Archivo de la categoría: América Latina en bicicleta

Día 30 (19 de abril) – de Camalote (Belice) a La Máquina (Guatemala)

La mejor parte que nos tocó de la ruta de Belice. Tiene algunas curvas, subidas, bajadas, más vegetación, y puñados de casitas coloridas. Las estaciones de policía de Belice son notorias porque están pintadas de amarillo furioso, y los autobuses son notorios porque son larguísimos, bus y medio. La gente también es colorida y sigue siendo simpática. A 20 kilómetros de Camalote pasamos por Georgeville. Una aldea típica con el encanto de las verandas de madera pintadas de naranja, celeste, y amarillo. Jardines con flores y cafeterías. Después dejamos atrás San Ignacio y Santa Elena y encaramos varias curvas por estribaciones serranas de hasta setecientos metros de altura. Ya casi estábamos en la frontera cuando a mano derecha se nos fue acercando el río Mopán. Decidimos tomar un recreo refrescante. Hacía dos horas que pedaleábamos acalorados. Apoyamos las bicis en un árbol, buscamos las mallas en las alforjas y ahí nomás nos cambiamos. Con el culo al aire. El río fluye verde transparente entre piedras y cascaditas. Una parada estratégica. San José Succotz, un lugar apacible y un regalo de la naturaleza. De la orilla de enfrente sale el camino que lleva a las ruinas de Xunantunich o Benque Viejo. El nombre Xunan Tunich significa ‘mujer de piedra’. Dicen que por ahí vaga el fantasma de una mujer que se para frente al Castillo, la pirámide principal de Benque Viejo. En Xunantunich se han desenterrado veinticinco pirámides y seis plazas. El cruce del río es gratis y está a pocos metros de donde nos bañamos. Una balsa tirada por cables lleva y trae a los visitantes.

p>Terminado el recreo nos aprontamos para seguir viaje y cruzar la frontera a Guatemala. Faltaban apenas 5 kilómetros y el trámite fue sencillo y rápido. Para salir de Belice cobran 37.5 dólares beliceños, a todo el mundo, aunque hayas estado solamente tres días. Para entrar en Guatemala pura simpatía y amabilidad, ni nos fumigaron ni nos cobraron nada, ni siquiera esos famosos 20 quetzales que solían ser denunciados por los viajeros y que se embolsaban los agentes migratorios. Hay que tener en cuenta que ahora ponen un sello de ‘entrada a la región’ que abarca Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua. Ese sello tiene una vigencia de 90 días. Pasamos Melchor de Mencos, la ciudad fronteriza de Guatemala que antes se llamaba Fallabón. Este paraje fue sede del descontrol de tráfico ilegal de caoba hasta mil novecientos sesenta y pico. Desde aquí, los norteamericanos tiraban fardos de madera río abajo para los aserraderos ingleses de Belice. A 8 kilómetros de la frontera hay un lugar de acampe. Está en la entrada de los restos arqueológicos Txiquin Txacán. Hay una palapa grande con bancos y lugar para fogón pero no hay agua ni ningún servicio cerca. Paramos un momento en esa sombra y seguimos.

Pasamos por La Pólvora, donde está El Infierno, campo de entrenamiento de los kaibiles -fuerza de élite de Guatemala- cuyas condiciones ambientales extremas han hecho desistir a muchos aspirantes. Más adelante hay un caserío pobre. Paramos en lo que parecía ser una tiendita, una ventanilla con rejas y una despensa sombría. La señora que nos atendió tenía su marido convaleciente en una habitación igual de pobre y sombría.

-A mi marido le sacaron todo. Lo operaron del estómago. Se está muriendo. La señora se secó las lágrimas con el cuello del vestido para recibir a dos monjas que llegaban de visita. Una de ellas nos dijo que no se podía andar en bicicleta con esas temperaturas, que la ruta venía de tierra y que el calor nos iba a enfermar. La señora buscaba. Una respuesta. Una salvación. Un milagro.

Desde la galería de piso de tierra donde merodeaban las gallinas, se adivinaba en la penumbra del cuarto una cama y el bulto extendido de un cuerpo inmóvil.

-No queda más que rezar –dijo una monja.

-Ojalá diosito me lo quiera salvar.

Cuando nos despedimos abracé a la señora y le di un beso. Deseé poder confortarla de su dolor y de su pobreza. Deseé ser diosito por un rato para curarle al hombre. La gente de esos caseríos en Guatemala está condenada al abandono. Desprotegidos y huérfanos. Olvidados en un lugar cuyo nombre es una paradoja o una burla. La señora está sola en su dolor, el señor está solo con su muerte, solos en Puerta del Cielo.

El ripio se puso duro como la vida misma de la gente. Durísimo e implacable. Cantera de pirámide, recordé. Piedra caliza milenaria. Polvareda y pegote. Nada de agua, ni siquiera en la escuela. Las cañerías están secas y los tanques están vacíos. Justo antes de la entrada de Yaxhá hay un restaurante sencillo debajo de una palapa. La comida es barata y buena. Un menú completo por 15 quetzales.

Incluye vaso de piña fresca. Un dólar es igual a 7 quetzales. Yaxhá está a 9 kilómetros por camino de tierra de ese restaurante. Sólo la pirámide principal ha sido explorada, el resto, quinientas estructuras más, están cubiertas de matas y árboles, escondidas en la jungla, abrazadas por raíces y habitadas por murciélagos y monos. La ciudad maya de Yaxhá está junto a la laguna del mismo nombre donde vive la especie de cocodrilos más pequeños del mundo.

Un poco más adelante de la entrada a Yaxhá llegamos a la comunidad La Máquina. No faltaba mucho para la caída de la tarde así que nos pusimos en campaña de buscar un lugar para dormir. Hotelito o camping no hay, pero alguien nos recomendó ir hasta “El Portal”, un restaurante pintoresco y caro que se destaca entre las casas y puestos comerciales extremadamente sencillos. El Portal es de Manola Lima quien desde hace doce años es la alcaldesa de La Máquina. Manola es del partido CREO, Compromiso, Renovación, y Orden. Además es guía turística. Tuvimos una nutrida charla que iba de lo político a lo arqueológico y de lo social a la antropología sin desmerecer a la naturaleza y el ecosistema. 2015 es un año electoral en Guatemala así que la efervescencia política está sobre el tapete. CREO es un partido originado por disidentes de otro partido (GANA), a los que se sumaron medianos empresarios sin formación ideológica. Basan su discurso en la explotación de los recursos locales desde la inversión privada y el libre mercado. La propuesta política pre-electoral intenta seducir con la promesa del ‘desarrollo’ de Guatemala. Personalmente interpreto ese ‘desarrollo’, en ese contexto, como la incorporación de las riquezas de Guatemala en el mercado global para facilitar el saqueo, arrastrando con la tierra y sus recursos a la gente que la habita y que consecuentemente quedarán suspendidos en la nada y a la deriva.

El partido CREO tuvo arraigo en las clases media y alta, fue votado por el 16 por ciento en 2011 y después que nosotros pasamos por lo de Manola, en 2015, obtuvo sólo el 3 por ciento de los votos.

Lo que nos gustó de Manola fue su activismo militante, su energía. La Máquina es un caserío de tres cuadras. Toda la noche hubo una banda de borrachos en los bares sobre la ruta, emborrachándose más y escuchando música ruidosa. En el caserío no hay nada, sin embargo Manola Lima apuesta al futuro y piensa en cambiar esa realidad para mejorarla. No coincido con sus lineamientos, desde dónde y hacia dónde, pero admiro su perseverancia, su curiosidad por la historia maya y su generosidad para compartir con nosotros lo que sabe y su casa. Acampamos sobre el pasto mullido de su patio. Nos habilitó baños, enchufe, agua, e internet. El lugar es acogedor, hay un porch con silloncitos y una mesita.

Datos técnicos:

Camalote (Belice)-La Máquina (Guatemala) 78.3 km
4.42.43 hs
Total: 2143.85 km

Día 29 (18 de abril) – de Burrell Boom a Camalote

La ruta sigue sin señalización ni marcas y de canto rodado, más apisonado en esta parte que es un poco más transitada, aunque sin tráfico pesado. No hay camiones de carga. Solamente algunas camionetas o camiones chicos. Pasamos la entrada de Hattieville sin reconocer a ningún prófugo; 25 kilómetros más adelante pasamos La Democracia, antes del acceso a esta ciudad está el Belize Zoo, famoso por sus jaguares y tucanes en estado natural. La entrada cuesta 30 beliceños o 15 dólares.

El calor es aplastante. Tuvimos que parar muchas veces buscando la sombra. Al mediodía fue insoportable. No se podía andar. Nos quemaba. En medio de la ruta calurosa y de la nada, apareció un shopping. Un supermercado sin muchas luces y donde se notaba poco movimiento aunque estaba abierto. Pasamos por Belmopán, la actual capital de Belice desde que el huracán se llevara a Belize city por el aire. Belmopán es la ciudad capital menos habitada del mundo, diecisiete mil habitantes. Poco después, llegamos a Camalote.

Camalote Village es un pueblito abierto entre bananos y palmeras. Las calles son de tierra y el solazo es enceguecedor. La gente busca la sombra en sus corredores y verandas. Se nota tranquilo y con ánimo de siesta. Buscamos el Camalote Camp, lo habíamos visto en internet. En Belice hay “camps” pero no son a ciencia cierta campings turísticos. Son campus de voluntarios y misioneros de iglesias protestantes. Nuestro Camalote Camp es de lujo. Aquí reciben a grupos grandes, tiene capacidad para más de sesenta personas. Una casa con habitaciones y más habitaciones afuera, aire acondicionado, internet wi-fi de banda ancha, cocina, dispenser de agua, lavadoras, muchas duchas y muchos baños, y máquinas expendedoras de snacks y bebidas a 1 dólar beliceño que se echa en una alcancía. Llegamos y todo estaba abierto, tranquera abierta, puertas abiertas de par en par, oficina abierta, computadora encendida, sin embargo llamamos, golpeamos palmas, y no había nadie. Ni el loro. Salimos a preguntar y un vecino que tiene un taller de autos enfrente, conoce a los encargados del camp y llamó por teléfono a Andrew. Andrew llegó en breve con la sonrisa grande empujando sus pómulos morenos y nos dejó quedar sin cobrarnos nada y aunque no anduviéramos en misión ni fuéramos de ninguna iglesia.

En el jardín del camp hay un montón de plantas, matas con flores, helechos y enredaderas; hay palapas con hamacas paraguayas, ideal para relajarse a la fresca. Es un lugar muy lindo. Armamos las carpas en un área verde con una cortina de cipreses y comimos comida preparada en un supermercado chino por 8 y 6 beliceños el plato.

“Paramos a dormir en un terreno libre al borde del Río Belice en el pueblo de Burrell Boom. La gente es muy exageradamente amable, cocinamos unos ricos fideos y vinimos hasta Camalote, un pueblo que está pasando Belmopan, la actual capital de Belice, para mañana cruzar la frontera ¡a Guatemala!” (Martín Murzone)

Datos técnicos:

Burrel Boom-Camalote 74.04 km
4.38.32 hs
Total: 2065.55 km

Día 28 (17 de abril) – de Orange Walk a Burrel Boom

La ruta de canto rodado nos trae a los saltitos. Afortunadamente es recta, plenamente recta. A veces hay una brisa. Hoy la brisa dio vueltas, estuvo en contra, como siempre, pero nos dio un empujoncito a favor, o fue una curva la que la dio la vuelta. No hay autopista ni carriles. La señalización es tan precaria como la ruta, se reduce a un nombre escrito con aerosol como un grafiti sobre una chapa o un cartel de madera. Así nomás. Tampoco hay servicios durante los trayectos. Horas y millas -aquí miden en millas- sin ningún lugar donde poder cargar agua o comer algo. A veces aparecen tres palafi tos. Tres casitas de madera con patas. Cada una con su terraza en el frente y las barandas pintadas. Alrededor, jardines coquetos con el pasto cortado y flores. Justo al mediodía nos encontramos con Mr. Slim, food and grill, Orlando. Tiene una parrilla rústica, un lugar acogedor y fresco para hacer una pausa y darle tregua al sol y al sudor. Muchos viajeros, ciclistas y motociclistas, paran ahí. Orlando tiene un mural con fotos de todos ellos. Muchas fotos. Tomó nuestra foto para agregarla a la pizarra. Comimos el rice and beans con pollo y salsa. Muy rico. 8 dólares beliceños.

Teníamos la intención de llegar a Hattieville. Hattieville surgió como campamento de refugiados cuando el huracán Hattie destruyó por completo la ciudad capital de Belice. Era un campamento momentáneo pero se convirtió en el sitio residencial de los evacuados que perdieron todas sus casas. Hattieville es también la sede de una cárcel con presos de alta peligrosidad y alto índice de fugas. Los carteles de “wanted” están en todos los paredones y garitas. Hattieville tiene mala fama y aunque las advertencias fueron la comidilla de todos los días sin que sucediera nada, esta vez sumó para no seguir y optar por quedarnos en Burrel Boom.

Fueron 80 kilómetros desde Orange Walk a Burrell Boom. Burrell Boom es el punto donde atravesaban cadenas de hierro de orilla a orilla del Belize river para atajar los troncos de caoba que arrojaban a la corriente desde más arriba. En Burrell Boom hay un campamento donde suelen ir los scouts pero está alejado y las instalaciones no tienen muchos servicios. Yendo hacia este lugar, en medio de una larga polvareda pegajosa, encontramos a Jairo, guatemalteco que hablaba en inglés y después en español. Jairo nos guió a un balneario, cerca del centro, a un sitio donde en fin de semana llegan turistas. Esta fue la primera noche que acampamos en un lugar abierto sin seguridad. Es un lugar lindo, un recodo del río, calmo y bonito. Hay mucha vegetación, muchos helechos y árboles. Hay leña y, a la tardecita, una invasión de mosquitos. Todas las personas de la aldea nos aseguraron que acampar en este lugar está bien, que es tranquilo, y no se equivocaron, salvo por los mosquitos.

El río es apto para la observación de cocodrilos por lo que el baño fue más polaco que beliceño. Hay peces, se los ve saltar, y hay algunos muellecitos que se acercan al agua cálida y transparente. Armamos carpas y fogón. Cocinamos pastas con saborizante, ajo y pimienta, y tomamos mates. De las tinieblas de la jungla sobrevuelan murciélagos desorientados y aúllan los monos. Es un lugar manso según corren las aguas. Suavemente. Belice, país de contrastes. Gente de piel negra con sonrisas blancas. Gente humilde muy humilde y gente rica muy rica. Gente que habla más español que inglés y gente que habla más inglés que español. Agua plácida en el río y huracanes en el viento. En la ruta pasamos por un refugio para huracanes, hurricane shelter.

Datos técnicos:

Orange Walk-Burrell Boom 80 km
6.05.46 hs
Total: 1991.51 km

Día 27 (16 de abril) – de Bacalar (México) a Orange Walk (Belice)

Dejamos el paraíso sin pecar y sin ser expulsados. Vamos a intentar cruzar la primera frontera de este recorrido. Lo haremos legalmente aunque con la billetera a mano. Seguramente nos cobrarán multa. Nuestras formas migratorias caducaron hace cuatro meses. Las reacciones de los agentes fronterizos son imprevisibles. Pueden ser hoscos en países amigables y amables en países en guerra, suelen ser humillantes en países del ‘primer mundo’ y arrogantes en países autárquicos, pueden revisar hoja por hoja los documentos o poner el sello sin mirar en cualquier espacio libre, hay expertos en encontrarle la quinta pata al gato, hábiles para coimear, hay curiosos, preguntones, simpáticos y antipáticos, hay quienes te dan la bienvenida a su país y hay quienes no te dan ni la hora. Antes de cruzar una frontera es conveniente respirar hondo y estar preparado para lo peor. Así las cosas, muchas veces, resultan mejor de lo previsto.

La ruta desde Bacalar hacia Belice regresa sobre los mismos pasos hacia la carretera principal a Campeche. En la intersección con esta carretera viramos a mano izquierda, 5 kilómetros después entramos a desayunar galletitas con yugur, debajo de una palapa en las orillas de la laguna de los Milagros. La laguna de los Milagros es de las mismas características que Bacalar, sin embargo presume su propio celeste aquamarine.

Y llegamos al punto de lo imprevisible. En la ventanilla, un servidor sonriente más ocupado en enterarse de nuestro viaje que en revisar las fechas. No nos cobra multa. Salimos como Pancho de su casa. Dejar México es siempre sabiendo que vamos a volver. México es nuestra casa.

Entramos a Belice, un país que no teníamos contemplado pero que se nos interpuso tras no haber podido cruzar por la selva. Fue providencial. Valió la pena. Literalmente le puso una nota de color a la vivencia. Lo más impactante de Belice es la sonrisa. Los beliceños tienen las sonrisas más blancas y luminosas del planeta. Son una mezcla única, mezcla de caribeño con africano que da garífuna de piel oscura y pómulos acentuados. Hablan kryol, un inglés deformado graciosamente, disfrazado por ellos mismos, es SU kryol, sólo entre ellos se entienden, como si hablaran en una jerigonza que sólo ellos saben desencriptar. Para nuestra suerte la mayoría también habla español e inglés que es el idioma oficial, el que se enseña en las escuelas.

La ruta en Belice es precaria. Es de canto rodado. Un desparramo de piedritas marrones pegadas en el piso. Es tropicalísimo, calor, humedad, matas verdes a ambos lados del camino. A 11 kilómetros de la frontera entramos a Corozal, ciudad sobre el caribe beliceño, y fuimos a ver el mar. Mar verde claro. Seguimos por la misma ruta. Es angosta, sin marcas, sin división, sin carteles, sin señalización. Un camino vecinal de canto rodado. Es plano, sin altibajos. Avanzamos hasta la tarde, dos, tres horas, sin encontrar ningún puesto de venta ni casas ni estaciones de servicio. Ya por la tarde encontramos a un chico, con una mesa sobre la ruta, vendiendo tamales; después, del lado de enfrente, encontramos una pequeña tienda donde compramos bolsitas de agua, y después un puesto de frutas donde paramos un buen rato debajo de un alero de madera mientras le hacíamos el aguante al solazo. Ahí comimos ananá, naranjas, y bombones de tamarindo, ¡deliciosos! Conversamos con la familia del lugar, una madre entregada de niña al marido, sus hijas, sobrinos y nietos. Cuando hablan mezclan el castellano con el inglés y pronuncian la r suave como si su lengua nativa fuera el inglés y hubieran aprendido castellano de adultas. Sin embargo provienen de Guatemala, aunque más de la mitad de ellos han nacido en Belice. Los hombres no están ahí. Trabajan. Por lo que nos explican el trabajo es en construcción o en la caña pero lejos de la casa.

-Ellos cuando trabajan encuentran de todo viejo. Tenemos un museum acá, botellas mayas y piedras de jade.

Las chicas se pierden en el fondo del puesto y vuelven con cajas llenas de reliquias.

-Hace two years quebraron una piramida, acá en San Pablo. Era una piramida alta. Ahí encontraron muchas cosas como masks de jade y vessels viejas. Mi hermano estaba trabajando, todo esto no se puede decir porque vas to jail.

-Este necklace me lo regaló mi hermano.- Se trata de un fragmento de cadena con un colgante y una piedra inscrustada. El metal es opaco. Casi negro y sin brillo y la piedra también está gastada. La chica se lo pone delante del cuello.

-También tenemos bracelets y otros pieces.

Son simpáticas, sin embargo siento que me apabulla su ignorancia, que me da escozor cómo manosean esos necklaces y bracelets que albergan en sí historias de más de mil años. No es su culpa. Siguen siendo súbditos o esclavos de la reina Isabel. Lo que amontonan y revuelven en esas cajas es valiosísimo.

Más tarde y con la duda acerca de la piramida que quebraron, busco información en internet. Efectivamente. En 2013 la compañía DeMar’s Stone Company, propiedad de un político de turno, demolió con una Caterpillar, -siempre asesinas- la pirámide más alta de esa región de San Pablo. Era la pirámide de Noh Mul erigida hace más de 2300 años, centro ceremonial que congregaba a cuarenta mil personas. Lo hicieron para sustraer la piedra caliza de su base y no tener que movilizarse a buscarla a otra cantera. Los trabajadores de la compañía robaron objetos funerarios, huesos, vasijas, joyas de jade. En el lugar hay otros vestigios arqueológicos. Están inmersos en 11 kilómetros cuadrados de sembradíos de caña dentro de una propiedad privada y son continuamente saqueados por los jornaleros.

Muchas de las casas que vemos en el camino son palafitos, y muchas mantienen el estilo colonial traído por los ingleses. Fusión de bungalow con vivienda maya. Son de madera sencilla, sólo las de los privilegiados son de caoba. Las construcciones de esta colonización se adaptaron al clima caribeño y su ascetismo demuestra que no tenían visos de permanencia. Son casas de campaña hoy desvencijadas y emparchadas de tablas. Los ingleses instalaron las colonias para irse y manejarlas desde lejos. En cambio los españoles y los portugueses se quedaron a vivir. Las casas coloniales de los virreinatos siguen sólidas en pie ostentando sus fachadas señoriales de molduras y rejas de fundición. Llegamos a Orange Walk, lo pronuncian “oranshuák” y aquí paramos en el Hotel Mirage, unas cuadras antes de llegar al centro. El cuarto es amplio, el dueño es amable. Hay internet, tv que no usamos, ventilador, baño grande, tenemos enchufes y toallas. Comimos en un restaurante de fast food, y todo cuesta 1 dólar o 2 beliceños.

“Nos despedimos de México con un excelente descanso en el paraíso laguna de Bacalar donde nos encontramos con otros argentinos; causalmente todos nos encontramos ahí para compartir un poco de las aventuras que a cada uno le han tocado y aprovechamos para nadar en el xenote Azul y el xenote de la Bruja o xenote Negro. Pedaleando por el borde de la selva, escuchando los diversos cantos de aves, cruzamos la frontera a Belice donde debíamos pagar una multa por nuestros permisos vencidos pero al parecer el oficial no prestó atención a las fechas y salimos gratis.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:

Bacalar-Orange Walk (Belice) 95 km
5.54.08 hs
Total: 1911.51 km

Día 25 y 26 (14 y 15 de abril) – de Xpujil a Bacalar

La ruta es tranquila. Hay poco tráfico o el tráfico circula a horas en las que no pega el sol y por eso no lo topamos. Nosotros circulamos desde la mañana y durante todo el día. Por más que madruguemos, el sol nos pega igual. Hoy fue una pedaleada larga y silenciosa. 27 kilómetros después de Xpujil, ingresamos al estado de Quintana Roo. No hay caseríos, ni pueblos, ni servicios. Aprovechamos las sombras de las esporádicas garitas. En una de ellas encontramos a un vendedor de sandía que estaba varado porque ya había ponchado dos veces y esperaba la llanta en reparación. Vendía las sandías a 20 o 25 pesos. Andar muchas horas en bicicleta me hizo adicta a la sandía, una fruta a la que antes no había prestado atención, nunca me había llamado, pero por su contenido de agua, por su dulzor, o porque es roja y nada más, durante este viaje tomaba mates y comía sandías. No hay efectos colaterales indeseables, al contrario, es una combinación energética y refrescante además de rica y completa. Las gasolineras están más o menos a 100 kilómetros una de otra, hoy pedaleamos poco más de 120 kilómetros. Tardamos mucho en llegar a la primera gas para reabastecer agua. Lo único que hay son esas garitas y los nombres de pueblos o ranchos que se secaron la última temporada o se los llevó el viento o están donde los mayas. No se ve más que pajonal marchito. No ha empezado a llover en el sur de México. Le ganamos a la lluvia. La dejamos atrás, allá por Veracruz. No hay sombra pero por fortuna las nubes acompasaron el sube y baja de la carretera. Al mediodía se levantó la brisa, como siempre alrevés de nuestro destino.

Hay un punto en esta ruta en que se abren bifurcaciones. La ruta principal sigue recto hacia Campeche y hay que hacer un rodeo para agarrar la carretera a Bacalar. Es la ruta que sale hacia Tulum, 20 kilómetros por esta, está Bacalar, la ciudad más antigua de Quintana Roo. Pero antes de ver la ciudad, lo primero que se nos presenta como un fondo de pintura demasiado brillante, es la laguna. No lo podía creer. Mi primera impresión fue que era una pared, un tapial pintado de turquesa. ¿Sería la laguna? me preguntaba. Ya casi estábamos ahí cuando 2 kilómetros antes nos encontramos con la entrada del Cenote Azul.

Los cenotes son pozos muy profundos. Pozos kársticos. Dolinas cuyas bocas se han derrumbado y están llenas de agua que corre por debajo de la tierra en ríos subterráneos. Debajo de México circula una red extensa de brazos transparentes. Hay cenotes pequeños como un simple pozo y otros enormes y antiguos cuyos bordes han desaparecido. Es el caso del cenote azul. Es un paraíso. Se ve más azul que su nombre, azul profundo, 90 metros. El agua es límpida y templada. Es un lujo de la naturaleza, un regalo, ya que la entrada, 10 pesos, es casi simbólica. Nos quedamos un buen rato nadando las costas recortadas del cenote, adivinando cuevas sugerentes al más allá por debajo de la tierra. Dominios de Gollum o de Mordor. Maravillados de este premio a la pedaleada de 120 kilómetros, rodeamos la Costera Bacalar donde hay casas pintorescas, residenciales, hotelitos y posadas encantadoras, y decidimos acampar en el Camping Municipal. El mejor espacio en la costa de la laguna para quedarse.

Dios se equivocó. El paraíso está en Bacalar. Supongo que es porque cuando inventaron a Dios no habían descubierto América. Le dicen la laguna de los siete colores y se formó cuando varios cenotes se rebalsaron y se mezclaron los tonos de sus intensos abismos. Nos pasamos horas, dos días contemplando el tejido movedizo del agua. O yo contaba mal o me fallaban los números o extasiada en la contemplación contaba sin querer dos veces el mismo color. Yo veía más azules, más verdes, más violáceos o rosados. Los siete colores de la laguna de Bacalar se multiplicaban según la hora y los rayos del sol, según las nubes, según el viento. Veía azules, distintos azules, añil, topacio, celeste, jade, índigo, turquesa, esmeralda, lilas, rosados. Me sobraban colores y volvía a contar.

El camping está en un predio grande y prolijo con mesitas y horno de piedra. Cuesta 25 pesos. Está cerca de la plaza central que tiene wi-fi y donde fuimos a dar una vuelta y a comer algo. Entre la plaza y el malecón costero está el Fuerte de San Felipe que se construyó para la defensa contra corsarios ingleses. Debajo del fuerte hay túneles que aún no han sido abiertos.

En el camping encontramos viajeros y todos eran argentinos. Dos viajaban en combi, dos viajaban en Trafic, otros caminaban por ahí de paso y Nico viajaba en moto. Esto se repetirá durante el resto del viaje. No somos los únicos dados a la aventura de recorrer el mundo palmo a palmo, hay cientos, miles de viajeros a dedo, en auto, en bici, a pie, con carrito, a caballo, pero podríamos apostar que la mitad del total de los viajeros del mundo, son argentinos. Quizás esto nos venga en la sangre, en nuestra ascendencia migrante, en la convivencia cosmopolita con el lenguaje de los abuelos y las recetas de las abuelas. Andar está en nuestro ADN, lo traemos incorporado. Siempre hay un pretexto y un camino posible para movernos al otro lado del globo. Sin más razón que recorrer o en la búsqueda desesperada de la memoria perdida.

La belleza de Bacalar nos estacionó un día más en el paraíso recobrado. Día de descanso y elixir para los ojos y el cuerpo. Al día siguiente visitamos el Cenote de la Bruja. La leyenda cuenta que en el fondo de sus 183 metros de profundidad yace el cráneo de una bruja que con sus maleficios aterraba a toda la región. El cenote está rodeado de barrancos repletos de helechos que se miran en la superficie negra del agua. El voluminoso caudal cristalino refleja la oscuridad abisal.

Datos técnicos:


Xpujil-Bacalar 121.7 km
8.49.45 hs
Total: 1816.51 km.

Día 24 (13 de abril) – de Calakmul a Xpujil

Dejamos Calakmul a través de esa cicatriz de cemento abierta en la silueta de la biósfera. La ruta es una brecha de material con suficiente espacio para circular. La delgadez del camino, en este caso, mantiene el encanto del lugar en armonía con la irrupción del progreso. Una ruta más ancha sería un crimen contra la naturaleza. Entramos a la autopista Villahermosa-Chetumal. Aún no hemos conseguido agua con gusto a agua y se nos hace agua la boca por una gaseosa bien fría llena de gas. Por el momento no nos queda otra que hidratarnos con el agua caliente y marrón almacenada en el campamento desde hace seis meses.

Vamos hacia Xpujil, en dirección a Belice por donde hemos decidido cruzar fronteras para llegar a Guatemala. Pedaleamos 20 kilómetros y antes de llegar al caserío Rosario, cruzamos la ruta hacia un restaurante. El paraje se llama Km 120, nada más. El restaurante lo atiende una señora, Rita. No tiene gran variedad pero comemos y nos sacamos las ganas de bebidas frescas, sabrosas, y de agua con gusto a agua. Comemos biftec o pollo con ensalada y frijoles por 40 pesos y la gaseosa grande, 30 pesos. Charlamos un buen rato con Rita. Su esposo ha ido a Xpujil a comprar mercadería. Nos cuenta que ella es de Ciudad del Carmen, una ciudad grande, pero que su esposo compró tierras ahí y se vino con él. El restaurante y la casita, todo junto, están en la entrada de las tierras. Tienen 900 hectáreas para trabajar.

-Mucho trabajo -nos confiesa- trabajamos un pedacito nada más.

Le contamos que venimos de las pirámides y largamos un discurso de calificativos exaltando la belleza y magnificencia de la monumental Calakmul. Ella asiente como si conociera todo eso de memoria. Nos mira como si ya estuviera de vuelta de todas las pirámides mayas, como si eso que vimos fuera nomás una esculturita de vitrina.

-Pirámides, -se jacta- acá en el patio de mi casa está lleno de esas. Puf, si hay, ni yo he llegado a todas.

Nos guía a la puerta trasera y nos señala más allá de la milpa que trabajan, al fondo, a la izquierda, a la derecha, más atrás, metidas en la maraña impenetrable de plantas se adivinan elevados montículos de matas. Obviamente en un terreno prácticamente llano, donde no hay serranía, esas barrancas no son barrancas, además los bordes regulares, las diagonales y el vértice equidistantes, son parámetros geométricos. Son pirámides. Sin descubrir. Sin explorar. Es muy tentador. Invitarse a quedarse. Pero decidimos seguir. Retomamos el camino con el ansia de la conquista en la mira. Con el deseo de volver al kilómetro 120 alguna vez y explorar con dedicación y tiempo ese patio de 900 hectáreas. La ruta tiene laderas constantes y el viento sopla en contra, como siempre. Sube y baja, pero esto ya es común y las piernas y la fuerza del cuerpo se acostumbran a arremeter y resistir sin quejarse, tan constantes como el mismo viento. Durante toda esa ruta hasta Xpujil y después, pasamos formaciones más evidentes que sospechosas debajo de las matas de jungla. Hay sitios que ya han sidos destapados, como Chicaná, 10 kilómetros antes de Xpujil, y Becán, 8 kilómetros antes; pero toda esa superficie, a lo largo y a lo ancho de Campeche, es ciudad maya latente templo maya máscara de jade dormida.

Xpujil es un pueblo que crece turísticamente a ambos lados de la carretera. Hay varios hoteles con nombres y guardas de inspiración maya. Nos quedamos en el Hotel Gran Garra de Jaguar. Barato. Son cabañas precarias. Tienen ventilador, internet con baja señal. Baño sin lavabo pero con ducha caliente. El lugar es ruidoso. Durante toda la noche se escuchan ruidos desde la recepción, habitaciones contiguas, y calle.

“Calakmul Reino de la Serpiente, ciudad y potencia Maya, contrincante de varios enfrentamientos con Tikal y Palenque. Y para variar, me subí a todas las ruinas que se me pusieron enfrente y me salí del circuito turístico para descubrir lo que no te muestran. Es impresionante ver todo lo que falta por descubrir y la inmensidad de las antiguas ciudades, como nos dijo la señora de la tienda -en nuestro terreno… hay variaaas de esas ruinas como las de Calakmul. Da felicidad ver la selva que sobrevive aún a la desesperación humana y todos los seres que alberga, tucanes, ozelotes, tapires, faisanes, pavos, y cantidad de criaturas que ni sabía que existían.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Calakmul-Xpujil 79 km
5.49.80 hs
Total: 1694.81 km.

Día 23 (12 de abril) – del km 20 a Kalakmul y regreso.

Salimos muy temprano. Mucho antes de que se levantaran los cuidadores del parque y pudieran detectar nuestros movimientos o adivinar nuestras intenciones. Es domingo y estamos eximidos de pagar la entrada de 61 pesos. Será un día largo e intenso. Primero, visitar el sitio arqueológico, después: a la aventura.

Son 40 kilómetros desde el acampe hasta las pirámides. Dentro del sitio hay señalización y dos recorridos sugeridos, la vía corta o la vía larga. O la que te guste y te inventes. No hay visitantes. Estamos prácticamente solos. Sin embargo encontramos a Samuel, un chico que dice trabajar de ingeniero civil; dice que están estudiando la topografía del lugar para hacer una autopista de cuatro carriles. Parece una mentira más ancha que una autopista de cuatro carriles pero por alguna razón Samuel insiste en que ese es el plan. Insólito. El camino es bellísimo como está y en todo el trayecto nos ha rebasado un solo auto. Cuatro carriles pueden hacer falta en un montón de lugares, quizás entre ciudades, centros urbanos, pero aquí defi nitivamente, no. Samuel era conversador. Contaba muchas cosas de su vida en la región. Nos habló de Belice, de cruzar la frontera tan fácilmente por la zona libre. Era entusiasta y se consideraba muy afortunado de haber conseguido ese trabajo ahí por casualidades de la vida. A mí, un proyecto de autopista de cuatro carriles entre Conhuas y Calakmul, me sonaba sospechoso. Pero yo soy tan desconfiada como inocente. El trabajo de Samuel consistía en subir a la pirámide más alta y tomar fotos del cielo completamente despejado. Las fotografías eran enviadas a un piloto que esperaba en el estribo de una avioneta estacionada en Campeche. En Calakmul, en pleno corazón de la selva, hay internet, eso también resulta extraño. Si las imágenes mostraban un cielo cien por ciento inmaculado, el piloto sobrevolaba la zona para tomar imágenes aéreas con una cámara sofisticada capaz de registrar el mínimo detalle dentro del enjambre uniforme de copas verdes. Desde el aire, esa cámara de precisión, es capaz de detectar senderos que ralean la jungla, lo que esconden las sombras, ¿la calzada maya?, huellas, promontorios, ¿pirámides? aguadas, ríos, ¿plantaciones clandestinas? los secretos de la selva, ¿prófugos? ¿migrantes? ¿narcos?

Calakmul es uno de los sitios arqueológicos más omnipresentes que hemos conocido. Las pirámides son enormes, no sólo por la altura que supera con creces el techo de la selva sino además por su volumen, por su solidez. También por la cantidad de estructuras que aún no han sido excavadas pero que se calculan alrededor de seis mil. ¿Sería esto lo que buscaba la cámara de la avioneta? En Calakmul, ciudad maya de los años 300 a 1000, que rivalizó con la gloriosa Tikal, las piedras hablan. Hay miles de estelas que relatan desde los glifos los sucesos, las conspiraciones, las enfermedades y las medicinas, las traiciones, los ajusticiamientos, los juegos de pelota, el quehacer de la familia y de los dioses. La ciudad no se termina en los dos recorridos señalados por los carteles y las flechas. Cada pirámide descubierta y limpia en su fachada, a sus espaldas oculta pasadizos, túneles, laberintos. Nos metimos por esa zona oscura de cada pirámide, entramos en cada hueco precintado y en cada puerta prohibida. Desde los tres templos mayores se adivina la presencia de más construcciones, hasta donde nos da la vista, hasta Tikal, a 100 kilómetros en línea recta donde se asoma la punta de un iceberg agudo y gris recortando el cielo azul. Elevaciones camufladas debajo de la tundra verde de las copas. Invaluable riqueza que descansa debajo de los bosques de ceiba y amate donde las máscaras de jade duermen vírgenes un sueño milenario. Calakmul es monumental. Nos quedamos extasiados, con la boca abierta al llegar a los peldaños más altos y no poder abarcar la inmensidad en una sola mirada. Hay escaleras por todos los costados, en distintos niveles y con escalones de diferente ancho y altura, dinteles, glifos. El entorno no es menor, potencia la magnificencia de las construcciones. La reserva de la biósfera de Calakmul es la más grande de México, es un albergue de orquídeas y jaguares, un recreo de monos y ocelotes que caminan junto a nosotros por la Calzada, de tucanes exóticos, de guacamayas azules y rojas, del mítico quetzal huidizo e imposible.

En la ruta de ida a Calakmul pedaleamos mirando a los costados buscando la entrada al camino para meternos hacia la central chiclera. No lo encontramos pero saliendo de las pirámides, casi sin querer, un señor nos dio la información correcta. El camino saldría a nuestra derecha en el kilómetro 48. Era una picada de tierra, apenas visible, como un rayo de luz al borde de la ruta principal. Entramos con las bicicletas, el suelo era firme. Enseguida aparecimos en un claro con bastante sedimento y escombros desparramados, la dirección es confusa pero hay un montículo, seguramente hecho a propósito para ocultar el camino. Del otro lado del montículo, está. Es de tierra y piedra. Difícil de remontar en bicicleta. Avanza hacia el sur, sudeste. Es un camino de huella de camión o carro, con yuyos en el medio y ramas y hojas caídas. El camino está abandonado, el avance es lento, hay que empujar la bici, hay pozos, piedras flojas, y el calzado no tiene agarre, resbala y tira para atrás. Ya ha pasado el mediodía y aunque hay sombra, el clima, caliente y húmedo, agobia. Llegamos a una especie de campamento, un lugar donde se nota que ha habido un fogón y hay un claro. No hay agua. La yerba llamada chinchincha está seca como paja. Avanzamos dos horas sin encontrar ni una gota de agua. La sed nos desalienta y nos tira más atrás que las dificultades del terreno. En ningún momento pensamos en las serpientes o en otro tipo de peligros. Al fin, una pequeña aguada. Un charco. El agua es turbia, de color marrón. La pasamos por un filtro de café y le agregamos Microdyn. Tiene gusto a caca pero es lo que hay así que llenamos las botellas y seguimos adelante levantando las bicicletas en una parte donde el ramerío enmarañado atraviesa el sendero. Nos sentamos a descansar y ante la incertidumbre de si habrá o no habrá agua más adelante, el sabor asqueroso del agua de ese charco, agua caliente y marrón, evaluamos que no podemos avanzar en esas condiciones hasta la frontera que sin embargo resignamos con tristeza porque no estará muy lejos. Pero no tenemos garantía de que al cruzar encontremos Naachtún y que en Naachtún haya rastro de vida y, primordial, agua. Sobre todo es el agua. Hemos avanzado 29 kilómetros hacia la central chiclera de Villahermosa y agotados aunque no muy convencidos de la decisión, pegamos la vuelta hacia Calakmul. Volvemos al pavimento amable y pedaleamos con calma pero sin agua hasta el campamento donde habíamos dormido.

Antes de llegar nos encontramos con una pareja con una nenita. Nos paran y nos dicen que ya les han comentado de nosotros, los “aventureros” que intentan cruzar la frontera ilegalmente desde la reserva. El muchacho dice que hay un operativo dispuesto para ir a buscarnos. Llegamos al campamento con cara de yonofui. Vemos que efectivamente hay dos cuatriciclos en marcha y movimiento de uniformados hablando por handi. Nos hacemos los boludos. Es de noche pero no se puede decir que se hayan cumplido las 48 horas establecidas por la escupida del capataz. Nos ponemos a armar las carpas. Les arruinamos el chow. Uno de los cuidadores se acerca. El papel que trae en la mano versa más o menos así: “se emite orden de arresto para tres aventureros de nacionalidad mexicana sic que se movilizan en vehículo bicicleta dos masculinos un femenino habiéndose dejado el campamento de esta seccional en el día de la fecha en dirección sur y no habiendo salido por el acceso de ruta tal como establecen los códigos y leyes vigentes bajo sospecha intentan cruzar ilegalmente a Guatemala a través de la mesura sur… etc”. Nos da un sermón, tacha con una cruz y una firma sobre la orden y garabatea: “sin efecto”. Órden de arresto queda sin efecto.

Nos duchamos, tomamos agua de un tanque en estado similar a la de la aguada y cocinamos tallarines con tuco con gusto a caca. Iremos por Belice, pero me voy a dormir pensando cuánto más lindo sería poder caminar la historia maya a través de sus Calzadas.

Datos técnicos:

Km 20-Calakmul-Villahermosa-Calakmul 144.4 km6.31.08 hsTotal: 1615.81 km.

Día 22 (11 de abril) – de Conhuas al km 20 de la Reserva Calakmul

Las curvas y subidas del camino, lo que logramos avanzar viento en contra y con la noche encima, nos depositó dentro del brote selvático de la reserva de la biósfera de Calakmul. Todo alrededor es verde y poblado de enramada y pájaros. Una variedad sorpendente de árboles altos, de ceibas, de amates, de corteza oscura y troncos precisos o de ramas grises quebradizas y, en el medio, enredaderas y helechos y más abajo hierbas y más arriba flores. Las casas de las cinco cuadras de Conhuas, no están una pegada junta a la otra. Me da la impresión de ser un pueblo silencioso en que las personas han caído de otra parte. Vamos a desayunar al restaurante de la dueña de las cabañas. Es una pequeña fonda, nos sentamos en una mesa que hay afuera. Las tortillas son gruesas y sabrosas, nos cuenta que aprendió a tortear con su mamá cuando vivían en los campamentos chicleros.

-Una torteaba, otra expulgaba el frijol, otra ponía el café y así se sacaba el trabajo. Mi mamá empezaba a moler a las tres y a las cuatro ya sonaba la campana y tantán, todo mundo a la chamba; aunque en el chicle era más libre que en las fincas que era muy esclavo, en el monte había carne para comer, había muchos pájaros, puerco, cojolito, pavo de monte, se podían cazar. Pero igual, el pobre trabaje donde trabaje, es pobre igual.

Como hemos leído que cerca de Calakmul existen campamentos chicleros a través de los que podemos cruzar a Guatemala, preguntamos:

-¿Y por dónde era ese campamento?

-¡Había hartos! casi todo Campeche era de chicle. A los trabajadores los traían enganchados y después les tocaba en un campamento o en otro. Acá había campamento por allá por la pirámide, como quince leguas de acá. Mi mamá era viuda, se volvió a casar y nos llevó a todos los hijos, menos a un bebito que lo creció mi abuela. Mi padrastro andaba en el chicle. Abrieron esos caminos con hacha para pasar con las mulas y con la galera.

-¿Y los caminos están todavía? es que nosotros queremos cruzar por ahí -le contamos.

-Han de estar pero hay mucha mata, se puede perder uno, hay que llevar guía y machete. Hay culebras por allá, la nayauca si te pica es mortal. Y también hay la mosca chiclera que te mete gusano y te come. A mi mamá la mosca le gastó la oreja. Mírela.

Cerca de la puerta hay una señora muy mayor sentada en una silla de ruedas. La cocinera la va a buscar y nos señala la oreja a la que le falta un pedazo como si hubiera sido lepra.

-La mosca chiclera, -nos dice. Le preguntamos cuántos años tiene y la madre, que no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta:

ue no es sorda a pesar de la oreja, nos contesta: -Quién sabe en que año nací, no me acuerdo. Los caminos han de estar, pero mejor pregunten allá en la reserva a las gentes de allá, aunque saber si la aguada carga agua, porque acá todavía no llueve. A mí cuando me llevó mi esposo para estar en el hato, en la cocina, tardamos tres días andando y cuando llegamos Manuel me dijo que ande a buscar agua, pero yo le digo que dónde, que no veo, que solamente había yerba y él me dijo que debajo de la yerba estaba el agua y estaba bien fresca, debajo de la chinchincha estaba la aguada, limpiecita y fría como el hielo. La viejita nos contó que la vida en el chicle era tantito mejor que en la finca.

-Aunque siempre teníamos deuda con el contratista porque el chicle se trabaja en la época de lluvias nomás y como el ahorro no alcanzaba para el resto del año, teníamos que comer chaya sancochada o deberle al almacén de raya y después había que pagar y así nunca nos quedaba nada, pero igual era mejor que en la finca porque no te escupían.

-En la finca los escupían -nos explica la hija- cuando les daban permiso para salir y tenían que volver en lo que se secara la escupida, sino les daban chicotazos.

-Una vez vi cómo le dieron veinticinco chicotazos a mi papá en el lomo. Y después lo salaban y le echaban naranja agria. No me dejaron ayudarlo aunque corrí y yo gritaba que ya está muerto mi papá ya me lo mataron. Estábamos en la finca de los Lara, eran crueles los malvados, yo los maldigo. Eran tan malvados que uno se murió y le salió cola.

El camino entre Conhuas y Calakmul es magnífico. A medida que avanzamos la vegetación es más variada y exuberante. Existen todos los verdes posibles. Además hay un brillo especial sobre las hojas. Como si en el interior de la selva colgaran muchos soles. Para entrar a este camino hay que pasar por un control donde se pagan 28 pesos mexicanos. En la entrada preguntamos si desde Calakmul podíamos cruzar a visitar la pirámide de Naachtún, del lado guatemalteco. Nos dijeron que no. Que no hay caminos y que está terminantemente prohibido el cruce por ese lugar. Que toda persona que ingresa a la reserva debe salir por ese mismo puesto de control antes de que pasen 48 horas, de lo contrario se emitirá orden de arresto. Pensé en la escupida, al menos no sería tan pronto. Dijimos que habíamos leído que había caminos y que al menos intentaríamos llegar a la central chiclera de Villahermosa, que ya habíamos visto en el mapa y está a 8 kilómetros de la frontera. Que quizás con guía… que ni con guía, sentenció el hombre que cobraba:

-Acá el que entra, sale, y al que no sale lo vamos a buscar para sacarlo. Además, -agregó el pendenciero- si llegan a la frontera los detiene el ejército de Guatemala.

-¡qué buena onda!-se rió Martín- nos llevan de una a Guatemala.

Había que ser más cautelosos en la búsqueda de información.

Disfrutamos ese camino lleno de subidas y bajadas impregnadas de oxígeno y con casi nada de tráfico. A 7 kilómetros de la entrada pasamos de largo por el camping organizado Yaax’che; hicimos 15 kilómetros más y llegamos al área del museo donde está el campamento que usan los investigadores y arqueólogos. Nos quedamos ahí. Es gratis. Hay un par de baños con ducha y un área de acampe con fogón. Hay muy poca agua, turbia y de mal sabor. Los cuidadores del parque nos dicen que aún no ha llovido. Nos dicen que para tomar los senderos a los campamentos chicleros hacia Naachtún o Petén en Guatemala, sólo con un permiso de Xpujil, pero que esos permisos son para estudiosos e investigadores y que no se los dan a “aventureros”. Nos llama ‘aventureros’ y eso nos halaga. Somo tres aventureros. Tres aventureros decididos a intentarlo todo hasta el final.

“Muy probablemente no dé señales de vida en más de una semana. Si no me reporto en menos de un mes, a lo mejor me comió un jaguar, una anaconda, o me fui en un viaje extradimensional con unos amigos mayas. No me extrañen.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Conhuas-Km20 Reserva Calakmul 22.8 km
1.15.02 hs
Total: 1471.41 km.

Día 20 (9 de abril) – de El Aguacatal a Escárcega

La autopista es cada vez más recta. La monotonía del paisaje, la carencia de civilización, convierten en un espejismo la llegada a ninguna parte. Hay que aprovechar el menor indicio de rastro humano para pedir agua. Lo mismo con la sombra disponible, cada garita es propicia y se agradece al cielo cada nube. No hay mucho tráfico, avanzamos sin pánico con la brisa caliente en contra. A veces, una ráfaga arrastra olor a gardenias o a jazmines invisibles. Alrededor sólo es verde, una maraña de arbustos y árboles que forman una muralla impenetrable. Hay palo tinte, y el olor de sus flores es picante, parecido al anís. Palo tinte huérfano de explotación pero a salvo del exterminio desde que la química y el petróleo hicieron buenos negocios.

En el recorrido de 115 kilómetros hay una sola gasolinera. Siguen los carteles pintados a mano que anuncian ranchos que sólo existen en mapas desactualizados aunque van punteando el camino con sus nombres: Rancho La Pasadita, Rancho Marisabel, Rancho El Capulín, Rancho San Jorge, San Miguel, y todos los demás santos. El primer poblado real del recorrido es Mamantel, a 60 kilómetros del Aguacatal. Ahí hay algunas tiendas y un un señor que vende cocos a la sombra de una garita. Si seguimos 9 kilómetros más, antes de llegar al paraje 18 de marzo, encontraremos un buen lugar para comer. Llegando a Escárcega hay una segunda gasolinera.

Escárcega es una ciudad mediana. Hay movimiento y rompe los esquemas de las ciudades netamente cuadradas. Tiene una plaza redonda y calles diagonales. Nos alojamos en el Hotel María Isabel, está cerca de La Glorieta y en la vereda tiene una escultura de un maya. Es un hotel precioso. Este hotel fue uno de los más lindos y de mejor relación calidad-precio. Tenemos un cuarto fantástico, con ducha de agua fría y caliente, hay internet y funciona bien. Los colchones son cómodos, hay tv, y mobiliario sufi ciente para cualquier necesidad. El hotel cuenta con una cafetería. Es limpio. Tiene un patio interno con un antiguo pozo de aljibe. Su dueño, Juan Carlos, es un tipo fenomenal. Estaba admirado y feliz de recibirnos ya que nos había pasado en la ruta esa misma mañana cuando apenas salíamos del Aguacatal. Los viajeros en bicicleta somos muy visibles. Llamamos la atención en la ruta o la autopista. Por la carga o la bandera de Palestina que siempre viaja conmigo. La gente curiosa se pregunta de dónde vendrán adónde irán. Muchísimas veces nos pasó que la gente nos pasaba, nos sacaba fotos, o nos volvían a encontrar y nos contaban que ya nos habían visto en tal o cual lugar. Así fue con Juan Carlos y, de casualidad, le caímos en el hotel. Nos hizo precio aunque su amabilidad fue impagable. Queríamos ir a comprar pan y en lugar de explicarnos el camino a la panadería, nos llevó en su auto y nos esperó.

“1350 kilómetros. Águilas, serpientes, monos aulladores, osos hormigueros, zarigüeyas, armadillos, puercoespines, jilgueros, patos, pavos reales, pelícanos, buitres, garzas, zorillos, iguanas, cocodrilos, perros, vacas, ovejas, cabras, gallinas, gatos, caballos ¡y todos mexas! Todo aquel con algún impedimento, si tiene el valor de atreverse, es capaz de lograr algo que los demás no pueden.” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


El Aguacatal-Escárcega 115 km
7.23.08
Total: 1350.61 km.

Día 19 (8 de abril) – de Palenque al Aguacatal

Un paso inusitadadamente fugaz por Chiapas. Volvemos a Tabasco y de Tabasco a Campeche. Tomamos la autopista Villahermosa-Chetumal. Vamos hacia Guatemala y aunque podríamos haber cruzado desde Tenosique, queremos transgredir la frontera legal y pasar a través de la selva, por la Gran Calzada de los Mayas. Hace rato que estudiamos los mapas y la ubicación de las ruinas a un lado y a otro del límite que se empecina en desmembrar la historia neciamente. La autopista es poco transitada pero en buen estado. No hay nada. Desde el cruce de Catazajá hasta El Aguacatal, a 116 kilómetros, hay una sola gasolinera. La gasolinera está pasando el entronque con la ruta que viene de la frontera; hay un solo lugar donde se puede parar a cargar agua y comprar comida, Boca de San Gerónimo. La ruta es plana y no hay sombra. El paisaje es de vegetación rala pero siempre verde. Algunos ranchos aislados le dan nombre a parajes que no existen, San Marco, La Pimienta, La Guadalupe, Matesombra. Uno de ellos, El Trébol, puede leerse en el mapa, figura como si fuera un poblado, pero al pasar por allí, 24 kilómetros antes del Aguacatal, no hay nada, ni el rancho queda. Sólo una tranquera desvencijada y un yuyal. Los carteles que nombran a los ranchos, a los pueblos sin pueblo, están pintados en una madera o un pedazo de cartón, con un marcador, así nomás. Un hito en el camino.

El Aguacatal es un pueblo de cinco cuadras a cada lado de la ruta y dos cuadras hacia adentro. Las calles son de tierra y las casas son sencillas. No hay alojamiento. Preguntando encontramos a la señora de la caseta telefónica que alquila un departamento. Son dos cuartos, aire acondicionado, ventilador, baño y cocineta con mobiliario. Cuesta 300 pesos. Salimos a comprar fruta, hay dos verdulerías, dos almacenes, una panadería y un ciber, “EL” ciber. El Aguacatal es uno de esos poblados que nos sorprende por estar habitado a pesar de la soledad. Están en el medio de la nada. En un páramo que por su extensa llanura sólo es capaz de cobijarlos en remolinos de polvo. Nos preguntamos de dónde sale la gente de estos poblados paridos por la soledad, qué hace la gente de un lugar así cada día de una vida circunscripta a esas cinco cuadras y al horizonte lejano y desconocido. América Latina se desnuda en cada llegada, millones de pueblos como este, cada uno único, germinando espontáneamente cerca de una ruta o un río o la nada, desplazados, buscavidas, herederos de los dueños de la tierra. Desheredados. Sobrevivientes.

“Pasamos por las hermosas cascadas de agua blanca, entramos a Chiapas y visitamos las ruinas de Palenque y acampamos entre luciérnagas y sonidos de la naturaleza que amenizaban la noche. Hoy entramos a Campeche y dormiremos en el pueblo del Aguacatal para llegar a Calak Mul desde donde cruzaremos a Guatemala ¡por la selva!” (Martín Murzone)

Datos técnicos:


Palenque-El Aguacatal 119 km
8.05.35 hs
Total: 1235.61 km.