Archivo de la categoría: América Latina en bicicleta

Día 18 (7 de abril) – Visitamos ruinas de Palenque

El camping “Elementos Naturales” al igual que otros, está dentro del Parque Arqueológico. La entrada al Parque se paga, pero si uno llega después de las cuatro de la tarde, ya no cobran. El área es paradisíaca. La jungla verde frondosa, sombría, con el chillido permanente de las chicharras y los sonidos misteriosos invisibles entre las matas. Siempre parece que hay pasos en la selva o en el bosque. Una rama que se quiebra, las hojas que se caen y resucitan en el aire, el murmullo de las plantas carnívoras, los pasos de un faisán salvaje, el zumbido del abejorro. La música de la naturaleza. Además de este entorno natural paradisíacio, Palenque es el escenario de un conjunto de templos. Allí se encontró la lápida de Pakal que revolucionó la versión absolutista de la historia del mundo. A lo largo de los siglos los colonizadores se han visto sumergidos en un intríngulis tratando de descifrar los enigmas de civilizaciones prehispánicas. Todavía se preguntan cómo los mayas podían prever la llegada de fenómenos tales como terremotos antes de que sucedieran, con qué instrumentos, cómo lograron cronometrar el tiempo en un calendario ajustadísimo y calcular exactamente que el 13 de noviembre de 2012 iba a haber un eclipse que se iba a ver completo a medianoche en la Isla Robinson, y aún más, la incógnita más oscura: dónde están los mayas, donde fueron a parar sus cuerpos o sus huesos. En Mesoamérica se han encontrado -y se siguen encontrando- cientos de ciudades y centros ceremoniales, cientos de edificios monumentales que albergarían a millones de personas, pero no hay ni un rastro físico de todas esas personas. Se fueron sin dejar más huella que su creación. ¿Dónde están?

Desde el camping fuimos en bicicleta hasta las ruinas. Son 9 kilómetros y es todo subida. La entrada al sitio cuesta 64 pesos. Las volvimos a visitar. Fuimos afortunados hace años en poder ascender al Templo de las Inscripciones y ver la lápida de Pakal. Ya no lo permiten. Algunos nos dijeron que es porque un extranjero turista se cayó y se lastimó y otros que porque por remodelación ¡desde hace más de 15 años! y otros que porque el sudor de los visitantes estaba destiñendo los glifos. Nosotros sabemos que el verdadero porque es que prefieren no ahondar más en la búsqueda de la verdad. Una verdad que asusta. Que cambiaría la concepción de todas las teorías aceptadas de la génesis del universo y la vida en nuestro planeta. La lápida de Pakal revela verdades que el poderoso mundo occidental no aceparía jamás. El sarcófago y la lápida, ambos monolíticos, la lápida de cinco toneladas de peso y al sarcófago de veinte toneladas, fueron encontrados entre estalagtitas y estalagmitas. Pero las estalagtitas y estalagmitas requieren de procesos lentos y minuciosos para formarse, y ese tiempo no se condice con la edad estimada de Pakal según su período de reinado, ochenta años, y esta edad tampoco se condice con el estado de su osamenta que pertenece a un hombre de cuarenta años, robusto, muy robusto, y esto, a su vez, no se condice con la contextura media de los mayas de la época de no más de un metro cincuenta de estatura. Más y más detalles contribuyen a la teoría de que Pakal no era de este mundo. Su cráneo no estaba deformado como se usaba en los funcionarios de alcurnia o prestigio pero paradójicamente se le dio status de dios al construir una pirámide sobre su cripta y los mayas no endiosaban a la gente común. ¿Era Pakal, Kukulkán? ¿El mismo que Quetzalcoatl? ¿Venido del cielo? ¿Regresando al cielo en una nave espacial? Si bien los arqueológos explican que la lápida grafica a Pakal bajando al inframundo o sufriendo una transformación de hombre a dios maíz, la versión de que viaja en una nave espacial fue cobrando resonancia de cara a evidentes referencias: un casco en la cabeza conectado con mangueras a una bola de oxígeno cerca de la boca, los pies en los pedales, las manos en los controles, cinturón de seguridad, ropa distinta a la clásica de los mayas.

Visitamos el Palacio, la tumba de la reina roja, cruzamos el acueducto, vamos al Templo del Sol. Desde toda perspectiva tramamos cómo subir de incógnito al Templo de las Inscripciones. La lápida de Pakal es inevitable. Martín es capaz de cualquier cosa. Siempre entra adonde está prohibido y esta vez no fue la excepción.

 

Día 17 (6 de abril) – de Agua Blanca a Palenque

Agua Blanca es más apacible en la mañana y sin el mundanal barullo de la gente. En el silencio, el canto de los pájaros y el agua que corre. La caída de lágrimas de la atribulada princesa maya. Salimos en bajada por el mismo camino. El ejido Las Palomas apenas desempolvaba las ventanas del sueño. En la ruta principal tomamos hacia la derecha, dirección Escárcega. La carretera es recta pero con algunas lomadas, sube y baja y alterna entre los estados de Tabasco y Chiapas. Son 58 kilómetros hasta Catazajá donde se toma el desvío hacia Palenque. En esta intersección hay algunos lugares con servicios, algo para comer y agua.

-Aguas en la ruta a Palenque, -nos advierte un camionero en la estación de servicios- no tiene acostamiento.

La sola idea de pedalear sin acostamiento, banquina, o como se llame, ya me pone los pelos de punta.

-Hay un proyecto de autopista desde Villahermosa hasta San Cristóbal, por Palenque -sigue contando el muchacho- vinieron a empezar los trabajos y todo, pero no sabían que en esas tierras viven un montón de gentes, hay pueblos enteros. Son tan pendejos que dibujaron el mapa por arriba de las casas. Los quisieron correr y a algunos los corrieron, los compraron con trago o con los planes de ‘Oportunidades’, a otros los mataron o los desaparecieron.

La brisa en contra me devuelve como un búmeran, a cada pedaleada, las palabras de ese muchacho, ‘a algunos los corrieron, a otros los mataron o los desaparecieron’. La brisa leve ameniza el calor y los pensamientos, quizás nos aletarga pero no nos detiene. Los 30 kilómetros hasta la ciudad de Palenque los hacemos por esta ruta, en buen estado pero demasiado angosta y definitivamente sin acostamiento. No está pensada para bicicletas o peatones, entran solamente dos filas de autos, una de ida, otra de vuelta. Tenemos que pedalear hiperpegados a la orilla. El tráfico es abundante aunque tranquilo, sin embargo uno que otro me depila la pantorrilla con la cálida bocanada del caño de escape. En esta etapa, además, hay curvas.

Chiapas, territorio zapatista.

Llegamos a la ciudad de Palenque y seguimos hacia la zona arqueológica. Ya conocemos el lugar. Con Martín habíamos estado ahí en el año 1997 cuando a través de los vestigios ya descubiertos y de los recovecos imposibles, auscultábamos la huella de los zapatistas. Desenterrar de la jungla los murales de piedra y el murmullo de sus voces concensuando en una junta. De los itinerarios comunes a los caminos inciertos. En combi, a caballo, a pie, en bicicleta. De día. De noche. En madrugada. Fui, volví, volví, me quedé para siempre. Aún en movimiento, zapatista en todas partes, hasta el fi n del mundo, hasta la victoria siempre, hasta morir si es preciso.

Cerca de Palenque está el Caracol Zapatista ‘Roberto Barrios’. Ahí mismo se encuentra una cascada en estado salvaje. Es fácil de llegar. La ruta está pavimentada y en buen estado. Se sigue hacia el sur y se toma el desvío por la ruta que va hacia Yaxchilán y Bonampak. Son menos de 20 kilómetros desde la ciudad de Palenque. “Está usted en territorio zapatista en rebeldía”, rezan los carteles. Puede pasar. La gente de la comunidad es muy amable y estarán contentos de recibir a los visitantes. Muchos de estos lugares de Chiapas, maravillas naturales, son lugares sagrados. En Chiapas viven millones de indígenas de diferentes etnias, en miles de comunidades, hablan más de cincuenta lenguas distintas. Sin embargo, al igual que con el proyecto de la autopista, son barridos por emprendimientos modernos como si ni ellos ni su cultura existieran o tuvieran algún valor. Ni siquiera el valor de su vida, ni siquiera el valor de la sabiduría ancestral de la cultura maya, tan perfecta que ninguna civilización ni tecnología moderna la ha podido igualar.

Sobre el camino hacia el sitio arqueológico de Palenque hay hoteles y campings. Nosotros nos quedamos en “Elementos Naturales”, bueno bonito y barato; cuesta 35 pesos. También hay cabañas, vegetación selvática, frondosa, y un arroyito.

Datos técnicos:


Agua Blanca-Palenque 87.51 km
6.03.56 hs
Total: 1116.61 km.

Día 16 (5 de abril) – de Mascupana a Agua Blanca

Las cucarachas estuvieron de huelga o salieron a tomar la fresca al balcón. Dormimos a pata revoleada, yo, protegida por los mosquiteros de mi carpita minúscula y casta. Ni un protozoo entra por ahí.

Dejamos Macuspana por el mismo camino de acceso de 4 km y retomamos la carretera principal hacia el sur. A los bordes de la ruta florecen los algarrobos y, en degradé, lapachos de amarillo más débil. Son 30 kilómetros más hasta el desvío a Agua Blanca. En la entrada del desvío hay restaurantes, venta de comidas al paso y pollos asados. Nos dimos cuenta de que era el domingo de pascua y que debido al fin de semana largo, el lugar estaría lleno. No nos equivocamos. Un fin de semana largo o feriado, no es el día más recomendable para visitar este lugar paradisíaco, pero estábamos ahí y nos mandamos igual. Hay que subir pero sin agitarse mucho, son 7 kilómetros de laderas, sube pero también baja y vuelve a subir. No es muy complicado y es corto. Se pasan algunos caseríos ejidales, el más conocido, ya casi llegando a la cascada es La Paloma. Ahí también venden comida hecha, al paso, y víveres. El parque era un mundo de gente. Los quioscos, asadores, áreas verdes; estaba llenísimo. Gente bebiendo por todos lados, un restaurante cerrado con menú a la carta y gorditas y empanadas de yuca que comimos a 5 y 10 pesos. La entrada cuesta 25 pesos y se puede acampar.

El lugar es muy bello. Es un río de cascadas entre las piedras. Un río de origen impreciso ya que brota de una fuente subterránea. Las grutas de este lugar despertaron el interés de espeleólogos de todo el mundo. Dicen que se puede llegar hasta Palenque, a más de 20 kilómetros, a través de túneles y grutas sin salir a la superficie. En estas grutas funcionaron centros ceremoniales entre los años 600 y 700. Se han encontrado vasijas de borde recortado, enormes incensarios. La gruta principal está iluminada por dentro y permite ser recorrida por senderos señalizados. Salas amplísimas, a una de ellas la llaman la Sala de los Conciertos porque tiene una acústica inigualable, sigue el Túnel del Viento por donde se fi ltra el aire de manera misteriosa. Otras habitaciones tienen fi guras colosales, chorros de agua petrifi cados, estalagmitas y estalagtitas de calcita blanca y aragonita provocan la sensación de estar en un lugar encantado. Son como los dominios de Gollum, el personaje de Tolkien, o como las Minas de Moria. Fantasía en el mundo real. Te traslada.

La leyenda cuenta que este río se formó por las lágrimas de la princesa maya Iztac Ha, lágrimas de una herida de amor tan profunda que erosionó la piedra, tantas lágrimas y tan esquivas que lograron escapar por el cauce de este río de Agua Blanca. Iztac Ha sigue buscando a su amor por el lecho pedregoso, a la sombra de la frondosa vegetación tropical y debajo de la tierra. El frenesí de sus lágrimas provoca las corrientes y los remansos que gratifi can nuestros cuerpos y estimulan nuestros músculos mucho mejor que un jacuzzi cinco estrellas.

Cuando la gente se empezó a ir y el lugar se despejó, armamos las carpas y el fogón. Había quedado comida abandonada por todos lados, una bandeja de tortillas sin abrir, plátanos, queso, salsas, yucas, limón, cubiertos descartables, así que de lo que los demás dejaron para el basurero, nos armamos un menú suculento y de lujo. Brindamos con mate por el mate mismo, por las lágrimas de Iztac Ha, por la belleza del mundo y el dolor compartido de la humanidad y porque en este día, decimosexto del viaje, sobrepasamos los primeros mil kilómetros pedaleados. Después haremos muchos más miles sin prestar atención, pero estos primeros fueron un logro del que ni nosotros nos creíamos cabalmente capaces.

Datos técnicos


Macuspana-Agua Blanca 30.87 km
1.53.50 hs
Total: 1029.1 km.

Día 15 (4 de abril) – de Cárdenas a Macuspana

Seguimos viajando por la autopista, en este tramo es tranquila. El terreno es absolutamente plano hasta Villahermosa donde empiezan algunos columpios, sube y baja. La monotonía del paisaje se engalana con detalles para distraer los sentidos, no solamente el verde profundo sino que, lapachos con flores rosas y algarrobos tupidos de flores amarillas. El aire combina el chocolate con chile con un intenso aroma a clavo. De los pastizales y los árboles coronados de flores que salpican los pantanos, emergen bandadas de pájaros y garzas. Hay una brisa, caliente y en contra, pero que igual alivia el verano eterno.

El recorrido es más habitado que el de ayer, no sólo de flores y pájaros sino también de gente. Algunos pueblos pequeños diseñados sin escuadra y con casas de colores. A 48 kilómetros de salir de Cardenas, cruzamos Villahermosa, la capital del estado. La ruta cambia un poco a partir de allí. No es grave, pero ya no es netamente plana sino que tiene algunos desniveles. Dejando el bullicio de la ciudad atrás y con temor a que como ayer no encontremos más comida en el camino, aprovechamos una promoción al paso de dos panchos por 22 pesos. Por suerte hay más caseríos y una hora después entramos al porch de una casita a pedir agua. Imelda se para con modorra pero amable a buscar una jarra de la heladera y nos acerca un par de sillas. En el sillón hamaca ha quedado un señor muy viejo apoyado en un bastón con la vista perdida en la nada. Es Enjuto, el papá de Imelda, enjuto como su nombre.

-¿Vienen de Villahermosa? -pregunta, y las cataratas de sus ojos se inundan como si pudieran ver en el recuerdo.

Tabasco y en especial Villahermosa tienen su historia particular dentro de México. Enjuto tiene 102 años y ha sido protagonista de buena parte de esa historia.

-Dos veces batallamos contra los gringos, -cuenta Enjuto con los dedos -dos veces. Dicen que venían a cobrarse una deuda de un federalista, pero ¿a poco van a invadir una ciudad entera por uno solo? Lo que querían era quedarse con Tabasco porque esta es una tierra rica, muy mucho.

Imelda nos ofrece más agua pero Enjuto le hace señas, no quiere que la epopeya se le escape de las manos y sigue:

-Cuando los gringos llegaron se pensaron que ahí nomasito nos íbamos a rendir bien agüitados pero nosotros no nos agüitamos, ni tiempo tuvimos, si apenas estábamos enterrando a los muertos del cólera cuando nos invadieron. Bombardearon todo, las casas, hasta la iglesia y la cárcel y se salieron los presos que eran bien chingones para pelear cuerpo a cuerpo. Les rompimos la madre a los gringos y se fueron con la cola entre las patas. Shanquisgojóum, cómo es que dicen -se ríe Enjuto.

Yanquis go home, sonreímos. Imelda nos sirve otro vaso y Enjuto sigue. Estamos interesados. No hay apuro.

-La mera mera es que no les ganamos en primera, siempre no, -confiesa- porque ellos lo que hicieron fue un bloqueo. No dejaban pasar ni comida ni armas ni los médicos que todavía andaba el cólera, y como el presidente no quiso ayudarnos, Tabasco se separó. Ni modo. Mandamos a la chingada al gobierno culero, ¿a poco no había suficiente frijol y maíz para todos si esta es una tierra rica muy mucho? Les ganamos hasta que se armó la guerrilla. Aunque ellos nos mataron a muchos de los nuestros, estuvieron treinta y cinco días sitiando Villahermosa, pero con la guerrilla no nos pudieron, bola de escuincles los gringos, y se tuvieron que ir. Shanquisgojóum.

Y nosotros go on. A seguir viaje. Agradecidos de historias y agua fresca. Llegamos a Macuspana. Pensábamos que ahí mismo, cerca del pueblo, estaban las cascadas de Agua Blanca, pero no, no están ahí. Macuspana es una ciudad y nada más. Una ciudad humilde, 4 kilómetros adentro de la ruta.

Estamos en el Hotel Casa de Cristina. Hay cucarachas, aunque Cristina y su hijo dicen que no puede ser. Han venido a preguntar qué pasa porque escuchan los chancletazos que les estamos dando. El cuarto es barato y amplio, cuesta 180 pesos, yo armé la carpa adentro de la habitación para no dormir sobre el piso con las cucas. El baño no tiene ni puerta ni luz. Hay enchufes y ventilador de techo. No hay internet. Entre el cuarto, en un primer piso, y el resto de la casa, hay un corredor lleno de cosas arrumbadas, entre las cosas y la calle hay un balcón terraza. Nos acercamos a ver la vista. Una calle comercial, sencilla, sin carteles luminosos, almacenes de persiana.

Datos técnicos:


Heroica Cárdenas-Macuspana 103.25 km
6.41.10 hs
Total: 998.23 km.

Día 14 (3 de Abril) – de Coatzacoalcos a Heroica Cárdenas

Salimos de Coatza con garúa. Coatza, ahora le decimos así, nos hemos familiarizado, somos casi parientes de esta ciudad de cuatrocientos mil habitantes. Salir fue más fácil que entrar, más directo. Era temprano y no había tanto tráfi co urbano como cuando llegamos. La llovizna era cortante y ardía. Lluvia ácida. Provocada por la superpoblación que ha generado la industria petroquímica y otras derivadas. Coatzacoalcos es una de las ciudades de México que más deshechos tira a cielo abierto. En el año 2014 se planteó el tema y se empezaron a evaluar medidas. La lluvia ácida sigue cayendo. La sentimos en la cara.

Cruzamos de Veracruz al estado de Tabasco. La frontera la marca el río Tonalá. Tabasco es húmedo y verde profundo. El campo está inundado. Si en los Tuxtlas había tabaco, si en Veracruz había café, si había caña, ahora encontramos arroz y cacao. El aire denso se impregna de olor a cascarilla tostada y este aroma se realza con chipotle y pasilla. El campo huele a chocolate con chile. Es una región plana de lagunas albúferas alimentadas de mar y separadas de éste por delgadas barras de tierra donde abundan las ostras y los pájaros. Cárdenas produce ostiones y es un paraíso para los observadores de aves.

Fue el primer día que pedaleamos más de 100 kilómetros. En ese entonces sentíamos que era un montón, con el correr del tiempo se volvió una cantidad aceptable y normal. Esa primera vez, mi conciencia acusaba que era una barbaridad. No teníamos pretenciones de llegar a Cárdenas, habíamos consultado el mapa y nos quedaba bien parar en Benito Juarez, 20 kilómetros antes, pero como íbamos por la autopista nos pasamos de largo del entronque que no está señalizado y, cuando quisimos acordar, Benito Juarez se había quedado atrás. El clima acompañó. Estuvo nublado todo el día. Hace calor, pero nublado, es soportable. La ruta sigue recta y aunque se vuelve monótona, se puede llevar buen ritmo.

Durante todo el trayecto de autopista no hay servicios. No hay comidas, hay sólo un par de gasolineras aisladas entre sí. No hay pueblos, algunas casitas a las perdidas. Hicimos todo el recorrido sin comer nada desde unas galletitas del desayuno. Llegamos a Cárdenas. No es una linda ciudad. Es más bien fea y bastante cara. La plaza central no hace gala de la exuberancia verde de Tabasco, es una plaza estoica, de pastos cortados al ras con poca gracia que denotan más aún la altura de las dos torres delgadas de la iglesia. Enfrente, color ladrillo, hay una chimenea de usina con un collage de mosaicos y un reloj incrustado.

Estamos en un hotel, Casa de Huéspedes Zaragoza, junto al Hotel Edén. Es barato, 200 pesos el cuarto para los tres. El baño no tiene puerta y la canilla del lavabo no funciona. No hay enchufes, tenemos que cargar los artefactos en la recepción, el internet es del hotel de al lado y no tiene buena señal. Luego, en la noche, hay mucho ruido.

Conseguimos pollo asado a buen precio, una oferta fantástica que una vecina que nos vio y nos reconoció viajeros mochileros trotamundos, se acercó a sugerirnos. Dos pollos por 110 pesos, una ganga.

Datos técnicos:


Coatzacoalcos-Cárdenas 121.11 km
7.17.54 hs
Total: 894.98 km.

Día 12 y 13 (1 y 2 de abril) – de Acayucan a Coatzacoalcos

Antes de salir de Acayucan pasamos a engrasar las cadenas y a darle un ajuste a las velocidades. La topografía irregular de América Latina obliga a un aprovechamiento exigente de los cambios. Las palancas suben y bajan y la rapidez en este juego hace que vayan agarrando ciertos vicios. A veces se niegan a subir si no apretás el pulgar al límite o no entran si no hacés dos rebajes juntos. Cada uno se va entendiendo en este lenguaje de ir y venir de palancas con su propia bicicleta, es un aprendizaje que permite que lo que no funciona como un relojito, sirva igual. De todas maneras, un ajuste de vez en cuando, pone por un tiempo -a veces es un rato nada más- las cosas en su lugar.

Hoy elegimos la ruta libre. Apabullados por la mugre de la autopista veracruzana, la cantidad de basura en las banquinas y las continuas pinchaduras, pensamos que por la libre sería mejor. Nos encontramos con que la carretera libre estaba en refacciones en un tramo largo. Seis kilómetros de contrapiso acanalado que tuvimos que cruzar a los saltitos. Fastidioso e incómodo. La banquina es un margen estrecho y el tráfi co es igual de insoportable aunque un poco más lento. Hay muchos camiones, muchos trailers. Estamos sobre Semana Santa, es fi n de semana largo y quizás por eso hay más tráfico, además la reparación obliga a varios desvíos y a circular con más calma. Entre el polvo de la obra se ven dos banderitas naranjas de precaución, son dos chicas que trabajan para la empresa vial y me paran curiosas para hacerme preguntas y ofrecerme agua fresca. Me entretengo y me quedo atrás. Ya no diviso a mis compañeros de viaje.

Está nublado, el cielo plomizo ayuda a pedalear sin que el sol te raje el casco pero igual pesa. El smog de los caños de escape parece una caricatura del cielo, gris y caliente. Un hálito dulce de caña que alivia la polvareda. Si hay subidas son tenues, el recorrido no es nada complicado a pesar del calor y el estado de la ruta. Al llegar a Minatitlán hay un desvío que tomo. No es muy visible y tengo el presentimiento de que mis compañeros han errado el rumbo y se han metido en la ciudad. Avanzo con rapidez, circulan muchos vehículos, hay bocacalles congestionadas, transporte público, semáforos, paradas de autobús. Paro en una garita a preguntar a un hombre que me dice que hace rato que está ahí pero que en bicicleta con carga no ha pasado nadie. Decido esperar a que los confundidos se den cuenta y peguen la vuelta. El hombre me pregunta si es la primera vez en Minatitlán y como le digo que sí, me cuenta que ahí tuvieron la refinería de petróleo más grande del mundo.

-Los petroleros se robaron todos los campos, muchos se vinieron para acá, para la ciudad, y otros se fueron más lejos o a la guerra con Zapata y Villa. Nos chingaron. Nosotros teníamos las chacritas y trabajábamos el café, después sacaron todo y quedó el río pelado que ahora cada tanto se inunda porque no tiene contención, está todo contaminado, toda la ciudad se inunda. Me lleva la chingada. Me llamo Héctor, -me dio la mano- ese es mi pecero.

Héctor me saludó desde el pasillo del pecero. Los chicos no llegaban así que decidí seguir un poco más adelante. Al final de esa calle de acceso a la ruta había un puesto de Defensa Civil. Los agentes se apresuraron solícitos y entusiastas a atenderme. Me hicieron preguntas. Tomaron datos. Me dieron agua y se sacaron fotos conmigo. En eso llegaron los chicos.

De Minatitlán a Coatzacoalcos se hacen rápido las rectas. Coatzacoalcos es una ciudad muy grande. El nombre proviene de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada que se embarcó por el río en una balsa hacia el interior de México. A la ciudad se entra por autopistas y puentes que cruzan el río Coatzacoalcos y más autopistas y más puentes. Vamos preguntando dónde está el centro pero parece que nunca llegamos. La entrada a la ciudad implica varios kilómetros extras. Vamos a ver el mar. Otra vez. Teníamos que encontrarnos con Paco, un compañero de estudios de Martín y Alex, pero era temprano así que para matar el tiempo y el hambre nos metimos a almorzar en el mercado. Fue una de las mejores comidas de todo el viaje. Un menú corrido de 50 pesos, super abundante y delicioso. La cocinera era por demás de amable. Ya casi todos los puestos de comida del mercado estaban cerrados, ella cocinó especialmente para nosotros, y un frecuente comensal nos dio indicaciones de cómo seguir hacia la playa. La digestión y la siesta se dejaron llevar por el horizonte inalcanzable, ese que te apacigua y te convoca al mismo tiempo.

A través de Paco contactamos a otro compañero, Joan, quien nos abrió las puertas de su casa y su estudio de yoga y nos invitó a quedarnos ahí. El lugar era un lujo. Un salón impecable y luminoso con baño, aire acondicionado, internet, y a dos cuadras de la playa. Allí Martín hizo el primer tatuaje viajero, un Hunab Ku maya en sombras. Joan no estaría al día siguiente, iba con su mamá a una cura de silencio, un retiro donde por muchas horas o días, no hablan, meditan. Nos dejó la llave y como las condiciones nos sabían propicias, aprovechamos a hacer el primer alto en esta travesía. Nos quedamos en Coatzacoalcos y pasamos el día en el mar. El sabor de la orilla. Desde tan cerca contemplar la lejanía. Contemplar como contemplarse porque estar allá, andando, no es tan lejos. Saber que hay tiempo para ese andar allá y tiempo para quedarse acá.

El malecón de Coatzacoalcos bordea la extensa línea de la costa y merece una caminata con la caída del atardecer. En los días de carnaval, el malecón es escenario de la comparsa más grande del mundo.

Datos técnicos:


Acayucan-Coatzacoalcos 66.5 km
3.59.03 hs
Total: 773.87 km.

Día 11 (31 de marzo) – de Catemaco a Acayucan

A pesar de las anécdotas siniestras de los brujos de Catemaco, el reflejo despejado del día en la laguna no parece traducir la misma historia. La ruta sube bordeando las orillas acantiladas de los Tuxtlas. A nuestra izquierda, la luz en el agua; por la derecha, las curvas cerradas ocultan los recovecos sombríos de algún hechizo. Pasamos de largo por la entrada de pueblitos que anuncian su nombre y cantidad de habitantes como una invitación. Cada cartel me habla, Zapoapan de Cabañas, somos 1280, vengan a visitarnos. Más arriba, Santa Rosa Cintepec, 475, pasen y vean; y en bajada, Los Mangos, 2590, bienvenidos. Carteles sencillos, pintados de manera rústica y casera por esos habitantes sin visitas. El sol y el resplandor pegan fuerte. La carretera es un hachazo que ha mutilado la sierra para encaramarse en la ladera. No hay sombra.

Dejando atrás Catemaco y su región embrujada, se acaban también las almas parroquianas. No hay servicios hasta 40 kilómetros después cuando la bajada nos aterriza en Juan Díaz Covarrubias. Aprovechamos a abastecer agua y a descansar. Después de esta parada estratégica y necesaria la ruta resulta más divertida. Sube y baja en un columpio de largo alcance, como si uno se hamacara muy alto, la bajada nos lleva lejísimos adelante y después nos remonta en una subida larga y lenta hacia atrás. Esa es la sensación. No hay más servicios. Sólo dos pequeños toldos en la ruta, un señor oaxaqueño que vende helados y no tamales, y un puesto de naranjas peladas. Aprovechamos estas dos paradas posibles, una a pocos metros de la otra.

Llegamos a Acayucan y nos sentamos en una esquina a comer tacos de oferta a 5 pesos y helado La Michoacana a 30 pesos el medio litro. Y ustedes de dónde vienen y adónde van, nos pregunta un escucha curioso. Astuto resabio de aquella revolución que se acunó en Acayucan al mismo tiempo que en Cananea. Acayucan es ahora una ciudad de ochenta mil habitantes con una larga calle comercial, pero en aquellos tiempos era el caserío de los trabajadores explotados en las haciendas de café, caña, algodón y en los recientemente instalados campos petroleros. Los campesinos y obreros de Acayucan fueron de los primeros en organizarse y alistarse en las filas rebeldes de Zapata.

Pasamos la noche en el hotel Jesymar. Dicen que hay internet pero no funciona. Los cuartos son amplios pero viejos y desvencijados, la puerta del baño está agujereada, las cortinas están sucias. A la vuelta, en la misma manzana, hay otro hotel; parece más decente pero al preguntar nos dijeron que es solamente para parejas. Son inflexibles al respecto y antipáticos.

Datos técnicos:


De Catemaco a Acayucan 79.64 km
6.34.11 hs
Total: 707.37 km.

Día 10 (30 de marzo) – de Santiago de Tuxtla a Catemaco

La virgen de la Soledad los curaba con milagros pero Santiago Tuxtla quedó más solo porque el cólera mató a la mitad de sus habitantes.

Nos toca subir. Dejar el valle atrás y ver cómo se recorta, como el marco de un cuadro chanfleado colgando de una colina. Damos vueltas por los recovecos de las laderas escarpadas, la caída es ancatilada sobre la ruta. Hay sol y poca sombra. El campo huele a tabaco y por eso pienso en Don Agustín. Alguna que otra nube se desgaja lánguidamente de la frenética luz de un mediodía limpio. Sería uno de ellos, pienso, Don Agustín y las almas mezcladas con el pueblo alrededor del quiosco; sería uno de ellos desvelado de la muerte para no callar su historia. Subida subida y más subida, de vez en cuando una bajadita imperceptible que te deja en ascuas. Uno se suelta, suspira, al fin, sanseacabó la subida, pero el relieve volcánico es cortante. Te frena en seco. Se acabó lo que se daba hacia abajo y la fuerza no te lleva hacia arriba. Quedás estaqueado. Entre curva y curva uno remonta vuelo otra vez. Dejándose llevar por el plácido planear de un águila blanca transita la ruta sinuosa entre el recuerdo y la promesa del destino. Llegamos a San Andrés Tuxtla. Las campanas repican. Dicen que no cesan desde 1914 cuando la enorme iglesia de San Andrés fue trinchera de los rebeldes zapatistas.

“-viejita, viejita, suenan las campanas, alístame ropa e itacate que me voy a la lucha, cuida a los chamacos, dame tu bendición, viejita.”

Hicimos un alto en el camino y seguimos faldeando los cerros, las cornisas donde antaño se posicionarían los rebeldes al acecho de la libertad.

Entramos a Catemaco. Catemaco es famoso por sus magos y chamanes y gente de todo el mundo se acerca a hacer rituales y peticiones. Nos alojamos en el tráiler park Tepetapan cerca de la entrada o salida del pueblo. El camping cuesta 60 pesos y tiene alberca, lavadora, baños e internet.

El pueblo se congrega junto a la laguna del mismo nombre. En el malecón abundan los carritos de venta de tegogolos, caracoles del lugar, y lancheros que ofrecen paseos hacia la isla del chamán. El lugar es mágico por si solo, pero además tiene su historia. Fue en un cerro, el cerro del Mono Blanco, donde asesinaron al único mono blanco del lugar. Este mono era un hechicero que acuñaba la sabiduría herbolaria de toda la región de exuberante flora salvaje. Ante su inminente muerte el Mono Blanco decidió traspasar su sabiduría a un mago de Catemaco. Desde entonces cada Mago Mayor transmite estas enseñanzas a un discípulo principal. Desde la muerte del mono empezaron a celebarse en el cerro, convenciones de brujos y misas negras. El primer viernes de marzo es el más importante. La gente de Catemaco, gente humilde, en una región de México que no produce más que tegogolos y hechiceros, está segura que sus pesares económicos se deben a no pactar con el diablo. Las citas son en el cerro pero también en el manantial Arroyo Agrio, en el rancho Amayaga o junto a un árbol de amate. Felipe, el sereno del tráile park, nos contó historias macabras. Nos contó que la mayoría se acercan a pedir daños y que los daños de los magos de Catemaco son casi irreversibles. Que ni ellos mismos pueden sacarlos. Dijo que los brujos conocen por tradición los efectos de las hierbas que abundan en la zona y con los que preparan brebajes para diversos males pero que la mayoría de los rituales son sangrientos, sacrifican gallinas y gatos. Nos contó que él no aguantó las pruebas para ser aprendiz de mago. Familias que han empezado a sufrir una pérdida tras otra provocadas por las fuerzas del mal. Cuando entrada la madrugada Felipe nos decía cómo habían aniquilado a una generación entera, desde el primero al último de una estirpe, y ya no nos íbamos a dormir porque no podríamos pegar un ojo, nos confesó que la mayoría de los brujos son puros charlatanes, pero que los hay, los hay.

Datos técnicos:

De Santiago de Tuxtla a Catemaco27.49 km4.03.29 hsTotal: 627.73 km.

Día 9 (29 de marzo) – de Alavarado a Santiago Tuxtla

Amanecimos como nuevos en la pulcritud de Posada Albatros. Garuaba finito al salir pero le dimos igual. Era temprano y las nubes protegen del agobio. Nos despedimos de Doris que todo el tiempo nos transmitió su buena onda para el camino. Para retomar la ruta hay que cruzar un puente larguísimo que atraviesa el estuario de la laguna. La ruta después del puente es confortable, sin altibajos. Había una desviación poco señalizada así que, como yo había salido antes que los chicos, decidí esperarlos ahí. Un grupo de ciclistas de entrenamiento se desplazaba por la misma ruta y quien conducía el vehículo de apoyo paró a ofrecernos agua. La mañana siguió nublada y eso nos envalentonó a pedalear sin descanso y sin tener que parar a cada rato. Le dimos casi 50 kilómetros y en la ciudad Ángel Cabada nos detuvimos a descansar y a comer unas memelas rellenas. Las memelas son tortillas grandes, en este caso rellenas de carne guisada al gusto. Una gordita gigante.

Los contornos de la carretera son verdes, el pasto parece mullido y la vegetación refrescante. Hay árboles. Pasamos por la entrada de balnearios como el de Pancho López. Luego de este punto el terreno vuelve a ofuscarse. Entramos en la Sierra de los Tuxtlas. Los contornos catedrálicos rehúsan el camino recto y atacan con curvas siniestras la llegada del ciclista. El avance parece inverso al esfuerzo pero el paisaje compensa. El verde ya no es uniforme sino que, las sombras que proyectan las alturas, los tiñen de claroscuros fantasmagóricos. Los Tuxtlas misteriosos. Serranía volcánica de contornos accidentados.

Aterrizamos en Santiago Tuxtla de un saque al enfilar por una bajada que se hunde en el corazón del pueblo. En la plaza la gente tiene ganas de platicar, se dirigen a nosotros como si nos hubieran estado esperando. Algunos están tejiendo palmas de cuaresma. Al carnaval lo dejamos en Alvarado y vamos rumbo a la Semana Santa. Les preguntamos por algún cuarto, camping, hotel y nos indican varios. Elegimos el Hotel Olmeca porque es económico y aceptable. Cuesta 100 pesos por persona. Está bastante desvencijado, los enchufes son escasos y no funcionan, las canillas y la ducha gotean. Tuvimos que subir las bicicletas por una escalera estrecha ya que está en un primer piso y no tiene estacionamiento. La señal de internet es buena. Acomodamos todo y después de la sagrada ducha salimos a caminar.

Los flancos de la plaza están custodiados por el palacio municipal y la iglesia. Como en la mayoría de los pueblos y ciudades de México el zócalo es el centro político y religioso y el centro de la vida social. En el medio de la plaza hay un quiosco que reúne millones de historias de los tuxtlenses que se dan cita allí. Los devotos veneran a Nuestra Señora de la Soledad con una procesión de silencio. Don Agustín pita su puro, interrumpe el mutismo y nos confi esa en un bisbiseo:

-llorábamos a los muertos pero no los tocábamos para no contagiarnos. Cuando fuimos a rezarle a la virgen, había desaparecido del nicho. Ella los estaba curando con milagros.

Datos técnicos:


Alvarado-Santiago Tuxtla 73.01 km
6.03.53 hs
Total 600.24 km.

Día 8 (28 de marzo) – de Antón Lizardo a Alvarado

Ehécatl, dios náhuatl de los vientos, domó las turbulencias del Norte durante la noche. Las ínfulas del temporal se colaban por las hendijas de la Intimidad para revolucionarnos los sueños. El Norte, el viento de los locos, propulsó el arranque hacia un nuevo destino.

Estamos casi a nivel del mar. Altura cero. Subimos y bajamos columpios que tienden a 40 metros de altura, menos que las barrancas de San Pedro. La ruta desde Antón Lizardo se aleja de la costa y las rachas nos cachetean de costado. El viento caprichoso. Casi nunca es favorable. Somos porfiados. Cuando la ruta vira nuevamente en dirección al mar, no nos resistimos a la tentación de entrar a la playa. Se llama Arbolillo. Sobre la costa sucumben los restos del naufragio. Palos, maderas, bidones de plástico, sogas rasgadas. La basura revuelta transgrede la pureza de la espuma y el oleaje se arrebata y se confunde y no logra apaciguarse en la orilla entre conchillas y escombros. Al igual que las olas y al igual que nosotros, un grupo de pescadores desafía al viento y arrastra una red combatiendo los embates. Volver al mar siempre signifi ca una chance para el alma. La inmensidad del mar. La infinitud del horizonte. La red de los pescadores se tensiona entre la furia del subsuelo submarino y un cardumen que ha quedado atrapado. Los pescadores eligen las presas más grandes y devuelven las más pequeñas.

Nos secamos de un baño agitado y retomamos nuestro camino. La ruta discurre entre el mar, a la izquierda, y las lagunas Camaronera y Alvarado, a la derecha. Entramos a Alvarado después de bordear esta laguna y buscamos la Posada Albatros. Nos atiende la alegre Doris. La posada es cómoda y alegre como ella y como Veracruz, famosa por celebrar el carnaval más alegre del mundo. Es el único carnaval que se celebra en México y una vez más, como tantas veces en este viaje, llegamos en el momento justo al lugar adecuado. Será suerte de viajero. Nos alojamos y salimos a conocer la ciudad que nos dio la bienvenida, justamente, con las carrozas y serpentinas del carnaval. Bailamos con las batucadas, le dimos la vuelta al zócalo con su bello palacio del ayuntamiento, y terminamos la tarde caminando plácidamente por el malecón.

Datos técnicos:


58 km
3.50.05 hs
Total: 527.23 km.