus, suelen refulgir los marcos marcos naranjas, amarillos, contorneando un mar más verde que el de Lesvos.
Se puede viajar libremente por las islas griegas con bajo presupuesto a través de una gigantesca red de ferries que surcan los archipiélagos día a día deteniéndose en puertos que quizás no habíamos planificado, que no sabíamos que existían pero donde el barco hace una escala y tal vez, algo, nos convoca. Seguir el impulso.
Es difícil planificar un itinerario rígido si uno quiere aprovechar el tiempo y el dinero, salvo que veamos con antelación los horarios de ferries. Se pueden consultar en páginas como blue ferries, go ferry… ver allí los schedules, aunque no siempre son exactos y según las temporadas hay más o menos frecuencia de embarcaciones saliendo de un lugar a otro.
La primera vez que recorrí islas griegas lo hice saliendo desde Turquía. Había estado trabajando en una terraza de hotel en Kusadasi desde donde cada atardecer deliraba qué islas, qué costas, qué pueblos, me esperarían navegando a través de esas aguas del Egeo. A menos de dos horas de Kusadasi, Turquía, está la isla de Samos. El ferry que hace el trayecto es un poco más caro porque se trata de un enlace internacional, pero nada del otro mundo, un viaje factible, debe rondar los 40 euros y es, si mal no recuerdo, el más caro que he hecho, los demás, entre isla e isla, irán de a 15 a 25 o 30 euros si nos desplazamos a otro archipiélago un poco más lejos.
En Samos hay muchas posibilidades, muchas cosas por hacer y para ver: el sitio mismo donde nació Pitágoras, la columna del templo de Hera en el Ireon que supo ser más grande que el mismísimo Partenón. Es una isla amplia con vestigios de un pasado intenso. El mismo panorama vamos a ir encontrando en las demás islas a las que vayamos; por ejemplo, Syros, si acampamos en Galissas, luego tenemos que visitar la ciudad principal, Ermoupolis, llamada así en honor a Hermes y también ir a caminar por empinado pueblo de Ano Syros, desde el Vrodado. En Naxos, además de la ciudad principal, podemos hacer trekking ya que posee una red de senderos. Naxos es la isla donde Teseo dejó a Ariadna después de que Ariadna le diera el hilo largo largo para guiarlo en la salida del laberinto. En Naxos, Ariadna hizo buenas migas con Dionisos. Dicen que no hay mejor vino que el vino de Naxos para un corazón destrozado. En Paros, la ciudad principal es Parikia, el camping está en la playa Kolymbithres pero hay un pueblito llamado Naoussa y otro llamado Levkes, bellísimos los dos, y a los que se puede llegar en el bus local. También iremos a Anthiparos, la antítesis de Paros, pequeña y tranquila, sin movimiento de turistas, separada de Paros por un estrecho de mar. El colectivo nos lleva hasta un lugar que se llama Punta y de ahí, un barquito. Y otro día, otro ferry, hasta la legendaria Santorini, la isla del jet-set al alcance de nuestro bolsillo. Hay un camping de lujo que cuesta 9 euros y buses para recorrer toda la isla. Es alucinante la llegada en barco a Santorini, desembarcamos en una garganta gigante y negra de escoria volcánica. Santorini es lo que queda de una isla que fue mucho más grande varios milenios antes de Cristo, destruida por una catastrófica erupción durante la cual, al parecer según coincidencias con los textos de Platón, desapareció la Atlántida.
Todas las islas tienen varios puertos y pueblos consecuentes donde podemos elegir quedarnos. Hice el viaje con una tienda de campaña y en la mayoría de las islas hay campings accesibles de unos 5 euros, y que tienen de todo en sus instalaciones. Ubicados siempre cerca de las playas, accesibles a los pueblos y sus callecitas, con piscina de natación, taquillas, internet, buenas duchas, y algunos también con almacén, restaurante, o salón comedor para cocinar. No falta nada.
Para llegar a los campings desde los puertos, suele haber allí, apenas desembarcamos, personas con carteles invitando a alojarnos en su camping. Ellos van a esperar las llegadas de los barcos con su cartelito y luego te montan con mochila y todo en una furgoneta y te llevan al camping. Servicio de taxi gratuito. Son siempre muy amables y los campings están todos bien, así que arriesgarse con confianza. Se puede hacer una pesquisa previa por internet pero de no ser esto posible, igual, correr el riesgo sin problemas, que fluya, fluirá bien seguramente.
Una vez acampados podemos recorrer las islas en los transportes colectivos, los buses que salen desde terminales rudimentarias, paradas frente a un bar o en una sencilla explanada. El transporte colectivo de las islas no es muy frecuente, no hay muchos buses durante todo el día hacia todos los pueblos, pero se puede averiguar y planificar. Son buses sencillos, urbanos, muy baratos. También en todas las islas alquilan ciclomotores y bicicletas.
No se puede mantener un recorrido rígido pensado de antemano porque estaremos un poco a merced de las salidas programadas de ferries. Por ejemplo, la primera vez, yo quería ir a Naxos, Paros, y seguir el periplo desde Mykonos hacia Delos, sin embargo, el ferry que por sus días de salida me convenía para aprovechar mejor mi tiempo, salía a Syros, así que barajé otra secuencia de combinaciones e hice de Samos a Syros, luego Tinos, desde Tinos fui y volví en el día para visitar Delos, y luego Naxos, Paros y Antiparos y Santorini.
En otra oportunidad me tocó ir a Lesvos, también desde Samos y por una cuestión de “schedule” y de aprovechar mis días de viaje.
Antes de viajar a las islas griegas está bueno mirar un poco el mapa de los mares. Son infinitas. Es importante tener una idea de los archipiélagos, de su ubicación aproximada de sus características principales, de qué pasó por allí en una eternidad de historia como la que posee la cultura griega, qué ver por allí además de disfrutar de sus playas paradisíacas y de su cultura cálida y acogedora.
Y como no puede ser de otra manera, desde mi experiencia, recomiendo aprender algo de griego, mínimamente necesario poder leer en alfabeto griego. Se puede aprender y aquellos que lo deseen antes de viajar, pueden contactarme y puedo darle algunas clases breves pero muy útiles a través de internet, verán que al fin y al cabo, todos hablamos sin saber, más griego del que creíamos.
También los que hayan leído hasta aquí, pueden consultarme las dudas que tengan y en las que yo pueda servir de guía, sin problemas. Amo viajar por Grecia y las Islas Griegas, siempre anhelo y estoy dispuesta a regresar.
No se queden con las ganas. Sólo hay que llegar a un punto cercano, puede ser desde Turquía, ya que son muchísimas las ciudades turcas del Mediterráneo o el Egeo, que conectan con Islas Griegas, puede ser desde Atenas, desde el Puerto de Piraeus, todos los días hay varios ferries a todas partes, puede ser desde Thessaloniki, y hay más posibilidades.
No se queden con las ganas, reitero, de vivir la experiencia de conocer y disfrutar a full Grecia y las Islas, todos deberíamos hacerlo, vale mucha la pena, y se puede.
-Ja, con un hijo no creas que vas a poder seguir viajando –me dijo mi tío cuando se enteró de que estaba embarazada.
Quizás lo tomé como una afrenta y nunca le agradecí su contundente sentencia que me impulsó a mandarme a mudar en el primer tren con un bebé en brazos. Ese fue el primer paso que se convirtió en una interminable secuencia de viajes por el mundo con mis hijos. Afirmo, tal como mi tío, con contundente sentencia, que viajar con los hijos, desde pequeños, es lo mejor. Y se puede.
Las madres cargábamos nuestras mochilas a más no poder con alimentos para campamentos de no menos de treinta días, calculábamos la comida para todos los días, desayunos, almuerzos, meriendas y cenas, sabíamos que durante el transcurso del recorrido encontraríamos, al menos cuatro veces en un mes, pobladores que vendieran algo de verdura, queso, huevos y pan casero. No había proveedurías ni carreteras como hay hoy, ni estaban abiertos ni señalizados los senderos de Huella Andina u otros senderos, y lo hacíamos igual. Llevábamos un mapa de papel, fotocopiado en partes añadidas, y nos manejábamos. Los caminos de autos eran de ripio con mucha piedra y polvo, caminábamos a veces por esos caminos o por las brechas o picadas de pobladores y guardaparques o siguiendo el curso de un río o arroyo o bordeando temerariamente las márgenes de un lago.
Cuando íbamos por algún camino de ripio, si pasaba algún auto, hacíamos dedo; normalmente iban muy cargados pero así y todo solían compadecerse de semejantes madres y su prole y, al menos, nos llevaban las mochilas en los portaequipajes hasta un punto acordado. Las dejaban allí abandonadas y nosotros las recuperábamos a nuestro paso. Otras veces cargaban a los nenes más chicos y lo mismo, los dejaban en un punto acordado, adonde ellos, entrenados para esto, nos esperaban tranquilamente jugando con piedritas, buscando frutillas, comiendo calafates o frambuesas, o buscando insectos. Cuando había que caminar lo normal era llevar la mochila, con todo lo que nos hacía falta, comida carpa bolsas de dormir poca ropa, y además al hijo más pequeño en los hombros. Acampábamos de tres a cinco días en el mismo lugar, nos instalábamos ahí y después levantábamos campamento hasta otro lugar diez o veinte kilómetros más adelante. Los chicos se bañaban en los lagos, juntaban leña para el fogón, tomaban agua de los arroyos y cagaban en los yuyos.
Creo que en la época actual la adicción a consumir tantas cosas inútiles crea necesidades inexistentes. Parece que no se pudiera vivir prescindiendo de ciertas cosas que, rememorando estas andanzas de mis viajes con mis hijos, me doy cuenta que son perfectamente inútiles. Que nos han convencido de que facilitan las cosas, pero que en realidad entorpecen, pretenden volverse indispensables y atarnos a una realidad que no nos hace falta. Somos humanos, pero también somos animales, y la naturaleza ha puesto sobre nuestro planeta todo lo que nos hace falta para vivir y nos ha dotado de la misma manera para subsistir.
Después de los veranos patagónicos vino nuestro primer viaje lejos y en avión, el Amazonas. Cumpliría un ferviente deseo de Martín de 4 años, “ver indios pero de verdad”. Hecho. Increíble pero real. Pronto publicaré la historia completa de ese viaje.
Mis hijos recorrieron la Ruta Maya cuando tenían 6 y 8 años, vivieron en Cuba a la par de los cubanos a la misma edad, caminaron el Camino del Inca completo a los 8 y 10 años, sin guía, sin nadie que nos arme la carpa o nos prepare la comida, y recorrieron a dedo, a pie, en autobús los miles de kilómetros de la costa brasilera, hasta la Guyana Francesa inclusive. Todo eso como para empezar.
En la mayoría de los viajes éramos nosotros tres. Cuando crecieron y ya no había que cargarlos en los hombros, era yo y una mano para cada uno. Los ojos siempre atentos. Dejarlos hacer sin perderlos de vista. Cuando crecieron más, repartimos el peso en tres mochilas, y empecé a perderlos de vista para dejarlos ser y hacer. De esa manera mis hijos crecieron conviviendo con distintas culturas, con gente de todos los colores y que hablaban idiomas distintos. Luego emprendieron su propio viaje y lo mejor de mi vida se convirtió en la nostalgia más grande. Los extraño cada día y sé que esto será así para siempre aunque de vez en cuando nos seguimos dando el gusto de recorrer juntos algunos caminos de este mundo inagotable.
Por mi experiencia creo y afirmo que, para viajar con hijos, desde pequeños, hay que ayudarlos a crecer sanos, y nada mejor que lo que la naturaleza nos ha provisto para eso. No hay que hacer caso a nada que venga de la publicidad. Quizás fui un poco anticuada, usé el ombliguero, no usé pañales descartables, no los obligué a ponerse los zapatos si ellos elegían andar descalzos, no me importaba que se ensucien ni que anduvieran desnudos. No andaban a la moda ni tomaban coca cola, ahorrábamos para viajar, pero no tenían complejos. Tampoco teníamos televisión, y eso ayudaba a que lo cotidiano fuera la creación constante de sus propios entretenimientos, no había nada para ver que viniera hecho de fábrica, había que fabricarlo en casa. El resultado era un perfecto desorden enchastre y pegoteo, pero además, el resultado era aprender a ingeniárselas, y un poco también, la independencia de llevarse al mundo por delante sin muchos límites, sólo el de la presencia de otro ser vivo al que respetar.
En conclusión, si yo lo hice cualquiera puede hacerlo, como digo siempre. En el mundo, a pesar de las malas noticias, suele haber más gente buena que mala, y esa es la que más probablemente nos crucemos en el camino de la aventura y el viaje. Para viajar con hijos pequeños no hay que llevar más de lo necesario, o sea no hay que llevar ninguno de los productos plásticos y novedosos de la publicidad. Generalmente lo que hará falta ya lo traemos puesto y lo que no, lo encontraremos allí donde vamos.
Agradezco como corolario aunque no menos importante, al padre de mis hijos, quien confió en mí y se arriesgó a ponerle el gancho a todo los permisos para viajar con nuestros niños hasta el fin del mundo.
Cual caracoles que llevan su casa a cuestas estas dos mujeres argentinas que de casualidad se reunieron en Panamá en su recorrido por América, viajan para aprender y enseñar
DARMA L. ZAMBRANA
dzambrana@laestrella.com.pa
Sus casas las llevan a ellas, un poco como el caracol pero a la inversa. Sus carros, en los que recorren kilómetro tras kilómetro en la superficie inmensa de esta América, son sus casas. Allí tienen de todo. Sus recuerdos más preciados, las fotos de sus hijos, sus enseres de cocina, su ropa, un mapa, quizás una carpa, un GPS que no funciona y una de ellas hasta un rottweiller de miedo.
Con el pelo castaño muy corto, el flequillo casi blanco en la frente y cuentas de colores en uno que otro mechón de cabello, Zulema sorprende a quien la conoce por su nueva ocupación: jubilada viajera. Pero no porque viaje o porque esté jubilada, sino porque a sus 61 años viaja sola por los extensos caminos del continente sin más compañía que Pelé, su robusto rottweiler de 7 años, que la protege celosamente día y noche.
Zulema que afirma que es del mundo, nació en una casa de viajeros, pues sus padres le dieron la vuelta al mundo varias veces, se jubiló el 1 de julio de 2008 y el 15 de ese mismo mes dejó la casa donde vivía en El Calafate, muy cerca del glaciar Perito Moreno en la Patagonia argentina y empezó su periplo por el continente. A bordo de una Toyota Four Runner 2001 de color rojo que tiene la bandera argentina en todas partes, con el asiento del copiloto ocupado por Pelé, se incorporó a un grupo de vehículos doble tracción que desde Iguazú hace todos los años un recorrido por la Amazonia.
Manejó por 20 días entre Brasilia, Belem, las Guyanas, Manaos y otras poblaciones sin un peso en el bolsillo esperando que le llegara la primera remesa de su jubilación. Así llegó a Venezuela, estuvo en Colombia y Panamá antes de llegar a Costa Rica donde permaneció 40 días para regresar aquí y continuar su recorrido hasta Alaska que es su destino. No tiene apuro, quiere disfrutar de todos los lugares por los que pasa, quedarse y partir cuando le plazca.
“Tengo fecha libre hasta junio de 2010”, cuenta, “porque estoy anotada en una caravana que parte desde el norte hasta Chile para celebrar el bicentenario de ese país”, agrega y después Zulema seguirá viajando hasta “que el cuerpo me deje”. Para ella viajar y conocer gente es una experiencia única, una forma de crecer y madurar. Y empezó muy joven, a sus 17 años formó parte, junto a su madre y dos hermanas, del equipo argentino de hockey femenino y estuvo en Alemania y España representando a su país.
Maestra de Educación Física hasta su jubilación, Zulema no le teme a nada, salvo a perder el coche porque eso significa “perder la vida”. Confiesa que la inseguridad le preocupa un poco, “no me da miedo”, dice, “la gente me ayuda mucho y ya tengo mi vida hecha, no me importa si me pasa algo y me muero en el camino, solo me preocupa mi perro”. Divertida comenta que su hijo, que la apoya en todo lo que hace, le ha pedido que “no te vayas a morir muy lejos, de repente tengo que ir a buscarte”.
Esta mujer de pequeña estatura, bronceada por los soles de muchas jornadas al aire libre se topó en Panamá sin pensarlo con otra, 18 años más joven, también argentina que hace el viaje en sentido inverso pero al igual que ella con su casa a cuestas. María, que ha viajado mucho con sus dos hijos y que desde octubre pasado, hace una travesía por primera vez en su vida sola, sin ellos conoció a Zulema cuando ambas tomaron contacto con Tea otra compatriota residente en Panamá que las ayudó en los trámites de traslado de los vehículos.
Después de vivir 6 años y medio en Guanajuato, el tiempo más largo en alguna parte, María cuenta sonriendo y entrecerrando sus pequeños ojos verdes que “seleccioné de mi casa lo que tenía algún significado para mí y lo metí en mi auto. Primero los adornos, los barquitos de diferentes países, las muñecas de coco, las balsitas de Bolivia, los sombreritos de Turquía, las castañuelas de mi abuela que era gitana, la bandera de Argentina y me marché”. Su automóvil un Matis Pontiac 2007 color rojo fuego se ha convertido en su casa mientras llegue a San Clemente del Tuyú, al sur de la Provincia de Buenos Aires, donde piensa recalar después de recorrer Centro y Sur América.
Menuda, musculosa, también bronceada y con el cabello negro recogido en dos trenzas, María ha hecho de todo para sobrevivir y puede intentarlo todo si es necesario. Tiene en el Matis una valija de disfraces y una máquina de escribir Olivetti, donde ya ha escrito cuatro novelas de ficción con elementos de todas las personas que va conociendo en el camino. Ha trabajado como actriz, cantante, periodista, patinadora en hielo, acróbata y es maestra de profesión.
Desde que nacieron sus hijos ha hecho infinidad de viajes con ellos. Cuando llegaban a un nuevo lugar si les gustaba se quedaban y si era por una larga estancia María les buscaba escuela y ella trabajo para partir de nuevo cuando tuviesen ganas. Así estuvieron en diferentes países de Europa y América. Hoy ambos hijos, de 19 y 21 años, ya han empezado a hacer su propio viaje, es decir su vida y por eso ahora ella emprendió este recorrido sola con el propósito de encontrar un lugar donde vivir y trabajar “y dedicar el resto de mi vida a mejorar las condiciones de vida de otras personas y aportar a los procesos sociales en Latinoamérica”, dice María.
Ahora mismo le interesa trabajar en Venezuela, Bolivia o Nicaragua. Tiene en perspectiva un proyecto comunitario como voluntaria en Palestina por un par de meses y después un tiempo en América Latina. “Siempre es por un tiempo y nunca sé cuánto”, dice María que a lo único que le teme es a la idea de “instalarse” en alguna parte, “mi vida es andando” agrega pensativa, mientras sorbe un poco de mate “el auto es mi vida, es lo que me lleva y me trae, todo lo que me interesa está en él, ahí está mi pasado”, agrega.
“Cuando empecé a viajar, tenía pronóstico de melancolía” recuerda María, pero aclara a continuación que felizmente aún no la ha experimentado. Nunca se ha sentido sola y por eso no siente la necesidad de viajar con nadie y, por el momento, tampoco le hace falta una pareja. “Me basto a mí misma”, asegura, “solamente estaría con alguien como el Comandante Marcos, con quien comparta los mismos principios de lucha, de otro modo no”, dice haciendo referencia al guerrillero zapatista.
Y en eso coincide con Zulema que mientras sigue cebando mate, opina que no quiere que nadie le cambie el rumbo y por eso prefiere viajar sola.
“Los argentinos somos todos inquietos” dice María reflexionando sobre el viaje de ella y de Zulema, dos mujeres fuertes, decididas y valientes, que por encima de todo han comprobado y demostrado que se tienen a sí mismas.