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Subir el Gorbea desde Bilbao por Pagasarri y el Cinturón de Hierro

Y si el Pagasarri es el más popular de Bilbao, el Gorbea es sin duda el más emblemático de Araba y Bizkaia a quienes sirve de delimitación natural. Esta vez porpongo una trepada atípica y bien aventurada para estos cerros suburbanos: subir el Gorbea desde Bilbao a través del Pagasarri y transitando el Cinturón de Hierro. No es común que las gentes de estos lares haga esta travesía en dos días. Normalmente van por un día a un cerro y otro día visitan el otro. Pero…

…si en lugar de subir y bajar de Pagasarri y Ganekogorta ya sea pegando la vuelta o por Laudio (Llodio) y en tren, decidimos tomar el Cinturón de Hierro, podemos ir cresteando esas acorazadas cumbres vascas y luego desde Arakaldo montarnos el Untuzeta, pernoctar en una tienda, y hacer cumbre en Gorbea al día siguiente tras pasar por Pagomakurre.

Primer día.-

Ver esta entrada para llegar hasta el vértice geodésico de Ganekogorta y bajar por la cuesta empinada hasta el plano con sombra y flechas de señalización.

Aquí en el plano una de las flechas nos marcará Goikogane. La dirección era antes visible y evidente desde la cumbre del Ganeko. Casi sin desviarnos, derecho y sobre las crestas, sube y baja.

Ascenderemos a Kamaraka (800), luego descendemos algunos metros por la colina la colina y ascenso a Mugarriluze (731), vuelta a bajar y subida al Goikogane (702). Por estas cumbres, que son parte del cordel fronterizo entre Araba y Bizkaia, pertenencientes al macizo Ganekogorta, encontraremos paneles informativos acerca de lo que significó el Cinturón de Hierro, defensa de Bilbao contra el franquismo. Hay trincheras, búnkers, nidos de ametralladoras,  y por supuesto flamea eternamente la ikurriña.

Si hemos decidido hacer el Cinturón de Hierro para continuar nuestra travesía hacia Gorbea, bajaremos hacia Arakaldo. En este pequeño poblado bizkaíno hay una estación de RENFE, una gasolinera, un supermercado, y una fuente. Muy importante cargar agua antes de continuar. Se viene la fuerte subida al Untzueta

Nos dirigimos a la estación de RENFE de Arakaldo, cruzamos el puente para franquear el río y seguimos por una carretera a nuestra derecha para cruzar la autopista A-68. En la primera calle de la urbanización empezamos a subir hacia nuestra derecha. En 5 km vamos a sortear un desnivel de 500 metros. La subida es dura y hay que prestar atención y no confundirnos y perder la buena senda ya que hay mucho cruce de otros caminos. Debemos alcanzar las antenas y desde allí bajar por la otra ladera opuesta del cerro. Al principio nos parecerá poco transitable pero  luego de unos contados pasos irá abriéndose el sendero y ya no es tan complicado. Empezamos entonces a buscar un lugar para acampar cerca de algún arroyo que por aquí suelen aparecer y el agua es buena. Por aquí entonces pasaremos nuestra primera noche. Vale la pena, es solitario y tranquilo.

Segundo día.-

Retomamos el sendero sobre nuestro frente y, al cabo nada más de uno o dos kilómetros, se nos pone un poco lioso. Aparecen muchos cruces de caminos. Vamos a ver que el más ancho está justo enfrente nuestro, que parece evidente, pero no, ¡ojo! ¡ese no es! Tenemos que abandonarlo y tomar un sendero que sube por el bosque. Debemos encontrar, muy pronto, marcas amarillas y blancas en los árboles. Seguimos estas marcas y seguimos subiendo hasta el Arrugaeta y luego, por un sendero un poco más definido y claro, llegaremos al Garaigorta. Luego debemos bajar por terreno incómodo de piedras y poco después por un camino más cómodo que desemboca en la carretera Orozko-Areatza. Cruzamos la carretera y buscamos el cartel que indica Pagomakurre 5.7 km. Sin desviarnos del sendero nos llevará directamente a Larrander (Mendigana), cruzamos un bosque y llegaremos a otra carretera, un parking, y una fuente.

Desde este parking continuaremos por un camino hipersencillo y transitado hacia Gorbea.

Iremos siguiendo la señalizaciópn por Arraba y luego de las campas de Arraba hacia Egiriñao.

En Gorbea arremetemos el ascenso a la cumbre, 1481 a 1482 metros, muga entre las provincias de Araba y Bizkaia. Su nombre, Gorbea, se ha documentado como Gorbeya y transliterado a Gorbeia, puede significar «altibajo» pero no hay acuerdo entre los linguísticas y estudiosos acerca del significado definitivo del nombre. En invierno y aún no tan invierno, la cima suele estar cubierta de un manto de nieve.

Video de diciembre de 2017. Salida desde la plaza de Areatza hacia Pagomakurre donde comienza el paisaje completamente nevado. 80 centímetros de nieve en Arraba y Metro y medio en Gorbea. Temperaturas: -7 a -2

La amplitud que ofrece es plena e impresionante. Es una cumbre amable y bonachona, muy fácil de subir y sin embargo, emblemática; allí está la tradicional y alta torre con cruz y una virgencita de Begoña en el medio. Helada la mayor parte del año.

Antes de subir a Gorbea vale la pena deleitarse en el hayedo, en todas las estaciones es una preciosura.

Cerca de Arraba y de Egiriñao hay una par de refugios donde relajarse un rato o pasar la noche si es necesario.

Para volver desde Gorbea se puede volver sobre nuestros pasos hacia el parking de Pagomakurre y cruzar el bosque siguiendo las marcas amarillas y blancas hasta Areatza desde donde se puede tomar un Bizkaibus para regresar a Bilbo.

Otra opción para llegar a Gorbea es a través del macizo kárstiko de Itxina, fascinante, por el ojo de Atxulaur y vistando las cuevas de Supelegor, partiendo desde Orozko-Ibarra-Urigoiti y que reservo para otra entrada.  He visitado el Gorbea desde Bilbao por diferentes caminos posibles y en todas las estaciones. Cruzar el macizo de Itxina es uno de mis favoritos por el salvaje sabor a aventura.

Pagasarri-Ganekogorta desde Bilbao

El Pagasarri es la montaña más popular de Bilbao. Así como en otros parajes y ciudades del mundo, los amantes de la caminata salen a dar sus pasos y hacer un poco de ejercicio por las costas de los ríos, malecones, o carreteras panorámicas, en el País Vasco la gente va al «monte» y en Bilbao, al Pagasarri.

Se puede subir al Pagasarri desde varios puntos de la ciudad, además, esta montaña es parte del itinerario del Anillo Verde o Cinturón Verde de Bilbao.

Etimológicamente el nombre Pagasarri proviene de «paga» o «pagoa» que significa «haya» y «sarri» que quiere decir «tupido». Actualmente el Pagasarri, si bien cuenta con un bosque nada despreciable sobre todo en el acceso por el Zaharra bidea o Camino viejo, ha padece una notable devastación por las necesidades de la industria siderurgia y naval y por la necesidad del hombre para calefaccionar los hogares o cocinar con leña, y también por incendios. Desde hace varios años se está recuperando y protegiendo el bosque de toda el área.

El Pagasarri tiene 670 metros de altura y está dentro del macizo del Ganekogorta que es la cumbre que se impone elevándose a los mil metros, altiva, y con el recorte peculiar ondulado de su contorno que la hacen fácilmente identificable desde cualquier otra cima.

Para subir al Pagasarri desde Bilbao uno puede acercarse a la Plaza Zabalburu o bien, si se arranca desde el Casco Viejo, cruzar el Puente de La Merced y encarar por calle Hernani hasta calle San Francisco, a la derecha, y luego de cruzar las vías, a la izquierda por Avenida Juan de Garay. Arrancando desde cualquier lugar de la ciudad hay que buscar esta avenida, Juan de Garay; luego conectar con la Avenida San Adrián y cuando se llega a un edificio contundente de Iberdrola, dirigirse hacia él y rodearlo. A partir de aquí estaremos o por Larraskitu bidea o bien ya en el Pagasarribidea. Bidea significa «el camino». ¡Allá vamos!

Hay varias opciones pero como me dijo una vez en una de mis visitas al Pagasarri un veterano «mendizale» (amante del monte o montaña), siempre que subas es que vas bien. Buena parte de esta subida es por camino asfaltado, luego se entra al bosque por un paso canadiense, pero luego se vuelve a salir y otra vez a entrar. Apenas empezamos el ascenso veremos un desvío y la ermita de San Roke. Hay algunas flechas con indicaciones y en un punto el camino se divide en tres. Mi elección favorita es el zaharra bidea, el viejo camino, es más empinado, pero de tierra y por el medio del bosque. Mucho más bonito. Se llega en un periquete a la campa verde donde hay merenderos y una proveeduría y bar abierto sólo en verano y fines de semana y con mala onda. No recomendable.

Es interesante -y necesario- visitar la fuente del Tarin. Así que tras llegar y luego de descansar un poco y apreciar las vistas, doblar sobre nuestra derecha hasta la fuente. Antes de llegar a la fuente hay una profunda nevera donde antiguamente (siglo XVII) se almacenaba la nieve fresca. La compactaban pisándola y la mantenían cubierta de hierbas o helechos para comercializarla durante los meses cálidos. Dejando la nevera atrás, a pocos pasos más está la fuente del Tarin. Imprescindible cargar agua.

Hasta aquí el Pagasarri al que se puede subir también por otros caminos como por ejemplo desde Santutxo, mi barrio actual, por el Cinturón Verde de Bilbao yendo por el Barrio La Peña y luego el Barrio Buia con constante y clara balización de GR. Pondré el Cinturón Verde en otro post.

Personalmente lo que más me gusta de subir al Pagasarri no es el Pagasarri en sí sino continuar hacia Ganekogorta. Para mí lo mejor es llegar al vértice geodésico del Ganeko. Para esto no es necesario volver atrás hacia las campas de Pagasarri sino que, desde la fuente se puede ir sobre nuestra izquierda y cruzar una tranquera o paso canadiense y enganchar con otro sendero que está frente a nosotros y que sube sobre nuestra derecha. Es boscoso un momento y luego es de roca, algo de hierba y sin sombra.

Debemos pasar por el lauburu de Anselmo. Allí murió este señor mayor que durante toda su vida subió al Pagasarri y al Ganeko, casi a diario. Solía ir con un amigo, así como comentaba al inicio del post, como quien hace su recorrido por la orilla del río o el malecón. Una mañana subiendo hacia el Ganeko le comentó a su amigo que ya se sentía cansado y que elegía quedarse allí, así que se dejó caer sobre las piedras. En ese exacto lugar las vistas son maravillosas, todas las cadenas montañosas de los alrededores parecen iluminadas de un aura azul.

Saludamos a Anselmo y continuamos. Es una subida de casi una hora. En invierno suele haber nieve. Aldapan gora, cuesta arriba. Parece que ya llegamos, pero no. El primer amague de cumbre es engañoso, aún falta un poco más. Primero pasamos por una pirca grande, unos minutos más, y estaremos en el vértice geodésico de Ganekogorta. Las vistas son maravillosas y la campa amplia de la cumbre, el lugar ideal para un hamaiketako (picnic).


Llegados a la cima del Ganeko podemos volver sobre nuestros pasos o bajar a pocos metros de la cumbre sobre nuestra izquierda. Es una bajada empinada que nos llevará hasta un plano con sombra donde hay señalética, si viramos a la izquierda volveremos al Pagasarri por otro sendero bien marcado, y a 500 metros nada más de esa sombra y señalética, encontraremos una fuente.
Otra opción es continuar bajando hacia Laudio (Llodio). Nos llevará unas dos horas más. Antes de llegar a Laudio hay una bifurcación. Ambas direcciones nos llevan a la ciudad, una por asfalto y zona urbana y la otra por un bosque con sendero balizado y muy bonito. Los dos cubren una distancia de 4 km. Por supuesto elijo el bosque, el más agreste y salvaje.


Ya en Laudio podemos tomar el tren de RENFE y regresar a Bilbo en tren.
Toda la excursión, hasta aquí, nos llevará con hamaiketako, paradas incluidas, y viaje en tren, unas 7 a 8 horas. La peor parte, para mí, es caminar por la ciudad Juan de Garay, San Adrián… hasta al fin estar en Pagasarribidea. Son 45 minutos de avenida y tráfico y es pesado hasta dejar atrás la civilización. Luego, vive la nature!
Una alternativa más es, a partir del Ganeko y la bajada empinada, transitar el Cinturón de Hierro y en lugar de bajar a Laudio, bajar a Arakaldo para, o bien regresar desde allí a Bilbo, o seguir caminando un día más hasta el Gorbea, genial elección con sabor a aventura. Lo dejo para otra entrada.

Enyovden (Eньовден)

10201466483084369 (2)Yavor, Bulgaria, año 2013
La lápida la encontré en el primero de los manantiales, abajo del roble. A este manantial, donde está la lápida, no precisamos revisarlo antes del ritual. El camino está bien marcado, es un camino viejo, erosionado para siempre por antiguos pasos.
Este camino pasa por las diez casas de la villa; excepto la nuestra, todas las demás están abandonadas. Nosotros elegimos quedarnos, nuestra última morada, no en la que nos vamos a morir, sino en la que viviremos para siempre. Ya no hay nadie más que nosotros dos. Todos se fueron. Quedan los gatos en los tejados, encerrando en las pupilas la caravana invisible que se hunde entre los pastos. El segundo manantial es más inaccesible, está más lejos, bosque adentro; en el bosque oscurece más temprano, y el brote de agua no se sospecha hasta que, al bajar una ladera, una lágrima gotea casi en silencio sobre el ramerío.
Solamente una brecha confusa llega hasta el segundo manantial. Dos días antes del ritual, recorrimos la brecha y la limpiamos. Trabajamos con la guadaña desde que cayó la siesta y hasta el anochecer, abrimos paso en la maleza e hicimos a un lado los árboles caídos. Por ahí, yo tendría que pasar con el cántaro lleno y las manos ocupadas en sostenerlo. El tercer manantial es el que está más cerca, hay que llegar hasta donde termina el camino viejo pasando por delante de las diez casas y cruzar en diagonal un campo de eneldos.
La lápida la descubrí una tarde que fui a juntar bellotas para sembrar un surco de plantines de roble. Acariciaba la hierba buscando entre los tallos las bellotas cuando me pareció que eso no era una piedra normal. Busqué los contornos y limpié las hojas que la cubrían. Estaba tallada, había una inscripción cuyas letras eran más griegas que cirílicas, más geométricas y menos redondeadas. En el medio, la cara de un hombre a la que el tiempo había amputado la nariz. La mitad de la boca estaba tapada por tres dedos rebanados también por el paso del tiempo; esos dedos sostenían algo indiscernible. Quise mover la piedra pero estaba calzada en el suelo. Parecía muy enterrada, parte del terreno y de las raíces del roble. Me impulsaba la curiosidad pero sentí que no tenía derecho a sacarla de ahí. A menos de un paso, se abría la boca del primer manantial.

Justo esa noche, antes del Enyovden, se completaría la luna llena y eso era un milagro maravilloso. Son las lunas más grandes vistas jamás. Salí con tiempo suficiente para recorrer los tres caminos antes de la noche. Yo sola, porque solamente tienen que ir las mujeres y en absoluto silencio para no corromper el poder sagrado del agua. Cuando volví, él desgranaba el trigo junto a la tabla redonda en medio del campo y medía las luces del atardecer con su mirada. Sin hablar, sin ninguna palabra, le sonreí y dejé el primer cántaro en el alfeizar de la galería.
Salí hacia el segundo manantial y comprendí su gesto pacífico pero de advertencia. Él, me esperó junto a la tranquera con una corona de flores de galio que él mismo había trenzado. En total silencio dejé el segundo cántaro junto al primero y fui hacia el tercer manantial, el más cercano. Cuando tuvimos los tres cántaros llenos, los llevamos hacia la tabla redonda en medio del campo y volcamos un poco de cada uno en un cuenco de barro. La noche era completa y la luna más grande iluminaba la superficie del agua. Nos vimos reflejados. Nos reímos tomados de la mano, y nos sentamos junto a la tabla redonda a comer el trigo con miel.

Ya no nos íbamos a dormir. Nunca. Dormir ya no era necesario. Siempre habíamos estado juntos, sin embargo, nos contábamos historias como si hiciera años que no nos veíamos y nos amábamos con locura como dos prisioneros liberados de la condena perpetua. Y agradecíamos y celebrábamos la alegría de poder agradecer. Bailábamos por el campo hasta caer mareados. Esa noche nos quedaríamos así, tirados en el pasto hasta que nos bañara el rocío. Entre los giros de un vals creí ver un rostro en el agua del cuenco. Nos acercamos y miramos al cielo para comprobar que no eran los rasgos de la luna. Sentí que antes, alguna vez, había tocado esos pliegues simétricos que veía en el agua. Rocé la superficie con los dedos y vi el rostro, eran los rasgos tallados en la lápida. Orfeo, dijo él. Él, que me revela los nombres. Él sabe. Volví a mirar y vi los tres dedos entre la mitad de la boca y las cuerdas de una lira. El reflejo se revolvió como un almíbar espeso que trepaba por los bordes del cuenco de barro, salpicaba y se cristalizaba en el aire como el azúcar quemada y crujía como una rama en el viento. Orfeo, volvió a decir él, sube desde el inframundo para pelear con la muerte. Pero la muerte lo quiebra porque él miró atrás.
Orfeo era el padre de los tracios y el Enyovden se celebra desde que la Stara Planina, o montaña antigua, era parte de Tracia. Orfeo que encantaba con su lira a las ninfas y a los demonios y peleaba con la muerte para rescatar a Eurídice. Él y yo habíamos llegado a Yavor sin recordar nada de esto. Antes nunca habíamos hablado de Eurídice o de Orfeo, no habíamos pensado en los tracios o en las tradiciones. Algo nos dejó ahí, en Yavor, en la villa del camino viejo, donde no hay ni un fantasma a quien aúllen los perros ni perros para aullar, donde los gatos se hunden con los tejados entre los pastos porque siguen oteando la caravana invisible. Nuestro andar errático, nuestra vida órfica. Salvar a Orfeo y a Eurídice. Salvar al amor de la muerte.
La lápida tallada estaba en el primer manantial, era fácil llegar sin perderse. Fuimos sin preguntarnos por qué, porque ni esa pregunta ni esa respuesta nos hizo falta. Fuimos. Buscamos cerca de las raíces a un paso del manantial. Cuando encontramos los contornos, la piedra se despegó del suelo y se elevó sobre nuestras manos. La luna era tremenda pero la luz sobre el rostro de Orfeo fue más fuerte que la luna. El roble se arqueó enceguecido, y una voz, un hilo agudo de agua reveló en el fondo del manantial un cuerpo desmembrado. Era como bruma deshecha, como leche cuajada, fragmentos blancos y transparentes de espuma arrancada de la espuma. El hilo de voz se enroscó sobre sí mismo y el cuerpo se armó en su forma de cuerpo, se enderezó, y guiado por la voz se abrazó a la lápida y se fundió en ella. En ese instante pareció morir el encanto. La piedra volvió a aferrarse en la tierra como si nunca en muchos siglos hubiera salido de ahí, el roble se irguió y tapó la luna, y volvió a ser la noche en el camino viejo. Sólo el hilo agudo de voz seguía implorando por un cuerpo. Me agarré de su espalda y caminé sosteniéndome de él. No mires hacia atrás hasta que el sol nos cubra, le recordé el oráculo por el que Orfeo, desesperado de amor, había perdido una vez a Eurídice. No mires hacia atrás. El canto iba en nosotros o brotaba de todas partes. El agua del cuenco de barro sobre la tabla redonda en medio del campo, también estaba cantando. No mires hacia atrás. Me subí a horcajadas sobre su espalda y protegí sus ojos cerrados con caricias hasta que toda la luz de la mañana se hizo en mi cuerpo. Entonces, me fundí en él.
Era el día más largo del año. El sol salía más temprano y debía prepararse para un largo periplo invernal. Antes del viaje, el sol se baña en todas las aguas posibles, en todos los manantiales y cántaros y cuencos. Explaya cada corpúsculo de la luz de sus rayos en cada gota de agua y baila. Uno en el otro, vimos bailar al sol, lo vimos dar tres vueltas en el aire y sacudirse el agua del baño. Cuando el sol baila, y da tres vueltas, y se sacude para secarse, la tierra se empapa de rocío. Es un rocío poderoso sobre el que nos tiramos a rodar por la colina para impregnarnos de la fuerza del sol. Toda el agua tiene la fuerza del sol esa mañana, y todo el campo recibe esa fuerza capaz de curar todos los males. La tradición indica que hay que hacer un ramo con setenta y siete hierbas y media. Setenta y siete para los males conocidos, los males del cuerpo, y media, para los males sin nombre, los males del alma.
Eneldo, galio, alisus, ajenjo, manzanilla, menta, parnasus, lavanda, apio, salvia, lúpulo, amapola, pasiflora, valeriana, achicoria, cardo, boldo, gayuba, genciana, verbena, ajedrea, tomillo, albahaca, escaramujo, diente de león, violeta, alfalfa, nomeolvides, orégano, hierba luisa, arenaria, enebro, cola de caballo, zarzaparrilla, brezo, bardana, harpago, peperina, drosera, fresa, calaguala, copalchy, perejil, hamamelis, malva, regaliz, jaramago, culantrillo, bolsa de pastor, cebollín, azucena, lupino, melisa, equinácea, ulmaria, mejorana, salicaria, jengibre, espliego, agrimonia, ajo, poleo, alholva, trébol, llantén, toronjil, hibisco, tila, cardamomo, alcaravea, verónica, anís verde, rusco, hinojo, cilantro, marrubio, yerbabuena, y.
Setenta y siete hierbas y la media hierba secreta y mágica. No necesitamos buscar en rincones ocultos ni descifrar ningún enigma. Supimos de antemano que la media hierba es la que crece abajo del roble y tiene la forma de la lira, el olor del azúcar quemada, la delgadez de un hilo de agua, el color de las uvas y la flor de sus besos. Con todo eso armamos el ramo y lo sumergimos en el cuenco que seguía cantando. Nos lavamos la cara y nos dimos de beber uno al otro con las manos. Nos desnudamos para bañarnos con el agua sanadora en medio del campo y nos paramos de frente al sol para mirarnos la sombra detrás de los hombros. Dicen los que cuentan la tradición que si la sombra se ve entera, no habrá males irreversibles para el cuerpo. Nos echamos encima todo el cuenco de agua, nos dimos vuelta, y nos reímos eternamente. Detrás de nosotros no había ninguna sombra.

unos primeros pasos hacia el corazón de Rila

En el año 2012, septiembre, mi amiga Stella, mi hijo Martín, y yo, zarpamos desde Kusadasi, en la costa del Egeo, con proa hacia el noroeste. La meta era hacer tierra en los Cárpatos y cruzarles el corazón a pie. Surcar Transilvania como una flecha de Cupido. Hicimos escala en algunas islas griegas y cuando estuvimos ya en tierra firme -Grecia todavía- se nos interpuso como un bastión de concavidades, Bulgaria. Decidimos atravesarla raudamente, unos primeros pasos, subrepticios, sobre las rocas. Pero el paisaje nos frenaba, era enigmático y nos atraía como un imán. Cómo descifrar las elevaciones sólidas de arena blanda de Melnik, la jungla enrevesada y virgen salpicando las calles detenidas de Sandanski, el eco sordo de los monasterios, los frentes a rayas y contrastes, las pinturas profusas en las paredes y el ojo de los Illuminati vigilando imperceptible entre un laberinto de colores; y la gente, el pueblo búlgaro, parco pero simpático, estoico pero generoso, tentaba nuestra curiosidad con sus misterios, revelando una nostalgia antigua, pesares difusos que intentábamos desentrañar. Martín sacó la única conclusión posible, «son raros».

No apuntábamos ningún motivo para caminar por las Rila, sin embargo, empezamos a caminar. Sin ninguna idea preconcebida, sin itinerario agendado, sin mapa, sin brújula. Sabíamos una sola palabra en búlgaro, «gracias», y la decíamos mal; apenas éramos capaces de descifrar una señal en cirílico, pero nos largamos.
Arrancamos por la ruta del Monasterio y seducidos porque fueran Siete y fueran lagos, intentamos encontrar el sendero a lo que el nombre prometía una obra maestra de la naturaleza. Agarramos mal. Desde el camping Zodiac, donde habíamos dormido, debíamos caminar hacia la izquierda, como regresando al pueblo o al Monasterio de Rila, y salimos a la derecha. Después de una hora de andar por la ruta de autos y tras consultar con algunas personas con las que no logramos entendernos pero a las que igual les dijimos algo que sonaba a «gracias», llegamos a un parador en un lugar llamado Kirilova Polyana. Ahí había una cartelera en un cirílico que ya nuestra intuición ayudaba a adivinar, y un mapa con varias rutas de trekking, también había un italiano que entendía búlgaro, y nosotros que entendemos italiano. Nos habíamos alejado de la ruta a los 7 lagos, así que decidimos hacer un rodeo diferente hacia el Ribni Ezera, el Fish lake. Descifrando la cartelera nos dimos cuenta que ezera significa lago, ribni sería pescado.


Caminamos 6 horas que nos pesaron más de lo normal. No es que se necesite estar entrenado, no lo estábamos, es un sendero que cualquiera puede hacer. Sin embargo el habernos equivocado de entrada, la ilusión del paraíso prometido de Siete lagos, hecha pedazos, y el equipamiento precario y mal balanceado que cargábamos, nos hicieron sentir esas seis horas como si fueran veinte. No habíamos salido temprano, caminamos con todo el sol de toda la tarde. El paisaje siempre nos acompañó con sus bellezas, las crestas de las cadenas de las Rila intercalándose una y otra vez más allá. Llegamos al refugio al atardecer, casi oscurecía, y decidimos armar la carpa. El frío fue recrudenciendo y el viento nos volaba. Estábamos a 2230 metros. En el comedor del refugio debatimos cómo continuar al día siguiente sopa de por medio y las tradicionales meat balls. Se nos acercó a compartir la mesa Kalin Petrov, con quien a partir de ese día entablamos amistad. Búlgaro y amante de las montañas, nos señaló en el mapa que si seguíamos a Malyovitsa, luego podríamos alcanzar los Siete lagos. Analizó el sendero en el mapa y señalándonos el recorrido nos dijo que no sería complicado, que había una subida, una parte plana, y luego una bajada. La parte plana todavía la estamos buscando. La subida no terminó hasta el descenso, y éste fue tan pronunciado que todos nos caímos al menos una vez. Yo muchas más, me atrevería a decir que unas cincuenta caídas. Las subidas fueron interminables. Era ver una cumbre y alcanzarla sólo para ver que detrás se escondía otra cumbre que no habíamos percibido y que también había que trepar. A partir de entonces me surgió el término «trepping» en lugar de trekking. El terreno fue muy escarpado, y toda la segunda mitad del día, por pura roca, con algunos lagos que se divisaban a lo lejos, pero poca agua circulando a mano. En un tramo existe un cable para sostenerse de él mientras se cruza un precipicio mortal. Tardamos casi 12 horas. La adrenalina nos mantuvo alertas, y tras ver el refugio de Malyovitsa, perdimos el control y el apuro, y bajamos rodando pero con calma.


Malyovitsa resultó ser el paraíso inesperado. Las montañas alrededor, el sonido del río fresco entre las piedras, el bosque de pinos, moras y frambuesas volcando sus frutos directamente en las palmas de nuestras manos. A 2729 metros y con una cabaña que fue un refugio con todas las letras, nos cobijó después de ese arduo día. Dos sopas para cada uno, y claro, las meat balls. Y hubo postre sorpresa, nunca más bienvenida, deseos hecho realidad: torta de chocolate.
Al día siguiente decidimos seguir adelante, apuntar a los Cárpatos que era nuestro destino previsto. Dejamos colgados en algún lugar del futuro a los Siete lagos, los Rilski lakes, o Sedemte ezera, ahora ya puedo saber cómo se llaman, y cómo se leen. A la salida de Malyovitsa nos despedíamos de las Rila. Pero había un kiosco, y había un mapa en un revistero: РНЛА. Fui directamente hacia él. Lo compré, como una promesa de volver. Y acá estoy, en algún lugar de Bulgaria delineando otros primeros pasos. Sedemte ezera me están esperando.