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Gorbea por Itxina desde Urigoiti (Orozko)

Un recorrido interesante y bello.

Suele ser un problema de todo caminante agreste y salvaje, llegar a los puntos de inicio de las travesías. En todos los casos. Muchas veces me encuentro con que demoro más haciendo combinaciones en transporte público para iniciar un recorrido que en el recorrido en sí, y eso de tener que tomar varios transportes y hacer conexiones y bajarse de uno para esperar otro, es más engorroso y cansador que caminar con la mochila al hombro que en realidad es lo más emocionante.

Tal es así que había dejado esperar este recorrido desde Itxina hacia Gorbea hasta que se dio la oportunidad de contar con alguien con vehículo y acceder desde Urigoiti, un barrio de Orozko pasando el barrio de Ibarra. De no tener vehículo, habrá que hacer dedo hasta allí. Se puede tomar autobús de Bizkaibus desde Bilbo (Bailén) hasta Orozko, un par de buses llegan aún a Ibarra. El sendero se puede arrancar desde Ibarra. En nuestro caso vamos hasta Urigoiti y de ahí, ¡largamos!

El Macizo de Itxina (571 ha) es un magnífico ejemplo de formación kárstica, fenómeno geológico muy presente en la orografía y paisaje de las montañas vascas. En las calizas, con alto contenido en carbonato cálcico, el agua de la lluvia a través de millones de años ha ido disolviendo la roca, que a pesar de su solidez y dureza, es también soluble si se la somete a la acción del agua por un tiempo prolongado. Así, la lluvia va produciendo desgaste y hendiduras cada vez más profundas en la piedra. Se desliza por los surcos dejados por erosiones anteriores, busca su cauce y va agrietando el macizo tanto en superficie como en su interior, abriendo innumerables conductos subterráneos. Los más antiguos de éstos son cuevas por las que ya no circula el agua que busca sustratos más profundos.
Itxina es una meseta rocosa que se alza del entorno, con los bordes formando una cresta circundan el interior cóncavo. La peña más alta de la cresta es Lekanda (1.302 m), en el lado oriental; al sur destacan Altipitatz y Arteta, y al norte Aizkorrigane. A los pies de ésta, por el exterior, se alza un prieto grupo de afilados picachos, los Atxas («haitza» = peña).
En esta caminata hacia Gorbea por Itxina desde Urigoiti, entraremos por el lado nororiental del karst y accederemos a través del «ojo de Atxulaur», utilizado desde siempre por pastores y leñadores.

Desde el estacionamiento que se encuentra a pocos kilómetros del barrio de Urigoiti empezamos a caminar en dirección al macizo. Hay que pasar un paso canadiense y más adelante alguna tranquera y alambrado; a continuación veremos un depósito de agua. El caminito parece bajar pero enseguida recupera pasos arriba. Entramos a un hayedo, luego a un pinar, y desembocamos en unas campas salpicadas de encinas, esta área se llama Aldabide y está muy cerca de las Atxas, picachos de roca cual asimétricas cúpulas catedrálicas. Un poco más adelante volveremos a encontrar hayas y una fuente. Cargamos agua y seguimos caminando por el sendero con la pared izquierda del macizo escoltando nuestro hombro derecho. No hay pierde, siempre recto por el bosque hasta ver el Ojo de Atxulaur. Allí viramos bruscamente al oeste, nuestra derecha, para trepar al Ojo (1100 m). Las vistas del Ojo son providenciales. El Ojo vigía de todo el duranguesado envuelto en bruma.

Vale la pena dar algunos pasos en derredor de este punto y descansar un rato. Lo hice en invierno y todos los alrededores estaban con un paño de nieve, salpicada de hojas secas y rojas y algunas ramas. Mágico.

Retomando el camino, desde el Ojo, bajamos a una sima, este día con nieve, la cruzamos casi en dirección recta y retomamos el sendero, hay algunas marcas y algunas pircas, hitos de piedra. El sendero nos acercará a un punto donde las flechas indican las direcciones posibles.

Elegimos visitar la cueva de Supelegor, una de las 500 cuevas que existen en las entrañas de Itxina y una de las moradas de la diosa Mari en sus visitas al caprichoso reino del Gorbea. Para ir a Supelegor, desde el indicado desvío, hay que meterse otra vez a bajar por una sima con ramas y hojas rojas que salpican la nieve, enterrándonos a veces. Luego se sube un poquito y se pasa por el túnel. No hay sendero, pero hay algunas pisadas y algunos hitos de piedra. Es un laberinto kárstico y es fácil perderse. Prestar atención.

Luego de visitar las cuevas volvemos a subir al camino y a retomar hacia Kargaleku, y en poco tiempo volveremos a perder la senda cierta y estaremos completamente sumergidos en lo que se conoce como el «perdedero de Itxina». Hay que tratar de ir buscando las pircas. La única pauta certera que tendremos en algún momento para garantizar que vamos bien es una casita en el medio de una campa: la chabola del pastor. Esta choza solitaria nos querrá decir que estamos bien y que podemos seguir andando hacia el Gorbea.

Por Kargaleku -lugar de carga, ya que allí cargaban nieve- llegaremos a las anchas campas de Arraba. Allí está el cálido refugio. He pernoctado varias veces y es super acogedor y lindo. Elijo descansar allí durante el invierno, cuando los días son cortos y el exterior tiene una capa de un metro de nieve. A la mañana siguiente ascenderé una vez más al mítico Gorbea. En invierno, usar crampones.

El regreso puede hacerse desde Pagomakurre hacia Areatza, vía normal que se utiliza para subir el Gorbea desde Bilbao En Areatza podemos tomar el Bizkaibus, o bien, como en nuestro caso, también desde Pagomakurre por el camino que sale al noroeste (NO), directo hacia Urigoiti donde dejamos el vehículo en el estacionamiento. No tiene pierde.

Otra tentadora opción, más emocionante y aventurada es ir por el paso de Lekanda.

Subir el Gorbea desde Bilbao por Pagasarri y el Cinturón de Hierro

Y si el Pagasarri es el más popular de Bilbao, el Gorbea es sin duda el más emblemático de Araba y Bizkaia a quienes sirve de delimitación natural. Esta vez porpongo una trepada atípica y bien aventurada para estos cerros suburbanos: subir el Gorbea desde Bilbao a través del Pagasarri y transitando el Cinturón de Hierro. No es común que las gentes de estos lares haga esta travesía en dos días. Normalmente van por un día a un cerro y otro día visitan el otro. Pero…

…si en lugar de subir y bajar de Pagasarri y Ganekogorta ya sea pegando la vuelta o por Laudio (Llodio) y en tren, decidimos tomar el Cinturón de Hierro, podemos ir cresteando esas acorazadas cumbres vascas y luego desde Arakaldo montarnos el Untuzeta, pernoctar en una tienda, y hacer cumbre en Gorbea al día siguiente tras pasar por Pagomakurre.

Primer día.-

Ver esta entrada para llegar hasta el vértice geodésico de Ganekogorta y bajar por la cuesta empinada hasta el plano con sombra y flechas de señalización.

Aquí en el plano una de las flechas nos marcará Goikogane. La dirección era antes visible y evidente desde la cumbre del Ganeko. Casi sin desviarnos, derecho y sobre las crestas, sube y baja.

Ascenderemos a Kamaraka (800), luego descendemos algunos metros por la colina la colina y ascenso a Mugarriluze (731), vuelta a bajar y subida al Goikogane (702). Por estas cumbres, que son parte del cordel fronterizo entre Araba y Bizkaia, pertenencientes al macizo Ganekogorta, encontraremos paneles informativos acerca de lo que significó el Cinturón de Hierro, defensa de Bilbao contra el franquismo. Hay trincheras, búnkers, nidos de ametralladoras,  y por supuesto flamea eternamente la ikurriña.

Si hemos decidido hacer el Cinturón de Hierro para continuar nuestra travesía hacia Gorbea, bajaremos hacia Arakaldo. En este pequeño poblado bizkaíno hay una estación de RENFE, una gasolinera, un supermercado, y una fuente. Muy importante cargar agua antes de continuar. Se viene la fuerte subida al Untzueta

Nos dirigimos a la estación de RENFE de Arakaldo, cruzamos el puente para franquear el río y seguimos por una carretera a nuestra derecha para cruzar la autopista A-68. En la primera calle de la urbanización empezamos a subir hacia nuestra derecha. En 5 km vamos a sortear un desnivel de 500 metros. La subida es dura y hay que prestar atención y no confundirnos y perder la buena senda ya que hay mucho cruce de otros caminos. Debemos alcanzar las antenas y desde allí bajar por la otra ladera opuesta del cerro. Al principio nos parecerá poco transitable pero  luego de unos contados pasos irá abriéndose el sendero y ya no es tan complicado. Empezamos entonces a buscar un lugar para acampar cerca de algún arroyo que por aquí suelen aparecer y el agua es buena. Por aquí entonces pasaremos nuestra primera noche. Vale la pena, es solitario y tranquilo.

Segundo día.-

Retomamos el sendero sobre nuestro frente y, al cabo nada más de uno o dos kilómetros, se nos pone un poco lioso. Aparecen muchos cruces de caminos. Vamos a ver que el más ancho está justo enfrente nuestro, que parece evidente, pero no, ¡ojo! ¡ese no es! Tenemos que abandonarlo y tomar un sendero que sube por el bosque. Debemos encontrar, muy pronto, marcas amarillas y blancas en los árboles. Seguimos estas marcas y seguimos subiendo hasta el Arrugaeta y luego, por un sendero un poco más definido y claro, llegaremos al Garaigorta. Luego debemos bajar por terreno incómodo de piedras y poco después por un camino más cómodo que desemboca en la carretera Orozko-Areatza. Cruzamos la carretera y buscamos el cartel que indica Pagomakurre 5.7 km. Sin desviarnos del sendero nos llevará directamente a Larrander (Mendigana), cruzamos un bosque y llegaremos a otra carretera, un parking, y una fuente.

Desde este parking continuaremos por un camino hipersencillo y transitado hacia Gorbea.

Iremos siguiendo la señalizaciópn por Arraba y luego de las campas de Arraba hacia Egiriñao.

En Gorbea arremetemos el ascenso a la cumbre, 1481 a 1482 metros, muga entre las provincias de Araba y Bizkaia. Su nombre, Gorbea, se ha documentado como Gorbeya y transliterado a Gorbeia, puede significar «altibajo» pero no hay acuerdo entre los linguísticas y estudiosos acerca del significado definitivo del nombre. En invierno y aún no tan invierno, la cima suele estar cubierta de un manto de nieve.

Video de diciembre de 2017. Salida desde la plaza de Areatza hacia Pagomakurre donde comienza el paisaje completamente nevado. 80 centímetros de nieve en Arraba y Metro y medio en Gorbea. Temperaturas: -7 a -2

La amplitud que ofrece es plena e impresionante. Es una cumbre amable y bonachona, muy fácil de subir y sin embargo, emblemática; allí está la tradicional y alta torre con cruz y una virgencita de Begoña en el medio. Helada la mayor parte del año.

Antes de subir a Gorbea vale la pena deleitarse en el hayedo, en todas las estaciones es una preciosura.

Cerca de Arraba y de Egiriñao hay una par de refugios donde relajarse un rato o pasar la noche si es necesario.

Para volver desde Gorbea se puede volver sobre nuestros pasos hacia el parking de Pagomakurre y cruzar el bosque siguiendo las marcas amarillas y blancas hasta Areatza desde donde se puede tomar un Bizkaibus para regresar a Bilbo.

Otra opción para llegar a Gorbea es a través del macizo kárstiko de Itxina, fascinante, por el ojo de Atxulaur y vistando las cuevas de Supelegor, partiendo desde Orozko-Ibarra-Urigoiti y que reservo para otra entrada.  He visitado el Gorbea desde Bilbao por diferentes caminos posibles y en todas las estaciones. Cruzar el macizo de Itxina es uno de mis favoritos por el salvaje sabor a aventura.

Pagasarri-Ganekogorta desde Bilbao

El Pagasarri es la montaña más popular de Bilbao. Así como en otros parajes y ciudades del mundo, los amantes de la caminata salen a dar sus pasos y hacer un poco de ejercicio por las costas de los ríos, malecones, o carreteras panorámicas, en el País Vasco la gente va al «monte» y en Bilbao, al Pagasarri.

Se puede subir al Pagasarri desde varios puntos de la ciudad, además, esta montaña es parte del itinerario del Anillo Verde o Cinturón Verde de Bilbao.

Etimológicamente el nombre Pagasarri proviene de «paga» o «pagoa» que significa «haya» y «sarri» que quiere decir «tupido». Actualmente el Pagasarri, si bien cuenta con un bosque nada despreciable sobre todo en el acceso por el Zaharra bidea o Camino viejo, ha padece una notable devastación por las necesidades de la industria siderurgia y naval y por la necesidad del hombre para calefaccionar los hogares o cocinar con leña, y también por incendios. Desde hace varios años se está recuperando y protegiendo el bosque de toda el área.

El Pagasarri tiene 670 metros de altura y está dentro del macizo del Ganekogorta que es la cumbre que se impone elevándose a los mil metros, altiva, y con el recorte peculiar ondulado de su contorno que la hacen fácilmente identificable desde cualquier otra cima.

Para subir al Pagasarri desde Bilbao uno puede acercarse a la Plaza Zabalburu o bien, si se arranca desde el Casco Viejo, cruzar el Puente de La Merced y encarar por calle Hernani hasta calle San Francisco, a la derecha, y luego de cruzar las vías, a la izquierda por Avenida Juan de Garay. Arrancando desde cualquier lugar de la ciudad hay que buscar esta avenida, Juan de Garay; luego conectar con la Avenida San Adrián y cuando se llega a un edificio contundente de Iberdrola, dirigirse hacia él y rodearlo. A partir de aquí estaremos o por Larraskitu bidea o bien ya en el Pagasarribidea. Bidea significa «el camino». ¡Allá vamos!

Hay varias opciones pero como me dijo una vez en una de mis visitas al Pagasarri un veterano «mendizale» (amante del monte o montaña), siempre que subas es que vas bien. Buena parte de esta subida es por camino asfaltado, luego se entra al bosque por un paso canadiense, pero luego se vuelve a salir y otra vez a entrar. Apenas empezamos el ascenso veremos un desvío y la ermita de San Roke. Hay algunas flechas con indicaciones y en un punto el camino se divide en tres. Mi elección favorita es el zaharra bidea, el viejo camino, es más empinado, pero de tierra y por el medio del bosque. Mucho más bonito. Se llega en un periquete a la campa verde donde hay merenderos y una proveeduría y bar abierto sólo en verano y fines de semana y con mala onda. No recomendable.

Es interesante -y necesario- visitar la fuente del Tarin. Así que tras llegar y luego de descansar un poco y apreciar las vistas, doblar sobre nuestra derecha hasta la fuente. Antes de llegar a la fuente hay una profunda nevera donde antiguamente (siglo XVII) se almacenaba la nieve fresca. La compactaban pisándola y la mantenían cubierta de hierbas o helechos para comercializarla durante los meses cálidos. Dejando la nevera atrás, a pocos pasos más está la fuente del Tarin. Imprescindible cargar agua.

Hasta aquí el Pagasarri al que se puede subir también por otros caminos como por ejemplo desde Santutxo, mi barrio actual, por el Cinturón Verde de Bilbao yendo por el Barrio La Peña y luego el Barrio Buia con constante y clara balización de GR. Pondré el Cinturón Verde en otro post.

Personalmente lo que más me gusta de subir al Pagasarri no es el Pagasarri en sí sino continuar hacia Ganekogorta. Para mí lo mejor es llegar al vértice geodésico del Ganeko. Para esto no es necesario volver atrás hacia las campas de Pagasarri sino que, desde la fuente se puede ir sobre nuestra izquierda y cruzar una tranquera o paso canadiense y enganchar con otro sendero que está frente a nosotros y que sube sobre nuestra derecha. Es boscoso un momento y luego es de roca, algo de hierba y sin sombra.

Debemos pasar por el lauburu de Anselmo. Allí murió este señor mayor que durante toda su vida subió al Pagasarri y al Ganeko, casi a diario. Solía ir con un amigo, así como comentaba al inicio del post, como quien hace su recorrido por la orilla del río o el malecón. Una mañana subiendo hacia el Ganeko le comentó a su amigo que ya se sentía cansado y que elegía quedarse allí, así que se dejó caer sobre las piedras. En ese exacto lugar las vistas son maravillosas, todas las cadenas montañosas de los alrededores parecen iluminadas de un aura azul.

Saludamos a Anselmo y continuamos. Es una subida de casi una hora. En invierno suele haber nieve. Aldapan gora, cuesta arriba. Parece que ya llegamos, pero no. El primer amague de cumbre es engañoso, aún falta un poco más. Primero pasamos por una pirca grande, unos minutos más, y estaremos en el vértice geodésico de Ganekogorta. Las vistas son maravillosas y la campa amplia de la cumbre, el lugar ideal para un hamaiketako (picnic).


Llegados a la cima del Ganeko podemos volver sobre nuestros pasos o bajar a pocos metros de la cumbre sobre nuestra izquierda. Es una bajada empinada que nos llevará hasta un plano con sombra donde hay señalética, si viramos a la izquierda volveremos al Pagasarri por otro sendero bien marcado, y a 500 metros nada más de esa sombra y señalética, encontraremos una fuente.
Otra opción es continuar bajando hacia Laudio (Llodio). Nos llevará unas dos horas más. Antes de llegar a Laudio hay una bifurcación. Ambas direcciones nos llevan a la ciudad, una por asfalto y zona urbana y la otra por un bosque con sendero balizado y muy bonito. Los dos cubren una distancia de 4 km. Por supuesto elijo el bosque, el más agreste y salvaje.


Ya en Laudio podemos tomar el tren de RENFE y regresar a Bilbo en tren.
Toda la excursión, hasta aquí, nos llevará con hamaiketako, paradas incluidas, y viaje en tren, unas 7 a 8 horas. La peor parte, para mí, es caminar por la ciudad Juan de Garay, San Adrián… hasta al fin estar en Pagasarribidea. Son 45 minutos de avenida y tráfico y es pesado hasta dejar atrás la civilización. Luego, vive la nature!
Una alternativa más es, a partir del Ganeko y la bajada empinada, transitar el Cinturón de Hierro y en lugar de bajar a Laudio, bajar a Arakaldo para, o bien regresar desde allí a Bilbo, o seguir caminando un día más hasta el Gorbea, genial elección con sabor a aventura. Lo dejo para otra entrada.

Tilcara a Calilegua, de la Puna a las Yungas

La travesía de Tilcara a Calilegua tiene de fascinante lo que demanda de esfuerzo físico y buena voluntad, sobre todo los primeros días. La recompensa se revelará poco a poco y a cada paso hasta volverse indescriptible y única. La transformación del paisaje casi violenta, transformación abrupta y típica del altiplano, aquí como en Bolivia, prolongándose y mutando en una Puna sin fronteras políticas. Los primeros días de este sendero significan elevarse a un estado de embotamiento por la falta de oxígeno, estado en el que no es infrecuente perder la calma, entrar en crisis. El relieve y el clima nos enfrentan a una prueba difícil de vencer. El sol castiga. La sombra es poca. La altura es inconmovible. El paisaje se vuelve soberbio y nos desafía con contrastes que vencen cualquier resistencia al esfuerzo. Es en este tipo de paisajes que se funden desde la altura en la selva subterránea, en los que la uniformidad de las montañas suele enloquecer y la roca, secular y dura, vetusta y firme, imponente, parece sin embargo flamear como un arco iris de colores, y adoptar la cadencia de trazos y textura de acuarela. El Altiplano, la Puna, en su desfiladero hacia las Yungas, es la paleta añeja de la naturaleza. Quizás cuando todo estuvo pintado fueron a parar aquí todos los restos y por eso hay líneas delgadas amarillas en fondos bordó, pinceladas gruesas escaramujo, faldas de verdes frescos con flecos grises y tablones lilas, cintura violeta, brazos azules, volados rosas, cintas terracotas que ondean en un océano profundo, húmedo y esmeralda. Pero es indescriptible y sólo al poder recorrerlo, de a pie, siendo parte uno mismo del paisaje, puede comprender lo que a decir de palabras resulta incomprensible. Puede asirse la imagen a medida que se iza o se arrea la altura. Puede asirse para siempre. Ser parte de ello. Ser entonces del paisaje y el paisaje de uno. Sólo hay que caminarlo, andarlo con el respeto y la paciencia que exige tanto contraste. Vamos por partes.

Empezaremos nuestro recorrido en Tilcara. En esta oportunidad, para llegar hasta allí, tomamos un avión desde el aeroparque de Buenos Aires. El precio a Salta, ida y vuelta, fue de 2500 pesos argentinos, en ese momento equivalentes a 165 dólares. El costo del vuelo resulta menor que el precio de los autobuses. Llegados a la ciudad de Salta, salimos del aeropuerto y a 200 metros llegamos a una ruta por donde pasan los transportes locales que nos llevarán hasta el centro de la ciudad. El transporte colectivo funciona con una tarjeta como la SUBE, no tenemos pero un pasajero nos hace el favor con la suya y le reintegramos los pasajes. Demoramos cerca de una hora hasta el centro. Bajamos cerca de la Terminal ya que tenemos planeado tomar el bus hacia Tilcara. Son 3 horas 40 minutos de viaje. Llegamos a Tilcara de noche madrugada, preguntamos por el camping. Hay carteles que señalan cómo llegar. No es muy lejos de la terminal y, en breve, dando unas vueltitas por callecitas de tierra, llegamos al camping El Jardín. Hay dos campings pegados, dicen que de la misma administración. Este cuesta 70 pesos argentinos. Estamos en el mes de noviembre, no es temporada alta y el lugar está medio descuidado pero con suficiente y más para nuestras necesidades. El baño con duchas de agua caliente, buena arboleda, algunos charcos que delatan que ha llovido, mesas y bancos, fogones y parrillas, y algunas luces. A pocos metros hay un establo donde una yegua acaba de dar a luz. Detrás corre el río Grande.

Día 1 de caminata, de Tilcara a Casa Colorada

Arrancó la travesía. Apuntábamos en nuestro itinerario ir hasta Huaira Huasi. Es humanamente imposible con carga. El primer día de esta caminata es mucho más duro que lo que Tilcara augura. Si bien vamos con el andar tranquilo, pausado, el ascenso es continuo y la altura que ganamos nos va escatimando oxígeno a cada paso. Chicar coca no sólo ayuda, es prácticamente necesario para soportar el trajín del ascenso y los efectos de la Puna. Los lugareños hacen el trayecto hasta Molulo, mucho más allá de Huaira Huasi, en un solo día. El doble de distancia que nosotros pretendíamos hacer, y muchos van y vuelven en una sola jornada.

Desde la plaza del centro de Tilcara tomamos la calle Rivadavia y nos encaminamos a la Garganta del Diablo. Tardamos alrededor de una hora en llegar. En la entrada a la Garganta del Diablo hay una canilla. Es importante cargar agua al menos para dos horas más ya que, de aquí en adelante y hasta Casa Colorada, no encontraremos más. El sol es mucho. Es un sol que te corta en seco. Todo se suma a la fatiga. La subida, el sol  implacable. Nada de sombra. El sendero de a pie puede confundirse con una ruta para bicicletas. Es fácil equivocarse con GPS ya que los tracks grabados suelen coincidir con la ruta para bicis. En principio, a partir de la Garganta del Diablo, enfilamos rumbo al pueblo de Alfarcito, pero el sendero de a pie no pasa por Alfarcito, va por arriba del pueblo. Apenas se vislumbra cuando estamos a punto de equivocarnos. No hay que bajar a Alfarcito, hay que subir una colina e ir rumbo a la escuela. El sendero no está señalizado y como desde el principio vamos por un camino ancho, la distracción nos puede confundir a que sigamos por éste hacia Alfarcito. Prestar atención porque antes de ver el pueblito el camino ancho se bifurca y hay que tomar un sendero angosto que va prácticamente delante de nuestros pasos. No tomar a la izquierda. Seguir derecho. Hay pocos lugareños, pero en todo caso, preguntar y usar “la escuela” como referencia.

Desde aquí hasta Casa Colorada hicimos un parate en la única sombrita que encontramos durante el trayecto. Vimos un arroyito también, escueto y pobre pero que sirvió para salivar unos sorbos de agua.

Pasando Casa Colorada, a 2 horas 40 de la Garganta del Diablo con paso tranquilo, llegamos a una hostería bastante lujosa. Como es baja temporada está cerrada. No hay nadie en los alrededores pero hay agua! Aleluya! nos servimos y volvemos a descansar. Durante el descanso, la mitad de los caminantes del grupo manifiestan dolores sintomáticos del mal de altura, apunamiento. No podemos continuar, así que buscamos un lugar prudente alejado de la construcción para no molestar, y cerca, justamente, de una caidita de agua. Armamos nuestro campamento y más tarde, el encargado, Reynaldo, tras rogarle y suplicarle acepta que pernoctemos allí bajo promesa de dejar todo igual que como lo encontramos y levantar campamento con las primeras luces del alba. Está prohibido acampar allí. Aquellos caminantes que se encuentren más o menos enteros podrían abastecerse de agua en este sitio y continuar una hora y media más hasta un caserío de piedra, construcciones precarias y derruidas donde sí está permitido pernoctar, aunque agua, no hay. Media hora más delante de este viejo caserío vamos a encontrar agua pero la altura no será la más conveniente para pasar la primera noche durante la travesía.

 

Día 2 de caminata, de Casa Colorada a Huaira Huasi

El camino continua en franco ascenso con efectos secundarios. Indispensables hojas de coca. El día es menos caluroso. El paisaje desértico, sin sombra. Arrugas añejas en la corteza del planeta. Cruzamos algunos caminantes, lugareños que se desplazan de un caserío a otro, al trabajo, a otro pueblo. Los maestros del Durazno, a quienes topamos varias veces. Su escuelita está en la zona de Yungas. Un día de a pie.

Poco después de dejar Casa Colorada pasamos por el caserío de piedra derruido, y un poco más adelante por el río caudaloso con su puente de madera, un lugar ideal para echarse un buen descanso. Se siente la frescura del agua, hay un poco de sombra. Podemos beber, recargar las ánforas, refrescarnos, dejar que el cuerpo se acomode un poco a la altura. Es bueno y necesario descansar aquí. Pocos minutos después aparecerán unas pampas, con el curso del río mediando. Un lugar que pinta lindo también para un pic-nic o campamento si nuestro cuerpo se banca esa altura. A poco de pasar por este plácido lugar, llegaremos a la parte más alta de la travesía, entre 4165 a 4200 metros. Quizás no signifique nada exagerado la cifra en sí, pero hay un área, el área de Puna, donde está la altura máxima y es una ancha planicie donde el oxígeno escasea, se esfuma, desaparece del aire. Es difícil respirar. No hay oxígeno en el aire. El área está señalada con una cruz cubierta de flores. Se llama el Abra de la Cruz o el Paso Cruz Alta. Es recomendable no frenar. A pesar de la incapacidad del cuerpo, la mente debe forzarnos a continuar dando pasos para salir cuanto antes de esa zona. No nos tomará mucho tiempo y es mejor para el cuerpo, la salud, para sentirnos bien, no frenar. Llegaremos a un cruce de arroyos encajonados, en un lugar protegido contra el viento, con un poco de sombra del terraplén. Otro lugar que invita al descanso y que se merece tras haber salvado con éxito la zona de puna.

El paisaje empieza a mutar, a ablandarse un poco, a presagiar su esplendor, esa mezcla enloquecida de amarillos verdes, violáceos y rojizos. El camino nunca es plano, sube, baja, da vueltas; ya no cruzamos más lugareños. Hemos andado casi 6 horas y aún no vemos ni por asomo un techito que nos haga sospechar el caserío de Huaira Huasi. No tenemos mapas ni GPS, sólo llevamos algunas notas. No hay nadie a quien preguntar. No sabemos cuánto falta. En eso, tras un recodo de la serranía vemos una casita por allá adelante y un poco en descenso. Uno de nosotros se aproxima, no hay pobladores pero hay agua. Agua que sale de una manguera ancha conectada a alguna vertiente. La casita está cerrada. Acampamos afuera, alrededor, hacemos nuestro fogón y nuestra cena. Hay agua y la noche no puede ser más infinita. En el cielo estrellado por demás, interrumpido por estrellas fugaces que lo rayan olímpicamente, suben y bajan luces sospechosas de diferentes tamaños. OVNIS.

Llevamos dos días de caminata y aún no hemos llegado a Huaira Huasi, destino del primer día. No lo sabemos, estamos a menos de media hora del lugar.

Día 3 de caminata, de Huaira Huasi a Molulo

A veinte minutos de salir del rincón quasi mágico donde hemos pernoctado, nos encontramos con la abrupta y enorme cascada de Huaira Huasi que cae y desagua cada vez con menos fervor hacia las laderas que rodean al pueblo. El pueblo es un reducido caserío con muchas más ovejas que casas o pobladores. El suelo está punteado de blancos y algún que otro lunar oscuro, la oveja negra. Es la típica postal. Una imagen bellísima entre la paleta desechada en el paisaje. Los contornos irregulares de las montañas, el valle del Huaira Huasi tan húmedo y verde como un oasis a la piedra rosa y lila, los infinitos azules en la altura, los verdes aún más profundos en los enigmas de las montañas más lejanas. A pesar de haber salido apenas, nos detenemos un poco para extasiarnos y llenarnos de este paisaje. Contemplamos, cargamos agua fresquísima y pura de la vertiente y retomamos. El sendero es muy recortado, nada parejo. Sube y baja continuamente pero además no ofrece casi ninguna planicie donde echarse a descansar un momento. Es angosto y desparejo. Va faldeando una tras otra montaña, no da tregua. Tampoco nos da tregua el clima que se desata en tormenta. Cae granizo, llueve, vuelve a caer granizo tupido. No podemos parar. No hay espacio. Sólo podemos avanzar, bajo la lluvia o bajo el granizo, en una fila india rala, pero uno detrás del otro. No hay hueco ni cobijo. Hay que seguir. Paso a paso y chubasco tras chubasco.

Todo el día es así, mientras tanto, el paisaje es cada vez más verde, y el verde cada vez más profundo, casi azul según matice el sol o la bruma. Aquella roca hosca, lila y dura, cede ante la humedad y reverdece. Se desparrama por colinas eternas como una alfombra infinita. Rasgada de vez en cuando por la sinuosidad terracota de un camino, con la estampa de un rebaño o una casita allá lejos, adonde vaya a saber cómo, alguien ha llegado alguna vez.

Tras seis horas llegamos al cementerio de Molulo. El sendero que va hacia la escuela 76 es el que sale a la izquierda. Vamos hacia la escuela porque hemos leído que ahí se puede pernoctar, pero es un momento complicado, hay padrinos de visita, soldados que están construyendo algo en la escuela. La onda del maestro tampoco es linda ni interesante como la de los maestros del Durazno que hemos cruzado antes, Fabiola y Ariel, dos grosos. Hay gente de la comunidad en la escuela, haciendo cola para recibir donaciones; nos sugieren dormir en lo de la tal Carmen pero cobra carísimo y contesta de mal modo. Decidimos ir a lo de Felipa. Nos guía su yerno que anda rengo y con una muleta. No es muy cerca. Hay que caminar casi una hora más y meterse abajo en un pozo al que hay que llegar por una pendiente abrupta que deberemos remontar al día siguiente. Mala decisión dormir allí  o en cualquier otro sitio de Molulo. No hemos visto ningún lugar donde fuera posible pernoctar antes de llegar a Molulo, salvo cerca del cementerio. Lo más recomendable sería seguir, una a dos horas más. Cargar agua en Molulo y seguir  para dormir más adelante en alguna pampa.

Nosotros fuimos a parar a lo de Felipa. Su casa son tres construcciones desordenadas y sucias. Todo está tirado por cualquier parte. Encima llueve! Hay basura por doquier, ropa mojada, llena de lodo. No hay un hueco decente. Dormimos en la habitación donde secan el charqui. El olor es penetrante. Hay costillares y carne colgada en toda la habitación, incluso hay más entre las sábanas y cobijas que hay por ahí. Es sencillamente un asco, pero no nos queda otra que armar las carpas por ahí. Algunos dentro de la habitación del charqui, otro afuera bajo la lluvia y sobre el barrial y la mugre. Uno se adapta a todo, el olfato también se acostumbra al olor del charqui. El átomo desinflamante ayuda un poco a confundir los aromas.

Día 4 de caminata, de Molulo a San Lucas

Llovió toda la noche en Molulo y amaneció lloviendo y la mañana avanzaba pero las nubes y la bruma avanzaban junto con la mañana. Había que salir. Molulo y el lugar no invitaban a quedarse. La familia cocinó algunas tortillas de harina que algunos de los caminantes compraron y comieron con beneplácito y sin consecuencias. El fuego mata todo. Al final, amainó un poco, y bajo la garúa y bien empochados encaramos. No hay marcas. No hay ninguna señalización. Nos dijeron que antes habían pasado tres caminantes. Nunca los vimos, sin embargo, como el suelo estaba embarrado, no fue difícil seguir ciertas huellas de borcegos bien marcadas. El sendero sube y baja.  La tendencia es en bajada. Molulo está a 3000 metros, venimos de los 3500, y vamos hacia San Lucas que estará a 1800 pero antes deberemos ascender a 3500 para después volver a bajar. Llueve todo el día. No hacemos paradas porque no hay reparo. No hay. No hay pobladores. Seguimos las huellas de quienes nos anteceden con la esperanza de que lleven a San Lucas. De vez en cuando levantamos la mirada hacia el cielo encapotado y siempre, cada vez que levantamos la mirada, nos sorprende una planta o un insecto extraño. Cañas de tallos violetas con hojas verdes. Flores como calas enormes estampadas de animal print. Suculentas de flores verdes y hojas azules o rosas. Es como una animación infantil. Insólitos los colores de la mutación entre la piedra y la selva, entre la altura y la jungla. Entre la oquedad del desamparo y la frondosidad, lo seco y lo húmedo estallan con consecuencias poco creíbles. O era así o la el agua de lluvia de esta zona tiene efectos alucinógenos. Caminamos todo el día, más de 7 horas. Sin parar. Sólo a veces para esperarnos unos a otros. Nos caíamos. Varias veces. El lodo se acanala y es como caminar por ríos de fango, por aludes pegajosos de barro rosado o color ladrillo. Estamos hasta los pelos de barro rosa.

Llegando a San Lucas, el pueblito se ve desde antes y eso da un último aliento para seguir andando, una de las primeras moradas es la casa de Rufina y David Tolaba, un bálsamo para nuestra triste humanidad echa agua y jirones. Rufina tiene un par de habitaciones con camas cuchetas. Algo seco por fin. Nos cobra 600 pesos por todos, somos cinco personas. Compartimos con ella el calor del fogón y la charla mientras se secan nuestras cosas.

El fogón de Rufina está en el piso. Hecho de piedras. Leña encendida en el medio y una parrillita precaria. Apenas un par de alambres. La habitación es un cubículo de un metro por un metro, una especie de chimenea que no ha sido deshollinada jamás. Las paredes son negras y brillantes impregnadas de costras de carbón y cenizas. Del techo penden estalactitas de cenizas, cristales oscuros de anhídrido carbónico. Rufina es bajita, casi como un duende. Atiza el fogón todo el tiempo, mueve las ollas en las que sólo dios podría adivinar qué brebaje bulle. Hay que estar así como ella, bajitos, porque a menos de un metro de altura se sostiene la humareda. Arriba, casi invisible un hueco pequeño como un ojo deja escapar hacia afuera un hilo de humo. Rufina nos cuenta historias del lugar, de su vida, de su familia, de otros viajeros. Nos hace reír con sus ocurrencias. Rufina es espontanea, vivaz. Fuerte a pesar de los años y el trabajo duro de los huertos y el chiquero. No se amilana. Va y viene todo el tiempo de aquí para allá.

San Lucas es un caserío encantador, de tierra trabajada y casitas de colores que parecen sostenerse enclenques sobre los desniveles de las colinas. Un río transparente cruza al poblado sobre un lecho de lajas naranjas y lilas. 

Día 5  de caminata, de San Lucas a San Francisco

Inmersos en la selva y con un día que se ofrece casi despejado y nos sacude a descubrir la belleza.  Todo lo que ayer estuviera velado por la bruma y la lluvia constante se revela luminoso. El clima no es bueno del todo. Hay nubes que surcan como estelas el cielo y no son garantía de una jornada sin tormentas. Salimos sin demorarnos, por si acaso. La ropa no se ha secado. Aprovechamos los rayos del alba para asolear un poco. El calor se siente un poco más. Estamos más abajo. En medio de la yunga. La vegetación es increíble, se multiplica en cantidad y tamaño. Todas las hojas, todo el ramerío, ha recibió una sobredosis de hormonas, siliconas, vitaminas. Hay plantas iguales a los yuyos pampeanos pero en su versión gigante. Un yuyo de sapo de tres metros, una campanilla que podría usar de sombreo. Una rama de helecho capaz de servir de techo. Flores raras, exóticas en todo el sentido de la palabra. Nunca vistas antes. Imposible nombrarlas o compararlas. Son completamente nuevas a nuestros ojos y vivencias anteriores. Igual los insectos. Hay más hay muchos, inverosímiles, dignos de Tim Burton, de colores que no cuajan. Llenos de contrastes naranjas con negro, azules fluorescentes brillantes.

El camino entre San Lucas y San Francisco es bastante fácil y, aunque ha llovido, no está barroso. Cruzamos arroyos y cascadas, bajamos hasta el curso de los ríos y volvemos a remontar las laderas. Es un camino hermoso, riquísimo. Se siente el calor pero las sombra de la jungla es amable, es húmedo y hay agua. A cada ratito hay agua.

Salimos a la ruta 83. Una ruta de tierra que une Valle Grande con el Parque Calilegua. Caminamos hacia San Francisco y nos alojamos en el camping municipal por 50 pesos cada uno. San Francisco también es un pueblo con encanto. Aquí, como pasa la ruta de autos, es más fácil conseguir de todo. En el camping hay una parrilla que no desaprovechamos en absoluto y nos hacemos un asado delicioso. En el mismo camping hay dormis y hay duchas de agua caliente que tampoco desaprovechamos. Hay una galería con una mesa grande, un espacio acogedor.

Al día siguiente iremos desde aquí a las Termas del Jordán. Están a tres horas, bajando. Después hay que subir. Es un sendero muy sencillo pero que las circunstancias del lugar y la población exigen hacer con guía. Sólo por la cuestión económica, por el curro, ya que es de muy sencillo recorrido. Cobran 150 pesos.

Nos vamos al Parque Nacional Calilegua y aprovechamos unos días más para recorrer los senderos. En un día y medio se pueden hacer todos. Son sencillos, calurosos. Acampamos dentro del parque, gratis. Hay insectos que picotean y garrapatas.

Llegamos a Calilegua a dedo desde San Francisco, también hay un transporte que pasa una vez por día.

Desde Calilegua donde pernoctamos dos noches, salimos a dedo hacia Libertador San Martín. También hay un transporte. Vuelve a llover.

 

 

 

Cordillera Real – Bolivia

Primer día
Iniciamos una segunda travesía de montaña a través de la Cordillera Real. La intención es caminar esta cordillera por sus laderas o crestas, subiendo y bajando a las lagunas que aparecen entre ellas y pasando a través de abras, pasos de montaña.
No es fácil llegar a algún punto de la cordillera real para iniciar una caminata por cuenta propia. Las agencias de turismo son quienes se encargan de guiar las caminatas y quienes para esto proveen el transporte hasta los puntos desde donde puede arrancarse. Sin embargo también es posible hacerlo sin depender de una agencia de viaje.
Desde la terminal provincial de La Paz puede tomarse un bus o combi que vaya a Copacabana y bajarse en Palcoco. Es un poblado pequeño a borde de carretera que va hacia las antiguas minas del mismo nombre: Palcoco. Al borde de carretera hay taxistas esperando para llevar gente montaña adentro. Cobran 150 bolivianos el viaje que dura una hora por un camino de piedras. Logramos una rebaja y hacemos el viaje por 100 bolivianos en compañía de Eustaquia, la mamá del chofer y dos nietitos, uno de ellos, Bismar, viaja conmigo.
Sobre el camino a mano derecha y poco antes de llegar a la laguna Ajwani, pasamos por dos lagunas grandes:
En la laguna Ajwani hay un albergue en construcción, tiene varios cuartos y baños, cocina, salón. Aún está sin terminar, pero Clemente se acerca a decirnos que podemos dormir en el lugar cerrado por 15 bolivianos cada uno. Armamos las carpas adentro y armamos un fogón afuera. No hay mucha leña. Ya que es zona de pastizales, pero encontramos algunos escombros de madera de la construcción del refugio y nos servimos de ellos para hacer unas lentejas deliciosas.
Apenas llegamos, con sol todavía, caminamos hasta la cumbre de una de las montañas que rodean este lugar. Desde arriba vemos el lago Titicaca. Se ven cumbre nevadas, puntasnegras, todo alrededor es inmensidad y nada más. Apenas tres casitas está salpicadas en las colinas alejadas unas de otras. Sale la luna llena y la luz es tremenda.

Segundo día
Arrancamos desde Ajwani dirigiéndonos hacia el camino de tierra para vehículos y a partir de ahí subimos la cumbre. No hay un sendero definido en esta parte. Caminamos entre coirones y pastos duros; avanzamos por la cresta, ya no hay vegetación. Los nevados dominan las panorámicas, seguimos hasta llegar a un paso entre montañas señalado por una pirca. Seguimos avanzando hacia arriba hacia otro paso donde hay otra pirca. Desde allí tenemos la cumbre del Milluni de 5030. El Huayna Potosí se yergue en el horizonte. Luego descendemos hasta la laguna Sistaña.
La laguna Sistaña es una laguna de aguas mansas. Hay una casita en una de sus veras y algunos botes anclados en la orilla.
Desde la Laguna Sistaña tenemos que volver a subir. El sendero no es claro. La altura vuelve lento el avance. Es difícil respirar. La vegetación se va perdiendo a medida que avanzamos hacia arriba. Los últimos metros, varios cientos de metros son de pura pedregal. Hay una huella marcada. La seguimos hasta visualizar la laguna Juri Qota. La bajadaa Juri Qota es vertical por terreno de piedra movediza pequeña. No hay una huella, se puede bajar por cualquier parte en dirección a la laguna y a una casita a modo de refugio. Acampamos adentro de un cuarto de este refugio. Eva, muy amable, nos cede un espacio por 40 bolivianos para los tres. No hay leña pero logramos juntar algunos restos de madera de la construcción del refugio y armamos un lindo fogón donde cocinamos unos suculentos spaghettis a la crema.
Las vistas de las montañas reflejadas en la laguna Juri Qota, son bellísimas. Un paraíso.

Tercer día
Una caminata magnífica que permitió una vista única y exclusiva de casi toda la Cordillera Real. Para esto debimos ascender a la cumbre del Pico Austria, 5300 metros de altura y desde sus cimas pudimos ver todas las lagunas de alrededor, aquellas por las que ya pasamos, otras inaccesibles pero visibles desde esta altura y en nuestro frente los picos nevados, cadenas intercaladas de cumbres blancas y roca negra. Es una vista hermosísima, vale el esfuerzo y el paso lento.
La caminata de hoy desde Juri Qota fue dura pero placentera. Saliendo del albergue de Juri Qota bordeamos la laguna por su margen izquierda. Hay una huella en la ladera de la montaña. Después hay que subir varias pendientes. Una de ellas de piedra dura y enorme hay que sortear un precipicio por un borde de cornisa sin ningún tipo de agarre auxiliar, sólo la roca. Hay que prestar mucha atención al maniobrar sobre todo con el peso traicionero de la mochila en nuestras espaldas. Salvado este paso el camino sigue duro pero estable y sin dificultad técnica. Hay pircas que señalan el rumbo y puntos fundamentales por donde ir guiando nuestro rumbo.
Llegamos al Paso Austria y desde ahí, dejando las mochilas abajo, hicimos cumbre. Siempre es una emoción particular alcanzar la cumbre de una montaña.
Después fue todo descenso, desde la cumbre al paso y desde el paso a la laguna Chiar Qota.
En Chiar Qota nos alquilaron una habitación de albergue por 20 bolivianos por persona. Estuvimos con Roberto, el sereno y con Wilmar a quien ayudamos con algunas frases en inglés para hablar con los turistas. En este punto hay un refugio con luz eléctrica, agua, baño. En nuestro sector no hay luz pero está bien cerrado y aclimata. No hicimos fogón así que con el calentador hicimos una rica polenta.
El Condoriri domina la vista en este lugar. Estamos en el Campo Base de ascenso a este cerro de alas abiertas.

Cuarto día
Desde Chiar Qota caminamos hasta el Lago Tuni. Caminamos prácticamente por sendero plano. Paramos a descansar y conversar con Diego y Marcelo, dos niños de Rinconada, un paraje hasta donde llega el camino factible para vehículos que llevan turistas a Condoriri. Diego y Marcelo están con su hermanito Miguel de dos años.
Llegamos a Tuni en tres horas y armamos un campamento gitano al reparo del viento y a la vera de sus orillas turquesas. Enfrente está el Wayna Potosí y a un costado el Condoriri, en vuelo frentista y siempre con las alas desplegadas. Es paradisíaco.
En eso escuchamos un coche y como no hay transporte público hasta el lugar nos apresuramos a preguntarle si nos llevaría de regreso hasta la ruta principal. Nos deja en… tras una hora de viaje por 100 pesos que hubo que regatear. Desde allí, volvemos a La Paz.

Choro trek – De la Cumbre a las Yungas

Primer día:
Para tomar este sendero tenemos que llegar hasta un punto denominado La Cumbre. La Cumbre se encuentra a media hora de la estación de buses Villa Fátima de La Paz. Villa Fatima, a su vez, se encuentra a poco menos de una hora del centro dependiendo del tráfico. En Villa Fátima se buscan las combis que van a Coroico y se le pide al chofer que se detenga en La Cumbre para bajar. El precio es el mismo que para ir hasta Coroico, 20 bolivianos.
Cuando llegamos a La Cumbre hay que registrarse en una oficina de techo rojo y empezar a caminar para arriba. El sendero no da tregua. Es claro, no hay vegetación y hay huellas de autos, motos, gente que subre por este páramo montaños a riscos inusitados desde donde uno puede admirarse de su alrededor parado literalmente sobre las nubes. Literalmente. Las nubes corren por debajo de nuestros pies. Las cumbres son puntiagudas, roca negra cubierta de nieve inmaculada. Vistas y sensación inmejorable que nos certifican que el esfuerzo hacia arroba valió la pena.
Se cruza el paso, el Abra Chucura, a 4880 metros de altura y empieza la bajada, para algunos bajar suele ser la peor parte. Mucho más fastidioso que el esfuerzo de subir. Esfuerzo que en esta región se acentúa irremediablemente por la altura normal. La Paz está a , La Cumbre a 4660, y el Abra a 4880. Luego empezamos el descenso trastabillando por un camino de mulas y piedras laja. Durante todo el sendero hay vertientes de agua, ríos, agua que surca desde el deshielos las laderas y llega hasta nuestros pies. También cruzamos varias edificaciones precolombinas y la calzada epor la que nos desplazamos pertenece a los antiguos caminos incas.
Llegamos a Samaña Pampa. Vive una familia. Eulogio y su familia. Aquí hay que apuntarse nuevamente en un libro de registro. Decidimos acampar en este lugar. Es muy bello. Enclavado entre montañas donde pastan rebaños de llamas. Hay una mesa de madera debajo de una galería, bancos mesita de piedra, sombrilla de paja y un baño sencillo. El río Chucura corre al lado. Eulogio y su familia pisan papitas para pelarlas y preparar chuño, una de sus hijas prepara tuta, otro tubérculo deshidratado blanco. El camping nos cuesta 10 bolivianos. Tomamos, mate de coca, café, todo cuesta 2 bolivianos.
Hace frío. Temperatura de helada.
Segundo día
Nos despedimos de la familia de Eulogio y Gumersinda sin dejar de compartir con ellos mate de yerba, el nuestro.
El sendero entre Samaña Pampa y Choro baja y baja. Es piedra y piedra. Piedras macizas, duras, desparejas. Irregulares. Difícil no trastabillar entre tanta piedra despareja. A medida que avanzamos y vamos bajando en altura empieza a haber más vegetación.
A una hora de Samaña Pampa está Chucura, un pequeño poblado con escuela, gimnasio, varias casitas. Un señor, Miguel, en la entrada de su casa, nos ataja para registrarnos otra vez y cobrando 20 bolivianos por el uso del camino.
Desde Chucura pasamos a Challapampa, tres horas más. Allí hay un amplio espacio de acampe, un puente que cruza el río, lugar para descansar, bebidas. Descansamos un rato en Challapampa y a dos horas y media más, bajando y subiendo en esta etapa, llegamos a Choro. Esta última parte del camino es la más extenuante. Se suma al cansancio de las horas andadas hasta aquí que deberemos surcar por terreno enlodado y con piedra despareja. El camino trepa en un sendero más angosto que el camino precolombino por el que vinimos hasta aquí. Trepa y desciende hasta el río. El río es caudaloso y cae en cascadas estrepitosas entre piedras enormes.
A los bordes del sendero hay un reguero constante de frutillas rojas, maduras, grandes y dulces.
Acampamos en Choro. Cobran 10 bolivianos. Se puede hacer fuego y hay leña alrededor y un arroyito de vertiente a pocos pasos donde es por demás saludable darse un buen baño. Estupendo.
Estamos rodeados de montañas monumentales. Aún no terminamos de bajar. Anoche dormimos a 4400 y hoy descendimos a 3600.

Tercer día
El recorrido entre Choro y Bella Vista es agotador. Se van bordeando varias montañas. Se sube hasta las cimas y luego se baja casi al ras de los ríos. Hay que cruzar tres puentes colgantes de alrededor de cien metros de longitud y por sobre cincuenta metros encima del río. Son de madera y se zarandean tenebrosamente a nuestro paso.
Se pasan pequeños caseríos, una o dos casas. Primero Buena Vista, una familia; está a poco más de una hora de salir de Choro. Cuatro horas más adelante pasamos San Francisco, dos casas. Una hora más y llegamos a Bella Vista donde decidimos quedarnos a descansar.
El suelo sigue siendo de piedra durísima, maciza y desorganizada a la buena de dios sobre la huella. En algunos tramos es más plano y en otros hay sectores de tierra blanda y hojas secas que nuestros pies agradecen.
La flora y la fauna son exclusivas. Flores extrañas y exóticas. Nunca las vimos antes.
La temperatura ha subido muchísimo. Atravesamos sectores de jungla y humedad netamente tropicales. Ya no hace aquel frío helado de hace solamente dos días. Ahora es calor y, al llegar a las cimas el sol nos pega. La vegetación, arriba, se vuelve rala y de pastizal duro y, a medida que volvemos a bajar se va haciendo mata más tupida y humeda.
Pasamos por debajo de una caída de agua de cientos de metros, especulamos que más de doscientos. Pasamos por debajo y luego, rodeando la montaña adyacente la vemos desde la ladera de enfrente. En ese momento estamos subiendo la Cuesta del Diablo. Una subida un tanto escalonada de piedra, un caracol en vertical y sin tregua por más de media hora hacia arriba y arriba.
En Bella Vista acampamos con vista a las montañas. Nos cobran 10 bolivianos y hay un pequeño quiosco con bebidas y snacks. Al lado hay una mesita donde podemos cenar y también hay un espacio amplio donde podemos hacer fuego y agua que traen con mangueras desde el río.
Hay conejos. Andan sueltos, corren entre la mata de la montaña y son gordos.
Cuarto día
El camino hasta Sandillani, una hora y media, es hermoso y húmedo. Tierra blanda, suelo bueno. Hay sombra. Sandillani es un punto con construcciones de madera, un albergue, lugar para acampar y una vista alucinante de todas las montañas alrededor. Todas las montañas de esta región son moles. Son macizas. No son escarpadas, son bloques de piedra cubiertos de vegetación selvática.
El camino de hoy es casi todo en bajada y lamentablemente la humedad se va secando y el suelo se endurece. La primera parte de este día es amable con los pies, pero después es duro. Piedra dura y despareja y pastos secos. El sol y el calor nos pegan.
Desde Sandillani a Chairo son dos horas y media más. Chairo es un poblado de cincuenta personas. No hay habilitado ningún espacio específico de camping ni hay hotel pero preguntando encontramos a Dionisio Pérez que nos prestó un espacio que tiene en construcción. En la esquina de una de las dos cuadras del pueblo está el almacén de Delfina. Allí compramos mandarinas a tres por un bolívar y sardinas en salsa de tomate y pan a dos por un bolívar con cincuenta.

Lebanon Mountain Trail (otra fachada de la USAID)

Introducción

Descubrí el Lebanon Mountan Trail sin buscar nada que se le pareciera. Tenía un pasaje al Líbano devenido de otras cuestiones. Visitar el Líbano, no estaba en mis planes. Pero tenía un pasaje y me dispuse a buscar qué sitios interesantes se podían visitar. Así fue como encontré el Lebanon Mountain Trail. Un sendero de aproximadamente 440 km que cruza de manera longitudinal a este país siguiendo las crestas del Monte Líbano, de norte a sur, o bien de sur a norte. Completo, lo dividen en 26 etapas. Como solamente estaría una semana y en el Líbano hay otros sitio históricos que me interesan, decidí hacer solamente tres o quizás quizás cuatro etapas, y busqué las que me parecían más ricas en cuanto a la variedad del camino, y también las más difíciles. Caminar en llano, ya no me hace gracia. Caminar sin la imponencia de las cumbres, tampoco. Creo que el «mal de montaña» debería llamersele a esta adicción y no al mal de altitud. O, me corrijo, esta adicción podría llamarse «el bien de montaña». Me atacó, y muy fuerte.

Luego de una vuelta por el Malecón de Beirut, las rocas en el mar, el casco histórico y Hamra, se puede tomar un bus en plena carretera hacia Byblos, conocida localmente como Jbeil. Vale la pena detenerse un par de horas en Jbeil. Es hermoso. Callejuelas de piedra, un puerto colorido de botes, y los restos de una ciudadala que es una de las más antiguas que quedan en pie sobre el planeta. Es un lugar tranquilo, con una gruesa pincelada de bohemia, lleno de enredaderas, de flores, de árboles, de pinturas hechas a mano y con amor sobre algunas puertas, o paredes. Vale la pena quedarse un rato mirando el mar. El aire que se respira, es impagable. El minibus desde Beirut hasta Bjeil cuesta 2000 libras, (1 dólar = 1500) y tarda menos de media hora. Van demasiado rápido. Velocidad temeraria.

En la misma carretera que da entrada a Jbeil, se puede volver a parar a otro minibus, van, y seguir viaje hasta Trípoli, aquí le dicen Trablous. Al entrar en Trablous o Trípoli, el contraste con Jbeil, Byblos, es un shock. Trípoli es caótica, llena de mercados callejeros, del tráfico de autos que tocan bocina. Las construcciones son viejísimas. Hay muchos rastros de la guerra civil. Edificios que han sido reconstruidos junto a otros que están despedazados o impactados por las balas. No me quedé mucho tiempo. Demasiado ruido perturbaba la paz con me había cobijado en Byblos. El minibus de Byblos a Trípoli cuesta otras 2000 libras y tarda un poco más de media hora, aunque vuela sobre la carretera.

Vi que en una esquina, de las bulliciosas, la gente tomaba los servis, taxis compartidos, así que fui ahí y me acomodé en uno que me llevaría hasta otro punto donde debería tomar el definitivo a Bqaa Safrine.

Antes, llamé por teléfono a uno de los guesthouses que recomiendan en la página del Lebanon Mountain Trail. Buscaba un locutorio, pero como no encontré, un hombre al que le pregunté, me prestó su teléfono para que llame.

En total, los dos servis, taxis compartidos, me salieron como 9000 libras.

Desde Bqaa Safrine inicié estas contadas etapas del trail. El primer día que había anotado, es el más difícil de la caminata. Son 23 km. El desnivel es 1406 metros de ascenso y 979 metros de descenso. Desconocía absolutamente todo acerca del trazado del trek y rogaba que hubiera marcas ya que, con marcas y todo, siempre me pierdo igual. Había leído que había algunos manantiales en el camino para beber y cargar agua, y también ruinas romanas.

En Bqaa Safrine paré en lo de Abou Majed. Una familia hermosa. Tienen una casa enorme, especie de gustehouse. Muy confortable. Todas las habitaciones son grande y limpias. Hay varias salas con sofás.Dos baños enormes.

Es pensión completa y cuesta 50 dólares todo. Me dieron muchísimo de comer. Dawali, arroz preparado y envuelto dentro de hojas de parra, otro arroz con carne y nueces de la India. Una ensalada con verduras recién cosechadas de la huerta. Higos en almíbar, y un plato de frutas. Eso se suponía que era el almuerzo. Luego me ofrecieron una cena, pero estaba tan satisfecha que no podía comer nada más. Solamente una manzana, también cosechada de los frutales de la familia.

Primera etapa: de Bqaa Safrine a Ehden

Lo más rescatable de esta etapa, es la gente. Menos mal que existen los libaneses y que muchos de ellos viven en las pequeñas aldeas entre las montañas. El sendero fue más difícil de lo que esperaba. Terminé sana y salva pero mis brazos eran un muestrario de rayas y en las manos tenía una colección de espinas.

Arranqué bien, sobre todo bien alimentada. El desayuno en lo de Abou Majed fue suculento y rico. Hasta huevo comí, a mí que no me gusta. Estaba todo delicioso. Yugur, aceitunas, humus, pan árabe. Tuve que rogarles que basta de comida porque me prepararon dos sánguches para el camino, uno de zater y otro con higos en almíbar. Me dieron tres manzanas y una bolsa de nueces. En el camino no paré a comer nada ni a descansar porque durante todo el trayecto perdí mucho tiempo tratando de encontrar el sendero. Yendo hacia adelante y volviendo hacia atrás. Por eso digo que menos mal existen los libaneses. Si no fuera porque pregunté cientos de veces en cada casita que encontré, o en cada campo donde estaban cosechando, no sé adónde estaría en este momento.

Llegué a Ehden. Lo más hermoso paisajísticamente hablando, es la Reserva Forestal. La tenía al lado. Al ladito de la cabañita que alquilé por esa noche. Caminar por la reserva después de semejante jornada fue reconfortante, volver a respirar, tranquilamente, y con olor a resinas de pinares. Infinidad de pinares. Y ese olor que me rodeaba tan fresco. Fresco como el agua de los manantiales. Agua pura en el camino.

No es un trayecto para cualquiera. No está preparado para nada. Creo que es de lo más complicado que he hecho. No lo recomiendo. Salvo que lleven GPS, que sepan hablar árabe a la perfección, que lleven sogas.

Menos mal que andaba con una mochila liviana.

Saliendo de Bqaa Safrine y hasta Dounia, preguntando, se puede llegar sin demasiados problemas. Preguntando y entendiendo aunque sea la mitad o las señales de la explicación. Después se arma el quilombo. Hay que bajar una ladera, después de haber subido, pero el sendero no está marcado. Hay que bajar por cualquier parte. Está lleno de árboles, y de matas. Hay que abrirse camino a la buena de Dios. Cuando uno llega debajo de esta primer ladera, hay que subir otra, hay que cruzarla, y luego bajar, y acá viene lo más complicado. Aunque parezca mentira, siempre lo más complicado es bajar. En este caso, por suerte están los árboles y las matas. El terreno es vertical. Es una garganta que desciende estrepitosamente hasta un manantial. Un arroyito sin mucha agua ni mucha corriente. Hay que descargarse por esa ladera vertical. Hubiera estado bueno tener una soga, atarla a un árbol y bajar agarrándome de la soga. Pero no tenía soga, así que fui tanteando las salientes de las piedras y sosteniéndome de las ramas. Un desastre. Terminé toda rajuñada. Con razón los campesinos que cosechaban y que me llenaban los bolsillos y las manos de pepinos frescos, me preguntaban «inti tarif?» (tú sabes?)

Esta etapa, la primera que hice del Lebanon Mountain Trail, no es apta para el trekking de alguien sin experiencia.

Al inicio, si bien los caminos son fáciles, dificulta el hecho de que hay pequeñas aldeas y por supuesto la gente de las aldeas camina, tienen animales que caminan, usan carros, carretillas, algún auto, y entonces, como no hay señales, uno no sabe que huella o qué sendero seguir.

Después viene la parte de las laderas y así se llega a Keir Mor y Bchanata. Después ya se entra en la reserva forestal que es lo más lindo, ahí adentro sí están las marcas pintadas, y también hay algunos carteles. Cuando ya no hacen falta, porque dentro de la reserva, como es muy visitada, las huellas están bien claras entre el bosque.

Cuando desemboqué en Ehden, la ciudad no me gustó a primera vista. Estar entre el pavimento y los coches. Había leído que uno de los hoteles recomendado se llamaba justamente La reserva, especulé y especulé bien, que estaba dentro o cerca. Un maravilloso hombre al que le pregunté, llamó por teléfono, tenía que volver 4 km hacia atrás. Ya había hecho 23. Dudé. Ya no quería caminar más por este día. No por caminar en sí, pero por haberme perdido tanto y haber sufrido tantos traspiés y rajuñones. El maravilloso hombre, John, me llevó en su auto.

Las cabañas cuestan 50 dólares con desayuno. Comida no. Pero tenía los sánguches de Abou Majed, las manzanas, las mermeladas del hotel, y galletitas. Pedí agua caliente para el mate. Y como si hubiera sido poco, después de ducharme, me fui a dar otra vuelta entre las nubes, por adentro de la reserva. Una hermosura.

Segunda etapa y Tercera etapa: de Ehden a Wadi Qannoubine, de Wadi Qannoubine a Bcharre

Hice dos etapas en un día. De Ehden a Wadi Qannoubine, dícese que son 9.1 km y de Wadi Qannoubine a Bcharre, 9.8 km.

Nunca encontré el sendero del Lebanon Mountain Trail. Lo hice como mejor pude. Con un mapa precario, peor orientado que yo. Pusiera el mapa para la dirección que lo pusiera, le preguntaba a la gente, y siempre lo que buscaba estaba para el otro lado. Si una cosa estaba para un lado, contrario al que señalaba el mapa, otra estaba bien, entonces no entendía nada. Me imaginé que para llegar tenía que hacer algo así como transportarme a otra dimensión y volver a esta. Era imposible. Este trekking está muy mal diseñado. No está diseñado. Es una mentira. No existe. Los lugares existen, pero no están ni en el lugar señalado ni a la distancia estimada en los folletos. Los pobladores de los lugares por donde se pasa no tienen ni idea de la existencia del sendero, nunca vieron una de las marcas blanca y roja, ni nunca vieron a nadie que estuviera trabajando en el camino. Había leído que en los hospedajes había mapas y explicaciones. En dos de los tres lugares en que dormí, tenían, pero el mapa equivocado. Si estoy en Bcharre y he terminado la sección 6 y 7, necesito el mapa de la 8 para continuar, pero aquí tienen solamente el de la 4, la 5, la 6 y la 7. En cambio, en la Reserva, no tenían ninguno, y en Bqaa Safrine, también tenían el de la sección anterior. O sea que los tienen al pedo. O quizás para ir alrevés de lo que la organización plantea si uno busca información en internet. Nadie sabe dónde salen los senderos.

La segunda mañana, después de un suculento y exquisito desayuno en la reserva, los dueños, Raymunda y Alfonso, me llevaron adonde supuestamente podía retomar la marcha. Ellos no tenían ni idea, pero leímos en un folleto que conseguí yo en un puesto de información de la reserva, que podía empezarse en el Monasterio de Maar Yaaqub. No había ninguna señal, pero intenté seguir los datos del folletín. Caminé, tal como decía allí hasta Mart Moura y de ahí, según el folletín, debía seguir 500 metros hasta encontrar una escalerita que bajaba hacia el valle y la comunidad de Aintourine. Nunca encontré la escalerita. Caminé miles de metros a un  lado y a otro y más de una vez. Le pregunté a la gente, y ahí me señalaban Aintourine para un lado, pero Wadi Qannoubine, para el otro. Me harté. Caminé por la ruta a pesar de que alguien me dijo que el Wadi era a más de una hora de coche. En un momento encontré un cartel que no era del Lebanon Mountain Trail, pero que indicaba bajada al Wadi y me mandé por ahí. Muy bello, y muy impresionante la garganta rocosa y las casitas colgadas de las laderas con sus terrazas cultivadas. Caminé hasta el final de ese camino que terminaba en una casa. Ni una marca del Lebanon Mountain Trail. Subí por el mismo camino y seguí por la ruta hasta los pueblos de Blawza y Hadchit. Se hizo largo y pesado, ya que no era un sendero de trekking sino una ruta con todas las curvas que implica construir una carretera en la montaña. Además, Hadchit y Bcharre están arriba de las montañas y los valles de Qadisha y Qannoubine, van quedando cada vez más profundos e invisibles entre las paredes de roca. Tarde y agotada, llegué a Bcharre y me alojé en el primer hotel que encontré, el Bauhaus. Una habitación con tres camas, me cobraron 30 dólares porque son 10 dólares por cama. Está bueno porque es un departamento antiguo. Enorme. Con habitaciones grandes. Podía usar la cocina. Hay dos baños, y un balcón grande, como una terraza, que da a la calle, desde el que se ven las montañas y en el que hay una parra. Llovió, y tomando mates en esa terraza, cobijada por las ramas de la parra, disfrute del olor a tierra mojada.

Como si en realidad no hubiera estado tan cansada, salí a caminar. Bcharre es pintoresco. Lindas vistas del valle. Hay conventos y construicciones antiguas. Hay una tumba fenicia y la casa donde nació el escritor Khalil Gibran.

Epílogo

Visitar el Líbano por lo que el Líbano reúne en sí, vale la pena. Vale la pena su gente. Es interesante hablar con ellos. Son muy amables en general. Muy amables. Choca, sobre todo con los católicos, los maronitas, los cristianos, que planteen una y otra vez que ellos son los buenos y los otros son los malos. Es un aspecto triste que queda como resabio en una sociedad prejuiciosa.

Tuve la fortuna de conocer gente de todo tipo. Gente maravillosa. Jad, quien no me conocía más que por referencias, porque es amigo de mi amigo Mohammed que vive en Egipto, se ocupó de mí como si me conociera de toda la vida. Ninguno de los musulmanes con los que hablé exigió conocer mi filiación religiosa, como sí lo hicieron los cristianos, y ningún musulmán me dijo que los cristianos eran malos.

El Líbano tiene sobre su territorio uno de los yacimientos más antiguos, increíbles y inexplicables del mundo: Baalbek. Es impresionante, imponente, y maravilloso.

Desde allí, fui en una van con dos muchachos muy macanudos que me llevaron gratuitamente, hasta la frontera con Siria. Son muy pocos kilómetros. Siria se ve ahí nomás, al alcance de los ojos, de las manos, de los pasos.

Mi objetivo inicial, cuando compré el pasaje, era cruzar a Damasco y sumarme al escudo humano en contra del bombardeo imperialista. Afortunadamente el mundo se movilizó en todos los rincones y el hijo de puta de Obama tuvo que suspender sus diabólicas intenciones de seguir destruyendo con sus armas el Oriente Medio. Pero yo igual quise ir a Damasco, y desde Baalbek fui hasta la frontera donde a pesar de la confianza ganada con algunos de los soldados que llamaron inclusive a sus superiores por teléfono, no pude cruzar ni siquiera por dos horas, al no tener en mi pasaporte, una visa tramitada en mi país de origen.

Así fue como en lugar de a Siria, llegué a Taanayel. Medio por casualidad, o por mala o buena suerte, porque así tenía que ser; un lugar donde me encontré con la casa de mis sueños, construida de adobe, con pocos muebles, alfombras en el piso, colchonetas, almohadones, al mejor estilo beduino. Necesitaba descansar y me quedé ahí, casi en silencio, entre un bosque de álamos y cedros, y un lago pequeño, en esa casita de barro que tanto me gustó.

Antes de regresar a Beirut para tomar el vuelo de regreso a Estambul, visitamos con Jad la ciudad de Sidón.

Sé que albergo restos de almas fenicias en mi ser, y sé que haber tenido un pasaje justamente para el Líbano, en un momento en el que prácticamente ya no deseaba nada, no fue en vano.

Seguramente, como me dice uno de mis sabios hijos, esto llevará algunos meses, quizás algunos años, quizás no tanto de tantos, para aclararse.

 

Eso sí, si alguien lee esta nota con el interés del trekkig, si alguien piensa en en Lebanon Mountain Trail, no vayan porque no existe. El Lebanon Mountain Trail, ha sido, seguramente, otra fachada de espionaje de la USAID en Oriente Medio. Nada extraño ya que sobran evidencias en el mundo entero del accionar de esta organización. Si se encaprichan e insisten en el trekking, lleven GPS, traductor, machete, sogas, y así y todo no esperen llegar a destino, lo más probable es que lleguen a otra parte.

Lycia, geografía, literatura y una historia de resistencia a los imperios

La Ruta Lycia, un recorrido que originalmente unía 509 km entre Fethiye y Antalya y al que, actualmente, año 2018, se han agregado dos etapas que le suman 40 km más. La Ruta Lycia discurre a través de los Montes Taurus, serpenteando por la escarpada costa del Mediterráneo turco, prolífero en penínsulas y bahías. A medida que avanzamos, subiendo y bajando laderas de piedra y bosque, vamos encontrando a nuestro paso los vestigios fantasmagóricos de la historia sin desentrañar y pequeñas comunidades herederas de la tradición lycia.

Entre mayo y junio de 2011 caminé en solitario la Ruta Lycia. Me impactó. Siempre había querido regresar y poder compartir la belleza inabarcable con otras personas.

En las siguientes entradas del blog, etapa tras etapa, describo mi primera experiencia (2011), estival y en solitario, y luego la actualización de lo vivido entre enero y febrero de 2018, invierno, en compañía de un equipo de caminantes fluctuantes.

Geografía
El nombre de Lycia (Lykia) evoca una zona geográfica del suroeste de Anatolia. Esta región, la más accidentada de toda Turquía, está situada al sur de una línea hipotética que podríamos trazar desde Antalya, al este, y Fethiye, al oeste. Región actualmente conocida como península de Teka. Resulta difícil determinar el territorio original habitado por el pueblo conocido como tremili o termili, lukka, por los hititas, y lycios, según las fuentes griegas. Las mejores referencias nos las proporcionan sus impresionantes restos arqueológicos, correspondientes al variado abanico de ciudades que salpican un paisaje frondoso y accidentado, entre Antalya, Fethiye y las azuladas aguas del Mediterráneo.
La cadena del Tauro que, geológicamente, es contemporánea de los Alpes, Andes, Cáucasos y del Himalaya, es la principal nota identificadora de este territorio que albergó a los lycios a lo largo de su existencia. El aspecto fluvial también es importante: los ríos son cortos, de curso rápido a consecuencia de los desniveles que tienen que salvar, formando, a veces, cascadas sorprendentes (Varsak Çöküntüsü, Düden Şelalesi). Muchas ciudades lycias fueron trazadas sobre las orillas, incluso Olympos resultó dividida en dos por el curso del Yanartaş, dominando terrazas estratégicas junto a los cauces. Algunos ríos tienen el don de esconderse y, kilómetros más abajo, volver a aparecer en superficie. El árbol más abundante es el pino, que llega a colonizar incluso las orillas marinas; en Kaş, al sur de las accidentadas montañas del Parque Nacional de Bey Dağı, a partir de los 1.200 metros de altitud, dominan los bosques de cedros, especie protegida actualmente.

Historia
Las excavaciones efectuadas en Karataş Semahöyük y alrededores, a partir de 1960, pusieron de manifiesto que la región de Lycia ya se encontraba habitada durante el tercer milenio antes de nuestra era. En el segundo milenio, la Lycia era mencionada en las fuentes orientales bajo el nombre de “Luqqu”, “Luqqa”, “Lukka”, y también como “Rwka”. Sin embargo, las escasas campañas de excavaciones arqueológicas realizadas hasta la fecha en algunas ciudades -porque la mayoría de ellas se conservan intactas- no ha proporcionado suficiente información de ese período. Solamente en Tíos (Düver), uno de los históricos centros de población, situado en la zona occidental del país lycio, un fortuito hallazgo puso al descubierto un hacha de bronce del segundo milenio a.C, una prueba que corrobora que la región fue habitada de forma ininterrumpida.
En las fuentes occidentales, la Lycia y los lycios son mencionados por primera vez en ocasión de la guerra de Troya (siglo XII a. C). Homero, en su “Ilíada”, describe de forma encomiable a los lycios, mencionándolos en reiterados versos, en los relatos de cómo llegaron bajo el mando del general Sarpedon y combatieron valientemente al lado de los troyanos contra los aqueos.

Es por lo tanto gracias a Homero, a quien debemos la primera referencia occidental sobre la existencia del pueblo lycio, que constituía un núcleo de población distinto de los sardos y solayrnosienses.
Las excavaciones arqueológicas que se han desarrollado en todo el país lycio, especialmente en los yacimientos de Xanthos (mencionado por Homero en la página 110) y de Letoon, no han proporcionado información anterior al siglo VIII a.C. Esto hace que resulte difícil imaginar la forma de vida de los lycios entre el segundo milenio -período al que pertenecía el hacha, encontrada en Tíos (Düver), anteriomente citada- y finales del siglo VIII a.C.
En el siglo VII a.C., se siente ligeramente la influencia griega, concretamente en las afueras de la ciudad de Phaselis, en el extremo oriental de Lycia, donde en el año 696 a.C., se asentó la primera colonia helenística. Durante el mismo siglo la civilización lydia, cuyo territorio se hallaba al norte de Carias, entre Capadocia, al este, y el mar Egeo, al oeste, alcanzó su esplendor socio-cultural.

Dominio Persa
En el año 499 a.C, tras la victoria de Darío I sobre las ciudades griegas de Asia Menor (Mileto, Priene, Éfeso, Dídíma), los persas fijaron su atención en Lycia, y su general, Haspagos, tras violentos combates, entró victorioso en Xanthos. La ocupación persa del territorio lycio, paradójicamente, abrió a Lycia hacia el helenismo. El pueblo lycio se relacionaba por un lado con ciudades afines al helenismo, radicalmente opuestas al dominio persa y por otro lado se impregnaba del exotismo del arte persa, según se ha podido comprobar en las manifestaciones escultóricas excelentemente conservadas en algunas ciudades: en Xanthos, el monumento de las Harpías y el de las Nereidas; en Trysade, el Heroon, sin olvidar los impresionantes túmulos de los alrededores de Eimali, testimonios, todos ellos, de una incuestionable inspiración oriental.
Lycia gozó de cierta autonomía dentro del imperio persa como consecuencia de la derrota que el monarca lycio Cirnon, inflingió al general persa Eurymédon en el año 468 a.C, por esto mismo, Phaselis, la ciudad natal de Cimon, se impuso sobre el resto de Lycia.
En el curso de la hegemonía de los persas, se produjeron dos acontecimientos de gran interés para el país lycio: el primero de ellos, fue la unión interior de todas las ciudades lycias, gracias a la iniciativa de Feríeles, rey de Limyra. Feríeles dotó a los lycios de un verdadero contingente militar, tanto terrestre como marítimo -no debemos olvidar que Lycia, fue siempre un país volcado al mar, aunque la mayoría de sus ciudades estuviese escondida en tierras quebradas y montañosas-, y resultado de su potente ejército, la ciudad de Telmessos (hoy, Fethiye) pasó a formar parte de Lycia; el segundo acontecimiento, fue el descubrimiento, en Letoon (hoy, Bozoluk o Bolsulu), en el curso de las excavaciones llevadas a cabo en los años 70, de una inscripción trilingüe, relacionada con este período histórico, en la cual se menciona a Arbinas y Pixodaros, monarcas influyentes de la zona occidental del país lycio. El aspecto más importante de esta inscripción (persa, lycio y griego) es, ciertamente, el hecho que nos proporciona la posibilidad de acercarnos a la lengua lycia.

Alejandro Magno
Después de los informes aportados por Arriano, Alejandro Magno decidió conquistar Lycia, penetrando por el oeste, desde Halicarnaso. La primera ciudad que tomó fue Telmessos (334 a.C.), en donde el macedonio fue recibido, más que como invasor, como libertador; el resto de ciudades lycias siguió el ejemplo de Telmessos y, en sólo un mes, se puso fin a la hegemonía persa en esta histórica región del suroeste de Anatolia. El Gran Alejandro no introdujo cambios apreciables en cuanto a la administración y al resto de poderes establecidos, nombrando a Nearkhos como su intermediario válido en Lycia. En cuanto al plano cultural, el hecho más notable que se produjo tras la llegada de Alejandro Magno fue la desaparición radical del alfabeto lycio, que fue sustituido por el griego.

Macedonios y romanos
Tras la muerte de Alejandro, toda Lycia queda sujeta al dominio macedonio, bajo la directa administración de Antigonos Monophtalmos. En el año 310 a.C, la dinastía ptolomea gobierna el país, y nueve años después, la tutela de la región cae en manos de Lysimaco. En el año 296 a.C, los Ptolomeos reconquistan Lycia y se mantienen durante todo un siglo, atraídos fundamentalmente por la extraordinaria ubicación estratégica, la frondosidad de su suelo y la bondad de su clima. En el año 197 a.C, el rey seleúcida Antíoco III emprende la conquista de toda Asia Menor, un esfuerzo militar que le costaría al mítico monarca de Nemrud grandes pérdidas humanas hasta culminar con la estrepitosa “debacle” de Magnesia (Manisa), del año 190 a.C.
Roma, que observaba con el mayor interés tales acontecimientos, comenzó a interesarse por la zona oriental de su imperio y decide poner a Lycia, bajo el control de la ciudad de Rodas con el Tratado del Apamea, del año 188 a.C. El manifiesto malestar lycio contra Rodas, contribuyó a la realización rápida y ordenada de la unidad del país. Lysanias y Eumedes fueron sus principales artífices, posteriormente, los lycios eligieron para su administración un sistema federativo. Las ciudades más influyentes durante los primeros años del siglo II a.C eran Xanthos, Tíos, Finara, Myra y Olympus, las cuales disponían de un estatuto diferente al del resto, teniendo, incluso, derecho a emitir tres voces en las asambleas generales.
Se sabe que la antipatía manifiesta al control de Rodas fue hecha saber al mismo Senado romano en el año 177 a.C. y que tanto Lycia como Caria, no tardaron en obtener la libertad. Durante un siglo de plena independencia y bajo el sistema federalista, Lycia alcanzó un alto nivel de prosperidad. Pero a comienzos del siglo I a.C., una nueva amenaza se cierne sobre Lycia: Mitrídates I, rey del Ponto -territorio del norte de Anatolia, que limita con el mar Negro, cuya capital era Trebizonda-, ocupa la mayoría de las ciudades del Asia Menor, en el año 88 a.C, entre ellas, también las lycias. Sin embargo, Sila (Lucius Cornelius Sulla; 138-78 a.C) logró derrotar a Mitrídates I y aseguró de nuevo la autonomía de la Lycia, reorganizando administrativamente el territorio; fue entonces cuando algunas ciudades de Kibyratis o de Muyas pasaron a incorporarse al país lycio. Mientras tanto, en la zona oriental, el corsario Zenekites (Zenicetes), que había tomado las ciudades de Phaselis y de Olympos, sembraba el terror en la región lycia, así como en todo el resto del litoral mediterráneo de Anatolia. La victoria obtenida por el cónsul romano Servilio sobre Zenekites, precisamente en las afueras de la ciudad de Olympus -la cual era utilizada como refugio y base estratégica de operaciones, dada su privilegiada posición-, puso fin al peligroso corsario.
Para asegurar la estabilidad en la región, Roma delimitó una nueva provincia -al este de Pamphylia: Cilicia, cuya capital se fijó en Tarsos, actualmente, Tarsus, al este de Mersin. Las rivalidades que perturbaron el seno del imperio romano se dejaron sentir también en las provincias orientales, entre ellas, la abierta oposición a Bruto (M. Junius Brutus), por parte de numerosas ciudades lycias. En el siglo II, los ricos ciudadanos lycios prestaron importantes ayudas a las ciudades extranjeras -Pamphylia y Caria, especialmente– demostración inequívoca de la prosperidad económica del país lycio, precisamente de ese período son los testimonios monumentales más impresionantes y mejor conservados de Lycia.

Movimientos Telúricos
En el año 141 un violento temblor de tierra, arruinó todo el país lycio. Muchas ciudades costeras fueron inundadas por el mar, al hundirse el litoral costero (Sümela, Dolichiste, ambas en la paisajística bahía de Kekova entre Demre y Kaş-, las tumbas están semisumergidas, y las viviendas y palacios escalonados en los acantilados costeros aparecen sobre las azuladas aguas del Mediterráneo. Lycia fue levantada con ayuda de sus ciudadanos, prósperos e influyentes comerciantes. El siglo III se inició con un periodo de relativo desarrollo para Lycia, pero el 5 de agosto de 240 se produjo un nuevo terremoto aunque de mucha menor intensidad que el anterior. Sin embargo, la confusión generada por el sismo, fue aprovechada por nuevas bandas de corsarios que asolaron los principales puertos lycios, lo que, unido al progresivo aflojamiento de la administración, provocó la lenta extinción de algunas ciudades lycias. Por otro lado, los constantes enfrentamientos religiosos callejeros, con la expansión continuada del cristianismo, provocó un cambio de concepción socio-cultural en gran número de centros urbanos. La ciudad de Myra (Demre Kale) -famosa por su espectacular teatro y necrópolis rupestres, dejó de ser metrópolis para convertirse en ciudad provinciana.
Los siglos V y VI significaron periodos históricos oscuros que poco o nada aportaron a la vida cultural lycia, salvo en las cuestiones religiosas. A raíz de la dominación del imperio bizantino la región se salpicó de templos y basílicas cristianos construidos en el seno de las grandes obras antiguas que eran dañadas para los nuevos propósitos y de las que se aprovechaban los valiosos materiales líticos. A partir del siglo VII los árabes volvieron a la región. Desde entonces, durante 1500 años, las luces del país Lycio titilan en la memoria de pequeñas comunidades, en secretos tesoros y 53 ciudades escondidas entre la cadena del Tauro y el Mediterráneo.


Día 1: Ovacik-Faralya

Experiencia mayo-junio 2011.-

Imágenes en:  https://www.facebook.com/maria.che/media_set?set=a.2119137818402.127565.1244465731&type=3

La Ruta Lycia inicia en Ovacik. Ovacik es un pequeño pueblo, simpático, ubicado entre Fethiye y Ölü Deniz. Como yo me encontraba en Kusadasi, ayer en la mañana debí viajar primero rumbo a Aydin, a una hora de Kusadasi, desde allí tomar un bus a Fethiye, cuatro horas de viaje, y de Fethiye un minubus a Ovacik.
Fui directo a un hotel que recomiendan en el libro The Lycian Way de Kate Clow, que es el único que existe acerca de este camino y que trae un mapa detallado. El hotel lo recomiendan porque está muy accesible para iniciar la escalada, sin embargo no me gustó y me pareció caro. Pedían 35 liras turcas y yo ya había visto en el pueblo que las ofertas de hoteles más lindos eran de 30 liras. La única ventaja es que está apenas inicia la ruta, pero vi que había uno a pocos pasos y me acerqué a preguntar. Se llama de New Golden, o algo por el estilo, y me cobraron 30 liras, con piscina, habitación con balcón, desayuno, internet wifi. Di una vuelta por Ovacik y husmeé el sendero porque la ansiedad me dominaba y quería ver cómo pintaba. Pintaba bien.
En la mañana el desayuno valió la pena, suculento y variado entre proteínas -traía queso, manteca y salame- y vitaminas, miel, mermelada de damascos, aceitunas. Por suerte no traía huevo y no era el típico simple desayuno de tomate, pepino y té. Me vino bien. Encaré con fuerza y convicción.
El inicio del camino es ancho, bordeado de laderas de montañas pobladas de pinos. El aire era fresco, un tanto húmedo, pero con esa agradable humedad que huele a resina de coníferas. Se sube, y a medida que se sube, la laguna de Ölü Deniz va ampliando su panorama desde las alturas. El sendero deja de ser ancho para convertirse en un caminito de piedras bordeando el Baba Dag, la montaña que domina esta parte del camino, cuya altura es de 1969 metros. Poco antes de llegar a la cima empieza el descenso.
Durante el camino se encuentran varias cisternas de agua señaladas en el mapa. Como ha estado lloviendo, incluso hoy llovió varias veces durante la andada, tienen agua. Las cisternas están tapadas con una tapa de metal que se puede quitar para sacar agua, en todas hay baldes, latas, o cubetas con una soga, que sirven para tal menester. Me serví agua y me supo dulce y fresca. Muy buena.
En casi todo el recorrido hay marcas blancas y rojas que señalan la dirección del trekking siguiendo esta ruta de los antiguos Lycios. Sobre el final, pasando el poblado de Kirme se hacen más esporádicas. En esta parte, luego de haber andado ya más de 5 horas, dudé porque no había marcas y como hay casitas perdidas en la montaña, hay senderos que van rumbo a las casitas. Pegué la vuelta, fui hasta la última marca y no había duda que iba bien, inspeccioné otro caminos y eran caminos que terminaban en un punto cerrado o en la vera de la montaña, o en una vivienda, así que recaminé un trecho hasta la ruta que sale directamente al llamado Valle de las mariposas y el poblado de Faralya.
Llegando a Faralya por ruta de auto, un pibe turco en un taxi me saludó y me preguntó si quería que me lleve y como sólo me faltaba llegar al camping le dije que sí, revolée la mochila adentro del taxi y terminé los últimos metros hasta el poblado compartiendo un taxi con una cabra.
Llegué al George House, lugar de camping sobre el Valle de las mariposas. Acampo y tomo mates. Lo primero que hice fue sacarme las botas. Creo que va para ampollas en debajo de los dedos gordos, o cayos.
Junto a una de las cisternas, llovía. Me detuve debajo de un árbol y de una rama del árbol apareció un paraguas negro colgado. Siempre hay un paraguas negro. Me hice una casita hasta que escampó. Llovió varias veces, pero no es raro, digamos que yo iba hacia la lluvia, ya que en varias partes del camino, subiendo y subiendo, yo estaba en las nubes, e incluso más arriba de las nubes. Veía las nubes de arriba para abajo.
No anda mucha gente. Hoy me pasaron un neozelandés y un austríaco que íban a paso largo. Sólo salen a caminar un tramo. Más tarde crucé a una pareja y cuando paré a comerme una banana, un señor turco que vive en Kirme, se paró a charlar un ratito.
Mi mochila resulta más pesada de lo que había planeado, pero si hoy caminé 7 horas, mañana según el libro de Kate Clow se pronostican 3 y media, así que descansaré y lo haré. Me tengo fe.
Anécdota: cuando estaba en mi casita de paraguas negro escuché un crack sonoro, se me rajó el pantalón en el culo. Cachete izquierdo al aire. Recurrí al viejo truco del sweter atado en la cintura.
Otra cosa, vi una víborita pero cuando le fui a sacar foto hizo pfiii y se escapó.

Actualización enero-febrero 2018.-

Esta vez arrancamos desde Estambul y en avión al aeropuerto de Dalaman. El vuelo por Pegasus airlines está en alrededor de 20 euros. El vuelo salió del aeropuerto Sabiha Gokcen. En mis visitas anteriores a Turquía solía ir a Sabiha tomando el ferry para cruzar al lado asiático de Estambul y luego, en bus o dolmus (combi) hasta el aeropuerto. Esta vez nos aconsejaron tomar un metro nuevo: Marmaray. Según mi parecer fue más complicado y demoramos más, pero quizás fue por el desconocimiento de las combinaciones. De todas maneras, en breve, estará completa toda la conexión vía metro desde Sultanahmet o Sirkeci hasta Sabiha Gokcen. De momento, al final de la línea rosa del Marmaray, hay que salir del metro y girar sobre nuestra derecha, la misma vereda, sin cruzar, y tomar un bus E-9, E-10 o E-11. Ir con tiempo ya que, debido a la construcción del metro, el tráfico es tumultuoso y muy lento. Además, en Turquía, en estos tiempos, hay controles de seguridad antes de entrar en cada recinto y eso también ralentiza mucho el andar. Pasar por el escaner, quitarse el calzado…

Partimos con Stella Gonzalez. El aeropuerto era un caos. Demasiados vuelos locales programados en Sabiha. Parecía un regio quilombo pero todo salió bien. El vuelo en horario y las mochilas a destino. De Estambul a Dalaman, una hora y pocos minutos más de vuelo. Como nos trasladamos en avión no podíamos transportar el gas para el calentador con nosotras. Así que aún, antes de ir a Ovacik, nos faltaba comprar las garrafitas en Fethiye.

Desde el aeropuerto de Dalaman hay unos buses, Havas, que van hasta Fethiye. Cuestan 15 liras y demoran 1 hora. El cambio en estas fechas era 1 euro-4.6 liras.

Este bus Havas nos dejó en la otogar. Desde allía caminamos hacia el lado contrario del Carrefour, saliendo de la otogar a nuestra izquierda hasta Texan. Un comercio que vende de todo, materiales de construcción, jardinería, y allí se encuentran las garrafitas de gas para camping, gas tûpû. Cuestan 17.80 liras.

Luego, desde la misma esquina de la otogar, delante del Carrefour, hay una garita y allí se esperan las combis, dolmus, hacia Ovacik. El precio es 4.25 liras y nos deja en la esquina del Sultán Motel, a pasos del inicio de la Ruta Lycia.

Era 17 de enero. Invierno. Temporada baja en la región. Muchos hoteles están cerrados. Caminamos hasta el New Golden, pasando por delante del Sultán y el Golden lo encontramos en estado deplorable de abandono. Tapado de polvo y ojarasca. Volvimos sobre nuestros pasos hacia Sultán y nos quedamos allí. El precio fue de 40 liras por persona con el desayuno. Aparentemente también estaba cerrado, pero nos habilitaron una cabaña. Está lindo. Ha mejorado. Ya no son sólo las casitas pequeñas de piedra que había visto medio en ruinas en el año 2011. Ahora hay cabañas más lindas, jardín, más pintoresco a pesar de la baja temporada. Nos quedaba bien pernoctar allí para arrancar desde cerca. En mitad de la noche, cuando ya estábamos durmiendo bajo una lluvia torrencial al abrigo de la cabaña, escuchamos entre los redobles del chaparrón en el techo, la voz de Zeki, otro de los caminantes, turco, que llegaba desde Kusadasi para unirse a la travesía.

Nos levantamos un rato, en plena madrugada para compartir un mate con el recién llegado. Llovía abundantemente y, desde las ventanas, tratábamos de dilucidar el oscuro panorama meteorológico para el amanecer siguiente.

Amaneció ultra nublado, frío, húmedo, pero apostamos todo a la ilusión de largar la caminata. Nos cubrimos con los impermeables, cubrimos las mochilas, y zarpamos tras el típico desayuno con pepino, tomate, huevo y aceitunas.

Desde el arranque el camino no es de tierra sino que está baldosado. Empieza dirigiéndose hacia Montana, están los carteles a Montana, va por pavimento, baldosas grises y en el medio de la calle, rombos rojos. Hay marcas rojas y blancas y a veces, pircas. En general, en casi todos los casos de esta segunda edición en mi vida de la Ruta Lycia 2018, las marcas están mucho mejor que antaño. Sólo en contados casos se hace prácticamente imposible seguirlas. Y en muchos casos esto se debe al progreso, a la construcción de nuevas carreteras que destruyen el trazado del sendero Lycio, o a nuevas propiedades que urbanizan lo salvaje.

En este tramo, desde Ovacik a Faralya, ya no se interna en el hermoso bosque de pinos donde están las enormes piedras caídas durante el terremoto del 53. Ahora se marcha por un camino ancho de tierra, paralelo a ese bosque. Igual en este caso, el camino ancho de tierra no desmerece el paisaje porque se sigue respirando la resina fresca y el paisaje sigue imponiéndose al progreso. Kirme ha crecido. Hay muchas casas ahora donde antes había unas cuatro y nada más. Allí nos detuvimos un buen rato, empapados y con frío. Paramos en una casita, abajo de un techito que resistía a duras penas en un rincó al vendaval. Nos amuchamos en ese rincón pero al final tuvimos que cobijarnos en la parte cerrada de la casa, junto al fogón familiar, porque llovía de arriba para abajo y por los cuatros costados. Tomamos bastante café con leche caliente, 10 liras dos tazones grandes y cuando amainó un poco retomamos la marcha.

Toda la primera parte de este día es de ascenso, el Baba Dag, cubierto de nieve! Durante el mismo camino que nos llovió y granizó, caían pequeñas bolitas de nieve que se nos metían hasta por las orejas. Agua, además de la de la lluvia, está la de las cisternas y los pozos, en esta zona abunda y está en muy buen estado. Rica.

En Faralya, George house, como es baja temporada, no nos quiso recibir. Fue bastante mala onda. Hay pensiones nuevas. Nosotros encontramos el mejor lugar para acampar. Mejor que George House. Un balcón gratuito hacia el Valle de las Mariposas. Esta donde hay un mirador. Hay un cartel que indica el lugar, seyir tepesi. Allí hay un pastito muy acorde para acampar, confortable. Estaba húmedo, claro, con tanta lluvia! pero bueno… Enfrente hay unas casitas y de allí se puede sacar agua. Las canillas están afuera de las casas y las personas son amables y no tienen nada de problema. Al contrario.

 

Día 2: Faralya-Kabak

Experiencia mayo-junio 2011.-

Se me hizo rapidísima la ruta del día de hoy. Lo más denso fue la llegada, la bajada hasta la playa de Kabak.
Para empezar apoyé los pies en la tierras afuera de la carpa esperando que me doliera algo y no me duele nada, es más, en la vida normal, cuando me levanto y apoyo los pies, algo me duele y hoy, después de haber caminado ayer más de 7 horas con casi 15 kilos en la espalda, no me duele nada. Mejor. Joya. El desayuno en el camping George house de quien se llama Hasan, fue suculento, variado y muy rico; me serví dos veces yugurrr con miel, además un pan casero delicioso, mermelada también casera de fresas igual, riquísima, todo casero, la manteca, el queso, aceitunas, un espectáculo. Arranqué bien alimentada, contenta y optimista.
El camino que lleva de Faralya hacia Kabak, en un inicio no es claro. Justo pasó un hombre y le pregunté y él me señaló la entrada de un sendero sospechoso pero sin marca alguna. Lo tomé, y al cabo de unos metros empezaron a aparecer las señales. El sendero era nada más que eso, un sendero diminuto entre la arboleda preciosa, sendero que subía y subía y se iba tornando hacia la izquierda, de a ratos se veía el mar, la villa de Faralya con sus contadas casitas, y de a ratos el mar quedaba oculto entre el bosque y la ladera. Al cabo de un rato, no sé cuánto porque no llevo reloj, pero un rato, sería un poco más de una hora, encontré una cisterna con agua fresca y muy sabrosa y el camino se abrió en un descampado donde pastoreaban ovejas. Luego el camino se hizo ancho, como camino de tractor y después de andar por este camino ancho como otra hora más, subiendo un poco de vez en cuando, un nuevo senderito de mula, angosto y lleno de piedras empezó a bajar y a bajar.
Antes de esta bajada hubo un pequeño recorrido de escalada entre piedras grandes. Las señales marcaban las piedras más adecuadas y la dirección correcta para trepar. La mochila pesa, pero no me tiró pa’tras, porque yo estoy juertecita.
Bajando y bajando en dirección al mar, hay partes un poco enrevesadas entre pinchochas, de pinos, claro, y pinos. Y después se llega a Kabak. Ahí me senté porque como todos saben cuando yo me tengo que sentar, me siento, y estaba yo sentada cuando apareció una señora turca, muy simpática y nos saludamos y nos presentamos en turco y me invitó a su casa a tomarme un meyve suyu, que es un jugo de frutas. Allí conocí a su marido Mehmet. Querían que me quede a dormir en su casa. Pero les expliqué que venía al camping que está sobre la playa, a unos cinco minutos de la mera merita costa.
Acampé en el Sultan Camp. Averigüé en otros. Todos cuestan 30 liras y este es el que más me gustó. Incluye cena y desayuno, wifi y pileta pequeña, pero para qué, si ahí abajo está el MAR. Espero que el alimento sea nutritivo, como el de George House que todo estuvo de lujo.
Kabak sobre la playa es un lugar de cabañitas, casi no hay pueblo, el pueblo está arriba de la montaña, donde conocí a esta señora, Hauana, y a su esposo Mehmet, después, bajando a la playa, es un lugar de recogimiento. Todos los campings y cabañas tienen la onda natural, espiritual, yoga y meditación.
Lo más pesado del camino de hoy fue bajar desde el pueblo de arriba en Kabak, hasta la playa, quizás porque hacía calor, pero también porque los estableciemientos de abajo han pintado todas las piedras con las marcas rojas y blancas que identifican a la Ruta Lycia para que los clientes lleguen a sus alojamientos, y la verdad me jode, porque no sabía para dónde agarrar. Buscaba el Turan Camp porque lo había visto en internet, pero me quedé en el Sultan que no mencionan en el libro de Kate Clow, porque me resultó mejor y a igual precio. El dueño se llama Murat.
Nota descolorida, pasen y vean en el link de facebook el culo emparchado, aguante el bolsillo!

Actualización enero-febrero 2018.-

Y ahora sí, la ruta en este tramo y en general en todos ahora, esta super bien señalizada. Es un sendero claro, con marcas, y precioso. Tanto en el recorrido de ayer, de Ovacik a Faralya, como en este, y luego será en todos los demás, demoramos menos de lo previsto y menos de lo que pronostica el libro de Kate Clow, la iniciadora y eximia caminante de los senderos históricos de Turquía. Ayer, demoramos menos de 6 horas, bajo lluvia, granizo, nevizca y a pesar de haber parado una hora en Kirme esperando que el vendabal amaine, y hoy, en dos horas! estábamos en Kabak.

Primero pasamos por el pueblito, a visitar a Hauana y Mehmet, después de 7 años de haber estado allí compartiendo un meyve suyu en su terraza. Llevo las fotos impresas, para ellos y para todos aquellos que me acogieron en sus sencillos y cálidos espacios familiares años atrás. Cada vez es una emoción que renace una y otra vez al encontrarlos, reconocernos y abrazarnos. Hermosos momentos, más allá de los paisajes, el recorrido, caminar, la historia. Esta es otra historia. La historia de relacionarse, de encontrarse y reencontrarse. Y siempre pienso, de volver, me tira quizás más, volver a ellos o volver porque ellos están ahí.

Seguimos camino. El Baba Dag blanco en todo su esplendor nevado. Un colchón tupido de espuma en sus laderas. El aire fresco pero febo se impone cuando logra asomar con fuerza superando las alturas. Desayunamos en Misafir Evi. Muy recomendable. Qué buena gente! Qué buena mano para hacer y servir en una fuente bien presentada tantos manjares caseros. Mermeladas de todos los frutos imaginables o inimaginables, hasta de berenjenas! panes caseros, pasas y frutos secos, además de lo típico, pepino, tomate, huevos, en este caso revueltos, y aceitunas de variopintos colores y tamaños. Delicias! Salimos pipones y contentos. La noche había sido húmeda y fresca pero incomparable en ese balcón hacia el Valle de las Mariposas. Un lugar exclusivo, muy exclusivo, reservado a los caminantes, escaladores o parapentistas.

Para ir a Kabak primero subimos y subimos, luego trepamos por algunas rocas más empinadas y luego, tras pasar el pueblito de Kabak que está en la parte alta, bajamos a la zona de campings, junto a la playa. Todo estaba cerrado porque es fuera de temporada, pero dos cuidadores, Mehmet y Okan, maravillosos también, nos permitieron acampar en una parcela. Super! con mesas, nos habilitaron los baños, nos ofrecieron agua caliente, y armaron un fogón. A la noche nosotros hicimos nuestras humildes sopas y ellos compartieron toda su comida excelente. Arroz, huevos, ensaladas, pickles. Fogón y camobar.

El mar, espectacular. Turquesa. Cristalino. Estuvimos en la playa, desenmoheciendo la tempestad calada en los cuerpos el día anterior. Al sol. Kabak es una bahía estrecha pero profunda, protegida por dos penínsulas llenas de vegetación. La playa es de piedra. Tirarse allí por un buen rato, da gusto, no agobia, y no se vuelve monótono permanecer horas contemplando el mismo horizonte irreal y celeste. Hasta el atardecer. Muhtecim!