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Día 15 (4 de abril) – de Cárdenas a Macuspana

Seguimos viajando por la autopista, en este tramo es tranquila. El terreno es absolutamente plano hasta Villahermosa donde empiezan algunos columpios, sube y baja. La monotonía del paisaje se engalana con detalles para distraer los sentidos, no solamente el verde profundo sino que, lapachos con flores rosas y algarrobos tupidos de flores amarillas. El aire combina el chocolate con chile con un intenso aroma a clavo. De los pastizales y los árboles coronados de flores que salpican los pantanos, emergen bandadas de pájaros y garzas. Hay una brisa, caliente y en contra, pero que igual alivia el verano eterno.

El recorrido es más habitado que el de ayer, no sólo de flores y pájaros sino también de gente. Algunos pueblos pequeños diseñados sin escuadra y con casas de colores. A 48 kilómetros de salir de Cardenas, cruzamos Villahermosa, la capital del estado. La ruta cambia un poco a partir de allí. No es grave, pero ya no es netamente plana sino que tiene algunos desniveles. Dejando el bullicio de la ciudad atrás y con temor a que como ayer no encontremos más comida en el camino, aprovechamos una promoción al paso de dos panchos por 22 pesos. Por suerte hay más caseríos y una hora después entramos al porch de una casita a pedir agua. Imelda se para con modorra pero amable a buscar una jarra de la heladera y nos acerca un par de sillas. En el sillón hamaca ha quedado un señor muy viejo apoyado en un bastón con la vista perdida en la nada. Es Enjuto, el papá de Imelda, enjuto como su nombre.

-¿Vienen de Villahermosa? -pregunta, y las cataratas de sus ojos se inundan como si pudieran ver en el recuerdo.

Tabasco y en especial Villahermosa tienen su historia particular dentro de México. Enjuto tiene 102 años y ha sido protagonista de buena parte de esa historia.

-Dos veces batallamos contra los gringos, -cuenta Enjuto con los dedos -dos veces. Dicen que venían a cobrarse una deuda de un federalista, pero ¿a poco van a invadir una ciudad entera por uno solo? Lo que querían era quedarse con Tabasco porque esta es una tierra rica, muy mucho.

Imelda nos ofrece más agua pero Enjuto le hace señas, no quiere que la epopeya se le escape de las manos y sigue:

-Cuando los gringos llegaron se pensaron que ahí nomasito nos íbamos a rendir bien agüitados pero nosotros no nos agüitamos, ni tiempo tuvimos, si apenas estábamos enterrando a los muertos del cólera cuando nos invadieron. Bombardearon todo, las casas, hasta la iglesia y la cárcel y se salieron los presos que eran bien chingones para pelear cuerpo a cuerpo. Les rompimos la madre a los gringos y se fueron con la cola entre las patas. Shanquisgojóum, cómo es que dicen -se ríe Enjuto.

Yanquis go home, sonreímos. Imelda nos sirve otro vaso y Enjuto sigue. Estamos interesados. No hay apuro.

-La mera mera es que no les ganamos en primera, siempre no, -confiesa- porque ellos lo que hicieron fue un bloqueo. No dejaban pasar ni comida ni armas ni los médicos que todavía andaba el cólera, y como el presidente no quiso ayudarnos, Tabasco se separó. Ni modo. Mandamos a la chingada al gobierno culero, ¿a poco no había suficiente frijol y maíz para todos si esta es una tierra rica muy mucho? Les ganamos hasta que se armó la guerrilla. Aunque ellos nos mataron a muchos de los nuestros, estuvieron treinta y cinco días sitiando Villahermosa, pero con la guerrilla no nos pudieron, bola de escuincles los gringos, y se tuvieron que ir. Shanquisgojóum.

Y nosotros go on. A seguir viaje. Agradecidos de historias y agua fresca. Llegamos a Macuspana. Pensábamos que ahí mismo, cerca del pueblo, estaban las cascadas de Agua Blanca, pero no, no están ahí. Macuspana es una ciudad y nada más. Una ciudad humilde, 4 kilómetros adentro de la ruta.

Estamos en el Hotel Casa de Cristina. Hay cucarachas, aunque Cristina y su hijo dicen que no puede ser. Han venido a preguntar qué pasa porque escuchan los chancletazos que les estamos dando. El cuarto es barato y amplio, cuesta 180 pesos, yo armé la carpa adentro de la habitación para no dormir sobre el piso con las cucas. El baño no tiene ni puerta ni luz. Hay enchufes y ventilador de techo. No hay internet. Entre el cuarto, en un primer piso, y el resto de la casa, hay un corredor lleno de cosas arrumbadas, entre las cosas y la calle hay un balcón terraza. Nos acercamos a ver la vista. Una calle comercial, sencilla, sin carteles luminosos, almacenes de persiana.

Datos técnicos:


Heroica Cárdenas-Macuspana 103.25 km
6.41.10 hs
Total: 998.23 km.

Día 14 (3 de Abril) – de Coatzacoalcos a Heroica Cárdenas

Salimos de Coatza con garúa. Coatza, ahora le decimos así, nos hemos familiarizado, somos casi parientes de esta ciudad de cuatrocientos mil habitantes. Salir fue más fácil que entrar, más directo. Era temprano y no había tanto tráfi co urbano como cuando llegamos. La llovizna era cortante y ardía. Lluvia ácida. Provocada por la superpoblación que ha generado la industria petroquímica y otras derivadas. Coatzacoalcos es una de las ciudades de México que más deshechos tira a cielo abierto. En el año 2014 se planteó el tema y se empezaron a evaluar medidas. La lluvia ácida sigue cayendo. La sentimos en la cara.

Cruzamos de Veracruz al estado de Tabasco. La frontera la marca el río Tonalá. Tabasco es húmedo y verde profundo. El campo está inundado. Si en los Tuxtlas había tabaco, si en Veracruz había café, si había caña, ahora encontramos arroz y cacao. El aire denso se impregna de olor a cascarilla tostada y este aroma se realza con chipotle y pasilla. El campo huele a chocolate con chile. Es una región plana de lagunas albúferas alimentadas de mar y separadas de éste por delgadas barras de tierra donde abundan las ostras y los pájaros. Cárdenas produce ostiones y es un paraíso para los observadores de aves.

Fue el primer día que pedaleamos más de 100 kilómetros. En ese entonces sentíamos que era un montón, con el correr del tiempo se volvió una cantidad aceptable y normal. Esa primera vez, mi conciencia acusaba que era una barbaridad. No teníamos pretenciones de llegar a Cárdenas, habíamos consultado el mapa y nos quedaba bien parar en Benito Juarez, 20 kilómetros antes, pero como íbamos por la autopista nos pasamos de largo del entronque que no está señalizado y, cuando quisimos acordar, Benito Juarez se había quedado atrás. El clima acompañó. Estuvo nublado todo el día. Hace calor, pero nublado, es soportable. La ruta sigue recta y aunque se vuelve monótona, se puede llevar buen ritmo.

Durante todo el trayecto de autopista no hay servicios. No hay comidas, hay sólo un par de gasolineras aisladas entre sí. No hay pueblos, algunas casitas a las perdidas. Hicimos todo el recorrido sin comer nada desde unas galletitas del desayuno. Llegamos a Cárdenas. No es una linda ciudad. Es más bien fea y bastante cara. La plaza central no hace gala de la exuberancia verde de Tabasco, es una plaza estoica, de pastos cortados al ras con poca gracia que denotan más aún la altura de las dos torres delgadas de la iglesia. Enfrente, color ladrillo, hay una chimenea de usina con un collage de mosaicos y un reloj incrustado.

Estamos en un hotel, Casa de Huéspedes Zaragoza, junto al Hotel Edén. Es barato, 200 pesos el cuarto para los tres. El baño no tiene puerta y la canilla del lavabo no funciona. No hay enchufes, tenemos que cargar los artefactos en la recepción, el internet es del hotel de al lado y no tiene buena señal. Luego, en la noche, hay mucho ruido.

Conseguimos pollo asado a buen precio, una oferta fantástica que una vecina que nos vio y nos reconoció viajeros mochileros trotamundos, se acercó a sugerirnos. Dos pollos por 110 pesos, una ganga.

Datos técnicos:


Coatzacoalcos-Cárdenas 121.11 km
7.17.54 hs
Total: 894.98 km.

Día 12 y 13 (1 y 2 de abril) – de Acayucan a Coatzacoalcos

Antes de salir de Acayucan pasamos a engrasar las cadenas y a darle un ajuste a las velocidades. La topografía irregular de América Latina obliga a un aprovechamiento exigente de los cambios. Las palancas suben y bajan y la rapidez en este juego hace que vayan agarrando ciertos vicios. A veces se niegan a subir si no apretás el pulgar al límite o no entran si no hacés dos rebajes juntos. Cada uno se va entendiendo en este lenguaje de ir y venir de palancas con su propia bicicleta, es un aprendizaje que permite que lo que no funciona como un relojito, sirva igual. De todas maneras, un ajuste de vez en cuando, pone por un tiempo -a veces es un rato nada más- las cosas en su lugar.

Hoy elegimos la ruta libre. Apabullados por la mugre de la autopista veracruzana, la cantidad de basura en las banquinas y las continuas pinchaduras, pensamos que por la libre sería mejor. Nos encontramos con que la carretera libre estaba en refacciones en un tramo largo. Seis kilómetros de contrapiso acanalado que tuvimos que cruzar a los saltitos. Fastidioso e incómodo. La banquina es un margen estrecho y el tráfi co es igual de insoportable aunque un poco más lento. Hay muchos camiones, muchos trailers. Estamos sobre Semana Santa, es fi n de semana largo y quizás por eso hay más tráfico, además la reparación obliga a varios desvíos y a circular con más calma. Entre el polvo de la obra se ven dos banderitas naranjas de precaución, son dos chicas que trabajan para la empresa vial y me paran curiosas para hacerme preguntas y ofrecerme agua fresca. Me entretengo y me quedo atrás. Ya no diviso a mis compañeros de viaje.

Está nublado, el cielo plomizo ayuda a pedalear sin que el sol te raje el casco pero igual pesa. El smog de los caños de escape parece una caricatura del cielo, gris y caliente. Un hálito dulce de caña que alivia la polvareda. Si hay subidas son tenues, el recorrido no es nada complicado a pesar del calor y el estado de la ruta. Al llegar a Minatitlán hay un desvío que tomo. No es muy visible y tengo el presentimiento de que mis compañeros han errado el rumbo y se han metido en la ciudad. Avanzo con rapidez, circulan muchos vehículos, hay bocacalles congestionadas, transporte público, semáforos, paradas de autobús. Paro en una garita a preguntar a un hombre que me dice que hace rato que está ahí pero que en bicicleta con carga no ha pasado nadie. Decido esperar a que los confundidos se den cuenta y peguen la vuelta. El hombre me pregunta si es la primera vez en Minatitlán y como le digo que sí, me cuenta que ahí tuvieron la refinería de petróleo más grande del mundo.

-Los petroleros se robaron todos los campos, muchos se vinieron para acá, para la ciudad, y otros se fueron más lejos o a la guerra con Zapata y Villa. Nos chingaron. Nosotros teníamos las chacritas y trabajábamos el café, después sacaron todo y quedó el río pelado que ahora cada tanto se inunda porque no tiene contención, está todo contaminado, toda la ciudad se inunda. Me lleva la chingada. Me llamo Héctor, -me dio la mano- ese es mi pecero.

Héctor me saludó desde el pasillo del pecero. Los chicos no llegaban así que decidí seguir un poco más adelante. Al final de esa calle de acceso a la ruta había un puesto de Defensa Civil. Los agentes se apresuraron solícitos y entusiastas a atenderme. Me hicieron preguntas. Tomaron datos. Me dieron agua y se sacaron fotos conmigo. En eso llegaron los chicos.

De Minatitlán a Coatzacoalcos se hacen rápido las rectas. Coatzacoalcos es una ciudad muy grande. El nombre proviene de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada que se embarcó por el río en una balsa hacia el interior de México. A la ciudad se entra por autopistas y puentes que cruzan el río Coatzacoalcos y más autopistas y más puentes. Vamos preguntando dónde está el centro pero parece que nunca llegamos. La entrada a la ciudad implica varios kilómetros extras. Vamos a ver el mar. Otra vez. Teníamos que encontrarnos con Paco, un compañero de estudios de Martín y Alex, pero era temprano así que para matar el tiempo y el hambre nos metimos a almorzar en el mercado. Fue una de las mejores comidas de todo el viaje. Un menú corrido de 50 pesos, super abundante y delicioso. La cocinera era por demás de amable. Ya casi todos los puestos de comida del mercado estaban cerrados, ella cocinó especialmente para nosotros, y un frecuente comensal nos dio indicaciones de cómo seguir hacia la playa. La digestión y la siesta se dejaron llevar por el horizonte inalcanzable, ese que te apacigua y te convoca al mismo tiempo.

A través de Paco contactamos a otro compañero, Joan, quien nos abrió las puertas de su casa y su estudio de yoga y nos invitó a quedarnos ahí. El lugar era un lujo. Un salón impecable y luminoso con baño, aire acondicionado, internet, y a dos cuadras de la playa. Allí Martín hizo el primer tatuaje viajero, un Hunab Ku maya en sombras. Joan no estaría al día siguiente, iba con su mamá a una cura de silencio, un retiro donde por muchas horas o días, no hablan, meditan. Nos dejó la llave y como las condiciones nos sabían propicias, aprovechamos a hacer el primer alto en esta travesía. Nos quedamos en Coatzacoalcos y pasamos el día en el mar. El sabor de la orilla. Desde tan cerca contemplar la lejanía. Contemplar como contemplarse porque estar allá, andando, no es tan lejos. Saber que hay tiempo para ese andar allá y tiempo para quedarse acá.

El malecón de Coatzacoalcos bordea la extensa línea de la costa y merece una caminata con la caída del atardecer. En los días de carnaval, el malecón es escenario de la comparsa más grande del mundo.

Datos técnicos:


Acayucan-Coatzacoalcos 66.5 km
3.59.03 hs
Total: 773.87 km.

Día 11 (31 de marzo) – de Catemaco a Acayucan

A pesar de las anécdotas siniestras de los brujos de Catemaco, el reflejo despejado del día en la laguna no parece traducir la misma historia. La ruta sube bordeando las orillas acantiladas de los Tuxtlas. A nuestra izquierda, la luz en el agua; por la derecha, las curvas cerradas ocultan los recovecos sombríos de algún hechizo. Pasamos de largo por la entrada de pueblitos que anuncian su nombre y cantidad de habitantes como una invitación. Cada cartel me habla, Zapoapan de Cabañas, somos 1280, vengan a visitarnos. Más arriba, Santa Rosa Cintepec, 475, pasen y vean; y en bajada, Los Mangos, 2590, bienvenidos. Carteles sencillos, pintados de manera rústica y casera por esos habitantes sin visitas. El sol y el resplandor pegan fuerte. La carretera es un hachazo que ha mutilado la sierra para encaramarse en la ladera. No hay sombra.

Dejando atrás Catemaco y su región embrujada, se acaban también las almas parroquianas. No hay servicios hasta 40 kilómetros después cuando la bajada nos aterriza en Juan Díaz Covarrubias. Aprovechamos a abastecer agua y a descansar. Después de esta parada estratégica y necesaria la ruta resulta más divertida. Sube y baja en un columpio de largo alcance, como si uno se hamacara muy alto, la bajada nos lleva lejísimos adelante y después nos remonta en una subida larga y lenta hacia atrás. Esa es la sensación. No hay más servicios. Sólo dos pequeños toldos en la ruta, un señor oaxaqueño que vende helados y no tamales, y un puesto de naranjas peladas. Aprovechamos estas dos paradas posibles, una a pocos metros de la otra.

Llegamos a Acayucan y nos sentamos en una esquina a comer tacos de oferta a 5 pesos y helado La Michoacana a 30 pesos el medio litro. Y ustedes de dónde vienen y adónde van, nos pregunta un escucha curioso. Astuto resabio de aquella revolución que se acunó en Acayucan al mismo tiempo que en Cananea. Acayucan es ahora una ciudad de ochenta mil habitantes con una larga calle comercial, pero en aquellos tiempos era el caserío de los trabajadores explotados en las haciendas de café, caña, algodón y en los recientemente instalados campos petroleros. Los campesinos y obreros de Acayucan fueron de los primeros en organizarse y alistarse en las filas rebeldes de Zapata.

Pasamos la noche en el hotel Jesymar. Dicen que hay internet pero no funciona. Los cuartos son amplios pero viejos y desvencijados, la puerta del baño está agujereada, las cortinas están sucias. A la vuelta, en la misma manzana, hay otro hotel; parece más decente pero al preguntar nos dijeron que es solamente para parejas. Son inflexibles al respecto y antipáticos.

Datos técnicos:


De Catemaco a Acayucan 79.64 km
6.34.11 hs
Total: 707.37 km.

Día 10 (30 de marzo) – de Santiago de Tuxtla a Catemaco

La virgen de la Soledad los curaba con milagros pero Santiago Tuxtla quedó más solo porque el cólera mató a la mitad de sus habitantes.

Nos toca subir. Dejar el valle atrás y ver cómo se recorta, como el marco de un cuadro chanfleado colgando de una colina. Damos vueltas por los recovecos de las laderas escarpadas, la caída es ancatilada sobre la ruta. Hay sol y poca sombra. El campo huele a tabaco y por eso pienso en Don Agustín. Alguna que otra nube se desgaja lánguidamente de la frenética luz de un mediodía limpio. Sería uno de ellos, pienso, Don Agustín y las almas mezcladas con el pueblo alrededor del quiosco; sería uno de ellos desvelado de la muerte para no callar su historia. Subida subida y más subida, de vez en cuando una bajadita imperceptible que te deja en ascuas. Uno se suelta, suspira, al fin, sanseacabó la subida, pero el relieve volcánico es cortante. Te frena en seco. Se acabó lo que se daba hacia abajo y la fuerza no te lleva hacia arriba. Quedás estaqueado. Entre curva y curva uno remonta vuelo otra vez. Dejándose llevar por el plácido planear de un águila blanca transita la ruta sinuosa entre el recuerdo y la promesa del destino. Llegamos a San Andrés Tuxtla. Las campanas repican. Dicen que no cesan desde 1914 cuando la enorme iglesia de San Andrés fue trinchera de los rebeldes zapatistas.

“-viejita, viejita, suenan las campanas, alístame ropa e itacate que me voy a la lucha, cuida a los chamacos, dame tu bendición, viejita.”

Hicimos un alto en el camino y seguimos faldeando los cerros, las cornisas donde antaño se posicionarían los rebeldes al acecho de la libertad.

Entramos a Catemaco. Catemaco es famoso por sus magos y chamanes y gente de todo el mundo se acerca a hacer rituales y peticiones. Nos alojamos en el tráiler park Tepetapan cerca de la entrada o salida del pueblo. El camping cuesta 60 pesos y tiene alberca, lavadora, baños e internet.

El pueblo se congrega junto a la laguna del mismo nombre. En el malecón abundan los carritos de venta de tegogolos, caracoles del lugar, y lancheros que ofrecen paseos hacia la isla del chamán. El lugar es mágico por si solo, pero además tiene su historia. Fue en un cerro, el cerro del Mono Blanco, donde asesinaron al único mono blanco del lugar. Este mono era un hechicero que acuñaba la sabiduría herbolaria de toda la región de exuberante flora salvaje. Ante su inminente muerte el Mono Blanco decidió traspasar su sabiduría a un mago de Catemaco. Desde entonces cada Mago Mayor transmite estas enseñanzas a un discípulo principal. Desde la muerte del mono empezaron a celebarse en el cerro, convenciones de brujos y misas negras. El primer viernes de marzo es el más importante. La gente de Catemaco, gente humilde, en una región de México que no produce más que tegogolos y hechiceros, está segura que sus pesares económicos se deben a no pactar con el diablo. Las citas son en el cerro pero también en el manantial Arroyo Agrio, en el rancho Amayaga o junto a un árbol de amate. Felipe, el sereno del tráile park, nos contó historias macabras. Nos contó que la mayoría se acercan a pedir daños y que los daños de los magos de Catemaco son casi irreversibles. Que ni ellos mismos pueden sacarlos. Dijo que los brujos conocen por tradición los efectos de las hierbas que abundan en la zona y con los que preparan brebajes para diversos males pero que la mayoría de los rituales son sangrientos, sacrifican gallinas y gatos. Nos contó que él no aguantó las pruebas para ser aprendiz de mago. Familias que han empezado a sufrir una pérdida tras otra provocadas por las fuerzas del mal. Cuando entrada la madrugada Felipe nos decía cómo habían aniquilado a una generación entera, desde el primero al último de una estirpe, y ya no nos íbamos a dormir porque no podríamos pegar un ojo, nos confesó que la mayoría de los brujos son puros charlatanes, pero que los hay, los hay.

Datos técnicos:

De Santiago de Tuxtla a Catemaco27.49 km4.03.29 hsTotal: 627.73 km.

Día 9 (29 de marzo) – de Alavarado a Santiago Tuxtla

Amanecimos como nuevos en la pulcritud de Posada Albatros. Garuaba finito al salir pero le dimos igual. Era temprano y las nubes protegen del agobio. Nos despedimos de Doris que todo el tiempo nos transmitió su buena onda para el camino. Para retomar la ruta hay que cruzar un puente larguísimo que atraviesa el estuario de la laguna. La ruta después del puente es confortable, sin altibajos. Había una desviación poco señalizada así que, como yo había salido antes que los chicos, decidí esperarlos ahí. Un grupo de ciclistas de entrenamiento se desplazaba por la misma ruta y quien conducía el vehículo de apoyo paró a ofrecernos agua. La mañana siguió nublada y eso nos envalentonó a pedalear sin descanso y sin tener que parar a cada rato. Le dimos casi 50 kilómetros y en la ciudad Ángel Cabada nos detuvimos a descansar y a comer unas memelas rellenas. Las memelas son tortillas grandes, en este caso rellenas de carne guisada al gusto. Una gordita gigante.

Los contornos de la carretera son verdes, el pasto parece mullido y la vegetación refrescante. Hay árboles. Pasamos por la entrada de balnearios como el de Pancho López. Luego de este punto el terreno vuelve a ofuscarse. Entramos en la Sierra de los Tuxtlas. Los contornos catedrálicos rehúsan el camino recto y atacan con curvas siniestras la llegada del ciclista. El avance parece inverso al esfuerzo pero el paisaje compensa. El verde ya no es uniforme sino que, las sombras que proyectan las alturas, los tiñen de claroscuros fantasmagóricos. Los Tuxtlas misteriosos. Serranía volcánica de contornos accidentados.

Aterrizamos en Santiago Tuxtla de un saque al enfilar por una bajada que se hunde en el corazón del pueblo. En la plaza la gente tiene ganas de platicar, se dirigen a nosotros como si nos hubieran estado esperando. Algunos están tejiendo palmas de cuaresma. Al carnaval lo dejamos en Alvarado y vamos rumbo a la Semana Santa. Les preguntamos por algún cuarto, camping, hotel y nos indican varios. Elegimos el Hotel Olmeca porque es económico y aceptable. Cuesta 100 pesos por persona. Está bastante desvencijado, los enchufes son escasos y no funcionan, las canillas y la ducha gotean. Tuvimos que subir las bicicletas por una escalera estrecha ya que está en un primer piso y no tiene estacionamiento. La señal de internet es buena. Acomodamos todo y después de la sagrada ducha salimos a caminar.

Los flancos de la plaza están custodiados por el palacio municipal y la iglesia. Como en la mayoría de los pueblos y ciudades de México el zócalo es el centro político y religioso y el centro de la vida social. En el medio de la plaza hay un quiosco que reúne millones de historias de los tuxtlenses que se dan cita allí. Los devotos veneran a Nuestra Señora de la Soledad con una procesión de silencio. Don Agustín pita su puro, interrumpe el mutismo y nos confi esa en un bisbiseo:

-llorábamos a los muertos pero no los tocábamos para no contagiarnos. Cuando fuimos a rezarle a la virgen, había desaparecido del nicho. Ella los estaba curando con milagros.

Datos técnicos:


Alvarado-Santiago Tuxtla 73.01 km
6.03.53 hs
Total 600.24 km.

Día 8 (28 de marzo) – de Antón Lizardo a Alvarado

Ehécatl, dios náhuatl de los vientos, domó las turbulencias del Norte durante la noche. Las ínfulas del temporal se colaban por las hendijas de la Intimidad para revolucionarnos los sueños. El Norte, el viento de los locos, propulsó el arranque hacia un nuevo destino.

Estamos casi a nivel del mar. Altura cero. Subimos y bajamos columpios que tienden a 40 metros de altura, menos que las barrancas de San Pedro. La ruta desde Antón Lizardo se aleja de la costa y las rachas nos cachetean de costado. El viento caprichoso. Casi nunca es favorable. Somos porfiados. Cuando la ruta vira nuevamente en dirección al mar, no nos resistimos a la tentación de entrar a la playa. Se llama Arbolillo. Sobre la costa sucumben los restos del naufragio. Palos, maderas, bidones de plástico, sogas rasgadas. La basura revuelta transgrede la pureza de la espuma y el oleaje se arrebata y se confunde y no logra apaciguarse en la orilla entre conchillas y escombros. Al igual que las olas y al igual que nosotros, un grupo de pescadores desafía al viento y arrastra una red combatiendo los embates. Volver al mar siempre signifi ca una chance para el alma. La inmensidad del mar. La infinitud del horizonte. La red de los pescadores se tensiona entre la furia del subsuelo submarino y un cardumen que ha quedado atrapado. Los pescadores eligen las presas más grandes y devuelven las más pequeñas.

Nos secamos de un baño agitado y retomamos nuestro camino. La ruta discurre entre el mar, a la izquierda, y las lagunas Camaronera y Alvarado, a la derecha. Entramos a Alvarado después de bordear esta laguna y buscamos la Posada Albatros. Nos atiende la alegre Doris. La posada es cómoda y alegre como ella y como Veracruz, famosa por celebrar el carnaval más alegre del mundo. Es el único carnaval que se celebra en México y una vez más, como tantas veces en este viaje, llegamos en el momento justo al lugar adecuado. Será suerte de viajero. Nos alojamos y salimos a conocer la ciudad que nos dio la bienvenida, justamente, con las carrozas y serpentinas del carnaval. Bailamos con las batucadas, le dimos la vuelta al zócalo con su bello palacio del ayuntamiento, y terminamos la tarde caminando plácidamente por el malecón.

Datos técnicos:


58 km
3.50.05 hs
Total: 527.23 km.

Día 7 (27 de marzo) – de Mandinga a Antón Lizardo

Una mañana más. Listos para salir. Vamos a saludar a Mara y a entregar la llave y nos encontramos con una mesa repleta de platos servidos. Hay de todo, carne asada, huevos revueltos con jamón, frijoles, las tortillas calientitas. Mara ha preparado el desayuno para nosotros. La gente es increíble. El ser humano, las personas de las que todos los días las noticias denuncian abusos y crímenes. Me pregunto cuál será el porcentaje de maldad en la humanidad si somos tantos, si la gente ha brotado durante este largo viaje como hormigas de un hormiguero que cubre todo el planeta y siempre, todos los días, todostodos, nos ha acogido y nos ha regalado algo aún cuando no hemos pedido nada. Acaso alguien se imagina llegar a una esquina cualquiera de un pueblo completamente desconocido y preguntarle a alguien si sabe de un lugar para pasar la noche, un cuarto para rentar, y te dicen que le preguntes a esa señora y llegás a otra señora que saca una llave del bolsillo como si te estuviera esperando y te abre un departamento nuevo, vacío de muebles, con tres cuartos y un baño y te dice que te lo presta. ¿Acaso esto es posible? y luego, en la mañana, esa señora de la que apenas sabés su nombre, Mara, te dice que ha preparado un desayuno y te sentás a desayunar con toda la familia, Mara, Raúl, Susana, Imeris, y charlás con ellos como si los conocieras de toda la vida y después ya no quieren que uno se vaya o desean, y lo hacen sinceramente, que uno vuelva a visitarlos.

No querían que nos fuéramos pero el viento norte nos empujó a irnos. Susana estudiaba turismo y tenía problemas con inglés, hablamos de algunas características del idioma y le di unos tips claves para poder estudiarlo sin bloquearse. El inglés es el idioma más fácil del mundo por eso todo el mundo lo habla y a los nativos les cuesta tanto aprender otro. Si todos pueden, Susana también.

Nos despidieron en la puerta. Abrazos, deseos mutuos, bendiciones, intercambio de direcciones, promesas. Subimos la colina empinada empujando las bicicletas y confiando en el descenso, pero el Norte era tan fuerte que las bicicletas no se precipitaban sino que quedaban estancadas en el medio de la calle y el polvo. Contra viento y marea tomamos la ruta principal que se cubría de ráfagas de arena. Una máquina trabajaba quitando los montículos de la ruta, una tarea inútil ya que, al darse vuelta la máquina, los remolinos de viento desbarataban el trabajo y más arena interfería el paso formando una barrera. Masticamos arena hasta por las orejas. No se podía respirar. Embestimos hacia adelante. Con los ojos cerrados y la cabeza entre los hombros. El terreno es llano y el viento a favor, pero es tan desequilibrado y potente que no nos sirve de ayuda sino todo lo contrario, nos entorpece. Fue el día de menor avance del viaje. Solamente 13 kilómetros. Pero nos sentamos a comer pescado frente al mar. Atrincherados en el restaurante La Intimidad de Antón Lizardo. Detrás de las ventanas. El clásico Norte soplaba a velocidades de 43 a 68 kilómetros por hora.

La Intimidad es restaurante y hotel. El cuarto es colorido, con una cama grande, sofá cama, tv, aire acondicionado, baño. Cuesta 400 pesos mexicanos pero nos hicieron un descuento, 100 por cada uno. En el restaurante donde pasamos la mayor parte del tiempo hay internet, tv, y enormes ventanales de frente al mar. Comimos una fuente de arroz tumbada por 140 pesos, abundante y rico. Como aperitivo sirven totopos con dos salsas, una de chipotle y otra de habanero. Allí conocimos a Omianca, el sereno, un señor sencillo y humilde a quien le enseñamos a escribir su nombre y a mandar mensajes -o señales ya que no sabía escribir- por su teléfono celular. Conversamos con Omianca hasta las diez y media de la noche.

-Va a empezar la novela, nos dijo. Y le mandó un mensaje de señales a la hermana para avisarle que ya estaba por empezar.

Datos técnicos:


Mandinga-Antón Lizardo 13 km
0.58.03 hs
Total: 469.23 km.

Día 6 (26 de Marzo) – km 24, Cuitlahuac a Mandinga

La temporada de lluvias es consecuente con el ciclo del agua, primero se evapora, después se condensa, y más tarde, llueve. Por eso yo insistía en salir temprano. Aunque cómo uno podría salir temprano cuando eso signifi ca alejarse y quizás alejarse para siempre de alguien que sin conocerlo le ha dado la mano, un plato de comida, un techo, un abrazo, la sonrisa, un rincón íntimo del hogar.

El sol salió con toda su potencia y la inefable misión de evaporar toda el agua caída durante la noche.

-Nos vamos a ir, Lupita, porque ya no está lloviendo, y el camino es tan largo, Alexa, como quinientas veces a Córdoba, Rosario. La mitad de mil, Charis.

Un hachazo de sol corta en dos la sonrisa de Clara que nos dice adiós con la manito de Ivette. Miro atrás como una promesa. Adivino que la hilera escalonada de manos se sigue sacudiendo a mis espaldas.

El calor abrasador se presume mediodía, es la mañana apenas, pero el sol se ha encaramado en la altura azul sin matices. Un sol que raja la tierra, que te raja el casco. No hay sombra. Cada árbol es una bendición que dura un suspiro. Pasamos
una infinidad de pueblitos. No los vemos. Se esconden detrás de bambalinas de polvo, de caminos vecinales que se bifurcan a un lado y al otro de la carretera principal. La Lagunilla, 442 habitantes, Tamarindo -el olfato lo anticipa- 818 habitantes. Los carteles de madera, rústicos, anuncian pintado el nombre del pueblo y la cantidad de habitantes. Mata Espino, 273 habitantes, Los Capulines, 70 habitantes, La Capilla, 1364 habitantes. La tendencia de la pendiente es en bajada aunque nos sorprenden seguidillas de columpios. La razón lógica es que ya hemos caído de
la cordillera volcánica que atraviesa transversalmente el corazón de México pero nos hemos encontrado con las últimas estribaciones de la Sierra Madre Oriental que escuda el este del Golfo. América Latina no es llana. Vamos descubriendo su intrínseca juventud geológica. Desvanece la imagen en cámara lenta del pedalear placentero lisa y llanamente. El esfuerzo es duro al principio. Sin entrenamiento y con carga. Vale la pena, ya lo verán. El disfrute será muy grande. A menos de una semana de haber salido, no sé lo que pueda pasar.

El calor caribeño se ha metido en el continente y nos embota y nos aletarga. Avanzamos con la frecuencia del mediodía hacia la siesta. Es agobiante. Tomamos agua y metemos la cabeza debajo de cualquier chorro en cada oportunidad posible. La mira puesta en la ilusión del horizonte marino nos anima. Llegar al mar y sentarnos en la playa a comer pescado. No fue posible. Si bien llegamos a Boca del Río, muy cerca de Veracruz, no hubo lugar donde pudiéramos hospedarnos. Las
villas de lujo y los barrios cerrados han ocupado la costa. No hay espacio público. No hay hoteles, sólo dos residenciales carísimos. Nos conformamos con respirar la sal y dejamos que el viento nos vuele el deseo de sentarnos en la playa a comer pescado. Venía el Norte. Ya estábamos sobreaviso. El mapa nos sugirió ir a
Mandinga. Tremenda subida para terminar el itinerario diario. Subida y bajada al pueblo de Mandinga junto a la laguna del mismo nombre. En Mandinga hay unos cuartos de alquiler que son francamente horribles. Nos mostraron una habitación lúgubre, con colchones viejos en camas sin tender y asqueroso olor a humedad. Nos dijeron que era lo único que había pero no nos quedamos. Cualquier cosa era mejor que esa pocilga. Preguntamos a unas personas que iban caminando y ellos nos señalaron a la señora de la tienda. La señora de la tienda llamó a otra señora
de la misma tienda que tenía a cargo un departamento. Justo se había desocupado, nos dijo. Estaba vacío, con algunos escombros, polvo, recién pintado porque habían estado acondicionándolo para nuevos inquilinos.

-¿Cuánto nos cobraría para pasar la noche?

-¿Una noche?

-Solamente una noche.

-¡Y pos nada!

Esta señora, Mara, resultó ser otro ángel del camino. Cuando nada parece salir es porque vendrá algo y será mejor. Palabra santa. No pudimos sentarnos frente al mar. No hubo alojamiento en Boca del Río. Era un asco el único lugar disponible en Mandinga, y cosa de Mandinga que se guardaba un ángel en la manga. El departamento de Mara era amplio, no tenía muebles, pero tenía agua, una ducha potente, electricidad, una pileta en la cocina. Barrimos el polvo. Entramos con las bicicletas. Emparchamos lo que había que emparchar. Nos bañamos de todo ese calor pegoteado y salimos a cenar tapaditas, sopes y martajas. Riquísimo, abundante y barato, de a 10 pesos.

Datos técnicos:


Km 24 Autopista Córdoba. Veracruz-Mandinga 85.96 km
6.05.43 hs
Total: 456.23 km.

Día 5 (25 de Marzo) – de Ciudad Mendoza al km 24 de la autopista Córdoba-Veracruz, Cuitlahuac

Con la ropa casi seca y otra vez por el acotamiento de la autopista seguimos descubriendo Veracruz. El verde es cada vez más uniforme e intenso. La temperatura tropical se instala sobre la humedad de la tierra y el calor acentúa los olores del campo impregnados de melaza. Los pómulos salientes, la tez bronceada, testigos mansos y eternos de la esclavitud. El olor a caña quemada se fijará en nosotros como en la historia misma de los pueblos engrillados a la zafra.

El borde de la autopista está sucio. Hay basura, piedras, vidrios rotos, restos de caña y, sobre todo, llantas de camión reventadas. Estas llantas tienen una red de alambrecitos entre el caucho. Cuando la llanta revienta y se despedaza, esos alambrecitos microscópicos, quedan desperdigados y son la causa de que empecemos a pinchar o ponchar, como se dice en México. Martín y Alex ponchan una tras otra, dos veces cada uno en menos de 50 kilómetros y, cuando todo parece resuelto y nos paramos sobre un puente alto para observar el paso de un tren, nos damos cuenta de que yo también estoy ponchada. No ha llovido durante el día y el calor nos ha dado una mano para que se sequen los resabios de la lluvia de ayer. Las pinchaduras nos demoran más allá de las vistas o los descansos en las garitas. Nunca salimos de preferencia temprano y aunque pedaleamos muchas horas, el ritmo de la bicicleta requiere tiempo para avanzar y paciencia para emparchar. En ese ritmo nuevo y que se impone, vamos descubriendo que al viajar en bicicleta no nos perdemos nada. Ya sea porque tenemos que parar a pedir agua o cambiar una cubierta, ya sea porque no podemos acelerar más allá del esfuerzo posible de nuestras piernas y saltearnos los campos con ruedas de siete leguas, la bicicleta nos obliga a conocerlo todo. Cada árbol cada pájaro cada bicho cada sinuosidad cada hombre en la extensión del paisaje.

La pesadez del clima se espesa en el cielo plomizo. Caen las primeras gotas gordas. Desde proa no vemos tierra de acampe a la vista. Martín pincha otra vez y avanzamos caminando en busca de un techo donde hacer la reparación. En eso, vislumbramos una casita.

La casita resulta ser un restaurante de paso. Se llama Las Palmas y está en el Km 24 de la autopista Córdoba-Veracruz en el distrito de Cuitlahuac. Nos presentamos.

-Somos tres viajeros que… y la lluvia y si nos agarra la noche…

Clara, la dueña del restaurante, está sola con sus tres hijas, Alexa, Charis e Ivette, y dos amiguitas de ellas, Rosario y Lupita. Las nenas tienen entre 3 y 9 años y juegan a la maestra. Las tres hijas de Clara les dan clases a las dos amiguitas que no van a la escuela. Clara, a pesar de estar sola con las niñas en esa ermita de la autopista, no desconfía de nosotros. Nos hace pasar y despeja un espacio techado del fondo del local debajo del cual podremos armar nuestras carpas. Desarma en dos movimientos la escuela de juguete de las nenas quienes movidas por la curiosidad giran alrededor nuestro y de las bicicletas haciendo preguntas. De qué país vienen, a qué país van. En qué idioma hablan. Sacan un manual y marcamos la ruta y el destino en un mapa. Les explicamos cuán largas son en la realidad esas líneas de menos de 20 centímetros en la foto. Es como si viajaran más de quinientas veces a Córdoba. (Córdoba a 27 kilómetros de Cuitláhuac).

-Quinientas veces, la mitad de mil -calcula Charis.

-¡Pero yo no voy ni una sola vez a Córdoba en bicicleta! -alega Rosario-¿y qué idioma hablan?

-Castellano, igual que ustedes.

Sin embargo quieren saber más. Ávidas de saber qué es lo que hay más allá de la autopista Córdoba-Veracruz. Clara se suma, atiende a los clientes y entre plato y plato se recrea participando de la algarabía y la historieta en el fondo. Nos ofrecemos a colaborar, Martín lava los platos que se amontonan en una palangana junto a la pileta. La velada se alarga. Toman nota. Escriben. Cantamos ‘Frère Jacques’ en francés, la aprenden en un santiamén y la copian junto con otros versos en inglés y todos sus nombres en árabe y en griego. Está garuando fi nito detrás de las cortinas de plástico.

-A lo mejor se tienen que quedar un día más -dice Lupita con evidente ilusiónporque está lloviendo.

Clara sonríe y acuna a Ivette que se ha quedado dormida en sus brazos.

Datos técnicos:


Ciudad Mendoza-Km 24, Cuitlahuac 77 km
5.03.45 hs
Total: 370.27 km.