Para esta etapa me preparé psicológicamente. Algo que no suelo hacer ya que, habitualmente, me mando sin más. Quizás me sobró tiempo en la previa logística como para preocuparme. El tema es el Paso de Orteig, un paso aéreo de unos 100 metros de largo a una altitud considerable sobre el precipicio.
El paso de Orteig es una cornisa angosta que abrió el montañista y cazador apellidado Orteig en 1883. Actualmente está equipado con un cable para sostenernos, pero su angostura contra la pared vertical, me hacía temer por nuestra seguridad debido a las mochilas cargadas que solemos llevar y que entorpecerían el margen de movimiento giratorio.
Salimos del refugio de Pombie. El tiempo estaba nublado, húmedo y frío.
El primer tramo es un descenso suave y agradable por bosque hasta una enorme campa donde se encuentran las cabañas dispersas del Caillou de Soques. Allí cruzaremos una carretera ancha, la D 934 que, desde el Portalet se interna en Francia.
La agradable bajada sigue el curso del arroyo Pombie que cruzamos un par de veces. Se camina por una u otra margen según vaya el sendero. Pasamos la cabaña Pucheoux y cruzamos el arroyo girando a la izquierda. Y una vez más, por una pasarela, cruzamos el río y caminamos por un placentero bosque de hayas. Precioso.
Finalmente tendremos que atravesar el río Brousset y subir hasta las cabañas de Soques que se dispersan desde un parking cerca de la carretera. Hasta aquí, hemos hecho 5 km y descendido 675 metros desde el refugio. Este primer panorama de esta etapa de trekking en Pirineos contrasta drásticamente con lo que nos espera.
Cruzamos la carretera y localizamos, unos metros hacia el norte, el sendero que sube por la ladera de enfrente. De entrada lo vemos, lo perfilamos con la mirada, y nos damos cuenta que no es joda. Es trepar y trepar por una dura pendiente.
El arroyo Arrious discurre por nuestra izquierda. Lo cruzaremos más adelante. Primero vamos por un bosque y luego dejamos el bosque para subir por prados donde pastan animales.
Debajo de una roca gigante veremos que aparece la cabaña La quèbe d’Arroius. Le hacemos una visita como de costumbre y aprovechamos a reponer energías.
La subida que retomamos hace zig-zags y caracoles intentando suavizar el esfuerzo de los pasos. Hay varios neveros por delante pero no nos presentan inconveniente.
A través de un falso llano avanzamos paulatinamente a un falso collado ya que, para alcanzar Arrious, a 2259 mestros, todavía falta un esfuerzo más.
Las vistas se disfrutan. Son cada vez más espectaculares. Cercado por cimas imponente de más de 2700 metros de altitud y de evidente origen glaciar, las aguas azul profundo del lago Artouste son como un ojo luminoso custodiando el valle.
Desde el collado seguimos el sendero en descenso durante algunos metros y llegamos a la temible intersección: el Passage o Paso de Orteig. La hora de enfrentarlo se ha cumplido. La suerte está echada. Allá vamos, Animal!
Desde el mismo collado d’Arrious y sin franquearlo, giramos a la derecha (sureste) y nos dirigimos hacia el picacho (Pic du Lac d’Arrious) que destaca delante de nosotros. En su falda oeste hay un precioso lago en deshielo, el Lac d’Arrious.
La senda se dirige hacia la enorme pared norte del pico. Allí, aunque parezca que no va a estar, súbitamente aparece: el pasaje de Orteig. Abierto, excavado en la pared de la montaña, en 1883 por este montañista legendario Jacques Orteig.
Lo tomamos con precaución. Yo, más preparada piscológicamente, lo paso ateniéndome a la circunstancias previstas y con seguridad y confianza, mientras que, mi compañero de ruta, que no tiene miedo a nada, jamás, se da cuenta de que el paso representa un verdadero desafío a la ley de la gravedad, a nuestro equipamiento rústico y a nuestros pasos a menudo torpes.
Si nos atrevemos un segundo a las vistas, éstas son espeluznantes y hermosas. La adrenalina y la respiración agitada nos corretean por la médula y nos sostienen en vilo casi en el aire. Es temerario y siento una felicidad inmensa. Es algo superior a mí, pero puedo aferrarme a ello sin dudar. Sin trastabillar y sin miedo. Ser un miembro más de esa exageración de altura y vacío que constituye la pared de piedra de una montaña. Viendo a nuestro mundo con el corazón latiendo alto sobre un halo de nube. Me encanta. Soy adicta a esa sensación.
Cruzamos. Lo demás deviene sencillo. Aún con la emoción en la piel, subimos y bajamos con algún nevero en el camino. Desde una colina, alcanzamos a ver, junto a su lago encantador el refugio de Arrémoulit.
Antes de bajar de hecho hacia él, pasamos un rato contemplando el majestuoso circo de cadenas que nos rodea. Los picos de Arriel, el Balaïtous, el Palas. Empieza a nevar. El espectáculo del que somos protagonistas es sencillamente soberbio y magistral.
Continuamos nuestro caminar Pirineos con esta etapa sin dificultad. En mi caso es la número 10.
Salimos de la cabaña Ansabere y caminamos de frente, directo hacia el Collado pasando por el lago de Ansabere, un lugar idílico como para detenerse a admirar un momento, respirar hondo, y nutrirnos de inspiración para una nueva jornada montañera.
Alcanzado el collado, caminamos por las crestas hasta que comienza el descenso hacia el Ibón de Acherito a 1875 metros. Vamos cruzando la muga fronteriza. Por un lado, Acherito, del lado español, cuyo valle se une al río Aragón Subordán que más adelante atraviesa el valle d Echo y la Selva de Oza.
Desde Acherito ascendemos por el barranco de la Fochas al Collado del puerto del Palo, a 1942 metros. Este collado está jalonado por dos cónicos picos, Burq y Lariste. Luego, por el Collado de Guarde, recuperamos el lado francés a 1970 metros.
Surcamos la vertiente francesa entra las Peñas de Riste, el Pic d’Aillary y el Rouge. Cruzamos el collado de Saoubathou a 1949 metros y, antes de alcanzar el lago Arlet, pasamos por las cabañas de Spelunguette y Lapassa.
En los alrededores del lago, a 2000 metros de altitud está el refugio de Arlet, guardado de mayo a octubre.
Para subir el Sollube desde Errigoiti, nos encaminamos hacia la subida a Bizkaigane. Si bien el camino de ascenso más atractivo es por Madalen, teniendo en cuenta que la jornada hasta Sollube es larga, elegimos subir a Sallobante y Bizkaigane por la carretera que sale frente a la parada de autobús de Errigoiti.
A buen ritmo podemos tardar dos horas y media desde Errigoiti hasta la cumbre de 684 metros de este monte, el primero de los cinco montes bocineros de donde se convocaba a Juntas Generales y se daban diferentes avisos mediante toque de bocinas y cuernos y el encendido de hogueras en su cumbre.
Geográficamente el Sollube está en la localidad de Bermeo, marca uno de los límites de la Reserva de Urdaibai sobre la orilla izquierda de la ría de Mundaka. La cumbre, queda enmarcada en el distrito de Arrieta.
Empezamos a subir desde Errigoiti por el borde de la ruta asfaltada que se dirige a Bizkaigane. Es agradable y el tránsito es reducido.
A llegar a Sallobante tomamos el desvío a la izquierda hacia Bizkaigane. Una vez allí podemos elegir visitar la ermita si aún no la conocemos y disfrutar de las vistas que valen mucho la pena.
Desde la intersección donde hay un poste que indica Gorbeia, bajaremos y, en breve, dejaremos el edificio amarillo de la quesería a nuestra derecha. Caminaremos por un bosque agradable y tranquilo y un cartel nos anunciará el ingreso a Arrieta.
Continuamos por este camino principal y observamos a nuestra izquierda y a lo lejos los tejados y la iglesia de Arrieta que vamos dejando atrás.
Cuando llegamos a la intersección con una carretera que se va interpone en nuestro paso, transitada y con un espacio de parking enfrente, cruzamos dicha carretera e iniciamos el ascenso a Sollube.
Al principio vamos por hermosos caminos de bosques y, al final, por una ruta en zig-zag que pasa por unos merenderos y termina en las antenas que están en la cima del Sollube.
En la cumbre hay dos vértices geodésicos de primer nivel. En la ladera norte, en el alto de Tribisburu, hay una necrópolis romana de incineración de los siglos I a III.
Desde todas las posiciones, las vistas son inmejorables. Por la izquierda vemos hacia el lado de Gastelugatxe y Bakio y del lado derecho de las antenas vemos Bermeo.
El regreso podemos concretarlo por el mismo lado, o bien, en el cruce del camino de Arrieta y Jainko Oleaga, bajar por este hacia Olabarri y luego, regresar a Errigoiti siguiendo el Madalen Erreka o por el sendero de Bekobaso que pasa por la cascada de las Libélulas.
En esta caminata por Errigoiti, vamos a llegar hasta el Madalen erreka, el arroyo Madalen y a una cascada que se forma cerca de la intersección de los distritos de Errigoiti, Arrieta y Olabarri. El nombre de la cascada no es el de Las Libélulas, la hemos llamado así por la cantidad de libélulas azules que la habitan sobre todo en verano.
Esta cascada es el resultado de una construcción, presumiblemente, un molino. En el lugar donde cae el agua se forma un pozón que es ideal para darse un baño.
El paisaje que rodea a la cascada y el pozón es muy bonito. El arroyo que surca entre las piedras, la vegetación tupida y cerrada. Todo es muy verde y fresco. Un lugar ideal para hacer la caminata por Errigoiti en verano. Si bien en otoño o invierno, con la abundancia de lluvias, la cascada se convierte en una catarata imponente y también vale la pena visitarla.
Llegar hasta la cascada, caminata por Errigoiti
Para llegar a la cascada, vamos a tomar la calle de Elizalde que pasa frente a la iglesia en dirección Katalina Auzoa, con el Sollube de frente y a la derecha.
Tras pasar el florido barrio Katalina, vamos a adelantarnos hasta Orkondoas y tomar la carretera que baja en curvas hacia Olabarri. Mucho antes de llegar al final de esta carretera sinuosa, apenas dos curvas después de iniciar el descenso, veremos un poste con letreros que señala Bekobaso y Aikaran. Tomaremos este desvío por una pista de tierra.
La pista de tierra solía estar habitada por un acogedor bosque que lamentablemente ha sido talado recientemente (2023). El camino baja y en un momento llega a un nuevo desvío con poste indicador. Tomamos el sendero que sigue hacia la derecha.
En breve llegaremos a una ruta vecinal asfaltada, rústica. Allí giramos a la izquierda y avanzamos en dirección a la carretera principal que va hacia Mungia.
Antes de llegar a la carretera principal, cruzaremos un puente sobre el arroyo Madalén y pasaremos un caserío. Apenas pasar el caserío, entramos a la izquierda bordeando los huertos que hay allí y nos dejamos llevar por el estruendoso ruido del agua que cae, hasta la Cascada de las Libélulas.
En caso de estar cerrado el paso, podemos abrir la tranquera sin temor ya que, el espacio acuático es de uso público inviolable. Si nos intimida abrir la tranquera, podemos avanzar unos metros por la carretera principal -a la izquierda- y entrar desde allí campa traviesa, donde el guard-rail está roto.
Luego, a disfrutar del paisaje, celebrar un pic-nic entre las piedras, darte un chapuzón refrescante tras la caminata por Errigoiti, explorar el arroyo, observar y sentir la naturaleza.
A la cascada en bicicleta
El recorrido también puede hacerse en bicicleta, ya sea por este camino o, con bici de carretera, por la ruta que sale de la villa de Errigoiti en dirección a Munguía.
La cascada estará poco después de pasar el cartel que anuncia el distrito de Arrieta y antes de tomar el desvío a Fruiz, sobre nuestra izquierda. Si la hierba no es está alta, será visible. Si hay mucha hierba, debemos aguzar el oído y así escucharemos el sonido del agua al caer.
Bizkaigane es una cumbre de poca altura, 387 metros, emblemática en la zona de Errigoiti ya que, sobre ella, hay un peñón coronado con una ermita construida para homenajear a los gudaris caídos en 1943. El lugar ofrece unas vistas privilegiadas hacia todas las direcciones. Se aprecia el Valle del Butrón, el Sollube y un recorte de la reserva de Urdaibai.
Para llegar a Bizkaigana desde Errigoiti, tomamos un camino que arranca a pocos metros del cruce de carretera con el desvío a Elizalde. En la entrada a este camino hay un cartel que señala: Madalen.
Madalen es un pueblo muy simpático que vale la pena conocer. Vamos a avanzar con los caseríos sobre nuestra derecha y amplias campas verdes donde suelen vagar corzos, a la izquierda. En el siguiente desvío, también con poste, giramos a la izquierda.
Luego hay otro desvío por el que podemos optar ascender a la cumbre del monte Maiaga. Es posible subir o bahar más adelante también, por otras entradas en senderos que no están señalizados, a través del bosque.
Cuando hago este camino, elijo primero llegar hasta la fuente de agua, porque es muy bonita con su espaldar de madera y su lauburu y el agua que baja incesante, es sabrosa y necesaria.
Desde un lado de la fuente, asciende un sendero que bordeando un bosque y por huellas angostas, nos lleva hasta la cima de Maiaga.
Maiaga está a 403 metros, hay un vértice geodésico con su buzón y la indicación de puntos cardinales y otras cimas que pueden apreciarse desde allí aunque hay bastante vegetación tupida. Desde Maiaga podemos ver el Sollube a un lado y, por el otro lado el legendario Ganekogorta.
Desde Maiaga podemos bajar por una pista de pastos, ancha, que nos depositará nuevamente sobre el sendero principal que tomamos a la izquierda. Seguimos adelante y nos dirigimos al barrio de Sallobante. Cerca de allí veremos un caserío abandonado, bonito y con cierta magia a pesar del abandono.
Desde Sallobante donde hay un merendero, un parking y un cruce de carreteras, está la señalización para subir a Bizkaigane. A la derecha durante esta última etapa del camino, veremos el poblado de Metxikas al que también podemos acercarnos y llegar por un angosto sendero antes de Sallobante.
Desde el cruce de carreteras subimos hasta la cima de Lino Bravo, con su amplia campa verde y, pocos pasos más estaremos frente a un caserío y un cartel de señales a cuyos pies hay un enorme jarro de leche escultórico que nos anuncia la fábrica de quesos de oveja del vecino Txiplas. ¡Son una delicia!
Unos metros después se vislumbra la ermita Gurutzeta en homenaje a los gudaris. Hay un cuidado parque exterior, con bancas y una escalera para coronar el lugar.
Para regresar volvemos a Sallobante y, desde allí tomamos la carretera que se dirige a Elizalde Auzoa pero antes de llegar a la iglesia de Elizalde desviamos al ayuntamiento de Errigoiti para tomar el camino a casa.
También es posible y muy saludable subir a Bizkaigane en bicicleta por la carretera.
Cruzar los Cárpatos a pie, «pe jos» como dicen en rumano. Caminar las laderas escarpadas de la Transilvania profunda. Deambular de cresta en cresta como en la idea de la alternancia sin fin de las fuerzas contrarias por las regiones valacas, donde se cree que el vampiro cierra el círculo eterno entre la vida y la muerte. Desentrañar paso a paso los bosques umbríos de secretos, la cruz que se interpone en el sendero, trasunto simbólico del árbol sagrado, la cruz enhiesta triple nexo entre dioses, hombres, y árboles.
La motivación nos abundaba, la curiosidad era enorme desde todo punto de vista, no sólo orográfico o de altura, sino también: misterio.
Este viaje arrancó desde Kuşadası, Turquía, donde yo terminaba de trabajar una temporada veraniega más en el Liman Hotel. Allí llegaron mi amiga Stellete, y mi hijo Martín, dos fieles compañeros de aventura, y desde Kuşadası arrancamos atraídos como por un imán poderoso rumbo a esta aventura. Como siempre, poco a poco, explorando cada rincón del camino hacia ese lugar. Primero unos días de por Estambul y por Kuşadası y sus alrededores, las ruinas de Efesos, las playas, el Milli Park, los pueblos viejos cercanos como Sirince o las ciudades antiguas como Izmir, Esmirna.
Partimos algunos días después desde el puerto de Kuşadası hacia la isla griega de Samos, en ferry, ferry que en verano hace dos viajes diarios, trayecto de 45 minutos que no es muy barato quizás por su carcater internacional ya que combina Turquía-Grecia y viceversa. Un par de días en Samos para recorrer de igual manera, palmo a palmo, Vathi y Pitagorio, y un nuevo ferry hacia Lesvos para de igual manera, en un par de día echar un vistazo a los pueblos viejos y su encanto tradicional y un poco de sol en las costas de Mithilene. De allí a la Grecia continental, de allí a Bulgaria que se nos interponía en el medio como un obstáculo y resultó ser una sorpresa tan agradable que le dedicamos más días y posteriores viajes y estancias. Este párrafo merece otros posts. Fueron varios días de viaje, ferries entre Kuşadası-Samos-Lesvos-Tesalónica, auto alquilado para recorrer Lesvos, autobús, tren y dedo entre Grecia, Bulgaria, y llegamos a Bucarest, capital de Rumania. Romania. Romanía.
Bucarest
En rumano București, la raíz Bucur, de origen dacio, significa «alegría». Bucarest viste las orillas del río Dâmbovița con su arquitectura ecléctica que mezcla los estilos neoclásico, de entreguerras (Bauhaus y Art Deco), comunista y moderno. En el periodo de entreguerras su sofisticación le valió el apodo de «Pequeña París» (Micul Paris), sin embargo su edificación lujosa y monumental nos impacta; nada tiene de pequeña.
El Palacio del Parlamento, construido en la década de Ceaușescu, es el edificio administrativo más grande de Europa y el segundo más grande del mundo. El Arcul de Triumf, el Ateneo, la catedral de San Marcos, el palacio la Centella y la Universidad, una de las más concurridas de Europa del Este. La opulencia, el mármol y los jardines con pilares y pérgolas y fuentes por doquier, nos enceguecen. En el mismo centro de la ciudad hay un lago artificial, el Cismigiu, rodeado por los jardines Cișmigiu, y allí, como salidos de las páginas de un libro o de las pinturas de un museo, poetas y escritores persiguen la inspiración.
Dimos vuelta la ciudad al derecho y al revés, visitando museos, teatros y más jardines, entrando en la piel de la cultura a través del arte y sus vestigios, de su historia, de su música, de la tradicional mămăligă, polenta original, sin dejar de mencionar entre plato y postre, que en esta ciudad tuvo una de sus residencias el príncipe de Valaquia, Vlad Tepes.
Para emprender el recorrido desde la capital rumana viajamos en tren. Aquí el enlace de ferrocarriles rumanos
El Nevado de Toluca o Xinantécatl, que significa «Señor Desnudo»en náhuatl, se encuentra a 43 kilómetros al suroeste de Toluca y a unas dos horas de la Ciudad de México, es un volcán activo y la cuarta montaña más alta de México. En su cráter hay dos lagunas, la del Sol y la de la Luna.
Este volcán está contiguo al Parque Nacional de los Venados, entre los municipios de Calimaya, Zinacantepec, Tenango del Valle y Villa Guerrero.
Para llegar al Nevado hay distintas maneras, dependiendo del lugar donde uno se encuentre. Como nos movilizamos normalmente en transporte público, y en nuestro caso, arrancamos del DF, fuimos en dirección Toluca y luego tomamos un bus, Toluca-Sultepec, hasta el desvío hacia Zinacantepec, desde allí teníamos que ir hasta el poblado Raíces, hicimos dedo y nos cargó una camioneta para llegar hasta el Parque de los Venados y comenzar a caminar.
Atravesamos algunos bosques y luego fue todo camino de roca con abundante presencia de nieve.
Este sendero lo realizamos entre el 31 de diciembre de 2014 y el 1 de enero de 2015. Acampamos en la base del Volcán para rodearlo al día siguiente y hacer un circuito con el que pudiéramos de manera metafórica, abrazar al volcán con nuestras huellas impresas en la nieve.
Desde la cumbre se puede ver el legendario Popocatepetl.
En la base hay dos construcciones que estaban cerradas a cal y canto. Los tinacos de agua estaban vacíos, pero afortunadamente pudimos descongelar nieve para tomar mates y cocinar, quemando todo lo combustible que encontramos a nuestro paso, ramas secas, palos de trapeadores y escobas viejas que había allí abandonadas en un galponcito, y algunas maderas.
Cuando no hay nieve, un camino ancho de autos permite acercarse en vehículo hasta pocos metros antes del campo base, sin embargo, la experiencia de subir todo a pie, atravesando el bosque y las laderas, es maravillosa y muy recomendable.
“Mi vida es lo que me da el camino. El viaje satisface mi espíritu explorador y mis ansias de aprender”
El espíritu libre y nómada de María Taurizano la ha llevado a hacer del viaje su forma de vida
María Taurizano, nuestra protagonista, es más conocida a través de su nombre de aventuras: María la que viaja, el mismo con el que ha bautizado a su página, un rincón online repleto de experiencias viajeras en primera persona.
María, natural de la localidad argentina de San Pedro, confiesa que viaja desde que tiene uso de razón, en ocasiones en buena compañía y la mayor parte de las veces en solitario. Su espíritu libre y viajero la ha llevado a ser pionera en Huella Andina, convirtiéndose en la primera persona que recorrió caminando los 570 kilómetros de esta ruta que transcurre por la Patagonia argentina. También completó la Ruta Licia, 500 apasionantes kilómetros que discurren por la península de Teke, en Turquía. Actualmente planea viajar desde Bilbao hasta Kamtachka en bicicleta y a pie.
El planeta no tiene secretos para María Taurizano, aventurera que ha hecho del viaje su forma de vida. Conversamos con ella para que nos cuente algunas de sus experiencias, porque todas no cabrían en una sola entrevista.
Afirmas que viajas desde que tienes uso de razón. ¿Recuerdas tu primer viaje y qué te impulsó a llevarlo a cabo?
Si bien de pequeña viajaba con mi familia en vacaciones convencionales a la sierra o al mar, el viaje que me abrió las puertas y despertó la pasión de andar por el mundo fue irme a París antes de terminar la escuela secundaria. Yo estudiaba francés en la escuela y cierta mañana alguien colgó en la cartelera del patio un afiche que convocaba a un concurso. Se llamaba ‘Cherchez le chanteur’, dirigido a estudiantes secundarios que tuvieran el francés como segunda lengua escolar. Consistía en representar una obra musical y el premio era un viaje a París. No dudé en inscribirme a pesar de que mis compañeros se mofaran un poco de mí, apostando de antemano que seguramente ganaría alguien de una gran ciudad y no alguien de un pueblo que en ese entonces no tendría ni treinta mil habitantes. A pesar de estos pronósticos, lo conseguí. Tenía 16 años y me iba sola a París donde me esperaría un tutor. Todavía me emociona recordarme en aquella escalera mecánica de Ezeiza desde la que saludaba con la mano a mis padres, abrazados al final de la escalera, cada vez más pequeños. Todo lo que vino después fue como nacer de nuevo, sin desmerecer lo anterior, ya que fue gracias al aprendizaje recibido durante la infancia, en mi casa, en la escuela pública argentina… Todo ese bagaje y mi espíritu aventurero se conjugaron para lograr dar este primer y definitivo paso.
¿Cuándo decides que quieres llenar tu vida de experiencias viajeras y dedicarte de lleno a ese objetivo? ¿Fue una decisión o las circunstancias te movieron a esta forma de vida?
El viaje a Francia duró un poco más de lo estipulado. Mi beca financiada por la embajada terminó, sin embargo yo sentía profundamente que aún quería ver más, aprender más, seguir andando. Lo estiré todo lo que pude, pero ante la insistencia de mis padres regresé a Argentina. Me inscribí en la universidad que no prosperó mucho aunque me encanta estudiar. Me había mudado a Buenos Aires y estaba obnubilada por la posibilidad de hacer muchas cosas allí. Me apuntaba a todo y los días no me alcanzaban. Entre mis actividades artísticas y estudios, seguía patinando sobre hielo y esto nuevamente me arrastró a viajar por el mundo, ya que di una prueba para entrar en la compañía Holiday on Ice y me fui de gira con ellos. Luego de la gira volví a Argentina. Aún no se había instalado en mí la idea de vivir como nómada. Sin embargo llegaron mis hijos, quienes sí podrán decir de manera literal que viajaron desde tener uso de razón. Primero fueron a campamentos por la Patagonia. Largos recorridos por los Parques Nacionales en una época en que no existían más que picadas, senderitos sin marcas, o solo seguir el curso de un río durante unos cuantos días, pasando lagos y collados. Nos tomábamos meses de vacaciones, posibilitado esto porque yo trabajaba en un canal de TV de San Pedro. Cada vez que volvía de un viaje hacíamos un programa nuevo. En este período nos fuimos a la Amazonia y convivimos varios días con una comunidad internada en lo más recóndito de la selva. Cuando regresamos a Iquitos, para volver a Lima y luego a Argentina, Farid, el mayor, sugirió que ya no podíamos irnos de allí, porque “ahora tenemos amigos acá”, así que ese fue el primer momento de mi vida en que yo me pregunté: ¿por qué no quedarnos? Y nos quedamos.
Un día los chicos propusieron que era hora de volver y volvimos a San Pedro. En el vuelo de regreso, Farid me dijo: “a mí alguna vez me gustaría ir a Egipto”. Y así siguieron muchos años de vida, yendo hacia donde a mis hijos les nacía el deseo y yo seguía el impulso irreflexivo. Ellos fueron la circunstancia original para vivir como nómada. Ahorrábamos para viajar, poco o mucho según se pudiera, pero lo hacíamos siempre. De alguna manera, fui yo, la madre, la que siguió sus pasos.
Tienes una compañera de viaje infatigable: tu bicicleta. ¿Viajar sobre dos ruedas es tu forma favorita de recorrer el mundo? ¿Qué te aporta esta manera de moverte por el planeta?
Hasta ahora, viajar en bicicleta ha resultado mi forma favorita, sí. Antes lo que más hacía, disfrutaba, y aún disfruto, era la caminata a pie, el trekking, largas travesías paso a paso. Cuando en 2014, Martín y yo coincidimos en México y él me invitó a cruzar América Latina en bicicleta no lo dudé, aunque no tenía ni bicicleta y hacía muchos años que no pedaleaba. Trabajaba como profesora de idiomas en un instituto, cobré la quincena y me compré la más barata que encontré. Con esa bici viajé de México a Argentina. Descubrí que viajar en bicicleta es el ritmo ideal. Que el pedaleo no interfiere con el medioambiente, ni asusta a los animales, que puedes ir viendo la naturaleza en su estado salvaje. Que no puedes perderte nada, todo lo respiras, escuchas y sientes por todos los poros. La bicicleta te permite cubrir más distancia que a pie en un día, pero sin apresurarse demasiado. El mundo se vive de verdad, a flor de piel, y también la gente que encuentras durante la ruta, sus quehaceres, sus historias y modos de vivir la vida. Se aprende mucho de uno mismo al mismo tiempo, de nuestras capacidades, fuerzas y limitaciones, del respeto que nos merece la naturaleza. De nuestros temores, humores, de los sentires propios que se revelan sinceramente al enfrentarnos cara a cara con el mundo y afrontarlo solo con nuestro propio esfuerzo y la ayuda de las ruedas y los pedales de la bici. Viajar en bici, hasta ahora, para mí, es lo máximo y no lo cambio por nada.
Háblanos de la aventura junto a tu hijo Martín y un amigo de éste en vuestro viaje de ocho meses recorriendo Latinoamérica, una aventura que ha quedado plasmada en el libro ‘América Latina en bicicleta’. Cuéntanos detalles sobre este trabajo.
La idea primigenia del viaje en bici desde México a Argentina fue de Martín. Él vivió más de la mitad de su vida en México, tiene muchos amigos por allá, invitó a varios pero sólo uno de ellos, Álex, viajó con nosotros. Cuando Martín me preguntó y empezamos a elucubrar planes, nos preocupaba cómo íbamos a sobrevivir, después te das cuenta de que la cuestión del dinero, que aparentemente es tan necesario, es bastante fútil cuando viajas en bici. Siempre se sobrevive, con muchos menos recursos que los supuestos y mucho más recibido desde el camino mismo que lo esperado.
Pero bueno, culpa del mundo mercantilista en que vivimos, nos preocupaba pensar cómo íbamos a sobrevivir tanto tiempo que demandaría el viaje sin ingresos. Así que se nos ocurrió la idea del libro. Escribir un libro contando la historia del viaje y venderlo por adelantado, a través de una cuenta de crowdfunding, a las personas que quisieran más adelante, después de que llegáramos y lográramos escribirlo y editarlo, leer nuestra historia. Muchas personas confiaron en nosotros, en que cumpliríamos el cometido, se arriesgaron, apostaron por nuestro viaje. Por eso escribimos el libro. Fue muy duro, más duro que pedalear tantos kilómetros, tarea que rápidamente se convierte en un placer. Recopilar 235 días con muchas emociones y hechos y datos técnicos en esas páginas. Siempre pienso que deberíamos escribir otro, hablando más de las emociones que vivimos durante el camino, porque a la hora de escribir yo, que fui quien llevaba el hilo conductor del relato, me volqué más a la actualidad social y a la historia y geografía de los lugares por los que pasábamos. Es un libro rico en historias, descripciones, detalles de servicios al viajero, pero le falta más de lo emocional, de lo que nos pasaba a nosotros por dentro. Pero bueno, puede escribirse otro libro con ese tipo de vivencias interiores, contando otras historias del camino y su gente que no pudimos incluir en acotadas 464 páginas.
¿Qué te proporciona y que te quita tener un espíritu nómada? ¿Viajar siempre compensa?
Viajar me proporciona descubrir y aprender. Mi vida es eso. No tengo casi nada material. Nada. Vivo con tan poco que a muchas personas que se cruzan en mi camino les resulta difícil de creer. No se concibe el prescindir de tanto innecesario. A mí no me falta nada. Siento que poseo y vivo con todo lo que necesito. Mi vida es lo que me da el camino. El viaje satisface mi espíritu explorador y mis ansias de aprender. Más idiomas, más de las montañas, más de la naturaleza, más de la cultura y las historias y las leyendas de cada pueblo. Más de la gente que vive en esos pueblos, de sus alegrías, fiestas, y de su sufrir y sus luchas que siempre me motivan a participar activamente, porque no puedo soportar la injusticia ni dejar de intentar cambiar el mundo por un lugar mejor. Cuando viajo y me quedo un tiempo en algún lugar quiero hacerme parte del lugar y su gente. Eso me da viajar, aprehender al mundo y a la humanidad. Conocer qué crece en cada latitud de la tierra, cómo vive la gente según las temporadas, según sus tradiciones, según sus deseos. Cuáles son sus ritos, sus creencias. Qué pasó allí antes. Es el aprendizaje, y aprender, saber más, es lo que infunde fuerza y deseo a mi vida.
Lo que me quita vivir viajando es sentir, muy de vez en cuando, una nostalgia anticipada por lo que nunca voy a tener. Nunca voy a tener algo antiguo en un rincón como una reliquia de la que hablar de un recuerdo. Nunca voy a ver crecer un árbol que planté aunque amo a los árboles; hago huertas y siembro en cada lugar en que vivo, en campos extensos o en macetas, pero casi nunca llego a probar los frutos. Y lo que más quita es que muchas veces, durante tiempos que a veces me pesan más largos, estoy lejos de mis hijos, porque ellos ya son grandes y cada uno de nosotros sigue ahora su propio viaje, aunque por fortuna nos vemos, cada vez que podemos hacerlo, en otro lugar del mundo. Hasta ahora vivir viajando, compensa. Y aunque a veces hay dificultades, piedras en el camino, consecuencias de haber vivido una vida asistémica y no encajar fácilmente en las sociedades estructuradas, reflexiono y me doy cuenta de que, de tener que volver a empezar, lo haría todo de nuevo sin cambiar nada respecto del espíritu andariego.
¿Ser mujer y viajera te ha creado algunas fronteras con las que un hombre no se toparía?
No. Creo que no, y si alguna vez ha sucedido la verdad es que no me acuerdo. Pero he viajado toda América Latina sola, en coche, por ejemplo. Caminando sola en diferentes países del mundo, muchísimas veces. En bici casi siempre he ido acompañada, no siempre, pero en el tiempo en que he ido acompañada como de México a Argentina, cada cual iba a su ritmo y yo, al principio, muy rezagada, así que era lo mismo que ir sola, y nunca tuve ningún problema. He viajado sola también como mamá de dos hijos desde que nacieron y tampoco eso me ha significado ningún problema o limitación y, cuando por cuestiones legales hemos necesitado la firma del papá, hemos contado siempre con su beneplácito. He recorrido sola medio oriente, trabajado en Palestina. Viví sola en Turquía. Nunca sentí que mi condición de mujer fuera limitante o frontera para algo.
Confiesas que nunca te ha financiado ninguna marca. ¿Cómo se consigue vivir viajando?
Si vieras mi currículum vitae real quizás no lo preguntarías. Mi curiosidad de aprender me lleva a ser capaz de hacer múltiples cosas. Voy trabajando, sin importar el status del trabajo que se consiga. Como aprendo muchos idiomas, enseño idiomas si consigo trabajo de esto. Este conocimiento me ha facilitado también poder trabajar en hoteles, restaurantes, establecimientos o trabajos que tienen que ver con el viajero o el turismo. Pero como también me arreglo bien con las plantas, he trabajado en huertas orgánicas. Como por motivación e impulso propio he recorrido algunas travesías de montaña no muy tradicionales, he terminado haciendo de guía en algunos lugares, en distintos idiomas también. Como estudié teatro, danzas, música, puedo a veces ser monitora o narradora de conciertos, trabajo esporádico que tengo actualmente. Tengo título de magisterio lo que me da puntos al momento de tener que elegir un maestro, y de soporte de PC que garantiza que puedo instalar una red, un software o arreglar una computadora -lo que no es a ciencia cierta verdad- pero a veces hay situaciones o países muy estructurados donde estos títulos ayudan, mientras que, si saco mi currículum desencaja y no cuadra de ninguna forma. Cuando no consigo trabajo asalariado suelo ofrecerme como voluntaria y así consigo dónde vivir y qué comer y de paso seguro aprendo algo nuevo. A veces, como en estos días, me pagan para viajar acompañando a grupos de estudiantes en programas de inmersión regional bilingüe.
¿Es cierto que hablas 14 idiomas?
Hablar bien como para poder traducir un libro literario o trabajar en la ONU hablo sólo castellano, francés e inglés. En ese orden con diferencias sutiles de nivel, pero prácticamente me da igual hablar en uno u otro, aunque el inglés, de todos los que sé, es el que menos me gusta, pero el más útil a la hora de viajar por el mundo y conseguir trabajo. Puedo explicarme muy bien y mantener conversaciones prolongadas en ruso, portugués, griego, italiano, turco y búlgaro. En un nivel menor, pero como para poder llegar a un país y manejarme cotidianamente en su idioma, hablo árabe, siciliano que aprendí de mi abuela y pude hablar en Sicilia con los más viejos y euskera que de estos es en el que más errores cometo. Aprendí rumano antes de ir a los Cárpatos, y catalán cuando viví en Barcelona. En Bolivia estuve estudiando quechua y aymara, y cuando fui al Himalaya, antes estudié nepalí. Es difícil mantener todo esto cuando no lo practicas a menudo por eso trato de seguir estando al tanto, leyendo libros, escuchando música, viendo películas, o regresando a algunos lugares para volver a practicar.
¿Qué lugares de los que has visitado a lo largo de tu vida te han marcado más?
México es uno de los países donde decidí quedarme más tiempo, por su riqueza cultural inabarcable, por todo lo que aún falta por descubrir y aprender de su pasado, por su comida única e irreproducible en ningún lugar del planeta. Bulgaria por su sociedad sana, por la buena energía que se siente entre su gente. El País Vasco, donde vivo actualmente y del que aún no quiero irme, por su autenticidad, sus misteriosos orígenes, por sentir en su tierra a algunos ancestros, por sus colinas verdes, porque llueve bastante y la lluvia me inspira. Rusia por ser tan enorme, tan organizado, por su historia, su ciencia y su arte y por su idioma que aún estoy estudiando y me encanta. La Patagonia argentina por sus senderos entre lagos, bosques y montañas. Licia en Turquía, ruta a la que siempre volvería, por sus vestigios arqueológicos en medio de los montes Tauros sobre el Mediterráneo, bello e interesante.
Ahora tienes un bonito proyecto: viajar desde Bilbao hasta Kamchatka en bicicleta y a pie. Cuéntanos los detalles de esta aventura.
Decir Kamchatka es como decir Ítaca. Quiero que el camino sea largo, Kamchatka lo pongo como meta, el lugar adonde llegar. Lo que deseo es vivir un camino entre Bilbao y Kamchatka lleno de zigzags que me lleven por montañas, muchas por las que aún no anduve y otras a las que deseo volver. Pedalear las distancias que me separan de mi destino hacia el este, pero desviándome cuando me inspire el camino para pasar por otros sitios aunque no estén -y no lo estarán- sobre la línea recta que me separa de Kamchatka. Quiero atravesar montañas a pie, lo que me obligará a cambiar las alforjas por la mochila por unos días, luego regresar y volver a armar alforjas para seguir pedaleando. Sé que habrá meses en que deberé esperar a que baje la nieve, y luego esperar a que deshielen los ríos, y que solo tendré tiempos breves para cruzar la gran Siberia a pedal y a pie. Sé que encontraré en el camino los lugares adecuados para permanecer en la espera y seguir aprendiendo. Me gustaría en mi andar poder registrar lo que vea, lo que viva, filmar, sacar fotos, escribir. Por mi forma de vida carezco de equipos, de todo tipo. No uso móvil, no tengo ni nunca tuve ni usé un GPS. Trabajo con una netbook generosa y fiel que viene soportando los golpes y zangoloteos del camino desde hace una pila de años. Demora diez minutos en encenderse tras algunas maniobras. El teclado ya no funciona, uso uno extra que me han prestado, la pantalla tiene manchas negras. Tengo una cámara pocket antigüita que tampoco tiene mucha calidad.
Sé que de no encontrar suficientes empleos, de no poder comprar elementos que me encantaría llevar durante el viaje, o de no conseguir recursos suficientes para renovar el equipo, saldré igual. Pero me encantaría poder compartirlo, hacerlo también para otros que por diferentes motivos no estarán allí, por eso he abierto una nueva solicitud en gofundme y ojalá alguien, alguna marca, se entusiasmara con mi proyecto. Puede darse fe fehacientemente de que en general siempre he llevado adelante lo planeado. Pero de no existir financiamiento ni equipo para registrar, editar, compartir el día a día, eso no significará desistir de este nuevo sueño, de este nuevo camino hacia Kamchatka. Lo intentaré y lo haré, porque me nace así, por mi necesidad imperiosa de seguir andando y aprehendiendo el mundo. Porque yo soy esa que va, así me veo y así me quiero, María la que viaja, de no hacerlo, no sería yo la que está viviendo mi vida.
¿Nunca has pensado en echar raíces en algún lugar?
Hasta ahora no. La idea de echar raíces la veo siempre en un futuro lejano, casi ajeno, que nunca termina de llegar. Alguna vez he tenido la idea de un lugar donde permanecer, me ha atraído mucho algún rincón de las montañas Rila en Bulgaria. Pero no. En general, cuando me pienso mudándome otra vez, cuando me mudo de hecho, hasta ahora ha sido siempre por un tiempo, a veces es más, a veces es menos. Por más que intento imaginarme llegar a un lugar que será mi casa para siempre, no logro imaginar esa casa, ese lugar, ni esa situación. Creo que no me haría feliz saber que llegaré a un lugar donde voy a quedarme para siempre, así que prefiero seguir pensando hacia dónde iré la próxima vez. Hacer un plan, delinear un mapa, tener una ilusión. Es esa ilusión la que me mantiene viva.
Se la conoce popularmente como la travesía de las Cinco Lagunas y es un trekking de belleza infinita. Particularmente es uno de los que más me ha gustado y añoro siempre la posibilidad de volver a recorrerlo. Me ha enamorado por su incivilización, por su ausencia total de recursos urbanos, por sus montañas, por la nieve, por la desolación, por sus lagos, por sus dificultades, por la falta de señalización y esa sensación de aventura, exploración y conquista, y seguramente también por los compañeros del camino con quienes compartí estos pocos pero intensos días.
La travesía cruza desde Pampa Linda hasta Colonia Suiza. La mayoría de los caminantes la hace en sentido contrario, Colonia Suiza hacia Pampa Linda y, en general, las guías que existen respecto de este trekking, la plantean así. Al parecer la costumbre de caminarla desde Colonia Suiza se debe a que la erosión de la montaña provocada por los vientos del oeste ha desgastado más las laderas en esa dirección, y eso facilita el ritmo de trepada, en cambio, al hacerla al revés, nos veremos obligados a trepar por piedras menos erosionadas y de mayor tamaño, lo que aletargará nuestro ritmo de andada, demoraremos más en las subidas pero paradojicamente nos sentiremos más confiados en las bajadas con el peso de las mochilas cargadas con elementos y comida para la autosuficiencia durante 5 a 6 días. Fuimos con un par de mapas de papel, brújula, y buena parte la hicimos al rumbo, teniendo en cuenta las montañas de dónde veíamos, la ubicación del Tronador casi siempre visible e imponente, y las lagunas que íbamos cruzando. No hay muchas marcas. No hay ningún servicio, ni proveeduría, ni camping o refugio organizado hasta llegar casi al final, a Laguna Negra. Es imprescindible practicar y superar la autosuficiencia o, literalmente, morir en el intento.
Hicimos esta travesía con un grupo de caminantes, un par de ellos con nula experiencia en senderos de montaña. El hecho de tomarla en el sentido opuesto al recomendado se debió a que, para comprobar las dotes, el aguante, de los caminantes novatos, desde un camping en el área de Pampa Linda, hicimos previamente algunas salidas de corto recorrido, como por ejemplo ir hasta el glaciado Tronador, cuya majestuosidad será un hito que dominará las vistas de este sendero. La motivación y estado físico del grupo superó las expectativas.
Para llegar a Pampa Linda fuimos desde Bariloche, desde la Terminal de autobuses, con el bus que va a Bolsón. Poco después de Villa Mascardi, en la intersección con un camino de ripio que arranca a la derecha, hacia el oeste, y que bordea el Mascardi hacia el Tronador, nos bajamos del bus e hicimos dedo. Sobre este camino se encuentran los campings la Querencia, los Rápidos, y más adelante la zona de los Césares donde se puede acampar libremente. Un poco más y llegamos a Pampa Linda donde hay un par de campings y una hostería. Desde aquí hay varios senderos que se pueden hacer. Ya en una oportunidad previa, habíamos subido a la laguna Callvú o Azul, remontando desde Pampa Linda el Arroyo Claro. Pero esa es otra historia. El hecho es que llegar a los Césares o a Pampa Linda nos da la posibilidad de una previa, de tantear nuestras energías en varios senderos de los alrededores y todos con valor agregado, como por ejemplo también desde aquí, encarar el cruce a Chile por la antigua ruta de los jesuitas. Hay mucho, pero vamos a nuestras Cinco Lagunas, con nuestros cinco caminantes.
Primer día: de Pampa Linda a Laguna Ilón
Arrancamos desde el camping de Pampa Linda por el mismo camino ancho que sale hacia el Tronador y, en breve, hay una señalización que nos indica tomar a la derecha. Cruzamos una tranquera y vamos por una senda que borda el río Castaño Overo. Este río lo tenemos que vadear. Suele traer bastante agua y corriente y está indicado el lugar más recomendado para efectuar el vadeo. Luego es todo subida. «Más subida que a la Ilón» puede convertirse en refrán de referencia para futuras salidas. No da tregua, es una subida muy empinada durante casi la totalidad del recorrido de este primer día. Subir y subir hasta que en parte el ascenso se nivela un poco y bordeamos el cerro por el que venimos ascendiendo para cruzar un mallín a campo traviesa. Hay pocas marcas, nos metemos en un bosque y al salir del mismo aparecemos mágicamente frente a la encantadora Laguna Ilón. Hay un sitio para acampar ni bien aparecemos allí; también se puede acampar en la playa de arena fina, y sino, apenas más adelante, cruzando un arroyito, en el bosque contiguo donde ese encuentra el Refugio de Papá Manuel. El refugio es una casita de libro de cuentos, pero es decorativa, al menos cuando nosotros pasamos era un depósito de basura.
Arrancamos el día bordeando la apacible Ilón y nos vamos alejando de ella hacia la derecha, faldeando el cerro y luego cruzando algunos mallines pequeños hasta llegar al Mallín de Ricardo, más grande, y que vamos a atravesar tirándonos a su izquierda. Cuando termina el mallín, ingresamos a un bosque, hay algunas marcas rojas. Ascendiendo al filo del cerro Capitán, veremos aparecer ante nuestros ojos la Laguna Jujuy. Transitamos el filo y nos sorprenderá gratamente y causará admiración, la vista de la Laguna Callvú o Azul, haciendo fiel honor a su nombre, encajonada entre los cerros Bonete y Punta Negra. Estamos en un balcón privilegiado para apreciarla. También hay una picada que sube hasta aquí y va hasta Cretón desde la Laguna Azul, viniendo desde ella por su margen derecha.
Descendemos hacia la Laguna Cretón y podemos acampar frente a ella, pegados a un diminuto bosque achaparrado o cruzar un barranco y acampar en un reducto protegido por pequeñas lengas y junto al arroyo. Nosotros acampamos aquí, cerca del arroyo entre un cerco de lenguitas, y fue providencial, ya que tuvimos que permanecer dos noches allí debido a un temporal. En esa zona suelen estancarse la nubes y haber bruma y lluvias. Por lo menos, las veces que estuve allí siempre se nubló y llovió.
Tercer día: de Laguna Cretón a Mallín Mate Dulce
Con dos noches de descanso bajo la constante llovizna, y ya enmohecidos de estar adentro de las carpas, asomando nomás las narices porque afuera estaba helado, retomamos la travesía. Había llovido bastante y había nevado. En todas las etapas y especialmente en este tercer tramo que es para nosotros el cuarto día, hemos encontrado muchos manchones de nieve que cubren grandes áreas que hemos debido cruzar con sumo cuidado. Era el mes de enero.
En este tramo, toca subir el cerro Cristal, es el más duro del trekking porque a medida que ascendemos las piedras son más grandes, hasta convertirse en moles que nos superan en altura con creces y a las que debemos trepar, aferrándonos con las manos y cargados con nuestras mochilas. Hay marcas rojas y pircas. Llegando casi al filo, vemos hacia la izquierda que todavía falta subir, pero que, sin embargo, hay unas pircas que nos invitan a desviarnos a la derecha en descenso, NO ir por allí; si seguimos esas pircas, a la derecha, iremos directo a un precipicio por el que será imposible bajar. Hay que subir hasta donde vemos unas piedras oscuras y marcas rojas.
Esta es una jornada de ascenso y bastante dificultad técnica que requerirá de todo nuestro ingenio, destrezas y también precaución, pasaremos por arroyos, mallines y mucha roca, muchísima. Allí en el filo, entre rocas enormes, deberemos sortear un par de pasos expuestos, pero está bien señalizado, así que seguir las marcas, aún con abundante nieve, permanecían visibles.
Para descender al Mallín Mate Dulce vamos a seguir las pircas. Por nuestra izquierda, o sea oeste, vamos a ingresar al mallín y lo vamos a ir cruzando hacia el este.
El Mallín Mate Dulce es un lugar plácido y agradable para acampar, hay muchos espacios disponibles, cerca del río que surca sobre piedras rojizas, y es un placer pasar el tiempo que nos queda del día y la noche en este enclave. Tomando mate. Amargo que pa’dulce está el Mallín.
Cuarto día: de Mallín Mate Dulce a Valle del Lluvuco pasando Laguna CAB o Lluvu
Como hemos pernoctado una noche extra en Cretón debido al aguacero y la tormenta, vamos a intentar adelantarnos de la laguna Lluvú o CAB para mañana completar la travesía hasta Colonia Suiza, sin permanecer en Laguna Negra.
Al dejar Mate Dulce hay un fragmento de terreno plano que no dura mucho, luego hay que subir el cerro. Cuando nosotros lo hicimos, al llegar al filo, se nos complicó encontrar la bajada a Lluvú o Laguna CAB. Si bien se ve la laguna enfrente, no tenemos que zambullirnos de cabeza en el bosque de lenga que tenemos entre nosotros y la laguna porque por ahí no es, y caer en ese bosque es un laberinto. Primero hay que bajar y hay mucha roca y algunos pasos angostos. Hay que buscar las pircas, primero salen hacia la derecha y después todo sobre nuestra izquierda hacia una zona que se ve más abierta. Luego buscaremos las marcas para ir por los senderos correctos del lengal hasta la margen de la Laguna CAB o Lluvú que vadearemos por la orilla. Da gusto porque el lecho es arenoso y suave, un placebo para los pies.
Cerca de la laguna se puede acampar, sobre todo después de vadearla, está el río sobre piedras rojizas y lugares muy hermosos para quedarse, pero como queremos ganarle unos pasos al tiempo y al mañana, vamos a seguir. Hay una parte con un poco de derrumbe y tierra arenosa floja que hay que cruzar lo más rápido posible pisando firme, y luego un sector extendido del sendero con muchos árboles caídos en el que hay que caminar por encima de los troncos. Esto dura un buen rato. Finalmente llegamos junto al río Lluvuco donde algunos fogones armados nos indican que es un buen lugar para acampar. Es un vallecito boscoso, encantado, muy lindo. Nos quedamos allí.
La última cena, guiso revolucionario con los últimos ingredientes que nos quedan
Quinto día: del Lluvuco a Laguna Negra y Colonia Suiza
Se nos hizo larga la jornada. Cruzamos el río junto al que pasamos la noche y empezamos a subir en zigzag de manera abrupta, luego ingresamos a un bosque y del bosque a una zona de piedras y arena con pendiente más amable por la que, paulatinamente, ascendemos al filo del cerro que cerca la Laguna Negra.
Hay piedra suelta y no importa por dónde elijamos subir ya que, al llegar arriba, será visible la dirección de bajada y no es problemática, también veremos la laguna y, casi de manera imposible ante nuestros ojos, en la orilla de enfrente, el refugio al que deberemos llegar por esas paredes que a simple vista parecen imposibles..
Se desciende del filo hasta la laguna, y comienza a bordearse tranquilamente. Justo antes de llegar al refugio, bordeando la roca acantilada que cae sobre las aguas, hay una soga y fierros en la roca para ayudarnos a sortear un paso complicado y expuesto. En Laguna Negra, el refugio Italia ofrece comidas además de albergue si uno quisiera dormir allí. Se puede acampar también. Nosotros decidimos darle duro y parejo hasta Colonia Suiza, el sendero es muy lindo, bosque, agradable, y bajamos por inercia, aunque se hace largo…
Descansamos un respiro en el refugio y empezamos el descenso en caracol entre rocas, bosque y arroyuelos. Luego vamos a cruzar un río caudaloso cuyo curso nos va acompañar mientras seguimos bajando. Hay lugares donde podríamos acampar. Continuando hacia Colonia Suiza, en sucesivas oportunidades, tendremos el fastidio, ante el cansancio acumulado -el hambre- y tantas horas de caminata en una sola jornada, de tener que bajar y subir de las márgenes del río que se encajona. Después el sendero se convierte en un camino ancho, entre pinos, y creemos que ya estamos llegando, pero no; este camino es de nunca acabar. Finalmente, el ruido de algún motor nos anunciará el arribo a la civilización y en pocos pasos nada más saldremos a la ruta 79 en Colonia Suiza. Allí hay varios campings donde ducharnos, preparar un asadito, reponer fuerzas, y esporádicamente pasa un autobús a Bariloche.
Barakaldo, cuyo nombre derivaría de ‘baratz’ (huerta) y ‘alde’ (zona), es un municipio vasco del Gran Bilbao, que se extiende sobre la margen izquierda de la ría del Nervión. Cuatro ríos atraviesan la región y numerosos montes que ondulan el terreno con crestas de entre 400 a 600 metros de altura. Los primeros indicios de establecimiento humano por Barakaldo fueron encontrado en la Cueva de los Mosquitos en el barrio de El Regato, y datan de más de diez mil años de antigüedad. Barakaldo se pobló con la actividad industrial siderúrgica, actividad y poblamiento que obligó a la construcción de embalses o presas, llamados aquí ‘pantanos’, aprovechando las aguas de los cuatro ríos que discurren por la región.
Hoy día los distintos barrios de Barakaldo han sido parquizados, arbolados, y es el municipio desde donde arrancan los bidegorris, ciclovías, más largos de los alredores de Bilbao, además de existir senderos de trekking balizados y sin balizar, rincones con curiosidades históricas que merecen la pena, y barrios y caseríos encantadores que sólo a pie o en bici es factible descubrir.
Los caminos del agua de Barakaldo pueden recorrerse en buena parte en bicicleta. Desde donde uno se encuentre, ya sea en Bilbao o cerca, puede dirigirse en metro a Gurutzeta/Cruces y desde allí enfilar al polideportivo de Gorostiza, muy cerca de allí hay paneles informativos y comienza la balización del PR BI-210 con líneas amarilla y blanca.
En ese lugar veremos también el amplio parque Tellaetxea, una pradera verde, enorme, con parte de arboleda, merenderos, y parrillas. El bidegorri y sendero rodea ese espacio verde por ambos lados.
El recorrido es ameno, lindo, arbolado, con robles de formas caprichosas. Iremos bordeando el primer pantano, el de Gorostiza, muy grande y con algunas playas pequeñas donde se puede pescar o simplemente sentarse a contemplar la mansedumbre característica del agua. Llegamos al simpático pueblo del Regato, Errekato, a la izquierda de la iglesia veremos un puente que cruza el pantano de Gorostiza. Vamos a caminar hacia el final del barrio, sin despreciar las nueces caídas de nogales sobre nuestra derecha. Vamos camino a Etxebarria, el segundo pantano.
Pasadas las primeras curvas se llega al barrio de Tellitu y encontramos un sendero a la izquierda perfectamente señalizado con balizas del PR. Continuamos por este sendero profuso de eucaliptos hasta llegar a un cruce donde tomaremos la opción de la izquierda. El senderito es de tierra y con algo de pendiente, vale la pena. El pantano de Etxebarria se asoma tímidamente entre el ramerío. En primer lugar veremos la pared de la presa y poco después diferentes vistas entre preciosos y añejos robles. Durante el trayecto iremos divisando las laderas del monte Argalario.
Una vez realizado el descenso hasta las orillas del río Castaños, tras haber remontado el pantano, cruzamos un puente por la zona más alta. También está la opción de seguir un estrechísimo sendero por la misma orilla del pantano, que alcanza la zona del muro de contención. Se desciende por las laderas de Arroletza, Sasiburu y Apuko, hasta el barrio de Urkulo, donde existieron varios molinos que aprovechaban la fuerza del agua.